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Obras de Diego Catalán

31.-7. LA ETAPA ÁGRAFA DE LA PRODUCCIÓN ÉPICA. RAÍCES DEL GÉNERO.


7. LA ETAPA ÁGRAFA DE LA PRODUCCIÓN ÉPICA. RAÍCES DEL GÉNERO.

 a. Cantares de gesta en el primer tercio del s. XI.

------7.1. No creo, desde luego, admisible suponer que el género de los cantares de gesta naciera en España por obra de un poeta, desvinculado de la tradición cultural local, que en tiempos de Alfonso VIII intentase, con escasa capacidad imitativa, importar al desierto literario español un género hasta entonces inusual en la Península, el de las chansons de geste; y, menos aún que, para cumplir su intento, hubiera completado su formación clerical ultrapirinaica con minuciosas investigaciones archivísticas en diversas iglesias y monasterios de este lado de los Pirineos a fin de espigar detalles, desconocidos de todos sus contemporáneos, sobre oscuros personajes y no menos insignificantes pormenores relativos a un pasado lejano (según las fantasiosas suposiciones de Smith, 1983). A toda hipótesis que considere los primeros (y casi únicos) poemas conservados, el Mio Cid y el Roncesvalles, como iniciadores del género de los cantares de gesta en España, creo necesario oponer un rotundo “no”, fundamentado en la evidencia de que los poetas del Mio Cid y del Roncesvalles se atuvieron claramente en sus creaciones a una poética (a unas técnicas prosódicas y de composición) que el género les imponía desde el pasado 34, poética que, aun siendo deudora de la de las chansons de geste francesas, tenía diferencias llamativas respecto a la que por entonces se utilizaba en Francia (según pone de manifiesto la comparación, en corte sincrónico, de los productos de una y otra tradición) 35. Por otra parte, el cúmulo de precisiones (crónicamente correctas) sobre modos de vida, hechos y personajes, no sólo de fines del s. XI, sino de principios de ese siglo y aun de fines del s. X, que se halla en los cantares de gesta de Mio Cid, del Infant García y de Los Infantes de Salas prosificados por Alfonso X es de todo punto inexplicable salvo como herencia textualmente trasmitida desde tiempos muy cercanos a los hechos 36. Cuando en el último tercio del s. XIII se documentan algunas de esas “historias” por vez primera (o incluso a principios del siglo ) nadie tenía la más remota posibilidad de reconstruir los tiempos de los hechos referidos 37, ni, claro está, razón alguna para intentar hacerlo 38.
------Para explicar estos hechos (fijación de unos cánones del género distintos que los ultrapirenaicos y conocimiento de la vida española de los siglos X y XI con detalles irreconstruibles para los eruditos del s. XIII) se impone admitir que, al igual que otras epopeyas, la española tuvo inicialmente cultivo en unos tiempos predominantemente ágrafos cuando era inimaginable el recurrir al pergamino para la conservación de textos en lengua vulgar 39. La sociedad medieval hispana de los siglos anteriores a 1100 y aun la de mediados del s. XII sólo echaba mano de los expertos en la escritura del latín (en los siglos anteriores a 1100 no siempre tan “expertos”) para redactar o copiar documentos cuya conservación verbatim se consideraba de interés: textos canónicos o litúrgicos, textos relacionados con derechos de propiedad o económicos de varia índole, y, más raramente, memorias genealógicas o linajísticas, efemérides datadas, crónicas concebidas desde una perspectiva clerical, etc. No habiendo, como de hecho no había, una tradición de escritura de la lengua vulgar, la conservación en esos tiempos de “textos” narrativos de tipo épico en romance sólo podía estar encomendada a la memoria de profesionales 40. Esos profesionales, además de ser archivos vivientes de un saber tradicional textualizado transmisible de generación en generación, eran los encargados de actualizar con su voz las estructuras verbales almacenadas en su memoria, cantando ante diversos auditorios los poemas tradicionales.
------Ateniéndonos exclusivamente a los testimonios explícitos datables, sólo hemos podido hacer remontar las huellas de relatos épicos en este lado sur de los Pirineos hasta c. 1075 (véase atrás, cap. II, § 8a); pero la proximidad de esa fecha a la del referido histórico de los cantares de gesta arriba mencionados permite considerar hipótesis muy razonable la sospecha de que en aquellos siglos XI y X esencialmente ágrafos existieran ya textos épicos no escritos.
