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Obras de Diego Catalán

I REALIDAD HISTÓRICA Y LEYENDA EN LA FIGURA DEL CID (5)

e. El Soberbio Castellano

      Aunque Las particiones del rey don Fernando empezaran a dotar al Rodrigo Díaz histórico-literario de un pasado —crianza en Zamora en hermandad con la infanta doña Urraca y los hijos de Arias Gonzalo, participación en el cerco de Coimbra donde sería armado caballero por el rey don Fernando 25— tales «datos» sólo eran en esa gesta suministrados como alusiones a tiempos lejanos, anteriores a las acciones objeto de narración. Para que el héroe tuviera unas Mocedades hubo que esperar más tiempo.
      Fue un juglar de la épica «tardía», aunque no tan «tardía» como suele creerse pues el poema existía ya a fines del s. XIII, quien acudió a satisfacer la curiosidad de un auditorio que, al igual que en tantos otros casos, quería saber cómo un personaje tan excepcional se había desarrollado, qué signos preludiaban su destino a ser un héroe 26.
      La crítica no ha sido generosa con el poeta inventor de las Mocedades de Rodrigo; sin duda, por echar de menos en el poema los «valores» propios de la «edad heroica» presentes en las gestas anteriores, pero también por confundir el poema original con una u otra de las dos manifestaciones concretas a través de las cuales lo conocemos: la crónica rimada llamada el Rodrigo, adaptación hecha en el s. XV, o el arreglo historiográfico de la información de procedencia épica hecho por la Crónica de Castilla. Pero la fábula ideada por el creador de las Mocedades de Rodrigo y la nueva personalidad del héroe que forjó ese juglar de fines del s. XIII hemos de reconocer que tienen un gran atractivo; tan grande, que no sólo lograron imponerse en los últimos siglos medievales, sino que conformaron la imagen del Cid renacentista, ya que el héroe vino a serlo nacional en su cualificación de «el Soberbio Castellano».
      En las Mocedades de Rodrigo el Cid sigue teniendo o tiene ya (si en vez de a la cronología de las obras nos atenemos al orden biográfico) los títulos necesarios para ser considerado el «vasallo» modelo. Pero ahora, de forma aún más paradójica que en las gestas anteriores, Rodrigo alcanza y cumple ese papel, no ya mostrando una lealtad sin tacha frente a reyes que, llevados de sus pasiones, incumplen temporalmente sus deberes señoriales (como en el Mio Cid y en La particiones), sino negando el besamanos de vasallaje al rey hasta que ese rey se hace digno de tenerle a él como vasallo:

Dixo estonce Rodrigo:     —¡Querría más un clavo
que vos seades mi señor    nin yo vuestro vassallo!
Porque os la bessó mi padre    soy yo mal amanzellado,

y, después que él, por su parte, ha mostrado ante todos su indisputable superioridad como guerrero, como héroe invencible capaz de encargarse de las más temerarias empresas para la gloria de su rey. Es esa la razón que le lleva a jurar, al ser forzadamente desposado con Ximena:

—Señor, vos me desposastes     más a mi pessar que de grado,
mas prométolo a Christus     que vos non besse la mano
nin me vea con ella     en yermo nin en poblado
fasta que venza cinco lides     en buena lid en campo;

y, en efecto, sólo besará al rey la mano y será su vasallo cuando don Fernando reciba del apóstol Santiago regia caballería y él haya, al fin, consumado su matrimonio con Ximena tras haber vencido las cinco lides del juramento.
      El famoso tema del casamiento de Ximena con aquel que mató a su padre, que tanto éxito post-medieval tuvo, no nació como un drama en que el amor y el odio luchen en el ánimo de unos personajes desgarrados por conflictivas pasiones, sino como «fazaña» ante un conflicto de derecho. Ximena resuelve el dilema político que al rey se le plantea cuando, como huérfana sin otro amparo que el que por derecho tiene que darle el rey, se querella ante la corte de don Fernando y éste teme que, en caso de castigar la muerte del conde don Gómez de Gormaz, se le alcen los castellanos. La exigencia de la menor de las hijas de don Gómez de que el rey dé reparo a su horfandad obligando al matador a suplir como varón el papel protector del padre muerto es una fórmula de derecho tan válida como el exigir de un forzador de una doncella que repare la violación con el matrimonio. Sólo a Diego Laínez le sorprenderá el hecho de que, puesta frente a Rodrigo doña Ximena por el rey,

ella tendió los ojos     et comenzó de catarlo:
—Señor, muchas mercedes,     ca éste es el que yo demando;

