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Obras de Diego Catalán

VII LA HISTORIA NACIONAL ANTE EL CID

    

VII LA HISTORIA NACIONAL ANTE EL CID

     

a. La Historiografía medieval, campo de estudio autónomo

     
Con la tardía implantación en la España de fines del s. XIX de la Filología, ciencia humanística puntera del pasado siglo, la Historiografía medieval en lengua romance que tuvo su punto de partida y su base conceptual y textual en la Estoria de España de Alfonso X quedó constituida como un campo de estudio.
      Pero ese campo de estudio tuvo, entonces y durante largo tiempo, un carácter ancilar respecto a los conocimientos sobre un género literario que las «naciones» de la Europa occidental consideraban, por entonces, de primordial interés: el de las chansons o cantares de gesta, identificadas como productos literarios hermanos de la Epopeya homérica y reveladores de la idiosincrasia de cada «pueblo», de cada «nación» surgida del tronco indoeuropeo. La revalorización romántica de las Epopeyas nacionales resistió el rigor crítico del Positivismo, amparada en el convencimiento generalizado de que los «pueblos», como las personas, mantienen su genio y figura desde la cuna a la sepultura.
      Dado que en España sólo sobrevivía un manuscrito poético de los viejos «cantares de gesta», el del Mio Cid copiado para el concejo de Vivar, la erudición filológica acudió a las «Crónicas generales de España» para reconstruir el corpus de la poesía heroica nacional, ya que esas historias constituían una suerte de relicarios donde se conservaban los restos de diversos poemas pertenecientes a ese género de la poesía heroica casi perdido. Menéndez Pidal, siguiendo las huellas de la obra pionera de Milà i Fontanals, procedió, por esa razón, al examen sistemático de cuantos manuscritos cronísticos dispersos por diversas bibliotecas de España y el extranjero tuvo conocimiento, dispuesto a clarificar cómo se había diversificado textualmente la Estoria de España alfonsí y poder así entender la evolución de las leyendas heroicas que habían hallado acogida en los relatos históricos de las sucesivas crónicas. Por otra parte, al interesarse, simultáneamente, en poner en relación el Rodrigo Díaz de Vivar poético, del Mio Cid, con aquel que vivió en el s. XI, revalorizó la traducción de la historia de Valencia de Ibn ‘Alqama que los manuscritos cronísticos encerraban, ya que en su original árabe esa inestimable historia contemporánea de los acontecimientos narrados sólo se conserva en forma fragmentaria.
      Hoy, a fines del s. XX y principios del s. XXI, la Historiografía medieval en romance anterior al s. XV ha logrado constituirse en campo de estudio, cultural y literario, autónomo, liberándose de su anterior dependencia de los estudios «épicos» y de los estudios «históricos». Gracias a ello, últimamente nuestros conocimientos acerca del género son muy superiores a los que tenían (y tienen) los historiadores de la literatura y de la política medievales que utilizaban (y utilizan) las crónicas como meras «fuentes» de conocimiento de textos perdidos y de hechos no documentables por medio de otros testimonios escritos. Gracias a ello la Historiografía está, según creo, en condiciones de ayudar a renovar el campo de estudio de la Epopeya, frente al reiterado pietiner sur place de unos especialistas empecinados, durante la mayor parte del siglo XX, en una desesperante repetición (aunque con discurso variado) de opiniones más o menos irreconciliables acerca de un contado número de temas que va siendo hora de archivar. La renovación de los conocimientos sobre la Historiografía abre para la Épica nuevos «frentes» de investigación positiva.

b. Alfonso el Sabio acepta la «vox populi». El Cid consagrado como el héroe nacional por excelencia

      Contra la opinión y la práctica de los historiadores en lengua latina que le proporcionaron la armazón de su Estoria de España, Alfonso X consideró materia de conocimiento «todos los fechos» ocurridos en la Península y no sólo los protagonizados por la línea de reyes gobernantes. De acuerdo con esa nueva concepción de la Historia, incorporó a su Estoria de España todo cuanto pudo saber de un simple infanzón del pequeño lugar de Vivar, en las cercanías de Burgos: Rodrigo Díaz. Ciertamente, la fama de este hidalgo, perteneciente a la baja nobleza castellana, venía de atrás. La capacidad de crear y mantener en el Levante español un señorío feudal, sin el apoyo y, a veces, con la enemiga de su rey y señor natural y de los grandes señores pirenaicos, y de impedir mientras vivió la incorporación de las taifas levantinas al gran movimiento de renacimiento del Islam occidental impulsado por los invencibles ejércitos lamtuníes del Emir de los Creyentes habían convertido a Rodrigo, en sus días y en los decenios de decadencia del Imperio de las dos Religiones del viejo rey don Alfonso, en figura admirable, tanto entre sus enemigos (musulmanes o cristianos), como entre los que en la Extremadura castellana del Duero y en las tierras pirenaicas veían en él un modelo a imitar. La exaltación de los hechos del Campeador había dado lugar a algo insólito: las fuentes escritas, de carácter historiográfico, referentes a Rodrigo Díaz que pudieron consultar Alfonso X y sus colaboradores en torno a 1270 y, de nuevo, entre 1282 y 1284 resultaban ser más extensas y ricas en detalles que las que habían podido reunir acerca de los reyes en cuyo tiempo vivió el infanzón de Vivar; por otra parte, esas fuentes no permitían a los historiadores regios tener una visión desfavorable de Rodrigo Díaz, por más que el infanzón hubiera sido, en ocasiones varias, objeto de la «ira» del rey. Aún más, Alfonso X y sus historiadores elaboraron y reelaboraron su Estoria de España sujetos ya no sólo a los contenidos narrativos de esas fuentes cidianas latinas y árabes sino al prejuicio, universalmente asentado, de que ese personaje de rango secundario era un héroe nacional, el héroe nacional por excelencia.

c. La fama de «El Campeador» y la creación de «Mio Cid»