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Aunque pongamos en duda el carácter “noticiero” de la epopeya, esto es, el nacimiento con función informativa de los cantares de gesta a raíz de los hechos mismos que relatan, la explicación más sencilla y creíble del componente histórico conservado por sus fábulas, a que arriba hemos aludido, es considerarlo derivado del recuerdo que del tiempo referido guardaban las memorias de los contemporáneos del poeta responsable de la creación de cada una de esas fábulas (sea por conocimiento personal, sea a través de lo oído a trasmisores de recuerdos de un ayer próximo). Basándonos en este supuesto, los cantares de gesta españoles en que ese componente histórico es notorio nos llevan a suponer una actividad creadora para la épica peninsular bastante anterior a los reinados del “buen emperador” Alfonso VII (1126-1157) y de García Ramírez de Navarra (1134-1150), el nieto del Cid, en que sabemos se oía el Mio Cid, y de Sancho III (1157-1158) y Fernando II (1157-1188), en que se documenta la difusión de Las particiones del rey don Fernando. Tenemos, desde luego, que retrotraer esa actividad creadora a unos tiempos en que la fidelidad de los castellanos a la nueva dinastía de origen navarro, imperante en Castilla tras el asesinato del infante García (1029), así como el derecho del rey Fernando a reinar en Castilla y del rey Ramiro a reinar en Aragón sin una obligada dependencia respecto al cabeza de dinastía, esto es, del rey García de Nájera († 1054), pudieran ser aún materia de propaganda política, por constituir “hechos” de los que cabía dudar (cantares de El infante García y los hijos de Sancho el Mayor); tiempos que no pueden retrasarse más acá de los primeros años de reinado de los tres Sanchos (el de Navarra, bajo la regencia de la reina Estefanía, 1054-1058, el de Aragón, 1063, y el de Castilla, 1065). Pero esa antigüedad del canto épico, que la gesta de El infante García y los hijos de Sancho el Mayor nos exige suponer, tampoco es suficiente; sin duda tenemos que retrotraer la actividad creadora a aquellos otros tiempos en que aún estuviera vivo el recuerdo de la circunstancia histórica en que, al SE de la Sierra de Neila, la Extremadura soriana era tierra desierta entre Castilla y el califato cordobés, en que las cabezas de los cristianos muertos en los encuentros fronterizos ocurridos en la región del alto Duero eran habitualmente remitidas como trofeo a la Córdoba de los califas y en que los reyes, condes y magnates del Norte cristiano buscaban, mediante embajadas a la corte califal, la amistosa intervención del poder cordobés para dirimir sus conflictos o consolidar su poder político, circunstancia que se cierra en 977 con el comienzo de las razzias de Almanzor (Menéndez Pidal, 1934a, págs. 453-456) 41, o al finalizar el s. X, que es cuando cesan las embajadas suplicantes de ayuda (Ruiz Asencio, 1969) 42; desde luego, el derrumbamiento de la España califal tras el saqueo de Córdoba (1009) por el conde Sancho García es tan estrepitoso que ningún cantor de poesía narrativa nacido a comienzos del s. XI podría haber imaginado para la dramática historia de la enemistad entre los hermanos Velázquez un trasfondo histórico como aquel en que se desenvuelve la fábula de Los infantes de Salas. Esta argumentación nos lleva (como en su día a Entwistle, 1947-48), a admitir una etapa pre-histórica para la épica española que incluye el primer tercio del s. XI (cuando ese trasfondo histórico de la gesta de Los infantes de Salas aún era “concebible”) 43; esto es, nos sitúa, por lo menos, en los años en que Sancho el Mayor de Navarra (1000-1031) era conde consorte de Castilla (1029-1032).
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La existencia de una actividad creadora de cantares de gesta de tema hispano en el primer tercio del s. XI, que estos razonamientos nos llevan a defender, es un supuesto de extraordinario interés dada la situación cultural y lingüística de la Península en que esos textos épicos orales habrían sido creados: culturalmente, estaríamos en un periodo histórico en que la Península Ibérica aún no se había enriquecido con el influjo de los monjes, clérigos y obispos cluniacenses; y lingüísticamente, en una etapa del desarrollo de los romances en que el gran complejo de dialectos románicos extendido desde las fronteras del gallego hasta la Marca Hispánica aún no había desarrollado un modelo de lengua vulgar dominante. Tiene, pues, cierta razón Entwistle cuando defiende la siguiente cadena de razonamientos: Si aceptamos que el poema de Los infantes constituye la primera creación de la épica castellana, a su autor “deberemos las principales consecuencias de esa innovación”, las cuales serían que “el castellano se convirtiera en el dialecto de los cantares de gesta”, que “el castellano, por una natural expansión debida a los clérigos del s. XIII, se convirtiera, también, en la lengua de la poesía narrativa”, y que, “por extensión adicional, el castellano se convirtiera en la lengua de toda clase de relatos, en prosa y en verso, y de toda clase de composiciones extensas, incluyendo historias, tratados científicos, fueros, etc.” (ingl.). Hay, sin embargo, que matizar esta supuesta “revelación de poderío que el primero de los poetas épicos españoles hizo a sus compatriotas castellanos” (ingl.), pues, sin dejar de admirar “el sombrío realismo, la concisión y la viril energía” de la gesta de Los infantes, no creo posible dar, con Entwistle, por seguro que esa gesta se destacara señera en su siglo 44, ni que careciera de antecesores genéricos. Aunque, también deba, por mi parte, reconocer que tampoco estoy en condiciones de demostrar lo contrario, es decir, la existencia de cantares de gesta previos.