y Rodrigo tendrá razón al afirmar que acepta «mas amidos que de grado» la reparación que el rey le impone del daño hecho a Ximena por haber matado a un enemigo en buena lid campal, esto es que se desposa con ella por imperativos de derecho.
      El vuelco dado a la personalidad del Cid por el poeta de las Mocedades no puede ser más extremoso. Ni la mesura, ni el rechazo de cualquier género de jactancia, ni la prudencia, ni las artes y engaños tácticos en la guerra, ni el paternal afecto a los que forman su mesnada, ni el amor, son «virtudes» que sean tenidas como propias de un héroe; sólo cuenta el arrojo temerario, la arrogancia sin límites, el desprecio a cualquier ley, norma o autoridad que interfiera en el desarrollo de los propósitos o decisiones del individuo indómito.
     Tres rasgos definitorios del viejo Cid épico sobreviven, sin embargo, en el «Soberbio Castellano» de las Mocedades: su generosidad ante los vencidos o inermes, su sentido del humor (aunque sin la finura que tenía en el Mio Cid) y su condición social de simple caballero que reclama para los escalones bajos de la nobleza, los hidalgos, el respeto merecido a su demostrada superioridad en armas y conducta respecto a los condes y grandes señores de solares conocidos. En este aspecto, las Mocedades no sólo heredan el antagonismo clasista del Mio Cid, sino que extreman el contraste, aprovechando de forma nueva la leyenda de Los alcaldes de Castilla. Rodrigo, al ir a enfrentarse con los poderes de Francia como adelantado del rey don Fernando, carece de pendón y se lo fabrica harpando su propio manto; con esa enseña, de la cual hace entrega a su sobrino Pero Mudo, a quien se supone ahora de origen bastardo, pobre y hambriento, vence al Conde de Saboya, jactándose (aunque juegue con el sentido metafórico de las palabras) de que su padre vendió paño en las ruas de Burgos y de ser nieto del alcalde «cibdadano», esto es burgués, Laín Calvo quien, junto al noble Nuño Rasura, gobernaron Castilla en libertad.
      En las Mocedades, el hidalgo de raíces burguesas, ante cuyo valor e insolencia se tornan complacientes el rey de Francia, el Emperador de Alemania y el Papa acorralados por él en París, se agiganta de tal forma que la grandeza del buen rey don Fernando es, en realidad, tan sólo reflejo de la suya. Es, no más, fruto de la promesa que el rey le hace de «te non salir de mandado», de cumplir en todo momento los consejos de «el Soberbio Castellano», pues

 aquel español que allí vedes en todo es el diablo,

conforme advertirá el conde saboyano a los doce pares de Francia. Esta definición, la de que más bien que un hombre, es «figura de pecado», «diablo», repetida en boca de diversos personajes, se convierte en la gesta en la mayor alabanza del joven Rodrigo, en la que resume su personalidad heroica.
      La crítica, inatenta a los criterios que rigen la composición de la Crónica de Castilla, se desorientó al creer que esta nueva personalidad del Cid no era original en la gesta sino resultado de una refundición. Pero un mejor conocimiento del modus operandi del formador de esa crónica me permite hoy afirmar que la estructura de la gesta y la concepción del personaje Rodrigo en las Mocedades de fines del s. XIII eran muy similares ya a las que nos da a conocer el poema del s. XV, aunque esta versión posterior quinientista se aparte del modo narrativo clásico propio de los grandes poemas de los siglos XII y XIII al introducir un ritmo acelerado en la presentación de las escenas épicas.

Diego Catalán, "El Cid en la historia y sus inventores."(2002)

NOTAS

25 [Véase adelante, cap. VI, § d].

26 [Sobre la gesta de las Mocedades de Rodrigo y el modo deficiente en que la conocemos, véase Catalán, La épica española (2000), caps. V, §§ 3-5 y III, §§ 2b-e y 5d; y aquí adelante cap. VI, §§ e-g].

Índice de capítulos:

* PRESENTACIÓN

* I REALIDAD HISTÓRICA Y LEYENDA EN LA FIGURA DEL CID (1)
   a. La realidad se forja en los relatos

* I REALIDAD HISTÓRICA Y LEYENDA EN LA FIGURA DEL CID (2)
    b. Rodrigo, Campeador invicto para sus coetáneos

* I REALIDAD HISTÓRICA Y LEYENDA EN LA FIGURA DEL CID (3)
   c. Del Campeador al Mio Cid. Los nietos del Cid y la herencia cidiana

* I REALIDAD HISTÓRICA Y LEYENDA EN LA FIGURA DEL CID (4)
   d. Rodrigo, el vasallo leal, a prueba

* I REALIDAD HISTÓRICA Y LEYENDA EN LA FIGURA DEL CID (5)
   e. El Soberbio Castellano

* I REALIDAD HISTÓRICA Y LEYENDA EN LA FIGURA DEL CID (6)
   f. El Cid se adueña de la Historia y la Historia anquilosa la figura del  Cid

* I REALIDAD HISTÓRICA Y LEYENDA EN LA FIGURA DEL CID (7)
   g. El Cid del Romancero salva al personaje literario del corsé historiográfico

* II EL «IHANTE» QUE QUEMÓ LA MEZQUITA DE ELVIRA Y LA CRISIS DE NAVARRA EN EL SIGLO XI

*  III LA NAVARRA NAJERENSE Y SU FRONTERA CON AL-ANDALUS

*   IV EL MIO CID Y SU INTENCIONALIDAD HISTÓRICA

V EL MIO CID DE ALFONSO X Y EL DEL PSEUDO IBN AL-FARAŶ

VI RODRIGO EN LA CRÓNICA DE CASTILLA. MONARQUÍA ARISTOCRÁTICA Y MANIPULACIÓN DE LAS FUENTES POR LA HISTORIA

* VII LA HISTORIA NACIONAL ANTE EL CID

* APÉNDICE I.  SOBRE LA FECHA DE LA HISTORIA RODERICI

* APÉNDICE II. SOBRE LA FECHA DE LA CHRONICA NAIARENSIS

* ÍNDICE DE REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS (Y CLAVE DE SIGLAS)

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