I REALIDAD HISTÓRICA Y LEYENDA EN LA FIGURA DEL CID (5)
e. El Soberbio Castellano
      Aunque Las  particiones del rey don Fernando empezaran a dotar al Rodrigo Díaz  histórico-literario de un pasado —crianza en Zamora en hermandad con la  infanta doña Urraca y los hijos de Arias Gonzalo, participación en el  cerco de Coimbra donde sería armado caballero por el rey don Fernando 25—  tales «datos» sólo eran en esa gesta suministrados como alusiones a  tiempos lejanos, anteriores a las acciones objeto de narración. Para que  el héroe tuviera unas Mocedades hubo que esperar más tiempo.
       Fue un juglar de la épica «tardía», aunque no tan «tardía» como suele  creerse pues el poema existía ya a fines del s. XIII, quien acudió a  satisfacer la curiosidad de un auditorio que, al igual que en tantos  otros casos, quería saber cómo un personaje tan excepcional se había  desarrollado, qué signos preludiaban su destino a ser un héroe 26.
       La crítica no ha sido generosa con el poeta inventor de las Mocedades  de Rodrigo; sin duda, por echar de menos en el poema los «valores»  propios de la «edad heroica» presentes en las gestas anteriores, pero  también por confundir el poema original con una u otra de las dos  manifestaciones concretas a través de las cuales lo conocemos: la  crónica rimada llamada el Rodrigo, adaptación hecha en el s.  XV, o el arreglo historiográfico de la información de procedencia épica  hecho por la Crónica de Castilla. Pero la fábula ideada  por el creador de las Mocedades de Rodrigo y la nueva  personalidad del héroe que forjó ese juglar de fines del s. XIII hemos  de reconocer que tienen un gran atractivo; tan grande, que no sólo  lograron imponerse en los últimos siglos medievales, sino que  conformaron la imagen del Cid renacentista, ya que el héroe vino a serlo  nacional en su cualificación de «el Soberbio Castellano».
      En  las Mocedades de Rodrigo el Cid sigue teniendo o tiene ya (si  en vez de a la cronología de las obras nos atenemos al orden biográfico)  los títulos necesarios para ser considerado el «vasallo» modelo. Pero  ahora, de forma aún más paradójica que en las gestas anteriores, Rodrigo  alcanza y cumple ese papel, no ya mostrando una lealtad sin tacha  frente a reyes que, llevados de sus pasiones, incumplen temporalmente  sus deberes señoriales (como en el Mio Cid y en La  particiones), sino negando el besamanos de vasallaje al rey hasta  que ese rey se hace digno de tenerle a él como vasallo:
Dixo estonce Rodrigo:     —¡Querría más  un clavo
que vos seades mi señor    nin yo vuestro vassallo!
Porque  os la bessó mi padre    soy yo mal amanzellado,
y, después que él, por su parte, ha mostrado ante todos su indisputable superioridad como guerrero, como héroe invencible capaz de encargarse de las más temerarias empresas para la gloria de su rey. Es esa la razón que le lleva a jurar, al ser forzadamente desposado con Ximena:
—Señor, vos me desposastes     más a mi  pessar que de grado,
mas prométolo a Christus     que vos non besse  la mano
nin me vea con ella     en yermo nin en poblado
fasta que  venza cinco lides     en buena lid en campo;
y, en efecto, sólo besará al  rey la mano y será su vasallo cuando don Fernando reciba del apóstol  Santiago regia caballería y él haya, al fin, consumado su matrimonio con  Ximena tras haber vencido las cinco lides del juramento.
      El  famoso tema del casamiento de Ximena con aquel que mató a su padre, que  tanto éxito post-medieval tuvo, no nació como un drama en que el amor y  el odio luchen en el ánimo de unos personajes desgarrados por  conflictivas pasiones, sino como «fazaña» ante un conflicto de derecho.  Ximena resuelve el dilema político que al rey se le plantea cuando, como  huérfana sin otro amparo que el que por derecho tiene que darle el rey,  se querella ante la corte de don Fernando y éste teme que, en caso de  castigar la muerte del conde don Gómez de Gormaz, se le alcen los  castellanos. La exigencia de la menor de las hijas de don Gómez de que  el rey dé reparo a su horfandad obligando al matador a suplir como varón  el papel protector del padre muerto es una fórmula de derecho tan  válida como el exigir de un forzador de una doncella que repare la  violación con el matrimonio. Sólo a Diego Laínez le sorprenderá el hecho  de que, puesta frente a Rodrigo doña Ximena por el rey,
ella tendió los ojos     et comenzó de  catarlo:
—Señor, muchas mercedes,     ca éste es el que yo demando;
y  Rodrigo tendrá razón al afirmar que acepta «mas amidos que de grado» la  reparación que el rey le impone del daño hecho a Ximena por haber matado  a un enemigo en buena lid campal, esto es que se desposa con ella por  imperativos de derecho.
      El vuelco dado a la personalidad del  Cid por el poeta de las Mocedades no puede ser más extremoso.  Ni la mesura, ni el rechazo de cualquier género de jactancia, ni la  prudencia, ni las artes y engaños tácticos en la guerra, ni el paternal  afecto a los que forman su mesnada, ni el amor, son «virtudes» que sean  tenidas como propias de un héroe; sólo cuenta el arrojo temerario, la  arrogancia sin límites, el desprecio a cualquier ley, norma o autoridad  que interfiera en el desarrollo de los propósitos o decisiones del  individuo indómito.