b. La imposible búsqueda de las raíces del género.

 ------7.2. Con anterioridad al s. X, todo lo que supongamos sobre una épica hispana será debido a razonamientos e inducciones indemostrables. La oscuridad que rodea, de ordinario, cualquier cuestión relacionada con los “orígenes” de un producto tradicional humano envuelve también a los orígenes de la épica española, en particular, y aun a los de la románica, en general. Posiblemente, no vale la pena esforzarse en proponer “teorías” sobre ellos, aunque los sabios nunca se hayan resignado a la ignorancia y, como cualquier hombre simple, hayan gustado de hacerse la pregunta y de presumir poder contestarla. A menudo, lo han hecho guiados por el nacionalismo que impera en las ciencias humanísticas desde los orígenes de la Europa de las naciones 45: Si la negativa de Bédier a reconocer cualquier enlace genético de la epopeya francesa con la epopeya germánica y sus esfuerzos por datar el nacimiento del género chansons de geste tardíamente en función de condiciones histórico-culturales puramente francesas tienen su base a-científica en el visceral rechazo de cualquier dependencia de Francia respecto a los antecesores del Kaiser (como ha sido denunciado, no sin razón, por Benedetto 1941, pág. 64 y por Menéndez Pidal, 1955b, 1959a y 1992, cap. I, § 11), también está claro que el nacionalismo castellano, con puntas de anti-galicismo, de Menéndez Pidal (y sus seguidores) condiciona su lucha expositiva en favor de la independencia del género cantares de gesta español respecto al modelo francés y en favor de sus raíces directamente germánicas.
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La búsqueda de raíces y modelos para la épica en lengua vulgar romance en los tiempos en que las lenguas romances no existían como tales lenguas tropezará siempre con un problema básico: la posibilidad de la poligénesis. La noticia de que pueblos “bárbaros” de muy diversos tiempos y lugares practicaron, como anejo de la “heroicidad” bélica, el canto celebrativo de hechos guerreros de sus antepasados es consignada por diversos historiadores latinos a quienes sorprendía esa costumbre ajena a su propia civilización: nos lo dicen de los pueblos germánicos y, especialmente, de los godos; pero también de los íberos, en general, y de los turdetanos, en particular, de los lusitanos, de los cántabros y de los pueblos galaicos (según recuerda Riquer, 1959b, págs. 121-124). ¿Podemos prestar crédito a las hipótesis que consideran estos “substratos” literarios como relevantes para la explicación de los orígenes de la épica castellana?
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En principio, tan falto de base científica es negarlo como afirmarlo. Pero precisamos de otros datos que la recomendación que, a comienzos del s. VII, hace san Isidoro (en su breve opúsculo Institutionum Disciplinae) a los jóvenes nobles de que deben ejercitar su voz profiriendo al son de la citara “los cantos de los antepasados, por los cuales se sientan los oyentes estimulados a la gloria” (lat.), para poder afirmar que, muerta la lengua goda, los visigodos vertieron al latín sus carmina maiora, y que los hispani de lengua romance de los primeros siglos de la reconquista renovaron la temática de esos cantos de los antepasados, recordando, también al son de la cedra, gestas contemporáneas (Menéndez Pidal, 1955b, págs. 30-36; mejor en 1992, cap. V, §§ 10 a 13). Esos datos que echo de menos ha intentado aportarlos Menéndez Pidal considerando de base épica varias leyendas “visigodas”. Especialmente, la de Vitiza-Rodrigo (Menéndez Pidal, 1910, pág. 18, con gran cautela aún; y ya con menos en la obra póstuma de 1992, cap. V, §§ 1-9, y textos de apoyo, previamente publicados, de 1951a y reed. 1980, págs. 1-19), pero también las de Teodomiro (1992, cap. V, §§ 10-12, y textos de apoyo de 1951a y reed. 1980, págs. 20-21) y Covadonga (1951a y reed. 1980, págs. XXX-XXXII; 1992, cap. V. §§ 17-21, y textos de apoyo en 1951a y reed. 1980, págs. 22-26). Adicionalmente, cree posible defender el canto en el reino visigodo, tanto en España como en Aquitania, de un poema sobre Walther de España (o de Aquitania), que habría sido continuado por una versión románica responsable del nacimiento, andados los siglos, de los romances de Gaiferos y de La escriveta (Menéndez Pidal, 1910, págs. 18-21; 1933a; 1955b, págs. 55-65; 1992, cap. IV, §§ 21-22). No puedo acompañarle en ninguna de estas hipótesis: La primera leyenda referente a la conquista de España por invasores islamizados, me parece, en vista del conjunto de fuentes escritas que reunió el propio Menéndez Pidal (1925)46, de factura literaria árabe (aunque refleje tradiciones y pasiones de los hispani islamizados); otra cosa es que, a lo largo de los tiempos, acogiera motivos y puntos de vista de otros orígenes (Montero, 1994-95, págs. 179-193). Asimismo, considero de procedencia árabe la segunda leyenda, la de Teodomiro, referente también a esa conquista, ya que “la asistencia que la mujer solía prestar al hombre en el mundo germánico”, recordada por Dubler (1962) para defender las raíces épicas y los orígenes mozárabes del tema, es un concepto sumamente vago, mientras el modelo constituido por la leyenda de la rendición pactada de la fortaleza de Haŷr en Arabia central un dato muy preciso 47. Ni una ni otra leyenda tienen estructura épica. Tampoco la tiene la leyenda-milagro de Covadonga, clara invención eclesiástica. En cuanto a los romances de Gaiferos y La escriveta creo, ciertamente, con Menéndez Pidal (1953a, vol. I, págs. 293-300), Dronke/Dronke (1977), Armistead (1989-90b, 1991-92 y 1999) y Millet (1992 y 1998), que no se explican por inspiración directa en el Waltharius de Ekkehard (según líneas de derivación muy simples, como las que propuso Morley, 1925, pág. 224 o las que parece tener por seguras Surles, 1987); pero, como razón de ser de los elementos que aproximan ocasionalmente los romances a otras tradiciones laterales (el viejo Waldere anglosajón, el Biterolf medio-alto-alemán y la Thidrekssaga noruega), antes que acudir a un hipotético poema épico visigótico antecesor de otro español 48, prefiero suponer (con Dronke/Dronke, 1977, y Armistead, 1999) la existencia de una tradición épico-baladística europea más compleja que la conocida, pues este hecho cuenta con paralelos en otros temas.
