Blogia
Obras de Diego Catalán

16.- 9. ÉPICA O ROMANCERO. CONTINUIDAD TEMÁTICA Y DISCONTINUIDAD TIPOLÓGICA

 

9. ÉPICA O ROMANCERO. CONTINUIDAD TEMÁTICA Y DISCONTINUIDAD TIPOLÓGICA.  II. MEMORIA E INVENCIÓN EN EL ROMANCERO DE TRADICIÓN ORAL.  RESEÑA CRÍTICA DE PUBLICACIONES DE LOS AÑOS 60 (1970-1971)

      . Bénichou dedica los tres primeros capítulos de Creación poética a las «génesis antiguas», esto es, a la creación de los romances viejos. Uno de ellos versa sobre un romance «fronterizo» (en verdad, bastante singular dentro de esa categoría), el de Abenámar (pp. 61-92), impreso repetidas veces en el siglo XVI bajo tres formas distintas 136. Los otros dos tratan de romances de tema épico (los titulados «El destierro del Cid», pp. 13-39, y «Εl castigo de Rodrigo de Lara», pp. 40-60). Incidentalmente, al estudiar la tradición moderna, se refiere también a los orígenes de otro romance cidiano, Helo, helo por do viene     el moro por la calçada (pp. 125-132). Según ya dijimos, este romance es el elegido por G. Di Stefano en Sincronia para ilustrar su método sincrónico-diacrónico, y en el primer capítulo de su trabajo (pp. 11-36) se ocupa del nacimiento y «prehistoria» del poemita.

      Ni Bénichou ni Di Stefano niegan la posibilidad de un entronque de los romances viejos de tema épico con la tradición épica de los siglos anteriores, defendida a lo largo de toda su vida de investigador por R. Menéndez Pidal. Pero ambos consideran que esa dependencia es de importancia secundaría para el romancero (incluso para el de tema épico). Según Bénichou, si en algunos casos la continuidad textual entre ambas tradiciones puede llegar a ser probada, en otros muchos no es necesaria y hasta resulta muy improbable. El romance épico nace, las más de las veces, como «una creación nueva hecha sobre motivos antiguos desigual y desordenadamente re­cordados, en un momento en que florecían una nueva técnica de creación colectiva apoyada en series asociativas y un estilo poético original con su nuevo caudal de fór­mulas y su preferencia por lo corto y lo intenso» (p. 59).

      Al metamorfosearse en romancero, la antigua tradición épica se reorganiza libremente, dominada por «un espíritu y un modo de sentir hasta entonces ajenos a la poesía narrativa» (p. 59). Para Di Stefano, en la historia de la transmisión del patri­monio poético procedente de la epopeya medieval, siempre será posible reconocer la existencia de un «momento» (diverso para cada romance) «en el cual, bajo una cierta organización narrativa y expresiva trasmitida por la tradición, interviene una voluntad estructurante» 137 nueva caracterizada por ese tipo de gusto, de sensibilidad y de ideología que reconocemos como propio del Romancero viejo (p. 36).

      Por mi parte, subscribo sin reservas las conclusiones de Bénichou y de Di Stefano que tienden a realzar la discontinuidad tipológica entre los «nuevos» romances y las «viejas» gestas. Cuando una escena épica se metamorfosea en una escena romancística, la continuidad temática no impide que nos hallemos ante una obra estructuralmente diversa y, por tanto, básicamente nueva. Los romances épicos, recogidos en el siglo XVI, y los poemas épicos, de fines del siglo XII y principios del siglo XIII, o las refundiciones de esos poemas hechas a fines del siglo Xlll y princi­pios del siglo XIV, difieren radicalmente en propósitos e inspiración, aunque con frecuencia pueda observarse entre ellos una continuidad de concepción, de motivos, de fórmulas lingüísticas y poéticas e incluso de elementos expresivos particu­lares. Sin embargo, no comparto el escepticismo de Bénichou y de Di Stefano res­pecto a la existencia de una tradición épica, esto es, de «refundiciones» varias de los cantares de gesta famosos (y, por tanto, de bastantes gestas perdidas), ni su desinterés por la «prehistoria» de los romances viejos, es decir, por el desconocido romancero medieval de tema épico.

      Las hipotéticas refundiciones de los viejos cantares de gesta que postula Menéndez Pidal no son un expediente para «explicar», con prejuicios «tradicionalis­tas», las invenciones del romancero 138, son parte de una grandiosa restauración «arqueológica» levantada trabajosamente conjuntando toda la información directa e indirecta asequible. Ante la pérdida de casi toda la epopeya juglaresca (hecho nada sorprendente para quien conozca el vacío documental en que tiene que moverse toda investigación histórica de la Edad Media castellana), Menéndez Pidal tuvo que «reconstruir» la tradición épica castellana acudiendo al estudio filológico y comparativo de toda una serie de documentos y testimonios indirectos, que gra­cias a una continuada investigación en varios campos de trabajo más o menos conexos pudo llegar a reunir. Aunque soy el primero en afirmar que hay que revisar esa restauración (contrastando de nuevo las piezas ensambladas y, quizá, reformando el plano del edificio) 139, me parece arriesgado (y hasta presuntuoso) desmontar en un determinado lugar su obra, sin revisar simultáneamente el conjunto de los problemas que tal acto plantea.