      Si bien la fama de Rodrigo como «Campeador», como vencedor de lides campales y gran estratega, estaba establecida desde sus propios días en todo el Levante español, tanto entre cristianos (Carmen Campidoctoris, Historia Roderici) como entre musulmanes (Ibn ’Alqama, Ibn Bassām), esta elevación de su figura al elenco de los héroes «nacionales» no se había producido a causa de la escritura de los sabios, sino como resultado de la obra genial de un oscuro poeta en lengua vulgar, el cantor de la gesta de Mio Cid, y de la huella que este poema dejó en otros cantares de gesta que fueron completando la biografía literaria de «Mio Cid». Sin el éxito del primer poema vulgar a él dedicado, Rodrigo Díaz de Vivar, el Campeador, muy posiblemente no habría gozado de fama duradera fuera de la Extremadura navarro-castellana y de las tierras de Levante en que actuó.
      Cuando, pocos años antes de 1157, el poeta áulico de Alfonso VII autor del Carmen de expugnatione Almariae urbis, al hacer la alabanza de uno de los conquistadores de la ciudad, recuerda, a causa de su fama imperecedera, a su abuelo materno, «Alvarus ille Fannici» (Alvar Fáñez), no puede eludir el nombrar a su lado a «Rodericus Meo Cidi» y si reconoce, de paso, un tanto impertinentemente, la superioridad de mio Cid dentro de la pareja, ello se debe a que «cognitus omnibus est», de todos es conocido, un hecho que sabemos ser antihistórico e inventado por el autor de la gesta vulgar: la inseparabilidad de este par de héroes. Ese conocimiento universal de las hazañas de Rodrigo y de su segundo en armas y valor, a que el poeta latino alude, se debe, según él mismo dice, a que esas hazañas eran cantadas («de quo cantatur»), obviamente en romance vulgar, en la lengua de «todos».
      El inventor de la pareja épica Rodrigo-Alvaro, un poeta de San Esteban de Gormaz, vinculado a la familia de Diego Téllez, «el que de Albarfañez fo», gobernador de Sepúlveda (ciudad cuyo repoblamiento encabezó Alvar Fáñez), fue responsable de que el sobrenombre «Mio Cid», dado a Rodrigo el Campeador, se extendiera desde Navarra y Aragón por toda la España cristiana, y asimismo de que Castilla y León, y tras ellos Portugal, recordaran para siempre al infanzón de Vivar. La rápida expansión del mito cidiano a mediados del s. XII, que el Carmen de expugnatione Almariae nos evidencia, desde la Extremadura soriana y el Levante a las tierras centrales del reino castellano-leonés creo que tuvo lugar gracias a la ocasión elegida por el juglar del Mio Cid para presentar ante un auditorio su dramática historia de las hijas del Cid: las bodas de García Ramírez, el Restaurador de Navarra, hijo de una de ellas, con la «infantissa» Urraca, la hija del Emperador Alfonso VII engendrada en su mujer favorita, la concubina doña Gontroda, bodas celebradas el 19 de junio de 1144, que pusieron fin a la pretensión de Alfonso VII de acabar con el reino navarro y que convirtieron al Restaurador en vasallo y colaborador fiel del Emperador. En aquellas bodas, que se utilizaron para datar múltiples documentos castellano-leoneses y que con todo género de detalles describió la Chronica Adefonsi Imperatoris, sabemos que

‘rodeaban al tálamo multitud de juglares, dueñas ydoncellas, que tocaban órganos de mano, flautas, cedras, salterios y otros muchos instrumentos’.

      Y en ellas, sin duda, se debió de oír por vez primera, al son de la cedra con que se cantaban las gestas, la dramática historia de la madre del novio y de su hermana, las hijas del Cid, que el juglar extremadano, servidor de la casa navarra, remató oportunistamente haciendo notar el entronque de los descendientes navarros del Cid con el buen Emperador que esas bodas constituían:

Oy los rreyes d’España    sos parientes son.
A todos alcança ondra    por el que en buen ora naçió.

      Desde mediados del s. XII, en que empezó a ser oído por «todos» el canto en lengua vulgar de las hazañas cidianas, hasta que, c. 1270, Alfonso X y sus historiadores compilan las fuentes en que se basará la historia particular de los hechos de Rodrigo dentro de la historia de los reyes en cuyo tiempo vivió, habían transcurrido más de dos siglos; sin embargo, el poema en lengua romance seguía siendo accesible y Alfonso X no dudó en recurrir a él para complementar la información que le proporcionaban acerca de Rodrigo Díaz las fuentes en lengua latina y en lengua árabe.
      Si, a diferencia de lo ocurrido en relación con otros cantares de gesta que Alfonso X tuvo presentes, el Mio Cid nunca es citado en la Estoria de España cuando se utiliza su relato, ello se debe a la norma alfonsí, seguida a lo largo de toda la Estoria, de no citar la autoridad en que el texto se basa salvo en aquellos casos en que resulta necesario contraponer dos versiones no armonizables de los sucesos referidos o desautorizar un relato de cuya «verdad» se duda. Sin embargo, la lectura en la Estoria de España de los pasajes cronísticos fundamentados en la narración del Mio Cid permite asegurar que Alfonso X conoció el relato del poema en forma poética, ya que, cuando el detalle de lo narrado le parece de interés histórico, prosifica las laisses épicas verso a verso. Cuestión diferente es la de saber si conoció la narración en boca de juglares bajo la forma de «cantar» o en un manuscrito poético. Ciertos detalles me inclinan a preferir esta hipótesis e, incluso, a defender que la copia alfonsí del Mio Cid, aunque anterior a la conservada por el concejo de Vivar, se emparentaba con la conocida.
      Ahora bien, mucho antes de que la trasmisión del Mio Cid dependiera, en buena parte, de una sucesión de copias manuscritas, el éxito de la gesta cantada a mediados del s. XII se manifestó, no sólo en la universalización de la designación antonomástica de Rodrigo como «Mio Cid» o «El Cid» y en la exaltación de «Minaya» Alvar Fáñez como compañero inseparable de su tío, sino dando ser a un personaje literario representación del vasallo modelo, encarnación de lo que debieran ser los vínculos vasalláticos.Ese personaje es el que inmortalizó a Rodrigo Díaz, aunque las virtudes asignadas al modelo de vasallos variaran con el tiempo.

