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Obras de Diego Catalán

34.-10. CARACTERES DE LA ÉPICA ESPAÑOLA. TEMAS Y CONTENIDOS IDEOLÓGICOS.

10. CARACTERES DE LA ÉPICA ESPAÑOLA. TEMAS Y CONTENIDOS IDEOLÓGICOS.

------Si la “escuela épica española” se aferró tan decididamente, frente a la francesa, a las estructuras prosódicas arcaicas, nada más natural el pensar que en otros aspectos la rama hispana de la epopeya ofrezca también rasgos sumamente conservadores. Es lo sostenido por Menéndez Pidal (1992, cap. III, § 17 y cap. I, § 16), quien, en consecuencia, destacó la importancia de esa rama para el estudio de los caracteres primitivos del género, considerado en el conjunto de los pueblos románicos que lo cultivaron, y la pertinencia de acudir a ella al examinar cualquier problema relacionado con los orígenes de ese género (Menéndez Pidal, 1924a, págs. 325-326; 1934b, Intr., y, sobre todo, 1992, págs. 222-224; véase además Frings, 1938, pág. 7, y Northup, 1934-35).

a. Los arcaicos patrones de las gestas
hispanas. Lenta evolución del género
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------10.1. En Francia, el muy temprano éxito de las creaciones épicas y la densa producción literaria, que unas sociedades ricas y abiertas hicieron posible, dieron lugar a rápidas trasformaciones de la tradición. Los poetas letrados, latinados, se sintieron prontamente atraídos por el deseo de participar en el proceso expansivo de un género con tan gran auditorio. Los centros monacales y eclesiásticos intuyeron la posibilidad de rentabilizar, en beneficio propio, esa literatura por todos conocida, inventando reliquias vinculadas a los héroes profanos (como habían hecho anteriormente con las de los “héroes” del Nuevo y Viejo Testamento). La Iglesia, fiel a sus objetivos, se propuso depurar ideológicamente esa literatura de raíces bárbaras y ponerla al servicio de una concepción cristiana de la sociedad y la política. Por otra parte, a partir de la segunda mitad del s. XII, la aparición y boga del roman courtois entre la alta sociedad hizo posible, incluso, que el juglar fuera reemplazado por el códice lujoso, de agradable lectura, como vehículo de la difusión del género (Riquer, 1959a, pág. 78). Como resultado de estos factores de renovación, la primitiva epopeya cayó en el olvido y, substituida por refundiciones y nuevos poemas conformes con los nuevos patrones del género, se perdió; las chansons de geste triunfantes, las que alcanzaron el privilegio de ser escritas y guardadas en bibliotecas, reflejan esas bases sabias, clericales, letradas y un gusto moderno por lo universal novelesco destinado al entretenimiento de una sociedad cortés consumidora de libros. En España, donde toda producción literaria (o artística) fue siempre más pobre y menos intensa, donde ese público no existió por mucho tiempo, la evolución del género fue mucho más lenta, de conformidad con el paso a que su historia social se movía; pervivió durante más siglos el gusto por los valores de la más vieja epopeya.
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Entre los rasgos adscribibles a esa fidelidad a la tradición primitiva del género debe, a mi parecer, colocarse la temática de los poemas de asunto no carolingio o de los de asunto carolingio más hispanizados.
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Considerados en conjunto, sorprende que falte en ellos la exaltación de la Cruzada, del Imperio cristiano 71. La confrontación Cristiandad vs. “Paganismo” (o, específicamente, Islam) nunca es tema central, como lo es en Roland, en el ciclo Guillaume-Vivien, etc. En Infantes de Salas, en Bernardo del Carpio, en Mio Cid, las relaciones entre cristianos y moros están tratadas con el “realismo” que impone la multisecular coexistencia en el suelo peninsular de las dos religiones: hay, claro, enfrentamientos bélicos entre ellos, pero responden a la función que para los caballeros tiene la guerra, ganarse “el pan” (esto es, la vida) y, si es posible, enriquecerse en ella para alcanzar un estatus social superior; por ello, los caudillos cristianos prefieren negociar directamente con los moros obteniendo tributos regulares, parias, y cuando, quedan rotos los vínculos de vasallaje de un caballero cristiano con su rey por decisión del uno o del otro, el ex-vasallo busca de inmediato, como era