      Los textos de los romances viejos de tema épico que la imprenta del siglo XVI nos salvó del olvido no son las redacciones primigenias de esos poemas, sino reelaboraciones tradicionales de los romances medievales (de los siglos XIV y XV) perdidos. Siempre que, por excepción, nos es dado leer, de un romance de tema épico, un texto algo más antiguo que la versión «vulgata» acogida en los Romanceros, nos encontramos con un poema que, en su estilo y en su contenido narrativo, se acerca más al modo de contar y a lo contado por la vieja epopeya que los textos tradicio­nales posteriores 140. De esta observación (y otras), el «tradicionalismo» deduce que, si bien la mutación estilística de un tema tradicional, al ser acogido por el ro­mancero, pudo ser ya muy notable, la «invención» de los romances viejos no debe, en general, concebirse como un acto puntual, ni como fruto, en cada caso, de la imaginación y el arte de un solo creador.

      A mi parecer, para comprender cómo la materia épica renació en forma de Romancero importa determinar, en primer lugar, bajo qué estructura literaria llegaron las varias tradiciones épicas a los primeros cantores de los romances de tema épico 141. Y también considero de fundamental interés tratar de averiguar cómo fue el ro­mancero épico medieval, antecesor del romancero «viejo» que la recolección qui­nientista fijó en letras de molde.

      Los romances elegidos por Bénichou para ilustrar su concepción de «lo que pudo ser la libertad refundidora y creadora en los primeros tiempos del romancero» son, desde luego, buenos ejemplos del abismo poético que separa a las escenas romancísticas épico-líricas de las correspondientes escenas de la epopeya. Sin embargo, no creo que todos ellos depongan contra una tradición textual ininterrumpida, como piensa Bénichou.

      Según Menéndez Pidal 142, el romance de la Muerte de don Rodrigo de Lara («A caça va don Rodigo    esse que dizen de Lara» 143) se basa en la gesta de Los Infantes de Salas (en su más tardía refundición 144). El romance «rehace la venganza de Mu­darra agrupando en una brevísima escena» «recuerdos inconexos» «de algunos versos discontinuos» y «de múltiples incidentes» del «largo y lento» episodio épi­co. La narración de la gesta queda reducida «a un relámpago de sangre que ilumi­na instantáneamente una oscura selva de agravios, traiciones y venganzas». En la escena romancística no se da «ninguna repetición mecánica de versos» del texto épico; pero hay «completa coincidencia de sentido general, de giros, de tono y de algunas palabras». Bénichou cree preciso destacar (pp. 47-59) que la propia con­cepción del relato es en el romance muy diversa de la de la gesta: de ser una narra­ción objetiva de cómo Mudarra castigó, por fin, a Ruy Velázquez, pasa a convertirse en el estudio de cómo el traidor un día siente aproximarse, de forma inexorable, la hora de la imprescindible expiación de su culpa. No hay duda que los motivos y detalles de la vieja gesta heredados por el romance adquieren, dentro de la estruc­tura romancística, una función completamente nueva 145; aunque el conocimiento del conjunto épico nos «aclare» la presencia en el romance de ciertos pormeno­res 146, me parece también indudable que, para la comprensión del poema, no precisamos de tales aclaraciones. Pero, si tomamos el romance como ejemplo para ex­plicar la metamorfosis de una escena épica en una escena romancística, esos pormenores cobran un valor especial.

      Para Bénichou, A caça sólo conserva de la gesta «lo que podía saber cualquier persona que hubiera oído contar la leyenda de los Infantes y no hubiera olvidado su tema y sus personajes.» Creo que exagera. El romancista que reestructuró el episodio épico tenía ante sí algo más que una «tradición imprecisa». Los recuerdos de la gesta del siglo XIV que persisten en las versiones tradicionales del romance reco­gidas en el siglo XVI se explican mucho mejor suponiendo que el romancista había oído cantar la historia épica a un profesional de la poesía oral o la había leído en un manuscrito poético o cronístico (hipótesis, al fin y al cabo, nada extraña, si aceptamos que el romance pertenece a las «génesis antiguas», esto es, que formaba parte del caudal romancístico medieval). Por otra parte, no me parece necesario el olvido de la «expresión formal» del episodio épico, para que se llegue a la rees­tructuración característica de las versiones del romance recogidas en el siglo XVI; las metamorfosis sufridas (ante nuestra vista) por los romances juglarescos o trova­dorescos en el curso de su transmisión oral nos muestran sobradamente que, dentro de una tradición textual ininterrumpida, pueden producirse supresiones drásti­cas de sucesos y personajes accesorios, reorientaciones poéticas radicales y, lo que es más notable, una sustitución casi total de los viejos versos por otros de nuevo cuño 147.

      En suma, como los textos quinientistas de A caça son versiones tradicionales de un romance nacido (probablemente) a fines de la Edad Media, que no nos es dado leer, carecemos de testimonios decisivos para saber si la mutación del lento y complejo episodio épico en fulgurante escena romancístíca es, en este caso, esencialmente la obra de un primer poeta romancista (como supone Bénichou, pp. 59-60) o si la repoetizacíón es el fruto de una metamorfosis lograda en varios impulsos, gracias a la colaboración de sucesivos cantores (como se comprueba para otros romances). Puesto que no es preciso suponer que todos los romances viejos tuvieran una génesis paralela (según nota razonablemente Bénichou), la solución del pro­blema es imposible 148. Pero, personalmente, no creo que el testimonio de A caça se oponga a una tradición textual ininterrumpida.