d. El Cid y la partición de España

      Ya en torno a 1185-1190 era conocida en Nájera, según nos muestra la Chronica naiarensis, otra gesta en que Rodrigo Díaz ocupaba el papel del vasallo modélico: Las particiones del rey don Fernando. En ella un Rodrigo más joven que aquel que en 1081 salió desterrado de Castilla y que, andado el tiempo, consiguió dar a sus hijas honrosos casamientos, debía destacarse como figura esencial, toda vez que, en el breve resumen del monje najerense, es el único personaje no perteneciente a la familia real del que se consigna el nombre (dejado aparte el inevitable traidor Vellido Adolfos que dio muerte al rey don Sancho). Rodrigo aparece, en la exposición analística najerense de la guerra sucesoria entre los hijos de Fernando I, en tres escenas, situadas en dos de los escenarios más decisivos de la guerra civil: Golpejera, donde el rey don Sancho hace prisionero a su hermano el rey don Alfonso y consigue reunir bajo su corona el reino paterno, y Zamora, cuando, ante sus muros, el rey don Sancho pierde ese reino junto con la vida. El detalle de la actuación de Rodrigo en esas tres escenas basta para mostrarnos que, en la gesta de Las particiones de mediados del s. XII, el Campeador constituía una especie de contramodelo del impetuoso y arrogante rey don Sancho el Fuerte, pues reunía en sí la cauta y mesurada prudencia del varón sabio, junto con el valor y arrojo del guerrero joven. Ciertamente, la historia de los años 1065-1072, que esa gesta dramatizaba, exigía la presencia de Rodrigo Díaz, ya que, como alférez o portaestandarte de don Sancho, fue pieza esencial en los éxitos militares del rey de Castilla, y hasta es posible que el carácter del joven Rodrigo de aquellos años reuniera las comentadas virtudes; pero es evidente que sólo una utilización literaria del personaje justifica el papel que, según nos deja entrever la Chronica naiarensis, se le asignaba en aquella gesta de Las particiones del rey don Fernando de mediados del s. XII: la de vasallo que da lecciones a su rey.
      Aunque en su exposición analística de los hechos, el monje de Nájera se desentendió de cualquier evaluación ético-jurídica de la historia, y, por lo tanto, sólo de forma indirecta pueda reconstruirse el sentido político-moral de la fábula épica, me parece claro que, en el poema subyacente, el rey don Sancho no era presentado como un rey modélico, sino como un rey fuerte pero violento, impulsivo y jactancioso, inclinado a aceptar aceleradamente consejos y dado a usar el engaño traicionero. No veo base alguna en el resumen latino de la Chronica naiarensis para considerarlo el héroe (héroe trágico) de la gesta. Tampoco descubro odio ninguno a la infanta doña Urraca: su negativa al trueque de Zamora por posesiones en la llanura es sabia y su resistencia al frente de los zamoranos ejemplar; la desesperada oferta de su cuerpo y posesiones a quien la libre del cerco, no obstante ser impúdica, es de un fuerte dramatismo pues está justificada por la desesperada situación de los cercados; en fin, su inducimiento, no explícito, a la traición de Vellido, no es condenable formalmente, que es lo que en derecho cuenta. Respecto al rey don Alfonso, nada se dice que pueda oponerse a que en la gesta primitiva tuviera ya el papel de hijo bendito de su padre, que aflorará en la refundición de Las particiones del s. XIII. Sobre los zamoranos cosa ninguna nos dice el resumen del monje najerense, quien ni siquiera nombra a Arias Gonzalo, cuya inexistencia en la gesta del siglo XII creo imposible aceptar. En suma, no hay elemento alguno en el relato najerense que confirme el prejuicio de la crítica cuando supone que el primitivo cantar comparte la posición política que se manifiesta en medios castellanos, a raíz de la muerte de Sancho II, tanto en el epitafio del rey don Sancho en Oña como en una apostilla escrita en Silos, donde se acusa sin rebozo a los triunfadores (Urraca y Alfonso) de fratricidas. La preocupación central de la gesta de Las particiones pudo ser, pues, desde un principio, como luego será patente en sus refundiciones mejor conocidas, la defensa de la «unidad» de España y la reconciliación de las varias «naciones» hispanas (gallegos, portugueses, leoneses, castellanos y navarros), que las «particiones» de los reinos tienden a enfrentar en desgarradoras contiendas fratricidas, según el premonitorio lamento de Arias Gonzalo, en presencia del rey Fernando moribundo, que Alfonso X recogió en estas palabras:

    «Bien se yo que la guerra que vos solíades dar a moros que se tornará agora sobre nos, e matarnos hemos parientes con parientes e asý seremos todos astragados los mesquinos d’España».

      Aunque ni el mensaje político ni la trama literaria de la gesta de Las particiones tal como se cantaban a mediados del s. XII se presenten nítidamente en los extractos de pasajes épicos incorporados por el monje najerense a su exposición analística, al menos, esos extractos nos permiten ver que el personaje Rodrigo Díaz de Vivar era ya referente ineludible en la historia del reino castellano-leonés nuevamente fragmentado a la muerte del emperador Alfonso VII (1157) por una nueva «partición» similar a la realizada por Fernando I; y que, al contar los hechos del Rodrigo Díaz de 1065-1072, el juglar épico concibió a ese personaje, no sólo recurriendo a la memoria histórica, sino, a lo que parece, a la figura inmortalizada por el otro juglar, el del Mio Cid, al presentar al joven alférez de don Sancho como varón prudente y mesurado en todo momento.
      El conocimiento de la gesta de Mio Cid por el creador del poema de Las particiones del rey don Fernando, que he creído poder percibir a través de los extractos najerenses, se torna evidencia cuando de las refundiciones de Las particiones conocidas en el s. XIII se trata. La atención que los historiadores prestan ahora al detalle de «los fechos» permite conocer el pormenor del contenido de la gesta y establecer claras dependencias entre una y otra obra juglaresca. Los resúmenes de Alfonso X (en torno a 1270 y entre 1282 y 1284) y de fray Juan Gil de Zamora (en torno a 1280) nos informan ahora ampliamente acerca de dos redacciones nuevas de Las particiones (similares entre sí, pero irreductibles a un solo modelo) en que, si bien se reelaboran ciertos componentes del relato conocido c. 1185-1190 por el monje de Nájera, perviven muchas escenas y pormenores ya existentes en la versión del siglo anterior.
      Con la gesta de Las particiones del rey don Fernando, indudablemente otra obra maestra de la Epopeya española, la dramatización de la vida de Rodrigo Díaz de Vivar cubre ya el largo periodo histórico que va desde 1065 a 1099. Pero, además, el refundidor del s. XIII (o, ¡quién sabe!, su antecesor del s. XII) inventa, en forma de alusiones al pasado destinadas a colocar a Rodrigo ante un nuevo conflicto de lealtades contrapuestas, unas mocedades del Cid: su crianza en Zamora en casa de Arias Gonzalo, junto a los numerosos hijos de don Arias y en hermandad con la infanta Urraca, la hija del rey don Fernando, de quien don Arias es «padre», esto es, ayo o tutor, y el amor que la infanta le tiene; su participación en la conquista de Coimbra, donde el rey le habría armado caballero. Se trata de episodios nunca narrados por gesta alguna, pero rememorados por los personajes que dialogan en tiempos posteriores.