práctica en la vida real, un señor musulmán a quien servir; frente a la amenaza exterior que, a veces, representa la Cristiandad traspirenaica para los cristianos de aquende los montes, cristianos y moros hispanos pueden luchar heroicamente juntos contra los “francos” de la limpia Cristiandad...72. Es más, en las creaciones de gesta españolas (no importadas) no sólo está ausente el concepto de “Cruzada”, sino, incluso, el de “Reconquista”, propio y característico, en cambio, de las obras (historiográficas y poéticas) clericales (a pesar de la réplica de Menéndez Pidal, 1949a, pág. 123 a Spitzer, 1948)73. Como sintetiza bien Horrent (1956), al contrastar el Mio Cid con el Roland, si en la gesta francesa “los distintos individuos son los militantes de la causa franco-cristiana, peleando por Francia, el imperio carolingio y la cristiandad”, si “la gesta canta una «guerra santa»... en que los ejércitos francos, los de Dios y del Bien, vencen a los ejércitos sarracenos, los de los ídolos y del Mal”, “la idea maestra de Mio Cid menos es la de la nacionalidad española o castellana, de la cruzada cristiana, que la de la personalidad extraordinaria del Campeador. Si las hazañas de Rodrigo sirvieron históricamente la causa de la nación y de la religión, poco le interesan al poeta vistas bajo este aspecto militante... Si el Cid defiende una causa, es la suya: lucha para compeler al rey, a fuerza de gloria, potencia y fidelidad personal, a que le otorgue un justo y merecido perdón, y para mejorar su posición social, logrando para él y los suyos el más alto nivel posible”. En vista de ello, creo rechazable el prejuicio que supone definir la “edad heroica”, o edad de la epopeya, como aquella en que “un pueblo... está animado de un fuerte y concorde espíritu, viéndose unido en la ejecución de una alta empresa nacional; siente por esto con viveza la necesidad del relato histórico, que dé a conocer tanto los hechos de actualidad como los del pasado...” (Menéndez Pidal, 1959a, pág. 433)74.
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Los “cantares de gesta” españoles se mantienen, sin duda, durante mucho más tiempo que en Francia, ajenos a los objetivos ideológicos de los grupos minoritarios cultos, de formación clerical, y continuaron teniendo como propósito fundamental representar y debatir conflictos jurídicos y de moral política que importaban a la compleja clase (o clases) de los caballeros. La atención que conceden los autores de los poemas épicos a los procedimientos legales y el conocimiento que de ellos muestran han sido, a veces, invocados como prueba del origen letrado, clerical, del género, en conjunto, y del Mio Cid (a partir de Smith 1977a y 1977b, págs. 63-85), en particular, como si la práctica del derecho feudal fuera materia ajena al interés y la vida cotidiana de la clase de los caballeros, clase cuyo sistema de valores trata de presentar, definir y defender el género literario constituido por las gestas 75.
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En relación muy directa con la mayor independencia de la épica española respecto al ideario de la Iglesia Católica se halla evidentemente el “germanismo” que en ella percibe la crítica (desde el fundamental estudio pionero de Hinojosa, 1899), la representación, en forma mucho más densa que en la epopeya francesa, de costumbres, comportamientos y valores contrarios a los principios latino-eclesiásticos y del derecho romano. Se dice, con razón, que esos usos renacieron en la Península al sucumbir la teocracia del reino visigodo toledano con la invasión musulmana, ya sea como parte de la revigorización del goticismo en el nuevo reino cristiano astur-leonés, ya sea por la afloración de lo autóctono prerromano especialmente en la cornisa cántabro-pirenaica. Pero creo que tiene razón Menéndez Pidal cuando observa (1992, pág. 273) que, si bien “todo cuanto ocurre en la vida es literatizable, sin embargo no todo es literatizado, sino sólo aquellos sectores de la vida que por práctica habitual se han hecho materia literaria, debido a la acertada iniciativa de un poeta y a imitadores sucesivos que implantan y aclimatan aquel género de asuntos como materia grata disponible”; el costumbrismo épico saturado de usos germánicos propios de la clase guerrera es, a mi parecer, una característica del género, un componente literario heredado, una de sus convenciones.