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Hay, con todo, entre los eslabones aducidos por Menéndez Pidal uno que no deja de ser impresionante: Jordanes (Getica, V. 38), al tratar de la historia de los godos y de sus primeras mansiones 49, comenta: “pero no hallamos escritas en parte alguna las fábulas que dicen haber estado ellos reducidos a servidumbre en Britania o en cualquiera otra isla, y que cierta persona los libertó por el precio de un caballo” (lat.) y, a continuación, expresa su desprecio respecto a tales fábulas, añadiendo: “más bien debemos creer lo que leemos que no dar fe a cuentos de viejas”. Dado que Jordanes, al hablar de otra leyenda goda (a la que da crédito, por hallarla confirmada por escrito en un “egregio y veraz historiador de los godos”, Ablabio), recuerda que el hecho “lo conmemoran en común sus primitivos cantos, que son a modo de historia”, parece muy posible que la libertad del pueblo godo conseguida unius caballi praetio de las “fábulas” o “cuentos de viejas” godos fuera también objeto de otro de esos primitivos cantos. El recuerdo de la libertad de Castilla en pago de la deuda del caballo y el azor, vendidos al “gallarín doblado” por el conde Fernan González al rey de León, viene necesariamente a la memoria al intentar dar sentido a la fábula resumida por Jordanes (Entwistle, 1924 y 1933, págs. 364-366). Menéndez Pidal (1955a y b, recog. 1956, págs. 11-57, y 1992, cap. IV, § 23) no duda en suponer una ininterrumpida sucesión de cantos, desde que en el s. VI los citaristas godos celebraban la fabulosa historia de la libertad de su “nación” por el precio de un caballo, hasta que a comienzos del siglo X los juglares de cedra castellanos aplicaron la fabulosa historia a la explicación de la libertad de la suya. Sin negar la posibilidad de la ininterrumpida pervivencia de un relato tradicional durante cinco o más siglos (puesto que ese hecho se documenta en múltiples casos), me resulta, sin embargo, difícil de creer que en la Castilla condal (o en el recién nacido reino de Castilla) se cantara, en romance castellano por supuesto, después de dos sucesivas traducciones (desde la lengua gótica a la latina y desde ésta a la castellana), ese hipotético canto germánico sobre la fabulosa libertad del pueblo godo conseguida por el personaje dejado anónimo por Jordanes, hecho necesario para que el tema fuera transferido a la leyenda del primer conde castellano. Pese a lo sugestivo que resulta emparejar los dos temas legendarios, tras el unius caballi praetio puede esconderse, no la imposibilidad del pago de la deuda por razón de su incumplimiento prolongado y la cláusula del “gallarín doblado”, sino la costumbre germánica de la roboratio o corroboración, el acto de transformar formalmente una donación en trueque mediante la entrega de objetos menos valiosos que lo donado, costumbre documentada en los siglos X y XI y que con frecuencia envuelve la entrega de “un caballo” (Harvey, 1976; Harvey/Hook, 1982), hipótesis a la que Menéndez Pidal mismo se había inclinado anteriormente (1910, pág. 54) para explicar los orígenes de la leyenda castellana 50.
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Aunque la hipótesis de la continuidad ininterrumpida del canto de hechos heroicos entre los “godos” llegados a Hispania en el s. V y los castellanos de los siglos X y XI no cuente con apoyos firmes, ello no supone que tengamos que rechazar para la épica románica en general una lejana base germánica y una fuerte vinculación a los valores de una sociedad señorial fuertemente germanizada en sus costumbres, normas de conducta y derecho. Los conflictos de la epopeya más arcaica o arcaizante responden más a conceptos del hombre, la sociedad, la virtud y la moral no-romanos y no-cristianos que a los modelos de que eran defensores y propagandistas la Iglesia y el Imperio o Monarquía.
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Varios estudiosos del mundo musulmán en sus contactos con la Cristiandad (Ribera, 1926; Galmés, 1967, 1975, 1978, 1999; Marcos Marín, 1971; cfr. también Miletich, 1989 y Armistead, 1990) han notado la presencia en géneros poéticos narrativos árabes afines a la épica de algunos elementos comunes con la épica medieval española y aún francesa. Naturalmente, esos estudiosos no han pretendido en ningún momento explicar, apoyándose en ellos, el nacimiento de la épica cristiana como un remedo de la narrativa heroica del mundo árabe, sino verificar la permeabilidad cultural de las fronteras religiosas y lingüísticas y la probabilidad de que la épica románica aprovechara componentes tradicionales de la narrativa heroica islámica. En realidad, es hasta posible que ciertos paralelos no sean probatorios de una influencia literaria ejercida directamente sobre el género épico románico. En efecto, varias de las similitudes son explicables como fruto de la existencia de universales en la literatura celebrativa de hechos guerreros, y otras como herencia del fondo cultural común al mundo islámico y al cristiano 51. Con todo, restan componentes épicos en que una relación más estrecha parece evidente y es, ciertamente, digna de nota; pero muy posiblemente esos casos más significativos responden más bien a influencias ejercidas a través de las costumbres o de tradiciones orales no poemáticas, que a la directa imitación de un modelo literario épico por el otro 52.
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Frente a la búsqueda de una tradición épica pre-románica en que fundamentar las raíces profundas del género, la crítica que sólo admite en la reconstrucción histórica testimonios directos, esto es, textos escritos conservados hasta hoy, prescinde, considerándola irrelevante, de la supuesta “literatura” de transmisión memorial no fijada en letras dibujadas sobre pergaminos. Para esta crítica firmemente asentada en la paleo-literatura no puede haber otra cronología en los productos literarios que la que marcan los intereses de los scriptoria monacales y catedralicios: primero una edad hagiográfica y, tras ella, una edad épica, cuando una concepción “activista” de la santidad lleva a considerar la lucha armada como la más genuina realización del ideal cristiano. Lingüística, estilística, métrica, musicalmente las chansons de geste son para esa crítica el desarrollo laico de las “Vidas de santos”, y estas obras eclesiásticas el fruto del estudio, por parte de los escolares, de la retórica latina (Chiri, 1936; Faral, 1948, págs. 11-13; Segre, 1954-55 y 1961a; Monteverdi, 1959; Roncaglia, 1961; Zaal, 1962; Chiarini, 1970, pág. 10; etc.). Creo que en la historia de los géneros literarios, como en la historia de las lenguas, atenerse exclusivamente a lo que la escritura testimonia puede llevarnos a conclusiones parcialmente desenfocadas y que el testimonio de lo que pervive por vía oral (formas y construcciones lingüísticas y textos), por más que esté sujeto a variación innovadora, permite acceder a realidades que resultan imperceptibles si se estudia, únicamente, la documentación escrita.