      La dificultad de determinar, en casos particulares, si un romance heredó la materia épica del recuerdo directo de los versos de una gesta o a través de la lectura de las prosificaciones cronísticas resulta bien ilustrada por Helo, helo. Según Menéndez Pi­dal 149, este romance «reconstruye sobre nueva planta narrativa varias escenas muy épicas de la gesta de Mio Cid, mas a pesar de darles sesgo muy novelesco, conserva el sentido general del pasaje». Por mi parte, al examinar la deuda de Helo, helo respec­to a la tradición cidiana pre-romancística (véase Siete siglos, pp. 137-145) me pareció posible que el poemita recogido en el siglo XVI hubiera nacido en el siglo XV como repoetización de un relato cronístico y no como adaptación de dos escenas de la *Refundición del Mio Cid 150. Pero, antes de admitir esa hipótesis, considero impres­cindible estudiar, en conjunto (cosa que aún no he hecho) la *Estoria del Cid, ama­ñada en Cardeña, y sus fuentes historiográficas, épicas y legendarias. Aunque creo haber probado que el formador de esa *Estoria caradignense aprovechó los relatos épicos reformando su narración con una libertad inconcebible para los historiadores alfonsíes, sigo considerando innegable la existencia, por lo menos, de una *Refundi­ción del Mio Cid (utιlizada por esa *Estoria) 151; y por tanto, perfectamente admisi­ble, en nuestro caso, que el romance se inspirase directamente en el relato épico, cuya concepción cómico-heroica (suprimida por las Crónicas) parece recordar 152.

      Tanto si el romancista oyó cantar (o leyó) los versos épicos, como si sólo conoció el más apagado relato de las crónicas, es obvio que dio un nuevo sesgo al episo­dio cómico-heroico, al introducir la estratagema del diálogo amoroso con que la hija del Cid entretiene al moro amenazador. Aunque ese intermedio no es sino el desarrollo romancístico de la conexión implícita entre las amenazas a las hijas del Cid en el mensaje de Búcar y la irónica interpretación que el Cid da a ese mensaje, cuando trata de alcanzar al moro fugitivo y le ofrece su amistad (o parentesco), es innegable que su aparición representa el acto decisivo en la transformación de la aventura épica en aventura romancesca 153.

      A diferencia de los anteriores, el romance del Destierro del Cid (« ¿De dónde ve­nís, el Cid,     que en cortes nο avéis entrado?») nos es desconocido en versiones antiguas. Bénichou lo reconstruye a partir de 6 versiones de la tradición judeo-marroquí. Además de las citadas por Bénichou (las únicas hasta ahora publicadas), conozco otras 9 inéditas (5 de Tetuán 154 y 4 de Tánger 155); pero, como suele ocurrir con la tradición de los sefardíes de Occidente, no ofrecen variantes de mucha importancia 156. Mayor interés tiene una versión de Sevilla, recogida por M. Manrique de Lara (1916) de boca del excepcional romanceador Juan José Νiño, el mejor testigo de una tradición andaluza [propia de las comunidades gitanas] extraordinariamente rica en romances «históricos» 157.

     —¿Dónde habéis estado, el Cid,    que en la corte no habéis estado?
2   traéis la barba larga    y el pelo crespo y cano.
     —Mí señor, he estao en frontera     con moritos peleando.
4   — Ya me lo han dicho, buen Fin, [...]
     que grandes ciudades y villas    me han dicho que habéis ganado.
6   — Ahí las tenéis, mi buen rey,    las tenéis a vuestro mandato.
     —Partidlas con rey Rodrigo,     que aunque es viejo, es bueno y largo.—
8   Partidlas, mi señor rey,    de esas que habéis heredado,
     que éstas las he ganan yo     con el rigor de mi brazo.
10  Siempre lo habéis tenió, Fin,    con los reyes malhablado.
     — Siempre lo habéis tenió, rey,    de lo ageno mandar mucho y largo.
12  Te destierro de mis tierras,    te destierro por dos años.
     —Si vos me desterráis por dos,     yo me destierro por cuatro.—
14  Se ha ido para la frontera     y él mismo se ha desterrado.

      Por lo pronto, nos muestra que estaba en lo cierto Bénichou (p. 36, n. 59) cuando excluía la posibilidad de que el romance hubiera sido elaborado por los judíos de Marruecos. La antigüedad del tema en la península se comprueba por la existencia de un romance sacro, La gloria ganada (asonancia á.o), que comienza volviendo a lo divinο los versos del romance cidiano:

    — ¿Dónde venís, buen Jesús,    tan rendido y tan cansado?
2  — Vengo de Jerusalén,    de rescatar los pecados.
    En el camino me han dicho    que la Gloria habéis ganado.
4  Si la he ganado, señora,    buenos pasos me ha costado,
    buenos martirios de azotes,     una lanza, con tres clavos
6  y una corona de espinas,    que el celebro me ha pasado.