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En contrapartida, la épica española, se muestra más ajena que la de los otros pueblos románicos a los repertorios de motivos literarios no estrictamente vinculados al género épico, menos “culta” en el aprovechamiento de lugares comunes del mundo de la narración; de ahí que se destaque a la apreciación de la crítica como menos novelesca que sus hermanas. También se resiste más a despegarse de la realidad cotidiana para dar entrada en sus ficciones a lo portentoso (lo maravilloso queda limitado a lo sobrenatural milagroso, considerado como parte integrante del mundo real).
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La pertinaz, ya que no inalterada, adhesión de la epopeya española a un modelo de narración “verista” (y no simplemente “verosimil”) 76, con una muy notoria sobriedad “realista” en el desarrollo de la trama, es otra de sus características de antiguo señaladas por Menéndez Pidal (1949a, págs. 124-129; y en 1992, cap. III, §§ 8-10).
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Estas apreciaciones comparativas relacionadas con los contenidos narrativos y la forma de representarlos son sólo ciertas atendiendo a la sincronía, poniendo frente a frente los productos de un mismo período cronológico de España y de más allá de los Pirineos, pues la epopeya española, aunque de forma desfasada, evolucionará finalmente también hacia formas más novelizadas. Todo rasgo nacional es histórico y no “permanente”, no debido a la idiosincrasia de los pueblos; en consecuencia, conviene dejar de lado la supuesta existencia (Menéndez Pidal, 1992, cap. III, §§ 6-7) de una inclinación al verismo por parte de los hispani a lo largo de todos los tiempos 77, y atenernos a la observación, digna de nota de que “la novelización que todo relato épico intensifica en el curso de sus refundiciones, es siempre más avanzada al norte que al sur de los Pirineos... Todo traspaso de una a otra literatura comporta un completo arreglo de la fabulación: una canción de gesta que pasa a España habrá de ser despojada de su exhuberancia inventiva, y, viceversa, cuando un juglar francés toma asunto de una gesta española, se siente obligado a aderezarlo a la francesa, añadiéndole elementos maravillosos y mayor enredo novelesco” (Menéndez Pidal, 1992, pág. 208).
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Entre los rasgos conservadores de la epopeya española se ha citado frecuentemente su “historicidad”. Es este un concepto que exige clarificación, pues da pie a interpretaciones muy varias, de muy diversa aceptabilidad. Por otra parte, constituye la antesala de una cuestión que también requiere matización, la función “historial” de los cantos épicos.
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No creo que pueda considerarse incorrecta la observación de que la mayoría de los cantares españoles conserva memoria de personajes y detalles históricos pertenecientes al tiempo histórico en que se desarrolla la gesta narrada con una mayor exactitud que cualquiera de las chansons de geste francesas. Ello puede deberse, en parte, a esa adhesión de la poesía juglaresca española a modelos arcaizantes de narración “verista” de que veníamos hablando; también al hecho de que el tiempo histórico acerca del cual se canta es mucho más próximo: la segunda mitad del s. X y el s. XI. En efecto, otra de las peculiaridades de la epopeya española es que la “edad heroica” se prolonga mucho más que al otro lado de los Pirineos, pues la épica no se refugia tempranamente en el canto retrospectivo, en la reelaboración de gestas referentes a un pasado lejano mitificado (Menéndez Pidal, 1959a, págs. 433-446). En cambio, me parece muy discutible llegar a concluir (Menéndez Pidal, 1959a, págs. 430-431) que en el canto épico “verista” sobre hechos casi contemporáneos (Infantes de Lara, Infante García, Particiones del rey Fernando, Mio Cid) “la ficción poética es tan respetuosa con la verdad que deja percibir con evidencia la palpitante realidad de los sucesos acaecidos” 78. Lejos de ello, el “verismo” del Infante García o del Mio Cid no impide a sus poetas deformar deliberadamente la “realidad” de lo ocurrido para hacerla más palpitante, e inventar comportamientos de personajes históricos para conseguir que el pasado