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Obras de Diego Catalán

8.- 1. INTRODUCCIÓN. RENOVADA ACTIVIDAD EN EL CAMPO DE INVESTIGACIÓN DEL ROMANCERO TRADICIONAL

II. MEMORIA E INVENCIÓN EN EL ROMANCERO DE TRADICIÓN ORAL.  RESEÑA CRÍTICA DE PUBLICACIONES DE LOS AÑOS 60 (1970-1971)

1. INTRODUCCIÓN.  RENOVADA ACTIVIDAD EN EL CAMPO DE INVESTIGACIÓN DEL ROMANCERO TRADICIONAL

      l «Romancero», la canción narrativa de los pueblos que cantan en las tres (o cuatro) lenguas romances de origen hispánico —español (y judeoespañol), portugués y catalán—, vuelve a estar de moda. Y no sólo como manifestación local del nuevo aprecio internacional por la balada, sino como tema de investigaciones filológicas, folklóricas y literarias. La actividad ha sido, sobre todo, fecunda en tres campos muy diversos: la historia de la transmisión impresa de los romances en los siglos XVI y XVII; la exploración del caudal de romances que aún conserva, transmitido de memoria en memoria, la tradición de las diversas gentes que hablan las lenguas romances procedentes de la Península Ibérica; las especiales características de la creación poética tradicional.

      El estudio del Romancero del siglo XVI (viejo, trovadoresco, medio y nuevo) estaba reclamando una renovación de sus cimientos bibliográficos, desatendidos desde hacía largo tiempo. Por fortuna, la urgencia de esa renovación fue sentida por quien mejor podía contribuir a corregir el panorama, por el bibliófilo A. Rodríguez Moñino. Al mediar la centuria, Rodríguez Μοñinο comenzó a poner a disposición del lector moderno los viejos cancioneros y romanceros, en ediciones tan impecables como atractivas, sacando del olvido preciosas joyas bibliográficas, hasta entonces más o menos inaccesibles y más o menos mal conocidas 1. Durante la década de los años 60, Rodríguez Moñino no cejó en la labor 2. Además, se dedicó a disipar, de una vez para siempre, las brumas que aún envolvían muchos aspectos históricos de la transmisión impresa de los romances en los siglos XVI y XVΙI 3.

      Aunque el estudio del Romancero no se agota, claro está, con el examen de los textos impresos (pues hay que tener presente la difusión manuscrita de los romances y, sobre todo, la oral o cantada), nadie puede poner en duda que el cimentar sólidamente la historia de la difusión de los romances a través de la imprenta, tal como ha hecho Rodríguez Μοñinο, representa un paso imprescindible para el estudio del Romancero como fenómeno literario post-medieval y una base necesaria, incluso, para el estudio del Romancero como poesía oral, pues sin los impresores de romances del siglo XVI, bien poco sabríamos del Romancero oral antes del siglo XIX.