Conozco versiones de León, Zamora, Salamanca y Cáceres 158.
      Bastaría la existencia de este romance a lo divino para garantizar que la escena inicial de nuestro romance fue famosa en el Siglo de Oro; pero, además, tenemos otros varios testimonios de ello. El verso

De dónde venís, el Cid,    que en cortes no abéis estado

se cita en una ensalada incluida en un Cartapacio de Pedro de Penagos, de la primera mitad del siglo XVII 159. En La pobreza estimada (Parte 18ª, Madrid, 1623, f. 29b) Lope de Vega, glosando la idea de que hidalgo y pobre son vocablos que andan siempre asidos, comenta:

¿No sabes que el rey Fernando
al Cid una vez pedía,

que de frontera venía

gran riqueza publicando,

que diesse al de Ordóñez algo,

y que proseguía luego:

Que sabed, Cid, que don Diego,
aunque pobre, es buen hidalgo?

y Góngora, en una «Dézima amorosa» (Obras, Madrid, 1627, f. 56a), dice a don Diego de Córdoba:

No os diremos, como al Cid,
que en cortes no avéis estado,
porque, aunque dissimulado,

sé que venís de Madrid.

      Bénichou estudia cuidadosamente las fuentes del romance marroquí (pp. 17-34). Comprobando y ampliando anteriores observaciones de los eruditos «tradicionalistas» 160, llega a la conclusión de que las versiones judeoespañolas combinan toda una serie de motivos de varios romances cidianos famosos (Por Guadalquivir arriba 161, En Santa Gadea de Burgos 162 y Por las almenas de Toro 163), algunos otros motivos o versos inspirados o tomados de romances tradicionales varios no conexionados con la figura del Cid, y posiblemente ciertos recuerdos directos de carác­ter épico-cronístico.

    «Estas probables fuentes —declara Bénichou— dan cuenta del romance entero, que aparece como una especie de centón de citas o recuerdos tradicionales. Lo notable en este caso es que no se trata de un romance contaminado en sus detalles por otros romances, sino de una serie de préstamos de la cual surge un poema original» (p. 35).

      Esta valoración del romance me parece básicamente correcta, aunque la formación de ¿De dónde venís, el Cid? sea, a mi juicio, algo más simple de lo supuesto por Bénichou. Alguno de los motivos que Bénichou acoge en su versión facticia es un préstamo o contaminación reciente, que sólo aparece en una minoría de las ver­siones marroquíes 164; y los restantes influjos de romances no cidianos que señala no son muy claros 165. Tampoco lo son las posibles conexiones directas con las le­yendas épico-cronísticas.

      Bénichou opina que la curiosa elaboración de ¿De dónde venís, el Cid? «nos obliga a reflexionar sobre lo que pudo ser la libertad refundidora y creadora en los primeros tiempos del romancero» (p. 37), pues considera evidente que el romance «fue creado cuando estaban todavía vivos en las memorias los textos poéticos y datos legendarios de la tradición épica de España, es decir, en un tiempo relativamente próximo a la época de poetización inicial en la cual nació el romancero viejo» (p. 36). Pero, en su estudio, no encuentro ninguna prueba de la «vejez» de ¿De dónde venís, el Cid? Las conexiones del romance con la poesía épica me parecen totalmente ilusorias 166. Contra lo que Bénichou supone, la escena no ocurre en las Cortes de Toledo (del Mio Cid y de su *Refundición, prosificada y novelizada en las crónicas), ni el conde Ordóñez, a quien el rey quiere favorecer con parte de las ganancias del Cid, es Garcí Ordóñez, su mortal enemigo (pp. 19-20). La cita de Lope nos asegura que el conde pobre, pero buen hidalgo, es Diego Ordóñez, el fa­moso retador de Zamora. Por otra parte, la construcción sintáctica del verso tex­tualmente citado por Lope cuadra mejor en un romance compuesto en el Siglo de Oro que en un romance «viejo» procedente de la tradición medieval.

      A mi modo de ver, ¿De dónde venís, el Cid? ilustra bien cómo «una acumulación de recuerdos» de la leyenda cidiana, tal como la recordaba el Romancero del siglo XVI, puede engendrar un nuevo romance, un poema original, en que los anti­guos episodios y versos adquieren «una nueva cohesión afectiva y estilística» en torno a la figura tradicional del «vasallo oprimido y rebelde» (cfr. pp. 37-38) 167; pero no puede servirnos de ejemplo de la «recreación libre (amplia metamorfosis, y a veces mutación, del patrimonio tradicional) que fue en sus principios el romancero» (p. 39), pues todo inclina a pensar que se compuso en pleno siglo XVl y que su tradicionalidad nada tiene que ver con la del romancero medieval de inspira­ción épica.