rememorado sirva a intereses o idearios políticos que ellos defienden, esto es, para iluminar los caminos del presente. Gracias al propio Menéndez Pidal sabemos (1911 y, mejor, 1934b) que el papel de fiel protector y subsiguiente vengador que en el “romance”, esto es en la gesta, del Infante García se reserva a Sancho el Mayor de Navarra es la respuesta que un poeta adepto a la nueva dinastía de señores de Castilla se propuso dar a las acusaciones que se vertieron sobre la implicación de algunos fieles partidarios del gran rey navarro en el asesinato del joven conde castellano; a su vez, me parece claro que, en el Mio Cid “el episodio central de toda la acción del poema”, la afrenta de Corpes, es de la pura invención del poeta, y que tan reprobable crimen, junto con el juicio de las cortes de Toledo y la sentencia en el combate judicial de Carrión con que se condena a los tres hermanos Asur, Diego y Fernan González (hechos que la documentación histórica nos obliga a rechazar como imposibles) son invenciones libelísticas dirigidas contra unas familias de ricos-hombres cortesanos que en los días del poeta aún tenían en Castilla “part en la cort”, aún constituían el estamento social más poderoso (Catalán, 1985 y, mejor, 1995).
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Los moralistas cristianos de la Edad Media justificaron el espectáculo épico, exceptuándolo de la condena extendida sobre cualquiera otra actividad de los mimos y juglares, en vista de las funciones informativas que en él reconocían (“si cantan con instrumentos y de gestas para recreación y además información, son merecedores de excusa”, lat.). Pero, desde un punto de vista histórico, la “información” que proporcionan las gestas tiene el carácter que en 1948a (págs. 24-25 y 33) y 1949a (pág. 115) precisaba Menéndez Pidal: “siempre más que hechos concretos, la epopeya nos habrá de dar situaciones, costumbres, ideario y ambiente; pero también es cierto que todas estas cosas son de más alto interés histórico que los hechos”, “sin la epopeya ignoraríamos, con muchas costumbres, ritos y modos de ser, muchas maneras de pensar y de sentir, las más impulsoras de la vida, las que nos dan a conocer la antigua civilización medieval mejor que cualquier crónica de la época”; “todos los elementos históricos no se hallan en un poema primitivo en cuanto históricos, sino en cuanto sirven a una ficción poética”. Pero, siendo así, resulta a mi parecer claro que admitir la función “noticiera” del canto épico, considerar que los orígenes de un poema se hallan en “una noticia poética” surgida en respuesta al interés público por un suceso notable, es caer en la trampa tendida por sus autores, es confundir la versión política de unos sucesos con los sucesos mismos.
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Cuando Menéndez Pidal (1959a, págs. 423-425, 428-433) propone substituir los lemas de Bédier (1912-1913, vol. II, pág. 360), “en el principio era el camino”, y de Pauphilet (1924, págs. 193-194, 172), “en el principio era el poeta”, por la proposición “en el principio era la historia”, como explicación sumaria de los orígenes de la epopeya medieval románica, sólo puedo seguirle si entendemos por “historia” una realidad distinta a la que, a mi entender, él propone. Los elementos de “información” histórica que los poemas épicos proporcionan, a que aquí arriba aludíamos aceptando palabras del propio Menéndez Pidal, pertenecen a dos grupos muy diferentes de hechos: de una parte, las “situaciones”, “costumbres”, “ritos”, el “ambiente”, son datos que el poeta incorporó a su obra inintencionadamente (o con una intención ajena a su valor arqueológico actual) por el hecho de hallarse inmerso en la cultura del tiempo y lugar en que escribía; pero los “modos de ser”, el “ideario”, las “maneras de pensar y de sentir” incorporadas a su obra figuran en ella con plena intencionalidad, para dar significado a la fábula, para construir el mensaje del poema (Catalán, 1985, y, mejor, 1995, págs. 111-112). La “historia” generadora del canto épico no es la constituida por los “hechos” ocurridos; sino la particular interpretación que del pasado propone el poeta. Por ello, todos los cantares de gesta tienen como tema un drama en que entran en conflictividad algunos de los “valores” sobre los que se sustenta el orden político-social.