      También ha adquirido nuevo ímpetu la exploración del Romancero oral moderno. La tradición sefardí, en sus dos ramas del Mediterráneo occidental y del Mediterráneo oriental, fue ya objeto de especial atención en las primeras décadas después de la Guerra Mundial 4. La ruina, tras la persecución nazi, de las comunidades judías de los Balcanes, la formación de un estado monolingüe neo-hebraico en Israel, la absorción de los sefardíes emigrados a América por las culturas locales, los movimientos nacionalistas en los Estados musulmanes del Norte de Africa y la aspiración de Turquía a lograr la rápida homogeneización de las minorías no musulmanas, convencieron a los estudiosos de la necesidad de recoger inmediatamente los últimos ecos del Romancero judeoespañol en las decadentes comunidades sefardíes de Europa, Asia, Africa y América, antes de que la presente generación de viejos se lleve consigo, al morir, la cultura plurisecular del pueblo sefardí. Ante la perspectiva de una pronta desaparición del Romancero judeo-español, los esfuerzos realizados en los años 40 y 50 cobraron un interés excepcional, aunque a menudo las colecciones publicadas no fueran especialmente ricas ni novedosas en comparación con las preciosas colecciones de J. Benoliel (hacia 1906) y de M. Manrique de Lara (1911, 1915-16), incorporadas al «Romancero Tradicional» de R. Menéndez Pidal 5. Más recientemente, la exploración del Romancero sefardí tomó una orientación diversa, gracias a la metódica y concertada actividad de S. G. Armistead y J. H. Silverman, así como del musicólogo I. J. Katz. Frente al carácter ocasional de las iniciativas anteriores, Armistead, Silverman y Katz se propusieron recoger sistemáticamente el acervo tradicional de los sefardíes. De acuerdo con ese propósito, realizaron toda una serie de pacientes encuestas en las comunidades de Los Angeles, San Francisco, Seattle y New York, y más tarde en Israel y Marruecos; por añadidura, obtuvieron algunas colecciones inéditas de fines del siglo pasado y primer tercio del actual, se procuraron manuscritos de los judíos sefardíes en que se transcriben romances (de los siglos XVIII-XX) y lograron reproducciones de los libricos de cordel editados en el Oriente mediterráneo a principios de siglo. En conjunto, su colección abarca más de 1.350 textos y más de 1.000 melodías de unos 200 o más temas romancísticos. Armistead, Silverman y Katz no han sido tan sólo unos diligentes exploradores de la tradición oral; además de coleccionar las versiones, las han clasificado con toda precisión y han acometido el gran proyecto de publicarlas acompañadas de una tupida red de referencias bibliográficas, de un abundante número de anotaciones lingüísticas y folklóricas y de estudios monográficos sobre cada tema romancístico 6.

      Aunque el apremio de recoger el caudal de romances preservado por la tradición española, la catalana, la portuguesa y la hispanoamericana no resulte tan obvio, no hay duda de que el Romancero oral se halla en todas partes muy amenazado por la rápida decadencia de las culturas autóctonas y el triunfo arrollador de la nueva cultura que, como una manifestación más del progreso económico, distribuyen las ciudades al consumidor campesino. En España, al menos, donde en los últimos años la revolución de la estructura sociocultural del campo es bien perceptible, la continuidad de las tradiciones folklóricas no protegidas por organismos regionales o estatales, ni favorecidas por la televisión y la radio, parece de todo punto imposible. Es, pues, de desear que el ritmo de la recolección, lejos de aflojar, se acelere.

      La existencia del «Romancero Tradicional» de R. Menéndez Pidal no debe servir de pretexto para dejar que se pierda el tesoro oculto que todavía hoy guardan las memorias campesinas. La riqueza y la calidad de los textos que, en el «Archivo Menéndez Pidal / Goyri del Romancero Tradicional» se hallan coleccionados, constituyen un incentivo para el aprendiz de encuestador, pues muestran sobradamente cuán variado y jugoso es el romancero de cualquier rincón de la tradición hispánica 7. La flor de la marañuela. Romancero general de las Islas Canarias (Μadrid, 1969), con 644 versiones de 132 temas romancísticos (algunos de ellos muy raros) 8, puede servir como ejemplo de lo mucho que aún cabe esperar de una recolección intensiva del Romancero oral en regiones mal exploradas. Lo dicho para España se aplica con más razón aún a Portugal, donde las encuestas quedaron prácticamente paralizadas a principios de siglo 9, e incluso a América, donde gran parte de la tradición está aún virgen. Los recientes esfuerzos por elaborar un Catálogo bibliográfico del Romancero Hispanoamericano, realmente completo 10, deben ir seguidos de la publicación de un *Romancero Panamericano, gran desideratum de todos los estudiosos 11.

      El tercer aspecto de la creciente actividad en torno al Romancero es el que me propongo comentar con mayor detenimiento. Se trata de la renovada atención prestada por la crítica a la «creación» tradicional, a la génesis, transformación y enriquecimiento del Romancero oral, en tiempos antiguos y en tiempos modernos.