Diego Catalán: "La épica española. Nueva documentación y nueva evaluación" (2001)

NOTAS

 34 “Detrás del texto existente [del Mio Cid], tanto en su misma longitud, en su trama, como en el detalle de sus motivos, de sus estructuras, se dejan identificar ecos, sobrevivencias, préstamos, imitaciones, que reenvían a una historia posiblemente multisecular, a la vez extranjera y española” (fr., Pellen, 1985-1986, secc. 2ª, pág. 62).

 35 El Mio Cid (sobre un tema autóctono) y el Roncesvalles (sobre un tema francés) coinciden en su fidelidad al anisosilabismo y a la asonancia cuando las chansons de geste francesas que conocían les ofrecían unos modelos prosódicos más savants. Y en las técnicas arcaizantes hispanas siguieron anclados los poemas posteriores de que conocemos tiradas de versos. Este arcaísmo, patente en los aspectos formales, se extiende también a las motivaciones temáticas de los argumentos desarrollados.

36 La proximidad temporal no exige contemporaneidad. Cuando una comunidad no tiene (como hoy suele tener) un activo propósito de olvidar (o enterrar) su pasado (del que no quiere responsabilizarse), la memoria histórica colectiva es capaz de recordar con múltiples detalles, por tradición oral no textualizada, un pasado que se extiende más allá del medio siglo.

 37 Para adquirir el convencimiento de que era imposible para un poeta letrado conocedor de la historia escrita reconstruir el escenario histórico del s. X y los actores secundarios que en él se movían, basta leer el Poema de Fernan González del monje de San Pedro de Arlanza y observar la fidelidad con que los “estoriadores” de Alfonso X reproducen la fabulación de este estimado poema docto, mientras desconfían de las más fidedignas tradiciones conservadas por los juglares épicos. Pensar que un creador de cantares de gesta pudiera acudir a los archivos monacales en busca de personajes y detalles que dieran color de época a sus reconstrucciones históricas, cuando ni siquiera a fines del s. XIII los grandes compiladores de historia alfonsíes incorporaron el testimonio de los documentos al de las fuentes historiográficas (cronísticas y analísticas) que utilizaban, es, por otra parte, una hipótesis realmente inservible.

 38 Si los auditores de la historia narrada desconocían los pormenores históricos que el poeta aportaba, la incorporación a la gesta de esos componentes, innecesarios para el desarrollo poético del tema, ninguna función podía tener: la trabajosa investigación de datos en oscuros documentos, archivados con otros propósitos, que hubiera necesitado acometer el autor para encontrarlos, ni añadía credibilidad al texto producido, ni color de época, ni interés adicional alguno a su obra en el contexto cultural en que la producía. Si están en el poema es porque la memoria histórica se los había impuesto al poeta como precisiones naturales del relato y en el curso de la transmisión del poema no se omitieron.

 39 El coste del pergamino era tan elevado como para justificar la costumbre de utilizar los espacios libres de los códices para redactar o copiar anales o la de borrar escritura para tener donde redactar un texto nuevo (palimpsestos).