e. Las mocedades épicas de Rodriguillo

      Aparte de estas referencias de Las particiones al pasado de los personajes que en la gesta actúan, el deseo de «conocer» al héroe en sus etapas primeras de la vida dio finalmente lugar, aún en el s. XIII, a que un juglar zamorano, sumamente inventivo y ya con muy confusas nociones históricas acerca de los tiempos en que sitúa la acción, creara una nueva gesta referente a Rodrigo en tiempos de Fernando I que vino a completar la biografía cidiana: las Mocedades de Rodrigo.
      En ella, el Cid sigue siendo el «vasallo» ejemplar y se hace patente el conocimiento tanto del Mio Cid como de Las particiones. Pero las «virtudes» que el nuevo poeta valora en Rodrigo al presentarlo como el «vasallo» dilecto de Fernando I no pueden ser más antagónicas respecto a las que tenía en el Mio Cid y en las Mocedades. El hidalgo castellano, que al ir a enfrentarse con los poderes de Francia carece de pendón y se lo fabrica harpando su propio manto, que se precia de ser nieto de Lain Calvo, alcalde «cibdadano», esto es, burgués, y que incluso se jacta (aunque juegue con el sentido metafórico de las palabras) de que su padre vendió paño en las rúas de Burgos, es por esencia «el Soberbio Castellano». Su encumbramiento a la posición de vasallo «modélico» es debido a su arrojo temerario, a su arrogancia sin límites, a su desprecio a cualquier ley o norma que interfiera en el desarrollo de la persona, a su insolencia por ser hombre que sólo de sí mismo depende y para quien no tienen valor alguno las jerarquías seglares o religiosas existentes sobre la tierra. El mayor elogio que el poeta concibe para su héroe es que los ajenos (como el Conde de Saboya) y los propios (incluso su rey don Fernando) le consideren no hombre, sino «pecado», «diablo». Es la soberbia de ese indómito vasallo lo que le agiganta en la concepción del juglar de las Mocedades, de forma que, al presentarse con su rey, ante el Papa, ante el Rey de Francia y ante el Emperador alemán (según versos heredados por el Rodrigo).

Non sabían quál era el rey     nin quál era el Castellano,
sinon quando descavalgó el rey     e al Papa besó la mano.

      Las lecciones que la realeza fue teniendo que aprender del leal vasallo Rodrigo Díaz de Vivar forjado por los juglares épicos fueron, ciertamente, variando según se pasaba del binomio Rodrigo-Alfonso, al de Rodrigo-Sancho y al de Rodrigo-Fernando. La fontecica crítica del «Dios qué buen vasallo si oviesse buen señor» del viejo poeta «estremadano» desemboca finalmente, con las Mocedades, en un mar inapeable para la Monarquía, de hondura tal que el Rey pierde pie en la Historia. En el nuevo poema, don Fernando «par de Emperador» es una marioneta en manos de su vasallo, en cuya gloria se asienta únicamente la de su Rey, aunque el Cid le haga cruzar los puertos de Aspa para afirmar sus derechos frente al Emperador, el Rey de Francia y el Papa.

f. La Historiografía ante los varios cides épicos. La «Estoria de España»