Diego Catalán: "La épica española. Nueva documentación y nueva evaluación" (2001)

NOTAS

71 En todos los cantares de gesta españoles quizá haya sólo un personaje que invoca el concepto de cruzada, el obispo don Jerome, y, precisamente, se trata de un hombre de iglesia extrapeninsular. El poeta del Mio Cid refleja bien el origen de unas ideas que llegaban a España desde Francia. En verdad, a lo largo de la Edad Media, los cristianos hispanos sólo se acuerdan de invocar la guerra contra el Islam como un deber religioso en aquellas ocasiones en que les interesaba obtener de la Iglesia internacional exenciones o ventajas tributarias (las décimas y la cruzada) o ayuda militar de los ultrapirenaicos; pero esas ocasiones no fueron frecuentes.

72 Creo, pues, fruto de una lectura ideológicamente condicionada planteamientos como los que figuran en el prólogo de López Estrada a su edición modernizada del Poema del Cid (1955) o en Hart (1962). Las alegaciones de Perissinotto (1987) sobre “el valor de la lucha entre la Cruz y la Creciente” en el Mio Cid (págs. 19-52) y las Mocedades de Rodrigo (págs. 89-113) nada nuevo añaden a la cuestión. Naturalmente, Cristiandad e Islam existían como conceptos y realidades en relación conflictiva; pero la funcionalidad de esa relación en géneros u obras literarias depende del uso que de ella se hace, no de la presencia de referencias que eran ineludibles en el contexto cultural de la época.

73 La poesía épica no parece hallarse en sus etapas formativas tan vinculada al “sentimiento nacional” como la crítica romántica, o Paris, o Bédier, o Menéndez Pidal o tantos otros sabios formados en la exaltación decimonónica de la Patrie firmemente creen. Respecto al Mio Cid resume a mi parecer bien la cuestión Northup (1942, pág. 18) cuando dice: “...bajo el influjo de una tardía tradición, solemos mirar [al Cid] como el defensor de la cruz contra la media luna y como el campeón que extendió las fronteras de la España cristiana. Nuestro poeta no para mientes en la importancia política y religiosa de la carrera de su héroe. La conquista de Valencia es un mero episodio, cuya principal significación es económica”.

74 También me parece falsa la estimación de que “Tanto el pueblo francés, por la realización del imperio carolingio y de la posterior hegemonía cristiana, como el pueblo español, por su inextinguible empeño de reconquista antiislámica, necesitaron, más que otros pueblos románicos, la historia vulgar escrita para alimentar el sentimiento de su propia vida política” (Menéndez Pidal, 1959a, págs. 434-435).

75 “Del mismo modo que las sagas de Islandia, la mayor parte de los cantares de gesta (Fernan González, Infantes de Salas, Infant García, Bernardo, La partición de los reinos + el reto de Zamora + la jura de Santa Gadea, Mio Cid) son notablemente legalistas... el derecho era tradicional y consuetudinario” (Armistead, 1986-87a, pág. 352). Si en la epopeya francesa descontamos los textos de la segunda mitad del s. XII, en que las viejas motivaciones del canto épico se hallan neutralizadas, puede también observarse el hecho de que “en un primer grupo de chansons de geste, que están volviendo a ser consideradas como «históricas» y resultantes de un largo proceso tradicional, la traición cometida por el señor se narra con una intención incontestablemente jurídica” (Dessau 1959).

76 El “verismo” de los cantares de gesta españoles anteriores a la “decadencia” del género, destacado por Menéndez Pidal (1949a, págs. 124-129; 1952a, págs. 98-107, y 1992, págs. 197-209), me parece un hecho indudable; pero no sus apreciaciones sobre el mismo. No creo en los caracteres permanentes de un “pueblo” expresados en su cultura. Pienso, más bien, que es la cultura heredada la que impone a los individuos de un “pueblo” valores y modos de entender el mundo y de comportarse. Lo que debiera ser objeto de investigación es el hecho sociológico de la transmisión, muchas veces plurisecular, de esos elementos culturales y las rupturas de modelos culturales que, de tarde en tarde, ocurren.

77 Una apreciación crítica de la tesis de la perdurabilidad de los caracteres “nacionales” hago en Catalán 1982, comentando a Menéndez Pidal 1947b y 1982.