 

Diego Catalán: "Arte poética del romancero oral. Los textos abiertos de creación colectiva"

OTAS

136  Reservo para otra ocasión el estudio de este romance y el comentario a las consideraciones de Bé­nichou. Aprovecho, en cambio, la ocasión pαrα rectificar una afirmación de A. Rodríguez Moñino en su documentado libro La Silva de Romances de Barcelona, 1561 (Salamanca, 1969), pp. 90-95. Al detallar el contenido del Cancionero de Romances (Anvers, 1550) «nueuamente corregido emendado y añadido en muchas partes», cae en el error de decir:
  «Supresiones.
Cuatro textos quita radicalmente sin decirnos la motivación: / 146 Abenamar, Abenamar / 124 Cada día que amanece / 204 Por estas cosas siguientes / 57 Yo me estaba en Barbadillo. / La desaparición de Por estas cosas siguientes es la única que parece lógica ya que no se trata de un romance propiamente dicho y, según se indicaba en el Cαncionero s. a., se puso tan sólo porque quedaban en el volumen algunas páginas en blanco y no halló Nucio romances para ellas, pero la de los otros textos no se nos alcanza».
      Idénticas palabras en Cancionero de Romances (Anvers, 1550), edición, estudio bibliográfico e índices por A. Rodríguez Molino (Madrid, 1967), p. 25. Εn verdad, 146 Abenámar debiera incluirse entre los «Textos mejorados», pues aparece «completado» en el romance que comienza 217 Por Guadalquiuir arriva (donde el v. 3 dice: «Abenámar Abenámar,     Moro de la Morería»). Semejante es el caso de 124 Cada día que amanece cuya versión enmendada es 211 Día era de los reyes (donde el v. 6 dice: «Cada día que amanece     veo quien mató a mi padre»), y el de 57 Yo me estaua en Baruadillo incorporado al que comienza 214 A Calatraua la vieja (a partir del v. 57: «Yo me estaua en Baruadillo     en essa mi he­redad»); sobre este último caso, cfr. Romancero Tradicional, II, 102-104 y 122.

137 «In cui su una certa organizzazione narrativa ed espressiva trasmessa dalla tradizione è intervenu­ta una volontà strutturante».

138  Como parece creer G. Di Stefano (Sincronia, p. 35).

139 Como consecuencia de mis estudios sobre las Crónicas Generales, he revisado algunos aspectos de la reconstrucción tradicional en los artículos citados en la n. 151 y en «El taller historiográfico alfonsí. Métodos y problemas en el trabajo compilatorio», Romania, LXXXIV (1963), 354-375. Cfr. también RTLH, II, 260-265. [Ahora puedo remitir al lector a dos obras en que reviso los conocimientos historiográficos en que se fundamentaba toda la reconstrucción pidalina de la Epopeya medieval castellana: La Estoria de España de Alfonso X. Creación y evolución y De la silva textual al taller historiográfico alfonsí. Códices, crónicas, versiones y cuadernos de trabajo, respectivamente, «Fuentes cronísticas de la Historia de España», V y IX, Madrid: Fundación Ramón Menéndez Pidal y Universidad Autónoma de Madrid,1992 y 1997].

140 Casos bien llamativos son la versión manuscrita, entre 1495 y 1510, del romance cidiano En Santa Águeda de Burgos, en comparación con la versión incluida en el Cancionero s. a. (cfr. RFE, 1, 1914, 357-377); la versión de la Huida del rey Marsín que empieza: Ya comiençan los franceses     con los moros pelear (de los pliegos sueltos Dic ARM 579 y 990), en relación con la vulgata Domingo era de ramos (cfr. RFE, IV, 1917, 170-182); la versión manuscrita de Por los caños de Carmona, respecto a la que empieza: Tan claro hace la luna, publicada en el Cancionero de Amberes (cfr. R. Menéndez Pidal, «La Chanson de Saisnes en España», Mélanges Mario Roques, I, 1951, 229-244); el fragmento manuscrito del siglo XVI de Castellanos y leoneses (cfr. RTLH, II, 7 y 15); etcétera.

141  No hay duda de que las Crónicas sirvieron, en ocasiones, de intermediarias entre la poesía épica y la poesía romancística desde antes del nacimiento del romancero erudito, netamente cronístico, de mediados del siglo XVI. En otros casos, en cambio, los romancistas (bien sean los profesionales de la poesía oral, bien sean los «sujetos folklóricos») parecen haber creado los romances a partir de las propias gestas.

142  Romancero Hispánico, I (Madrid, 1953), 229-234.

143  P. Bénichou utiliza las versiones reunidas por R. Menéndez Pidal en RTLH, II, pp.149-151. A. Rodríguez Moñino ha notado (La Silva de Romances de Barcelona, 1561 [Salamanca, 1969], pp. 129-130) que, al ser reproducida la versión de la Primera Parte de la Silva de varios romances (Çaragoça, 1550), procedente del Cancionero de Romances (Anvers, s. a.), por las ediciones de Barcelona, 1550, y Barcelona, 1552, se hicieron en ella varias correcciones. En RTLH sólo se citaban las variantes de Barcelona, 1550, que son las más notables (y aberrantes). Ninguna de las enmiendas de los editores es de origen tradi­cional.

144  La Crónica de 1344 y la Versión Interpolada de la Crónica General Vulgata (copiada en 1512) nos dan a conocer, con todo detalle, el texto de la Refundición de los Infantes de Salas (¿de comienzos del siglo XIV?). Cierto Arreglo toledano de la Crónica de 1344, de hacia 1460, parece reflejar, en sus retoques, el conocimiento de un texto poético más tardío. Pueden leerse estos textos cronísticos en R. Menéndez Pidal, Reliquias de la poesía épica española (Madrid, 1951 [2ª ed., 1980]), pp. 223-226, y La leyenda de los Infantes de Lara, Υ reimpresión y apéndices (Madrid, 1970).