      Hasta aquí la tradición cantada. Pero volvamos a ver su influjo en la Historiografía.
      La historia poética de Rodrigo Díaz de Vivar había dejado ya algunas huellas en la historiografía pre-alfonsí; pero sólo a partir de la compilación c. 1270 de la Estoria de España de Alfonso X vino a ser parte esencial de la historia del reino castellanoleonés y, por ende, de España.
      La utilización como fuente histórica del Mio Cid no ofreció problemas a los historiadores alfonsíes dado que la pormenorizada exposición épica de los primeros pasos del desterrado hasta enfrentarse con el Conde de Barcelona en territorio musulmán, de que trata el Primer Cantar, podía considerarse complementaria de lo contado por la Historia Roderici; en el Segundo Cantar, que tiene como fondo histórico la conquista y defensa de Valencia, los episodios poéticos, al estar centrados en la gestación del conflicto intrafamiliar, no contradecían ni a la historia latina ni a la historia árabe en que Alfonso X se apoyaba, y, en fin, en el Tercer Cantar, ni Corpes, ni las Cortes de Toledo, ni la lid judicial de Carrión eran hechos desmentidos por los «sabios» historiadores en cuyo autorizado discurso se basaba la Estoria, aunque nada dijeran de todo aquello. La desorientación de la crítica moderna en la evaluación del Mio Cid que Alfonso X conoció se debe a la creencia en que el manuscrito artificioso E2 (= X-i-4 del Escorial), el volumen 2º de la llamada Primera crónica general, era unitario y no, como es, un códice facticio en que una Versión amplificada en 1289 de la Estoria ha sido interpolada con nueva escritura en el s. XIV, y al desconocimiento de que la Versión crítica de la Estoria de España (de la cual es copia parcial la llamada Crónica de veinte reyes) es, como la Versión concisa de c. 1270, obra alfonsí, elaborada entre 1282 y 1284 en los últimos años de la vida de Alfonso X confinado en Sevilla. Desde 1961 está claro que el poema prosificado por Alfonso X, tanto c. 1270 como c. 1283, es el mismísimo conservado en la copia sacada para el Concejo de Vivar, aunque es copia algo anterior (puesto que el de Vivar es de tiempos de Alfonso XI) y, a veces, mejor.
      Más conflictiva resultó para Alfonso X la gesta de Las particiones del rey don Fernando, ya que la versión épica del reparto de los reinos y la descripción de la muerte de Fernando I y del comienzo de la guerra entre sus hijos contrastaba abiertamente con lo que contaban «los maestros que las escripturas compusieron» en latín. Como notaron los propios compiladores de la Estoria, el pormenorizado relato de la gesta no recibía el apoyo ni de Rodrigo de Toledo, ni de Lucas de Túi, ni de Pedro Marco cardenal de Santiago, esto es, de la compilación de Pelayo de Oviedo (que Alfonso X atribuía íntegramente al Petrus Marcius canónigo o «cardenal» de la sede apostólica compostelana que transcribió los Votos de Santiago añadidos al códice pelagiano procedente del monasterio de Corias). Pero aunque el problema de armonizar las fuentes detuvo, por algún tiempo, la conclusión de la redacción de la Estoria de España en los capítulos finales del reinado de Fernando I y en el primer año del reinado de Sancho II (según pone de manifiesto la tradición manuscrita basada en la Versión concisa de c. 1270), finalmente optó (especialmente en la Versión crítica de 1282-84) por incluir los detalles de la gesta que juzgaba más objetables descalificándolos con frases como: «algunos dizen en sus cantares que (...), mas esto non lo fallamos en las estorias de los maestros (...) e, por ende, tenemos que non fue verdat», «mas todo esto non semeja palabra de creer», «e commo quier que esta sea la verdat que estos onrrados omnes dizen, fallamos en otros lugares e en el cantar que dizen del rey don Fernando que (...)»; «mas commo quier que en el cantar del rrey don Sancho diga que (...), fallamos en las estorias que (...), e esta es la verdat, mas porque Nos queremos contar aquí complidamente la estoria toda (...) así commo la cuentan los juglares (...)». Gracias a esta voluntad de contar todo de forma cumplida, completa, y de no esconder nada del relato propio de la fuente utilizada por más que se crea digno de poca fe, conocemos bien el contenido de Las particiones en estos trechos.
      De la gesta de las Mocedades de Rodrigo tengo por cierto que no hay huellas en ninguna de las versiones alfonsíes de la Estoria de España, a pesar de las opiniones de la crítica contrarias a esta afirmación. Los pormenores que se atribuyen al conocimiento de esta gesta, o bien tienen una fuente no épica, o bien son desarrollos de las alusiones a hechos del pasado nunca presentados escénicamente por gesta alguna, que figuran, como ingredientes argumentativos, en discursos de los personajes de la gesta de Las particiones del rey don Fernando. En fin, o Alfonso X desconoció las Mocedades o consideró esta gesta tardía fábula inútil para su Estoria.
      En conjunto, pues, lo narrado por las fuentes épicas cidianas no representó un problema grave a la hora de componer la Estoria de España. Tampoco lo fue para Alfonso X el desequilibrio textual resultante de la longitud y pormenorismo de la narración de los hechos del hidalgo de Vivar creada por la sucesiva utilización de Las particiones, la Historia Roderici, la historia de Valencia de Ibn ’Alqama y el Mio Cid en contraste con las más escuetas noticias proporcionadas por «los maestros que las escripturas compusieron» acerca de los reyes contemporáneos, ya que, como es bien sabido, la «arquitectura» de las obras medievales no tenía en cuenta el criterio de las proporciones de las partes y las digresiones no estaban limitadas por imposiciones de espacio.

 

g. La «Estoria caradignense del Cid» socava los cimientos de la «Estoria de España»

      Sin embargo, la biografía cidiana acabaría por desestabilizar la historia del reino castellano-leonés, e, incluso, por desencadenar un proceso que conduciría al desmantelamiento en la Historiografía de los principios que habían gobernado el gran esfuerzo científico del Rey Sabio; ante todo, del respeto a la verdad trabajosamente establecida por los sabios hombres que pusieron en escrito «los fechos que son passados para aver remembrança dellos como si entonces fuessen», como si ocurriesen en la actualidad vivida.
      Esta crisis del pensamiento histórico de Alfonso X no tuvo su origen en la utilización de las gestas como fuentes históricas, sino en el influjo que, en un determinado momento, vino a ejercer en la tradición textual de la Estoria de España una obra monacal que no compartía la fe alfonsí en el valor doctrinal y sapiencial de la verdad histórica: la *Estoria caradignense del Cid. Aunque no haya llegado a nosotros en forma autónoma, creo preciso detenerme un poco en su presentación, vista su importancia.
      El monasterio de Cardeña, que el Rodrigo Díaz y la Jimena históricos consideraron su santuario familiar, proporcionó al juglar del Mio Cid escenario, apenas comenzada su historia, para un acto definitorio de lo que iba a constituir el tema central de la gesta: la promesa de Rodrigo a la mujer y a las hijas aún niñas de que, a pesar de partir pobre al destierro, ganaría para ellas un solar familiar en el que casaría honrosamente «por sus manos» a esas sus hijas. Es una promesa que inicialmente el Cid incumple, por considerar obligación mayor a ella el sometimiento a la voluntad de su rey, y ese incumplimiento fatalmente desencadena el desastre familiar que culmina en la afrenta de Corpes, desastre sólo reparado mediante las segundas bodas de doña Elvira y doña Sol. Esta escena inicial de la despedida en Cardeña da unidad a los tres cantares de la gesta. Pero el juglar del Mio Cid, que despreciaba, por razones socio-políticas, a los ricos-hombres de Castilla y de la Tierra de Campos, ignoraba de ese monasterio incluso la fama de San Sisebuto, el muy prestigiado abad contemporáneo de Rodrigo, y tuvo que inventar un bonachón y servicial «abad don Sancho» para completar tan crucial escena.
      Pese a ese desconocimiento del cenobio por el juglar estremadano, andados los tiempos, los benditos monjes de Cardeña vendrían a descubrir, gracias a él, que su antiguo feligrés Rodrigo Díaz podía ser un «patrón» mucho más productivo que los descendientes de los antiguos enemigos del hidalgo de Vivar, los grandes señores de las comarcas de Nájera y Oca (Garci Ordóñez y Alvar Díaz), aunque esos descendientes siguieran detentando el poder y gozaran de la confianza regia en tiempos de Alfonso VII, Sancho III y la minoría de Alfonso VIII. Los monjes de Cardeña, pendientes de los intereses del cenobio, desarrollaron, en beneficio propio, una historia del Cid conductora, en su desenlace, a atraer el interés de sus receptores hacia un conjunto de «reliquias» cidianas mostrables en el ámbito del monasterio.
      La *Estoria del Cid escrita en Cardeña [no sabemos si en la redacción que conocemos o en otra previa] parece haber sido ya conocida de los historiadores alfonsíes. Al menos de los que entre 1282 y 1284 trabajaban en Sevilla en la Versión crítica, ya que en esta redacción de la Estoria de España, tras consignar, siguiendo al Liber regum refundido de c. 1220, la muerte del Cid en Valencia en mayo de 1099 y su enterramiento en San Pedro de Cardeña, se añade:

