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Obras de Diego Catalán

12.- 9. PERSISTENCIA DE LAS LENGUAS IN­DÍGENAS EN LA PROVINCIA ROMANA DE HISPANIA

12.- 9. PERSISTENCIA DE LAS LENGUAS IN­DÍGENAS EN LA PROVINCIA ROMANA DE HISPANIA

9. PERSISTENCIA DE LAS LENGUAS IN­DÍGENAS EN LA PROVINCIA ROMANA DE HISPANIA. II. PUEBLOS PRERROMANOS, PREINDOEUROPEOS E INDOEUROPEOS

      En Italia, durante la época imperial, se seguía hablando el osco en Campania, el etrusco en el centro, el insubro y el veneto en la Cisalpina 112; en Galia se podía testar en lengua gala, según un texto de Ulpiano de hacia 225; en África el púnico subsistía en el siglo V, según san Agustín (sermón 22), y hasta hoy subsiste el beréber. En cuanto a España, en el siglo de Augusto, Estrabón 113 dice que los turdetanos, sobre todo los ribereños del Betis, estaban tan romanizados que hasta «habían olvidado su propio idioma», aludiendo indudablemente a casos extremos, a los más cul­tos entre los íberos, pero no puede querer decir que la len­gua ibérica hubiese ya desaparecido en la Bética. Tácito 114 cuenta de un campesino de Termes (hoy Tiermes, Soria), que en el año 25 d.C, después de matar al pretor L. Pi­són, puesto en tortura, gritaba en su lengua patria que no descubriría a sus cómplices «uoce magna sermone patrio frustra se interrogari clamitauit»; este patriota arévaco no sabía latín, por lo menos para emplear­lo en un momento de gran turbación. El español Mela 115 en el mismo siglo I nos dice que los artabros o arotrebas, en el extremo noroeste de Galicia, conservaban su celticidad: «Artabri sunt etiam nunc celticae gentis». Inscripciones como la de Lamas de Moledo 116 nos asegu­ran que un dialecto céltico o ilírico se escribía en los siglos I o II en el Noroeste de la Península. Estas lenguas indíge­nas, pobres siempre, más pobres cada día según el latín las iba invadiendo, se diluían progresivamente dentro del la­tín, que las absorbía lentamente, más lentamente de lo que solemos imaginar. Aún mucho después de la desaparición del Imperio, en el siglo VIII d.C, parece que no se habían extinguido en el centro de la Península los últimos hablan­tes de lengua ibérica, ya que llegaron a explicar a los nue­vos hablantes en lengua árabe el sentido de algunas deno­minaciones toponímicas: Arriacum fue traducido al árabe en  Guadalajara,  ejemplo ya  dicho117,  y  Οὔέλουκα (Veluka) nombrada por Ptolomeo 118, del ibérico vela ’cuervo’ (vasco bela)119, en Soria, por Qal’at an-nusūr «castillo de las aves carniceras» hoy Calatañazor 120. Hasta hoy en un rincón del istmo ibérico subsiste una lengua pre­rromana y preindoeuropea; ¿cuántos rincones así habría en la Hispania romana y hasta cuándo persistieron?

      Además, a pesar de la romanización unificadora, queda­ría bajo ella una fuerte acción de las lenguas indígenas. Los íberos, celtas o ilirio-lígures pertenecientes a la nobleza o a las capas superiores urbanas se asimilarían pronto el la­tín para conservar sus funciones dirigentes y su actividad superior, pero las clases inferiores y las rurales conservarían la lengua indígena durante siglos. Una gran porción de hispano-romanos tuvo forzosamente que ser por largo tiem­po bilingüe, y tal bilingüismo debió de prolongarse mucho más de lo que generalmente se ha supuesto tradicionalmente, de modo que ciertos hábitos lingüísticos de las lenguas indígenas convivieron por mucho tiempo en la mente de multitud de latino-hablantes.

Diego Catalán: Historia de la Lengua Española de Ramón Menéndez Pidal (2005)

NOTAS

112  F. G. Mohl, Chronologie, pp. 62 y 64.

113  Geogr., III, 2, 15.

114  Ann., IV, 45.

115  Chorogr., III, 13.

116  De que ya hemos hablado; véase atrás § 7.

117  Atrás, cap. II, § 3. Aunque a su paso por Guadalajara el río Henares no es más pedregoso que cualquier otro río,  la  arabización del primitivo toponímico impuso la perpetuación de la denominación, cuya conexión con la naturaleza desconocemos. El proceso traductor se repite en el s. XIII cuando el Arzobispo de Toledo don Rodrigo, al enumerar en verso las conquistas de Alfonso VI (De rebus Hispaniae, VI, 22º), llama a Guadalajara en latín Fluvius Lapidum (calcando el término árabe cuyo significa­do le era claro). También es posible, según sugerencia de Jaime Oliver Asín, que Wādi l- Ḥiŷāra signifique ’río de las peñas fortificadas’; véase Menéndez Pidal, «La invasión musulmana y las lenguas iber.», 1962, pp.  191-195.

118  Ptolomeo, II, 6, 55; identificada con Voluce del Itinerario de Antonino.

119  Con el sufijo -oki, como Beloca, Beloque, Boloqui, en Gui­púzcoa.

120  Menéndez Pidal, «La invasión musulmana y las leng. ibér.», 1962, p. 195. Vistos estos dos casos, también podemos suponer que el significado de Aratoi > Araduey (arriba § 3) continuó comprendido hasta después de la romanización de la región de Zamora y Palencia y que se halla traducido en la designación mo­derna de Tierra de Campos.

CAPÍTULOS ANTERIORES:

PARTE PRIMERA: DE IBERIA A HISPANIA
A. EL SOLAR Y SUS PRIMITIVOS POBLADORES

CAPÍTULO I. LA VOZ LEJANA DE LOS PUEBLOS SIN NOMBRE.

1.- 1.  LOS PRIMITIVOS POBLADORES Y SUS LENGUAS

2.- 2. INDICIOS DE UNA CIERTA UNIDAD LINGÜÍSTICA MEDITERRÁNEA

3.- 3. PUEBLOS HISPÁNICOS SIN NOMBRE; PIRENAICOS Y CAMÍTICOS

CAPÍTULO II. PUEBLOS PRERROMANOS, PREINDOEUROPEOS E INDOEUROPEOS

4.- 1. FUERZA EXPANSIVA DE LOS PUEBLOS DE CULTURA IBÉRICA

5.- 2. NAVEGACIÓN DE FENICIOS Y DE GRIEGOS EN ESPAÑA

6.- 3. LOS ÍBEROS Y LA IBERIZACIÓN DE ESPAÑA, PROVENZA Y AQUITANIA

7.- 4. FRATERNIDAD ÍBERO-LÍBICA

*   8.- 5. LOS LÍGURES O AMBRONES

*   9.- 6. LOS ILIRIOS

*   10.- 7. LOS CELTAS

*   11.- 8. «NOS CELTIS GENITOS ET EX IBERIS» (MARCIAL)

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Imagen: letra N, variaciones sobre el alfabeto Holbein.

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