145  Podría servir de ejemplo el motivo de la caza y la pérdida del azor o azores (que sólo interesa a Bénichou, p. 51, como muestra de fórmula que no significa nada a la hora de probar el parentesco real de los textos). Tanto en la gesta como en el romance, el carácter fatídico de la caza «prenuncia agoreramente el desgraciado sino de Ruy Velázquez» (RTLH, II, 153); pero, mientras en el lento relato épico el episodio de la caza es sólo un incidente en la interminable persecución del traidor y su hueste por Muda­rra y los suyos a través de los campos de Castilla, en el romance sirve para montar el escenario en que el traidor, sólo y desarmado, es sorprendido por Mudarra.

146  Las amenazas previas de don Rodrigo al «hijo de la renegada», la afirmación: «Espero aquí a Mu­darrillo, hijo de la renegada», la alusión a la muerte de los infantes cuando los personajes se preguntan los nombres, el doble nombre Mudarrillo — Gonçalo Gonçalez del vengador, etc. Véase RTLH, II, 152‑157.

147  Pueden servir de ejemplo las versiones tradicionales del romance de El Conde Dirlos (véase RTLH, III, 150-180; cfr. A. Galmés y D. Catalán, «El tema de la Boda Estorbada. Proceso de tradicionalización de un romance juglaresco», VR, XIII, 1953, 66-98), las de Después que el rey don Rodrigo (véase RTLH, I, pp. 62-77), las de Yo me estava reposando (véase Por campos, pp. 18-34 y 39-47) y las de Si se partiera Abraam (véase Por campos, pp. 56-67).

148  Si es cierto que, en una mayoría de casos, no podemos documentar las etapas de la metamorfosis, también es cierto que nunca podemos leer la forma primera de los romances tradicionales viejos de tema épico (o, por lo menos, no podemos saber si la versión o versiones impresas en el siglo XVI reflejan bien el arquetipo del romance o son el resultado de la reelaboración oral).

149  Romancero Hispánico, I (Madrid, 1953), pp. 226-229.

150  El romance depende, evidentemente, de las manifestaciones tardías de la leyenda cidiana y no del viejo Mio Cid. Aunque es probable que las amenazas del mensaje de Búcar fueran en el poema conservado más ricas en motivos que lo que nos deja ver el resumen de la Versión crítica de la Estoria de España o Crónica de veinte reyes (nos falta el texto poético, por pérdida de una hoja en el manuscrito copiado por Per Abbat) y, por tanto, semejantes a las que resumen la Interpolación a la Primera crónica general y la Crónica de Castilla, no por ello podría el Mio Cid viejo ser la fuente del romance, pues en él la competencia entre los caballos se resuelve a favor de Babieca y el moro es alcanzado por el Cid «a tres braças del mar», antes de que logre embarcarse. En consecuencia, el romance o se inspiró en las crónicas o en la *Refundición del Μio Cid utilizada por la *Estoria del Cid caradignense que esas crónicas reproducen: «Si aceptamos que la *Estoria del Cid caradignense reelaboró el episodio de la fuga de Búcar para hacerlo compatible con la victoria del Cid, después de muerto, sobre el propio Búcar (procedente de la *Le­yenda de Cardeña), lo cual no es imposible, el romance habría nacido en el siglo XV como repoetización de un relato cronístico» (Siete siglos, p. 144). También G. Di Stefano (pp. 30-32), apoyándose en A. Coester (RH XV [1906], 98-211), supone que las crónicas restablecieron la verdad, quizá por influjo del Toledano. La hipótesis más moderna de R. Menéndez Pidal, en Romania, LXXXII (1961), 145-200, se­gún la cual habría habido un proto-Μio Cid más verista, en que Búcar se embarcaba (como en las mani­festaciones tardías de la leyenda), no me convence (es «indiscutible», al ser una hipótesis basada sólo en un prejuicio); además, no atañe al problema de los orígenes del romance, el cual, en caso de tener fuente épica, enlazaría con la *Refundición más tardía.

151  Véase «Poesía y novela en la historiografía de los siglos XIII y XIV», Mélanges Rita Lejeune, I (Cembloux, 1969), 429-441 (en especial, 431-435). Interesa también, para el problema de la *Estoria caradignense, mi trabajo anterior: «Crónicas generales y cantares de gesta. El Mio Cid de Alfonso X y el del Pseudo Ben Alfaraŷ», HR, XXXI (1963), 195-215 y 291-306. [Uno y otro pueden leerse en el primero de mis libros citado en la n. 139: La Estoria de España, cap. VI, pp. 139-156 y cap. IV, pp. 93-119].

152  Según destaca, con razόn, R. Menéndez Pidal, Romancero Hispánico, I, p. 228. Cfr. Siete siglos,pp. 144-145.

153  La tradición oral, desde fines del siglo XVI, se dedicará a ampliar este episodio puramente romancístico, interesándose cada vez más en los problemas implícitos en el diálogo de amor ficticio: obediencia frente a lealtad, ingenio frente a engaño, pudor frente a desenvoltura, amor frente a ironía, etc.