78 He de reconocer que Menéndez Pidal también pone bajo sospecha la objetividad que pueda tener la “narración informativa” cuando concede que “a satisfacer ese interés acude espontáneamente el cantar noticiero unas veces, y otras, quizá las más, acude el interés oficial, de lo cual el romancero nos da testimonios numerosos”, 1959a, pág. 440. Algunos historiadores post-pidalinos han extrapolado de tal manera la interpretación historicista de la epopeya como para provocar la reacción de Menéndez Pidal en su periodo más proclive a la explicación “noticierista” de la epopeya (es lo que ocurre con la propensión de fray J. Pérez de Urbel (1945) a aceptar como históricas y fidedignas las invenciones tardías de la leyenda de Fernan González; cfr. Menéndez Pidal, 1992, págs. 181-182). Por mi parte, me escandalizo, aún más, de la historicidad “esperada” por J. M. Ruiz Asencio (1969) respecto al papel de la condesa “traidora” mujer de Garci Fernández que le asigna la leyenda, o respecto a los pormenores de la gesta de Los infantes de Salas.

ÍNDICE DEL CAPÍTULO I: TEMA I: LA ÉPICA EN LENGUA VULGAR AL SUR DE LOS PIRINEOS. TESTIMONIOS DEL SIGLO XIII

* 1. LA ÉPICA ESPAÑOLA. NUEVA DOCUMENTACIÓN Y NUEVA EVALUACIÓN (I)
* 2. EL TESTIMONIO ALFONSÍ. TEMAS CAROLINGIOS DE LA ÉPICA HISPANA
* 3. EL TESTIMONIO ALFONSÍ. TEMAS ESPAÑOLES DE LA ÉPICA HISPANA
*
4. EVALUACIÓN DEL TESTIMONIO ALFONSÍ
* 5. HUELLAS DE LA ÉPICA EN LOS DOS GRANDES HISTORIADORES LATINOS DE LA PRIMERA MITAD DEL S. XIII: EL ARZOBISPO DON RODRIGO Y DON LUCAS.
* 6. EL TESTIMONIO DE FRAY JUAN GIL DE ZAMORA: VERSIONES VARIAS DE UNA MISMA GESTA EN EL S. XIII
* 7. OTROS TESTIMONIOS DEL S. XIII. LOS POEMAS EN ROMANCE DEL MESTER DE CLERECÍA Y UNA CRÓNICA LOCAL
* 8. EVALUACIÓN DE LOS TESTIMONIOS DEL S. XIII COMPLEMENTARIOS DEL TESTIMONIO ALFONSÍ.
* 9. LAS COPIAS POÉTICAS TARDO-MEDIEVALES DE CANTARES DE GESTA A LA LUZ DE LOS TESTIMONIOS INDIRECTOS DEL S. XIII SOBRE LA EPOPEYA.

CAPÍTULO II: TEMA II: TESTIMONIOS DE LA POESÍA ÉPICA AL SUR DE LOS PIRINEOS ANTERIORES AL SIGLO XIII

* 10 II TESTIMONIOS DE LA POESÍA ÉPICA AL SUR DE LOS PIRINEOS ANTERIORES AL SIGLO XIII
* 11 2. LA HISTORIOGRAFÍA EN LATÍN EN EL ÚLTIMO CUARTO DEL SIGLO XII Y LA ÉPICA ORAL: LA HISTORIA DE CASTILLA EN LA CHRONICA NAIARENSIS.

*
12 3. ¿ALCANZÓ LA HISTORIOGRAFÍA ÁRABE DE LA PRIMERA MITAD DEL S. XII A CONOCER UN CANTO ÉPICO CASTELLANO?
*
13 4. LA ÉPICA CASTELLANA Y LA ÉPICA FRANCA EN LA ESPAÑA DE ALFONSO VII
* 14 5. LA PRESENCIA AL SUR DE LOS PIRINEOS DE LAS GESTAS FRANCESAS A MEDIADOS DEL S. XII Y LA TRADICIÓN ÉPICA DEL MEDIODÍA EUROPEO
*
15 6. LA GESTA DEI PER FRANCOS EN COMPOSTELA: EL IACOBUS.
*
16 7. LA ÉPICA CAROLINGIA AL SUR DE LOS PIRINEOS A PRINCIPIOS DEL S. XII

* 17 8. LA ÉPICA CAROLINGIA AL SUR DE LOS PIRINEOS EN EL S. XI.
*
18 9. EVALUACIÓN SUMARIA DE LOS TESTIMONIOS DE LOS SIGLOS XI Y XII.