«E porque en la su Estoria se contiene de cómmo murió e lo que acaesció a la su muerte, por eso non lo pusimos aquí por non alongar esta estoria».

      Aunque según vemos no descalifiquen a la *Estoria del Cid como fuente historial, no se sintieron obligados, cosa extraña, a recoger su relato en la Estoria del reino.
      En cambio, el deseo de incorporar de alguna forma la *Estoria caradignense a la Estoria de España, creo que es la razón de que, en tiempo de Sancho IV, el manuscrito regio E2 (X-i-4 de El Escorial), que contiene la Versión retóricamente amplificada escrita en 1289 de la sección de la Estoria de España que se inicia en Ramiro I, dejara interrumpida la historia del Cid en Valencia con su ida a Zaragoza tras el cerco de Aledo por los almorávides y no continuara su labor sino mas allá de la muerte del Cid. Esta laguna parece indicar que la narración de los hechos heredada de la Versión concisa alfonsí (que aun recoge la Versión crítica, versión desconocida por los redactores de la Versión amplificada) no satisfacía ya a los amplificadores-refundidores que escribían para Sancho IV.
      Tiempo después, cuando a mediados del s. XIV, reinando Alfonso XI, se intentó completar aquella «laguna» histórica en el códice regio E2 interpolando en él el final de una historia del Cid, en vez de recurrir a la compilación alfonsí, se copió el relato de cierta Versión mixta en que, junto a la materia heredada de la compilación alfonsí, se daba ya entrada a la *Estoria caradignense del Cid. Gracias a la sobrevivencia de un manuscrito completo de esa Versión mixta (el ms. F), sabemos que esta crónica se iniciaba en Fernando I y ello explica la extemporánea numeración de capítulos que súbitamente aparece en el manuscrito facticio E2 tal como hoy se conserva.
      Según esta Versión mixta nos la da a conocer, la *Estoria caradignense del Cid contaba la conquista de Valencia por el Cid siguiendo a la letra, sin eliminar por completo el punto de vista musulmán, el relato árabe de Ibn ’Alqama [de forma similar a como utilizaba esa fuente Alfonso X en las dos redacciones de su Estoria de España]. Acabada la conquista, la historia continuaba con una narración de ascendencia épica que remonta al Mio Cid: después de utilizar la información de los vv. 1209 y 1220 del poema, la *Estoria seguía de corrido, desde la llegada del rey de Sevilla hasta la lid de Carrión, el relato poético. La historia cidiana se remataba con una exposición, inventada obviamente en el cenobio, referente a las postrimerías del Cid, a sus «reliquias» caradignenses y a la conversión al cristianismo del alfaquí al-Waqqaši, supuesto tío del supuesto autor de su Estoria, Ibn al-Faraŷ, el alguacil histórico del Cid en Valencia. Estos componentes tan dispares se sometieron a un malicioso y, a la vez, ingenuo proceso manipulador a fin de lograr convencer a los receptores del relato de la credibilidad y autenticidad de los sucesos narrados.
      Pese a las grandísimas diferencias existentes entre lo contado por esta *Estoria caradignense y los cantares de «Las bodas» y de «Corpes» del Mio Cid, he podido observar que, tanto en el uno como en el otro de estos cantares, el monje de Cardeña tuvo presente un texto poético que no difería del copiado para el concejo de Vivar y que conoció asimismo Alfonso X. No obstante, es demostrable que los redactores de la obra monacal y los historiadores alfonsíes consultaron el viejo poema por separado: no cabe defender la hipótesis de una prosificación previa, de la cual dependiesen el texto de la Versión crítica de la Estoria de España y la *Estoria caradignense.
      Aunque el relato monacal en prosa basado en el «Cantar de las bodas» se aparta notablemente del que ofrece el Mio Cid conocido, un estudio detenido de las divergencias me permite asegurar que todas ellas resultan más explicables como arreglos hechos en atención a exigencias procedentes de una determinada concepción cronística de la historia que como invenciones poéticas de un juglar refundidor. En cambio, en la narración caradignense correspondiente al «Cantar de Corpes», si bien la manipulación cronística de la información poética sigue siendo evidente y muchas curiosas deformaciones sufridas por la materia épica son atribuibles a una labor creativa surgida de procesos de racionalización del relato, otras importantes novedades de contenido se resisten a ser explicadas como arreglos inspirados en razones puramente historiográficas. Y a la presencia de esos episodios ajenos o profundamente discordantes respecto al relato del Mio Cid se une un hecho muy sorprendente: la existencia en estos pasajes de múltiples incongruencias respecto a lo que la propia narración cronística recoge en otros pasajes del relato. Por ejemplo, se dan flagrantes contradicciones respecto a quiénes son los vasallos cidianos que combatirán en Carrión contra los infantes; acerca de la distribución entre Diego y Fernando de los actos de cobardía en que incurrieron en Valencia; sobre la relación de parentesco entre Alvar Fáñez y el Cid (si era tío o primo de doña Elvira y doña Sol); respecto a cuándo recibieron las espadas Colada y Tizón los yernos del Cid y cuándo ganó el Cid a Tizón. Todo parece apuntar a la coexistencia en la «Interpolación» de segmentos narrativos procedentes de dos tradiciones discordantes del relato correspondientes al «Cantar de Corpes» del Mio Cid. Por razones que sería largo reproducir aquí, puedo aclarar que esta mixtura de dos versiones discordantes no se produjo en la Versión mixta, sino que esta Estoria de España la heredó ya de la *Estoria caradignense del Cid. De dónde tomó ese otro Mio Cid el monje de Cardeña compilador de la Estoria del Cid no me es posible saberlo; sólo, sí, señalar que se trata de episodios novelizados en que un modelo poético parece ya fuente lejana, no inmediata, en contraste con lo que denotan los otros pasajes narrativamente fieles al viejo Mio Cid que se dan en la propia *Estoria caradignense en que la prosificación verso a verso ha dado lugar a un texto de otra índole.
      Dado que la Versión mixta de la Estoria de España sólo acudió a la *Estoria caradignense para completar la historia del Cid a partir de la «laguna cidiana», no podemos saber cómo era esta obra monacal en secciones anteriores a la «Interpolación» de que he venido hablando, toda vez que en ellas, la Versión mixta utiliza la compilación alfonsí. Pero el extenso fragmento interpolado bastó para promocionar en la tradición textual de la Estoria de España una tendencia a la novelización de la narración que, a pesar de la competencia, que dentro de esa tradición supuso la difusión manuscrita de la Versión crítica en sus secciones «modernas» de la historia de España, se convertiría en un proceso irrefrenable.
      El importante efecto que en la tradición manuscrita de la Estoria de España llegó a tener la Versión mixta no se debió a la proliferación de su texto en copias, sino a que vino a servir de punto de partida a otra «versión» de esa última parte de la Estoria de España que también se inicia en el reinado de Fernando I: la Crónica de Castilla, elaborada en torno a 1290.