Diego Catalán: "Arte poética del romancero oral. Los textos abiertos de creación colectiva"

OTAS

1 Después de publicar en Valencia (en la Editorial Castalia), entre 1951 y 1956, varios romanceros y cancioneros especialmente raros y curiosos (como el Espejo de Enamorados, el Cancionero gótico de Velázquez de Ávila, el Cancionero de galanes, la Flor de Enamorados, la Silva de varios romances de Bar­celona, 1561, la Segunda parte del Cancionero general de Zaragoza, 1552), Rodríguez Μοñinο preparó, para la Academia Española, los doce volúmenes publicados en Madrid, 1957, de la colección «Las fuentes del Romancero General (Madrid, 1600)», fundamentales para el estudio del «Romancero nuevo», y, seguidamente, la monumental edición del Cancionero general recopilado por Hernando del Castillo (Vaencia, 1511), con una muy sustanciosa introducción y ricos apéndices bibliográficos, que vio la luz en Madrid, 1958. El Suplemento al Cancionero General de Hernando del Castillo (Valencia, 1511) salió nuevamente en Valencia (en la Editorial Castalia), 1959. En estas dos últimas obras Rodrí­guez Μοñinο aclaró la confusión provocada por las reelaboraciones que el Cancionero sufrió en sus varias ediciones y puso de manifiesto la deuda de otros cancioneros posteriores para con el general de 1511 (o sus reediciones).

2 Además de las ediciones de las Rosas de Timoneda (Valencia: Castalia, 1963), Rodríguez Moñino inició en 1967 una «Colección de Romanceros de los Siglos de Oro», en la Editorial Castalia, con la publicación, acompañada de importantes estudios bibliográficos, del Cancionero de 1550, del Romancero historiado de Lucas Rodríguez y del Cancionero [en su versión adicionada con interpolaciones ajenas al autor] de Lorenzo de Sepúlveda [colección que completaría en años posteriores con reediciones y estudios de compilaciones romancísticas del siglo XVII de gran trascendencia, como fueron las de Juan de Escobar y Damián López de Tortajada].

3 Al publicar los Romanceros que sirvieron de fuente al Romancero General de 1600, Rodríguez Moñino puso orden en el caos bibliográfico que prevalecía en los estudios del «Romancero nuevo». Con su edición del Cancionero General de 1511 y las noticias bibliográficas reunidas acerca de las obras menores que explotaron el minero constituido por esa voluminosa publicación, Rodríguez Mo­ñino aclaró la transmisión libresca de los romances hasta 1548. Posteriormente, conforme redactaba toda una serie de cuidadosas noticias bibliográficas (acompañadas o no de edición) de los pliegos poé­ticos existentes en muy diversas bibliotecas, públicas y privadas, fue poniendo las bases para un futuro estudio de conjunto sobre los pliegos sueltos del siglo XVI que aún se conservan; al mismo tiempo, se preocupó de describir «Doscientos pliegos poéticos desconocidos, anteriores a 1540» (justificando innecesariamente tan útil trabajo como una réplica a cierta frase, sin importancia, de un prólogo de R. Menéndez Pidal). Más recientemente, se dedicó a dilucidar los problemas pendientes o mal resuel­tos tocantes a los libros de los romancistas del «Romancero medio», el de los autores situados entre la vieja generación de los poetas «trovadorescos» del Cancionero General y la novísima de Lope de Vega. Además completó su estudio de las dos grandes series constituidas por los Cancioneros de Romances de Amberes y las Silvas de Romances de Zaragoza y Barcelona. Los frutos de esta labor se reflejan en las muy densas introducciones que acompañan a las ediciones de la «Colección de Romanceros de los Siglos de Oro», en el discurso académico Poesía y Cancioneros (siglo XVI) (Madrid, 1968), aunque no trate en él del Romancero, y en el libro La Silva de Romances de Barcelona, 1561, cuyo subtítulo describe mejor el contenido de la obra: Contribución al estudio bibliográfico del Romancero español en el siglo XVI. En este libro fundamental, publicado en 1969, Rodríguez Μοñinο resume detenidamente lo que ya se sabía y lo que, gracias a él, se sabe acerca de la transmisión de los romances por medio de la imprenta antes del triunfo del «Romancero nuevo» (y, hasta cierto punto, también después, a causa del éxito de la Silva de 1561 durante el siglo XVII). [Como coronación de años de investigación biblio­gráfica Rodríguez Moñino produjo, finalmente, dos instrumentos de trabajo imprescindibles para todo estudioso del romancero impreso: Diccionario de Pliegos Sueltos Poéticos (siglo XVI) (Madrid: Castalia, 1970) y Manual bibliográfico de Cancioneros y Romanceros impresos en el siglo XVI, 2 vols. (Madrid: Castalia, 1973) y de los impresos en el siglo XVII, otros 2 vols. (Madrid: Castalia, 1977-1978).]