40 En consecuencia, pretender, como hace Pellen (1980-1983. secc. 3ª, págs. 93-94), que si el Mio Cid hubiera sido compuesto en torno a 1140 debería ofrecer en su vocabulario las formas latinizantes de las palabras atestiguadas por los escritos en latín redactados por esas fechas es un completo absurdo, ya que nadie hablaba en el s. XII de esa forma. Puesto que el manuscrito cidiano llegado hasta nosotros fue materialmente escrito en el s. XIV, únicamente por fidelidad de la copia a un prototipo anterior igualmente escrito pudieron sobrevivir en él algunas formas que resultaban arcaicas para el lenguaje del s. XIV en que se copió.

 41 Menéndez Pidal (desde 1929-30; pero véase mejor 1971, págs. 528-535) llegó a considerar históricos en el poema épico de Los infantes de Salas no sólo buena parte de los personajes y el trasfondo geo-político de la gesta (documentalmente confirmados), sino los sucesos mismos de la embajada de Gonzalo Gustioz a Córdoba y de la muerte de los infantes en Almenar, identificándolos con una determinada circunstancia histórica del año 974 (sobre la cual nos informa Ibn Hayyan en su al-Muqtabis), circunstancia en la que se dio la misma extraña situación a que hace referencia la gesta: mientras unos embajadores castellanos negocian ciertos tratos de paz en Córdoba, el Conde de Castilla Garci Fernández organiza una correría por tierras del alto Duero (ataque a Deza); el Califa, indignado, apresa a los embajadores, sin respetar su inmunidad.

 42 Alternativa digna de tenerse en cuenta. Ruiz Asencio (1969), convencido de “la esencial historicidad de la épica española” (pág. 51), cree, más allá de lo que pueda nunca defender un filólogo con formación literaria, que los detalles de la fabula tuvieron que darse en la historia, por lo que considera insatisfactorias las semejanzas entre los dos sucesos emparejados por Menéndez Pidal y supone que “los reales acontecimientos que dieron base al surgimiento del canto épico hubieron de suceder en torno al año 990” (pág. 37). No creo que en la ficción de un poema haya jamás que buscar “los reales acontecimientos” de una época; conformémonos con que nos revele sus pasiones y nos transmita una imagen de la vida de esa época.

 43 Entwistle no considera necesaria la historicidad de los sucesos contados por la gesta; lo importante del testimonio de Ibn Hayyan es que “prueba, sí, como lo hace la restante evidencia histórica, que esta suerte de aventura relatada por el poeta épico era posible en los años 972-975 e imposible después de 977. En qué fecha cesaría de ser concebible es más dudoso, pero la situación difícilmente pudo ser concebida en esos términos más allá de la memoria viva de la era de convivencia representada por Galib” (ingl., pág. 117). Es esta historicidad de fondo la que confiere un valor histórico al relato épico, no el que hubieran ocurrido los sucesos puntuales contados en el drama, como se obsesionan en defender o combatir los “historiadores” de oficio, creyentes en que hay “hechos” autónomos respecto a los relatos en que alguien (antiguo o moderno) les da sentido.

 44 La afirmación “Pudo haber otros cantares de gesta en el siglo XI, como el Romanz del infante García, pero no parecen haber sido relevantes” (ingl., Entwistle, 1947-48, pág. 118) es, claramente, una valoración comparativa completamente gratuita puesto que no podemos leer esas obras, ni, por lo tanto, evaluar su mayor o menor “relevancia” artístico-literaria.

 45 Aunque la Europa de las naciones comienza a adquirir su esencial estructura y a calar en la conciencia comunal de los pueblos europeos a finales del s. XIV y durante el s. XV, manifestándose en toda clase de escritos, alcanza su pleno desarrollo en el s. XIX, siglo en que tienen su punto de partida los estudios de la epopeya continuados hasta nuestros días. El nacionalismo ha dejado su huella imborrable en la crítica, sin que todavía haya sido posible superar esa herencia, ya que la especialización creciente de los estudios humanísticos hace difícil a la investigación de hoy en día abordar de primera mano, sin apoyarse excesiva mente en “autoridades” (pasadas o actuales), el conjunto de problemas que exigiría el estudio de los orígenes de la épica medieval europea.

 46 Pese a que Richthofen (1944, págs. 140-141) llegue a considerar que su origen germánico es perfectamente “demostrable”.

 47 La leyenda trata de explicar por qué los defensores hispanos de la comarca de Orihuela obtuvieron el año 713 unas capitulaciones más ventajosas que el resto de los territorios del reino visigodo. Ya Dozy (1860, vol. I, pág. 56, n. 3) notó el paralelismo existente entre la estratagema usada, según la leyenda, por los defensores de Teodomir, colocando mujeres vestidas de hombre en las murallas, y la relatada por al-Tabarī referente a la defensa y rendición pactada de la fortaleza beduina de Haŷr en Yamama.

 48 Proceso del que nos faltan testimonios paralelos para poderlo considerar como hipótesis probable. Claro está que mi escepticismo nada tiene que ver con la “razón” alegada por Millet, 1998, pág. 125, para negar que el romance de Gaiferos derive tradicionalmente de un poema épico altomedieval: la de que “el poema épico es, por definición (sic), un texto escrito y culto, enmarcado en la cultura clerical”, que “vive como texto fijado”.