154  Tetuán b: Colecc. E. Silvela, 1905-06; Tetuán c: Recogida por M. Manrique de Lara, 1915; Tetuán d, e: Cantadas por Preciada Israel (34 años) y por Sahra Levi (63 años), recogidas por M. Manrique de Lara, 1916; Tetuán f Recogida por mí en abril de 1948.

155  Tánger b, c, d, e: Cantadas pοr Hanna Bennaim (70 años), dos textos, Hola Gabbay (44 años) y Messodi Azulai (24 años), recogidas por M. Manrique de Lara, 1915. Conozco además entera la versión de Tánger a, recogida por J. Benoliel, hacia 1904-05, que R. Menéndez Pidal reprodujo parcialmente en su «Catálogo del romancero judío-español» (1906).

156  Comprueban, sin embargo, la escasa difusión de una contaminación que Bénichou acogió en su versión facticia (véase nuestra n. 164); Ιa inseguridad en el orden de varios de los motivos (la colocación de los vv. 17-18 de la versión facticia de Bénichou es inadmisible, pues ninguna versión los sitúa en ese lugar, sino tras 8 ó tras 23); la rareza de la escena en que el conde Ordóñez trata de prender al Cid, y la tradicionalidad de los versos: «Si como estaba de diez,     estuviera de quince años, / la cabeza entre los hombros     al suelo te la he arronjado» (que Bénichou pensaba privativos de una sola versión).

157  Cfr. Siete siglos, p. 167, n. 51; RTLH, I, pp. 62-245; Por campos, p. 132, n. 25.

158  Versiones de La Bañeza (León); Villalpando, Bermillo de Sayago γ Fermoselle (Zamora); Garci Hernández y Fuenteaguinaldo (Salamanca); Alcuéscar (Cáceres). 159 Bibl. de Palacio, 2-B-10 [= II-1581], t. V, f. 96 v.

160  Aparte de los comentarios con que A. Sánchez Moguel ilustró las dos versiones por él publicadas (RF, XXIII, 1907, 1087-1091), véanse las opiniones de R. Menéndez Pidal en Cultura española, IV (1906), 1061, y de S. G. Armistead y J. Silverman en Sefarad, XXΙΙ (1962), 391, n. 16 (citadas por Béni­chou, 13-14).

161  Incluido en un pliego suelto del siglo XVI: Maldiciones de Salaya... con un romance de conde Eerman [sic] Gonçalez y otro del Cid (Bibl. Nac., Madrid, R. 3624).

162  Aunque los versos famosos «Por besar mano de rey...» pasaron al tema de la Jura en Santa Gadea desde el romance Cabalga Diego Laίnez (basado en la gesta de Las mocedades), la fuente de ¿De dónde venís, el Cid? es, sin duda, En Santa Gadea de Burgos, pues sólo en este romance sigue la orgullosa respuesta del Cid: «Tú me destierras por uno, yo me destierro por cuatro». Claro está que los tres versos eran tan famosos que no hay necesidad de pensar en un influjo de En Santa Gadea de Burgos como romance completo. Contra lo que afirma Bénichou (pp. 27-29), la unión del tema de la Jura en Santa Gadea con el del Destierro ocurría ya en la *Refundición del Mio Cid conocida por la Crónica de Castilla (en el tránsito del siglo XIII al siglo XIV); la posposición del rencor del rey, en el relato cronístico, es una imposición de las fuentes históricas (Historia Roderici ); los versos épicos, de una y otra escena, pueden leerse en mi trabajo «Poesía y novela en la historiografía castellana de los siglos XIII y XIV», Mélanges Rita Lejeune, I (Gembloux, 1969), 434-435 [y, mejor, en La Estoria de España, cap. VI, pp. 149-150].

163  Incluido en un Pliego Suelto del siglo XVI: Siguense siete romances sacados de las historias antiguas de España. El primero dize: Por los campos de Xerez... (Bibl. del Escorial, 53-1-37). Bénichou (29-32) desconoce la existencia de este pliego (aunque fue descrito por el P. Benigno Fernández en La Ciudad de Dios, LVII, 1902, 601-607). De este mismo pliego lo tomó seguramente J. de Timoneda para su Rosa Es­pañola (Valencia, 1573), según confirman otros romances (cfr. Siete siglos, pp. 17-19). El romance de Las almenas de Toro gozó, sin duda, de vida tradicional desde antiguo, pues las versiones orales modernas de los judíos de Marruecos y Oriente y de Portugal no derivan del texto dramatizado por Lope de Vega en su comedia de Las almenas de Toro (contra lo que ha afirmado, repetidamente, M. Alvar, «Romances de Lope de Vega vivos en la tradición marroquí», RF, LXIII [1951], 282-305, y Poesía tradic., 1966, p. XI), sino de un prototipo desconocido anterior, según ha puesto de manifiesto P. Bénichou, en BHi, LXIII (1961), 217-248 y en Romancero judeo-esp., pp. 319, 324-325. Sin embargo, la tradición moderna no nos vale para confirmar la tradicionalidad del final de la versión del pliego suelto (y de Timoneda), que es la parte emparentada con ¿De dónde venís, el Cid?