 

h. La «Crónica de Castilla» como filtro historiográfico de la Epopeya

      En la sección correspondiente a la «Interpolación cidiana», la Crónica de Castilla se hermana con la *Crónica manuelina (que don Juan Manuel, c. 1320-25 extractó en su Crónica abreviada) y el prototipo de ambas deriva de un texto hermano (aunque independiente de los conocidos) de la Versión mixta, adicionado con algunos pasajes de procedencia no épica. La materia heredada de la *Estoria caradignense presenta en la Crónica de Castilla una mayor coherencia que en la Versión mixta, pero no debido a que conserve el texto original donde esta otra crónica lo tendría deturpado, sino como resultado de un trabajo corrector de homogeneización. En las narraciones medievales las versiones más «perfectas» son, por lo común, las más tardías, las más trabajadas por sucesivos refundidores del texto.
      El hecho de que, contra lo que se suele creer, el texto de esta sección de la Crónica de Castilla no denote el conocimiento directo de los textos épicos no es extensible a las secciones anteriores de la obra. Nada más comenzar la lectura de la Crónica de Castilla saltan a la vista, en el reinado de Fernando I, una serie de interpolaciones a la Versión mixta, sobre la cual descansa la exposición del reinado, referentes a las mocedades de Rodrigo Díaz de Vivar. El hecho de que la Crónica de Castilla dé plena entrada en la trama de la Estoria de España a la gesta que Alfonso X no conoció o no consideró fuente histórica es bien sabido; pero la crítica ha evaluado de forma muy insatisfactoria el testimonio que sobre el poema épico proporciona la crónica, por no tener en cuenta las técnicas de composición y redacción de la historia propias del autor de la Crónica de Castilla y haberla asimilado erróneamente a la de los talleres historiográficos del Rey Sabio.
      El estudio de la Crónica de Castilla, no como un centón de pasajes procedentes de diversas fuentes, sino como una obra, una refundición, dotada de personalidad, me ha permitido comprobar que su autor daba prioridad a la función didáctico-política de la Historia y no compartía en absoluto la fe de Alfonso X en que el trabajo y honradez de los sabios maestros hubiera dejado en herencia una «verdad» digna de estudio y meditación filosófica. Según los criterios de composición del nuevo cronista, la narración recibida de las fuentes debía ser moldeada libremente para que el mensaje doctrinal tuviera eficacia. El «estoriador» era libre de manipular e inventar cuanto quisiera en beneficio de la alta función de la Historia. Este modus operandi aplicado a las Mocedades de Rodrigo le permitió desarticular intencionalmente, en beneficio de sus propósitos historiales, toda la intriga épica, ocultar máximamente las guerras y reducir las relaciones conflictivas del rey, la alta nobleza condal, los descendientes del alcalde ciudadano Lain Calvo y del propio Rodrigo a su concepción de cómo debiera ser el reparto de derechos y poder en el reino después del pacto de Sancho IV con los «estamentos» que depusieron a Alfonso X. La gesta de las Mocedades del s. XIII y el Rodrigo copiado en un manuscrito del s. XV tenían mucha más similitud que lo que suele creerse; desde sus orígenes, la gesta cantó como modelo de «vasallo» a un Rodrigo con temperamento y acciones de «el Soberbio castellano»; la altanería y los desplantes del Cid mozo ante su rey, ante el Emperador, ante el Papa formaban ya parte de la gesta de las Mocedades del s. XIII, aunque no por ello haya de confundirse esa redacción primigenia, al menos en su andadura métrico-narrativa, con la conservada.
      El conocimiento c. 1290 de textos épicos en forma poética por el compilador de la Crónica de Castilla es evidente también en el reinado de Sancho II y en el comienzo del de Alfonso VI. La crónica incluso reproduce trozos asonantados de varias laisses épicas con ocasión del reto de Zamora y de la jura de Santa Gadea. Es, pues, seguro que tuvo presente nuevamente una versión del poema de Las particiones del rey don Fernando, de cuyos varios cantares tomó información adicional para completar la narración que heredaba de la «Versión mixta». Pero lo más curioso es que también conoció una versión muy refundida en verso del comienzo del Mio Cid, ya que recoge, conservando sus asonantes, el discurso de Alvar Fáñez, cuando éste, en nombre de todos los de la criazón del Cid, se compromete a seguirle en el destierro, y varios pasajes (ya sin huella de las asonancias) relativos a la salida de la mesnada de Burgos hacia Cardeña y tierra de moros. Estos pasajes tomados de una nueva redacción del Mio Cid permiten ver que existió una Refundición poética de las más vieja gesta cidiana en que ya se habían hecho presentes algunas de las novedades que se reflejan en la prosa de la *Estoria caradignense (como es el que Alvar Fáñez sea primo y no sobrino del Cid), y hasta me permiten defender (apoyándome adicionalmente en el Romancero épico) que el comienzo del «Cantar del Destierro» en esta forma refundida llegó a cantarse cíclicamente unido a Las particiones como complemento de la Jura de Santa Gadea. Este fenómeno, el del canto cíclico de gestas de vario origen, es una costumbre bien ilustrada para la Epopeya medieval francesa.