 49 Desde tiempos de T. Mommsen y su edición de Jordanes (1882) la crítica ha entendido que el episodio se refería a los Gothi, aunque gramaticalmente pueda considerarse adscribible a los Hunuguri (de quien incidentalmente habla Jordanes inmediatamente antes). El problema ha sido discutido por N. Wagner (1967, cap. II: “Goten in Britannien. Zum Motiv des Loskaufs eines Volkes und Preis eines Pferdes”), quien no deja de aceptar, finalmente, la lectura de Mommsen pensando que el párrafo vuelve al tema de las distintas moradas de los godos. Harvey (1976), por el contrario, considera significativo el hecho, notado por Wagner, de que entre los húngaros son corrientes relatos según los cuales la Baja Panonia fue obtenida por el coste de un solo semental sin embridar o, en una variante anterior, por doce sementales, camellos y esclavos.

 50 A la documentación conocida en 1910 por Menéndez Pidal sobre esta costumbre de entregar un caballo a cambio de propiedades donadas pueden añadirse los documentos nos 20, 23, 54, 56 y 57 de Irache, ed. Lacarra, vol. I, publicados en 1965. Es cierto que en algunos casos el precio del caballo recibido a cambio de la donación (500 sueldos) no es tan desigual como en otros ejemplos de roboratio.

 51 Como la aparición del ángel Gabriel, enviado por Dios a confortar a un elegido (Galmés, 1978, págs. 118-122).

 52 Es el caso de los nombres de las espadas de Roland (Durandal) y Turpin (Almace), con etimología probablemente árabe (Galmés, 1972; 1978, págs. 64-67; 1999, págs. 227-238); o del modo de interpretar el vuelo de las aves por el poeta del Mio Cid (vv. 10-14) y el de Infantes de Salas (texto en R. Menéndez Pidal, 1951a, pág. 237), que responden al saber de los adalides islámicos (Galmés, 1978, págs. 123-130; 1999, págs. 185-187); o el motivo mítico-heróico de la sumisión del león a la fuerza o voluntad de un héroe, claramente importado del Medio Oriente (Galmés, 1982; 1999, págs. 257-293); o, desde luego, el de la noción de “guerra santa” (Américo Castro, 1954, págs. 217-218; Galmés, 1975, págs. 362-369). El trasvase de elementos ideológicos de uno a otro mundo, aun siendo patente, no resulta fácilmente inscribible en la historia particular de un género literario: sirva de ejemplo la adaptación de la anécdota pseudo-histórica del caudillo que hace detener varios días su ejército para cumplir con las leyes de la hospitalidad respecto a un ave migratoria que ha anidado en su tienda (anécdota atribuida a ᶜAmr ibn al-ᶜAṣ por el geógrafo Yāqūt y a Jaime I de Aragón por su Crónica, Armistead, 1990, reed. 1993).

ÍNDICE DEL CAPÍTULO I: TEMA I: LA ÉPICA EN LENGUA VULGAR AL SUR DE LOS PIRINEOS. TESTIMONIOS DEL SIGLO XIII

* 1. LA ÉPICA ESPAÑOLA. NUEVA DOCUMENTACIÓN Y NUEVA EVALUACIÓN (I)
* 2. EL TESTIMONIO ALFONSÍ. TEMAS CAROLINGIOS DE LA ÉPICA HISPANA
* 3. EL TESTIMONIO ALFONSÍ. TEMAS ESPAÑOLES DE LA ÉPICA HISPANA
*
4. EVALUACIÓN DEL TESTIMONIO ALFONSÍ
* 5. HUELLAS DE LA ÉPICA EN LOS DOS GRANDES HISTORIADORES LATINOS DE LA PRIMERA MITAD DEL S. XIII: EL ARZOBISPO DON RODRIGO Y DON LUCAS.
* 6. EL TESTIMONIO DE FRAY JUAN GIL DE ZAMORA: VERSIONES VARIAS DE UNA MISMA GESTA EN EL S. XIII
* 7. OTROS TESTIMONIOS DEL S. XIII. LOS POEMAS EN ROMANCE DEL MESTER DE CLERECÍA Y UNA CRÓNICA LOCAL
* 8. EVALUACIÓN DE LOS TESTIMONIOS DEL S. XIII COMPLEMENTARIOS DEL TESTIMONIO ALFONSÍ.
* 9. LAS COPIAS POÉTICAS TARDO-MEDIEVALES DE CANTARES DE GESTA A LA LUZ DE LOS TESTIMONIOS INDIRECTOS DEL S. XIII SOBRE LA EPOPEYA.

CAPÍTULO II: TEMA II: TESTIMONIOS DE LA POESÍA ÉPICA AL SUR DE LOS PIRINEOS ANTERIORES AL SIGLO XIII

* 10 II TESTIMONIOS DE LA POESÍA ÉPICA AL SUR DE LOS PIRINEOS ANTERIORES AL SIGLO XIII
* 11 2. LA HISTORIOGRAFÍA EN LATÍN EN EL ÚLTIMO CUARTO DEL SIGLO XII Y LA ÉPICA ORAL: LA HISTORIA DE CASTILLA EN LA CHRONICA NAIARENSIS.