4 El romancero norteafricano tuvo la fortuna de atraer el interés de P. Bénichou, quien, en 1944, (RFH, VI, 36-76, 105-138, 255-279 y 313-381) publicó una esmerada colección («Romances judeo­españoles de Marruecos») con comentarios. Más tarde, A. de Larrea Palacín reunió muy copiosos textos de Romances de Tetuán, que dio a conocer (Madrid, 1952) sin precisar bien su procedencia y no con todo el rigor filológico que hubiera sido de desear, y J. Martínez Ruiz (antes de 1951) un grupo de ver­siones de Alcazarquivir (editadas luego en Archivum, XIII [1963], 79-215). Otras colecciones de 1948 (D. Catalán) y de 1949-51 (M. Alvar) no han visto la luz, pero especímenes de ellas han sido incorpo­rados a estudios varios de los colectores: M. Alvar, Poes. trad. judíos-esp. (1966) y «Patología y tera­péutica» (1958-59); D. Catalán, Siete siglos (1969) y Por campos (1970); y además, M. Alvar, en Boletín de la Universidad de Granada (Letras), XCI (1951), 127-144; RF, LXIIΙ (1951), 282-305; Estudis Romànics, III (1951-52), 57-87; Archivum, IV (1954), 264-276; VR, XV (1956), 241-258; Textos hispá­nicos dialectales, II (Madrid, 1960), 760-766, 772 [y la colección de Catalán ha sido descrita por S. G. Armistead en su Cat Sef. SGA, 1978, III, p. 151]. Se han editado, adicionalmente, algunas versio­nes sueltas: África, VIΙΙ (1951), 537-539; Homenaje a Millás Vallicrosa, I (Barcelona, 1954), pp. 697-700; Sefarad, XXI (1961), 69-75. El romancero del Mediterráneo oriental se vio enriquecido con la publica­ción de un amplio Romancero sefardí (a base de la tradición de Salónica y Lárissa) coleccionado por M. Attias (Jerusalem, 1956; 2a ed., 1961; véase la extensa reseña de S. G. Armistead y J. H. Silverman, «A new sephardic Romancero from Salonika»), y con las aportaciones de B. Uziel (en Yeda Am, II (1953-54), 172-177 y 261-265; Uziel ya había publicado romances en 1927 y 1930), I. Levy, Chants ju­déo-espagnols (Londres, 1959), y M. Molho, Usos y costumbres de los sefardíes de Salónica (Barcelona, 1950); CBA [abril-jun. 1957], 64-70; Literatura sefardita de Oriente (Madrid-Barcelona, 1960). Por otra parte, continuando una tradición de estudios iniciada por los años veinte, el romancero de Levante ha sido examinado a través de las comunidades sefardíes establecidas en los Estados Unidos: D. Ro­mey, «A study of Spanish tradition... of the Seattle Sephardic Community» (tesina de la Univ. of Was­hington, Seattle, 1950); R. R. MacCurdy y D. D. Stanley, «Judaeo-Spanish Ballads from Atlanta, Georgia», SFQ, XV (1951), 221-238; I. J. Levy, «Sephardic Ballads» (tesina de la Univ. of Iowa, Iowa City, 1959).