Epílogo

      En esta mi rápida exposición, llena de afirmaciones cuya prueba dejo para mi libro (recientemente publicado) La épica española. Nueva documentación y nueva evaluación,(**) Madrid: Fundación R. Menéndez Pidal y Universidad Complutense, 2000, he intentado cumplir con el compromiso de tratar en conjunto la cuestión de la difusión del poema de Mio Cid y de su impacto en la Historia escrita de la Edad Media conforme el Cid, como personaje literario, se iba abriendo camino, de forma cada vez más invasora, en las «Crónicas generales» herederas de la Estoria de España de Alfonso X.
      La historia nacional escrita tuvo que hacer frente a la transformación en la poesía cantada de los rasgos definitorios del vasallo aleccionador de reyes, que fue en todo tiempo el Cid literario. A pesar de que, en el tránsito del s. XIII al s. XIV la Historiografía estuvo especialmente atenta a reflejar las nuevas relaciones de poder y de derecho entre Monarquía, alta Nobleza y baja Nobleza, ni antes ni después de la revolución nobiliaria que depuso a Alfonso X los escritores de Historia consideraron aceptable reflejar en sus relatos la libre presentación, característica de las narraciones juglarescas, de realidades de la vida y de modelos en las relaciones sociales que chocaban frontalmente con los principios morales y políticos dominantes en la sociedad estamental. El recelo de la Historiografía ante las fuentes épicas no detuvo el proceso de novelización de la Historia nacional; pero la censura constante ejercida sobre los relatos de la Epopeya para acomodar los hechos y discursos de sus personajes a los comportamientos que la escritura (en cualquiera de sus funciones) tenía por correctos, privó a esos personajes de la fuerza pasional y vital con que los juglares los habían dotado. Sólo la voz del Romancero oral conservará memoria fiel, en el Siglo de Oro y hasta tiempos modernos, de la versión dramática y viva de la Historia medieval que la Epopeya había forjado, dando así lugar a la pervivencia en la memoria colectiva de personajes, como el Cid del Romancero y la doña Urraca del Romancero, que encarnan «valores» de la comunidad suprimidos de raíz por la Literatura y la Historia escritas.

Diego Catalán, "El Cid en la historia y sus inventores."(2002)

 ** La épica española. Nueva documentación y nueva evaluación ha sido publicada en esta bitácora.

Índice de capítulos:

* PRESENTACIÓN

* I REALIDAD HISTÓRICA Y LEYENDA EN LA FIGURA DEL CID (1)
   a. La realidad se forja en los relatos

* I REALIDAD HISTÓRICA Y LEYENDA EN LA FIGURA DEL CID (2)
    b. Rodrigo, Campeador invicto para sus coetáneos

* I REALIDAD HISTÓRICA Y LEYENDA EN LA FIGURA DEL CID (3)
   c. Del Campeador al Mio Cid. Los nietos del Cid y la herencia cidiana

* I REALIDAD HISTÓRICA Y LEYENDA EN LA FIGURA DEL CID (4)
   d. Rodrigo, el vasallo leal, a prueba

* I REALIDAD HISTÓRICA Y LEYENDA EN LA FIGURA DEL CID (5)
   e. El Soberbio Castellano

* I REALIDAD HISTÓRICA Y LEYENDA EN LA FIGURA DEL CID (6)
   f. El Cid se adueña de la Historia y la Historia anquilosa la figura del  Cid

* I REALIDAD HISTÓRICA Y LEYENDA EN LA FIGURA DEL CID (7)
   g. El Cid del Romancero salva al personaje literario del corsé historiográfico

* II EL «IHANTE» QUE QUEMÓ LA MEZQUITA DE ELVIRA Y LA CRISIS DE NAVARRA EN EL SIGLO XI 

*  III LA NAVARRA NAJERENSE Y SU FRONTERA CON AL-ANDALUS

*   IV EL MIO CID Y SU INTENCIONALIDAD HISTÓRICA

V EL MIO CID DE ALFONSO X Y EL DEL PSEUDO IBN AL-FARAŶ

VI RODRIGO EN LA CRÓNICA DE CASTILLA. MONARQUÍA ARISTOCRÁTICA Y MANIPULACIÓN DE LAS FUENTES POR LA HISTORIA

* VII LA HISTORIA NACIONAL ANTE EL CID

* APÉNDICE I.  SOBRE LA FECHA DE LA HISTORIA RODERICI

* APÉNDICE II. SOBRE LA FECHA DE LA CHRONICA NAIARENSIS

* ÍNDICE DE REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS (Y CLAVE DE SIGLAS)

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