*
12 3. ¿ALCANZÓ LA HISTORIOGRAFÍA ÁRABE DE LA PRIMERA MITAD DEL S. XII A CONOCER UN CANTO ÉPICO CASTELLANO?
*
13 4. LA ÉPICA CASTELLANA Y LA ÉPICA FRANCA EN LA ESPAÑA DE ALFONSO VII
* 14 5. LA PRESENCIA AL SUR DE LOS PIRINEOS DE LAS GESTAS FRANCESAS A MEDIADOS DEL S. XII Y LA TRADICIÓN ÉPICA DEL MEDIODÍA EUROPEO
*
15 6. LA GESTA DEI PER FRANCOS EN COMPOSTELA: EL IACOBUS.
*
16 7. LA ÉPICA CAROLINGIA AL SUR DE LOS PIRINEOS A PRINCIPIOS DEL S. XII

* 17 8. LA ÉPICA CAROLINGIA AL SUR DE LOS PIRINEOS EN EL S. XI.
*
18 9. EVALUACIÓN SUMARIA DE LOS TESTIMONIOS DE LOS SIGLOS XI Y XII.

CAPÍTULO III: TEMA III: LOS TESTIMONIOS POST-ALFONSÍES DE LA CONTINUIDAD DE LA EPOPEYA

* 19  III LOS TESTIMONIOS POST-ALFONSÍES DE LA CONTINUIDAD DE LA EPOPEYA
* 20 2. LA CRÓNICA DE CASTILLA SE HACE CIDIANA: LAS “ENFANCES” DE RODRIGO
*
21 3. LA CRÓNICA FRAGMENTARIA Y LAS LEYENDAS CAROLINGIAS.
* 22 4. LA OBRA HISTORIAL DEL CONDE DON PEDRO DE BARCELOS Y LA EPOPEYA

* 23 5. LA HISTORIOGRAFÍA POSTERIOR A 1344 Y LA SOBREVIVENCIA DE LOS CANTARES DE GESTA.
*
24  6. EVALUACIÓN SUMARIA DE LOS TESTIMONIOS TARDO-MEDIEVALES ACERCA DE LA LONGEVIDAD DE LA POESÍA ÉPICA

CAPÍTULO IV: TEMA IV: LA ÉPICA MEDIEVAL ESPAÑOLA Y ROMÁNICA. LA HERENCIA DE UNA ORALIDAD PRIMITIVA

* 25 1. ÉPICA DE ORÍGENES ORALES Y ÉPICA CULTA
* 26
2.LOS MODELOS CONTEMPORÁNEOS DE POESÍA NARRATIVA ORAL Y LA ÉPICA MEDIEVAL
* 27 3. EL MODO DRAMÁTICO DE LA NARRACIÓN ÉPICA
* 28 4. EL MOLDE PROSÓDICO Y LA GENERACIÓN DEL DISCURSO ÉPICO
* 29 5. LO FORMULARIO ÉPICO Y LA CREACIÓN ORAL
* 30 6. CREACIÓN Y REFUNDICIÓN
* 31 7. LA ETAPA ÁGRAFA DE LA PRODUCCIÓN ÉPICA. RAÍCES DEL GÉNERO.
* 32 8. LA ESCUELA ÉPICA ESPAÑOLA

* 33 9. CARACTERES DE LA ÉPICA ESPAÑOLA. LA VERSIFICACIÓN.
* 34 10. CARACTERES DE LA ÉPICA ESPAÑOLA. TEMAS Y CONTENIDOS IDEOLÓGICOS
* 35 11. LA INTEGRACIÓN DE LA TEMÁTICA CAROLINGIA EN LA TRADICIÓN ÉPICA ESPAÑOLA

CAPÍTULO V: TEMA V: EL MIO CID

* 36 1. EL MANUSCRITO DE VIVAR Y LA GESTA
* 37 2. EL MIO CID, GESTA CABEZA DE SERIE

* 38 3. EL POETA DEL “MIO CID” ANTE LAS CONVENCIONES FORMALES DEL GÉNERO
* 39 4. EL POETA DEL “MIO CID” ANTE LAS CONVENCIONES TEMÁTICAS DEL GÉNERO

* 40 5. EL POETA DEL “MIO CID” ANTE LA MEMORIA DE LAS GESTAS HISTÓRICAS DE RODRIGO
* 41 6. LA “PASIÓN” COMO FUERZA REESTRUCTURADORA DE LA HISTORIA. INTENCIONALIDAD POLÍTICA DEL CANTO ÉPICO
* 42 7. ¿DESDE CUÁNDO SE CANTÓ EL MIO CID?

CAPÍTULO VI: TEMA VI. FORMACIÓN Y DESARROLLO DEL CICLO CIDIANO

* 43 1. LA CREACIÓN DEL PERSONAJE LITERARIO. EL MIO CID Y LAS PARTICIONES DEL REY DON FERNANDO
* 44 2. LAS RECREACIONES JUGLARESCAS Y EL PASADO DE RODRIGO

Diseño gráfico:

La Garduña ilustrada

Imagen de portada: Caza a caballo. Artesonado de la catedral de Teruel, s.XIV. 

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