5 Cuando J. Benoliel, hacia 1906, reunió su excelente colección de Tánger, y cuando M. Manrique de Lara exploró in situ el Romancero de Oriente (visitando Sarajevo, Belgrado, Salónica, Lárissa, Sofía, Bucarest, Constantinopla, Esmirna, Rodas, Damasco, Jerusalén, etc.), especialmente en 1911, y el de Marruecos (en Tánger, Tetuán, Larache y Alcazarquivir), sobre todo entre 1915 y 1916, las comunidades judeoespañolas conservaban todavía con gran vigor su peculiar patrimonio cultural. Perso­nalmente creo que, en cuanto al número de temas en ellas representados y en cuanto a la calidad de los textos que alcanzaron a fijar por escrito, siguen siendo únicas. S. G. Armistead, con la colabora­ción del «Seminario Menéndez Pidal» de la Universidad Complutense de Madrid prepara en la actualidad un inventario de todas las versiones judeo-españolas del «Romancero Tradicional de R. Menén­dez Pidal y M. Goyri» [vide, ahora, Cat Sef. SGA = S. G. Armistead, El romancero judeo-español en el Archivo Menéndez Pidal (catálogo-índice de romances y canciones), 3 vols., Madrid: Seminario Menén­dez Pidal, 1978].

6 S. G. Armistead y J. H. Silverman comenzaron por recoger y grabar en cinta magnetofónica más de medio millar de textos romancísticos (75% cantados) en las comunidades sefardíes de Estados Unidos. En 1960 I. J. Katz recogió en Israel otras 250 versiones (95% cantadas). Finalmente, los tres encuestadores anotaron en Marruecos, durante el verano de 1962, otro medio millar de versiones. Por otra parte, su colección se enriqueció con un interesante manuscrito rodeslí de los siglos XVIII y XIX (que publicaron, con todo rigor, en 1962: Diez romances hispánicos en un manuscrito sefardí de la Isla de Rodas, Pisa: Università); con la colección de William Milwitzky —discípulo de A. Morel-Fatio (1895), formada en los Balcanes; con la de Cynthia Crews (1929), reunida en Grecia y Yugoeslavia; y con la de Américo Castro (1922), formada en Marruecos. La publicación del curiosísimo libro de S. G. Armistead y J. H. Silverman, The Judeo-Spanish Ballad Chapbooks of Yakob Abraham Yoná (Ber­keley-Los Angeles: University of California, 1971), constituye una importante contribución, no sólo al conocimiento del romancero judeo-oriental, sino también a su estudio.

7 Son muchas las comarcas inexploradas que aún reclaman nuestra atención.

8 He comentado varios de ellos en mi libro Por campos del Romancero (caps. III, IV, V, VI, VII y IX).

9 Cfr. Por campos, pp. 228-230.

10 M. E. Simmons, Bibliography of the «romance» and related forms in Spanish America (Bloomington, 1963). Sobre algunas importantes omisiones en este trabajo, cfr. la reseña de S. G. Armistead y J H. Silverman en Western Folklore, XXIV (1965), pp. 136-140.

11 Cfr. lo dicho en el «Coloquio» incluido en El Romancero en la tradición oral moderna (1972), pp. 143-146.

CAPÍTULOS ANTERIORES:

*
  1.- ADVERTENCIA

2.- A MODO DE PRÓLOGO. EL ROMANCERO TRADICIONAL MODERNO COMO GÉNERO CON AUTONOMÍA LITERARIA

I. EL MOTIVO Y LA VARIACIÓN EXPRESIVA EN LA TRANSMISIÓN TRADICIONAL DEL ROMANCERO (1959)

3.- I. EL MOTIVO Y LA VARIACIÓN EXPRESIVA EN LA TRANSMISIÓN TRADICIONAL DEL ROMANCERO (1959)

4.- II. EL «MOTIVO» Y LA «VARIACIÓN EXPRESIVA» SON OBRA COLECTIVA

5.- 3. LOS «MOTIVOS» Y LAS VARIACIONES DISCURSIVAS SE PROPAGAN DE VERSIÓN EN VERSIÓN

* 6.- 4. CADA MOTIVO Y CADA VARIACIÓN EXPRESIVA TIENEN UN ÁREA DE EXPANSIÓN PARTICULAR

* 7.- 5. CONCLUSIÓN

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