164  Frente a lo que supone Bénichou (pp. 32-34), creo que los versos sobre el Cristo figurado en la más chica de las tiendas y el preciado rubí que el Cristo tiene en la cabeza (vv. 24-26 de su texto facticio) no surgieron «en el curso de la elaboración del Destierro del Cid». Sólo figuran en 7 de las 16 versiones marroquíes, y en cambio aparecen idénticos en 11 de las 13 versiones de Cercada está Santa Fe (asonancia a.o) recogidas en Marruecos (cfr. Siete siglos, pp. 101-106). En una de las versiones del Destie­rro, después de estos versos, siguen otros cuatro más tomados de Cercada está Santa Fe. Como ambos romances hablaban de tiendas «de terciopelo y brocado», el préstamo se pudo producir en cualquier momento.

165  La supuesta deuda a Con cartas y mensajeros (o romances derivados) y a Castellanos y leoneses (pp. 20-23) es innecesaria. La semejanza de los pasajes comparados no es grande y los versos que figuran en las versiones marroquíes de ¿De dónde venís, el Cid? son de tan escaso relieve que pueden no tener una fuente concreta.

166  Bénichou sólo cita dos episodios épico-cronísticos que han podido influir directamente: los inci­dentes de las Cortes de Toledo, procedentes del Mio Cid (pp. 19-20), y el destierro del Cid por el rey don Sancho al volver de su embajada a Zamora, según el Cantar del rey don Sancho (pp. 19-20). Respecto a este destierro, interrumpido por el arrepentimiento del rey, Bénichou comenta: «No se puede afirmar con seguridad que el romance haya recordado la tradición conservada en las crónicas». Menos claro aún es el influjo de las Cortes de Toledo, según decimos en texto. Naturalmente, ¿De dónde venís, el Cid? he­reda algunos motivos épico-cronísticos a través de los romances cidianos en que se inspira. Pero eso nada prueba respecto a su fecha de composición.

167  Cabe citar algunos casos posiblemente paralelos. Bénichou, al tratar de El Conde Olmos (Romancero judeo-esp., pp. 334-338), sugiere que este romance puramente folklórico pudo nacer como una com­binación original de motivos poéticos sueltos pertenecientes al folklore universal. También nota que el «maravilloso poema» Yo me levantara, madre «está hecho casi todo con versos o hemistiquios de uso común en el romancero tradicional o en la lírica antigua» (Romancero judeo-esp., pp. 357-359). Estos rοmances tienden a adquirir argumento novelesco en el curso de su transmisión tradicional (cfr., respecto al último, M. Alvar, «Patología», 1958-59, artículo no tenido en cuenta por Bénichou). Algο semejante es el caso del romance tradicional de El Enamorado y la Muerte, creado a partir de dos romances trovado­rescos (Por campos, pp. 13-55). Esta posibilidad, todavía mal conocida, de que una narración romancísti­ca haya adquirido su argumento en el curso de su transmisión oral, requiere nuevas exploraciones, pues viene a complementar el proceso contrario, mejor conocido, de transformación por fragmentismo.

CAPÍTULOS ANTERIORES:

*
  1.- ADVERTENCIA

2.- A MODO DE PRÓLOGO. EL ROMANCERO TRADICIONAL MODERNO COMO GÉNERO CON AUTONOMÍA LITERARIA

I. EL MOTIVO Y LA VARIACIÓN EXPRESIVA EN LA TRANSMISIÓN TRADICIONAL DEL ROMANCERO (1959)

3.- I. EL MOTIVO Y LA VARIACIÓN EXPRESIVA EN LA TRANSMISIÓN TRADICIONAL DEL ROMANCERO (1959)

4.- II. EL «MOTIVO» Y LA «VARIACIÓN EXPRESIVA» SON OBRA COLECTIVA

5.- 3. LOS «MOTIVOS» Y LAS VARIACIONES DISCURSIVAS SE PROPAGAN DE VERSIÓN EN VERSIÓN

6.- 4. CADA MOTIVO Y CADA VARIACIÓN EXPRESIVA TIENEN UN ÁREA DE EXPANSIÓN PARTICULAR

7.- 5. CONCLUSIÓN

II. MEMORIA E INVENCIÓN EN EL ROMANCERO DE TRADICIÓN ORAL.  RESEÑA CRÍTICA DE PUBLICACIONES DE LOS AÑOS 60 (1970-1971)

8.- 1. INTRODUCCIÓN. RENOVADA ACTIVIDAD EN EL CAMPO DE INVESTIGACIÓN DEL ROMANCERO TRADICIONAL

*   9.- 2. MEMORIA Y CREACIÓN EN EL ROMANCERO SEFARDÍ

10.- 3. NUEVOS ESTUDIOS ACERCA DE LA CREACIÓN POÉTICA TRADICIONAL

* 11.- 4. EL ROMANCE COMO TRADICIÓN ESTRUCTURADA Y CΟΜO ESTRUCTURA TRADICIONAL

12.- 5. EL EJEMPLO DE EL MORO QUE RETA A VALENCIA

13.- 6. LA OBRA POÉTICA DEL AUTOR-LEGΙÓΝ 

* 14.- 7. CAPACIDAD RETENTIVA, SELECTIVA E INVENTIVA DE LA TRADICIÓN ORAL MODERNA

* 15.- 8. LOS ESTUDIOS CUANTITATIVOS Y LA CREACIÓN COLECTIVA

Diseño gráfico:

La Garduña Ilustrada

0 comentarios