     Tres rasgos definitorios del viejo Cid épico  sobreviven, sin embargo, en el «Soberbio Castellano» de las Mocedades:  su generosidad ante los vencidos o inermes, su sentido del humor  (aunque sin la finura que tenía en el Mio Cid) y su condición  social de simple caballero que reclama para los escalones bajos de la  nobleza, los hidalgos, el respeto merecido a su demostrada superioridad  en armas y conducta respecto a los condes y grandes señores de solares  conocidos. En este aspecto, las Mocedades no sólo heredan el  antagonismo clasista del Mio Cid, sino que extreman el  contraste, aprovechando de forma nueva la leyenda de Los alcaldes de  Castilla. Rodrigo, al ir a enfrentarse con los poderes de Francia  como adelantado del rey don Fernando, carece de pendón y se lo  fabrica harpando su propio manto; con esa enseña, de la cual  hace entrega a su sobrino Pero Mudo, a quien se supone ahora de  origen bastardo, pobre y hambriento, vence al Conde de Saboya,  jactándose (aunque juegue con el sentido metafórico de las palabras) de  que su padre vendió paño en las ruas de Burgos y de ser nieto del  alcalde «cibdadano», esto es burgués, Laín Calvo quien, junto al noble  Nuño Rasura, gobernaron Castilla en libertad.
      En las Mocedades,  el hidalgo de raíces burguesas, ante cuyo valor e insolencia se tornan  complacientes el rey de Francia, el Emperador de Alemania y el Papa  acorralados por él en París, se agiganta de tal forma que la grandeza  del buen rey don Fernando es, en realidad, tan sólo reflejo de la suya.  Es, no más, fruto de la promesa que el rey le hace de «te non salir de  mandado», de cumplir en todo momento los consejos de «el Soberbio  Castellano», pues
aquel español que allí vedes en todo es el diablo,
conforme advertirá el conde  saboyano a los doce pares de Francia. Esta definición, la de que más  bien que un hombre, es «figura de pecado», «diablo», repetida en boca de  diversos personajes, se convierte en la gesta en la mayor alabanza del  joven Rodrigo, en la que resume su personalidad heroica.
      La  crítica, inatenta a los criterios que rigen la composición de la Crónica  de Castilla, se desorientó al creer que esta nueva personalidad  del Cid no era original en la gesta sino resultado de una refundición.  Pero un mejor conocimiento del modus operandi del  formador de esa crónica me permite hoy afirmar que la estructura de la  gesta y la concepción del personaje Rodrigo en las Mocedades de  fines del s. XIII eran muy similares ya a las que nos da a conocer el  poema del s. XV, aunque esta versión posterior quinientista se aparte  del modo narrativo clásico propio de los grandes poemas de los siglos  XII y XIII al introducir un ritmo acelerado en la presentación de las  escenas épicas.
Diego Catalán, "El Cid en la historia y sus inventores."(2002)
NOTAS
25 [Véase adelante, cap. VI, § d].
26 [Sobre la gesta de las Mocedades de Rodrigo y el modo deficiente en que la conocemos, véase Catalán, La épica española (2000), caps. V, §§ 3-5 y III, §§ 2b-e y 5d; y aquí adelante cap. VI, §§ e-g].
Índice               de  capítulos:
* I  REALIDAD HISTÓRICA Y LEYENDA EN LA FIGURA                  DEL CID (1)
   a. La realidad se forja en los relatos
*   I   REALIDAD HISTÓRICA Y LEYENDA EN LA FIGURA DEL CID                (2)
     b.                 Rodrigo, Campeador invicto para sus  coetáneos
*   I                REALIDAD HISTÓRICA Y LEYENDA EN LA FIGURA DEL CID (3)
           c.               Del Campeador al Mio Cid. Los nietos del Cid y la         herencia         cidiana
*   I              REALIDAD HISTÓRICA Y LEYENDA EN LA FIGURA DEL CID (4)
    d.    Rodrigo, el  vasallo leal, a prueba
*   I   REALIDAD HISTÓRICA Y LEYENDA EN LA FIGURA DEL CID          (5)
    e.            El Soberbio Castellano
*   I          REALIDAD HISTÓRICA Y LEYENDA EN LA FIGURA DEL CID (6)
    f.          El Cid se adueña de la Historia y la Historia anquilosa  la        figura   del  Cid
* I  REALIDAD HISTÓRICA Y LEYENDA EN LA FIGURA DEL CID       (7)
   g. El Cid del Romancero  salva al personaje       literario del  corsé historiográfico
* II EL «IHANTE» QUE QUEMÓ LA MEZQUITA DE ELVIRA Y LA CRISIS DE NAVARRA EN EL SIGLO XI
*  III   LA NAVARRA NAJERENSE Y SU FRONTERA CON AL-ANDALUS
 *   IV EL MIO CID Y SU INTENCIONALIDAD HISTÓRICA
* V EL MIO CID DE ALFONSO X Y EL DEL PSEUDO IBN AL-FARAŶ
* VII LA HISTORIA NACIONAL ANTE EL CID
* APÉNDICE I.  SOBRE LA FECHA DE LA HISTORIA RODERICI
 

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