CAPÍTULO III: TEMA III: LOS TESTIMONIOS POST-ALFONSÍES DE LA CONTINUIDAD DE LA EPOPEYA

* 19  III LOS TESTIMONIOS POST-ALFONSÍES DE LA CONTINUIDAD DE LA EPOPEYA
* 20 2. LA CRÓNICA DE CASTILLA SE HACE CIDIANA: LAS “ENFANCES” DE RODRIGO
*
21 3. LA CRÓNICA FRAGMENTARIA Y LAS LEYENDAS CAROLINGIAS.
* 22 4. LA OBRA HISTORIAL DEL CONDE DON PEDRO DE BARCELOS Y LA EPOPEYA

* 23 5. LA HISTORIOGRAFÍA POSTERIOR A 1344 Y LA SOBREVIVENCIA DE LOS CANTARES DE GESTA.
*
24  6. EVALUACIÓN SUMARIA DE LOS TESTIMONIOS TARDO-MEDIEVALES ACERCA DE LA LONGEVIDAD DE LA POESÍA ÉPICA

CAPÍTULO IV: TEMA IV: LA ÉPICA MEDIEVAL ESPAÑOLA Y ROMÁNICA. LA HERENCIA DE UNA ORALIDAD PRIMITIVA

* 25 1. ÉPICA DE ORÍGENES ORALES Y ÉPICA CULTA
* 26
2.LOS MODELOS CONTEMPORÁNEOS DE POESÍA NARRATIVA ORAL Y LA ÉPICA MEDIEVAL
* 27 3. EL MODO DRAMÁTICO DE LA NARRACIÓN ÉPICA
* 28 4. EL MOLDE PROSÓDICO Y LA GENERACIÓN DEL DISCURSO ÉPICO
* 29 5. LO FORMULARIO ÉPICO Y LA CREACIÓN ORAL
* 30 6. CREACIÓN Y REFUNDICIÓN
* 31 7. LA ETAPA ÁGRAFA DE LA PRODUCCIÓN ÉPICA. RAÍCES DEL GÉNERO.
* 32 8. LA ESCUELA ÉPICA ESPAÑOLA

* 33 9. CARACTERES DE LA ÉPICA ESPAÑOLA. LA VERSIFICACIÓN.
* 34 10. CARACTERES DE LA ÉPICA ESPAÑOLA. TEMAS Y CONTENIDOS IDEOLÓGICOS
* 35 11. LA INTEGRACIÓN DE LA TEMÁTICA CAROLINGIA EN LA TRADICIÓN ÉPICA ESPAÑOLA

CAPÍTULO V: TEMA V: EL MIO CID

* 36 1. EL MANUSCRITO DE VIVAR Y LA GESTA
* 37 2. EL MIO CID, GESTA CABEZA DE SERIE

* 38 3. EL POETA DEL “MIO CID” ANTE LAS CONVENCIONES FORMALES DEL GÉNERO
* 39 4. EL POETA DEL “MIO CID” ANTE LAS CONVENCIONES TEMÁTICAS DEL GÉNERO

* 40 5. EL POETA DEL “MIO CID” ANTE LA MEMORIA DE LAS GESTAS HISTÓRICAS DE RODRIGO
* 41 6. LA “PASIÓN” COMO FUERZA REESTRUCTURADORA DE LA HISTORIA. INTENCIONALIDAD POLÍTICA DEL CANTO ÉPICO
* 42 7. ¿DESDE CUÁNDO SE CANTÓ EL MIO CID?

CAPÍTULO VI: TEMA VI. FORMACIÓN Y DESARROLLO DEL CICLO CIDIANO

* 43 1. LA CREACIÓN DEL PERSONAJE LITERARIO. EL MIO CID Y LAS PARTICIONES DEL REY DON FERNANDO
* 44 2. LAS RECREACIONES JUGLARESCAS Y EL PASADO DE RODRIGO

Diseño gráfico:


La Garduña ilustrada

Dibujo de Edwin Austin Abbey

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