I REALIDAD HISTÓRICA Y LEYENDA EN LA FIGURA DEL CID (6)
f. El Cid se adueña de la Historia y la Historia anquilosa la figura del Cid
La expansión continuada de la biografía del Cid en la Poesía Épica durante los siglos XII y XIII no tuvo en la Historiografía grandes repercusiones mientras el género estuvo en manos de la jerarquía eclesiástica más vinculada a la corona.
La historia oficial de los reyes de León y Castilla no pudo «ignorar» por completo, como hizo el obispo don Pelayo, la existencia de Rodrigo Díaz; pero, si el gran historiador leonés Lucas, diácono de la iglesia de San Isidoro de León, en tiempos de Fernando III (en 1236) 27, reconoce el valor e invencibilidad del caballero Rodericus, sólo ve en él al alférez del rey castellano don Sancho que, mediante un consejo artero, convirtió en derrota del rey don Alfonso de León el victorioso encuentro de Golpejera, o al osado castellano que tomó a ese rey Alfonso juramento exculpatorio de no haber tenido parte en la muerte dolosa de su hermano ante los muros de Zamora antes de que Castilla lo reconozca como señor, «hechos» ambos que interpretan datos extraídos de la gesta de Las particiones del rey don Fernando. Aunque hace constar que, a causa de esa actuación, «el rey Alfonso siempre le aborreció», nada dice de su destierro. No obstante estimó necesario, tras contar la toma de Toledo y repoblación de las tierras al Sur del Duero por Alfonso VI, dar una brevísima noticia sobre las hazañas en Levante del «valiente caballero» Rodrigo Díaz, consignando la prisión del rey de Aragón (que cree fue Pedro I), el cerco y toma de Valencia y la victoria sobre Buchar con muerte de miles de sarracenos. Esta pequeña digresión sirvió como señal de salida para que Rodrigo Díaz hiciera su carrera en la Historia.
Por su parte, el otro gran historiador de tiempos de Fernando III, el castellanista don Rodrigo Ximénez de Rada 28, aparte de adaptar los pasajes del Chronicon Mundi de Lucas, sabe, gracias a sus orígenes navarros (por el Libro de las generaciones o Liber regum o por derivaciones de él), la genealogía ascendente y descendente del Campeador establecida por biógrafos y genealogistas del Oriente de la Península, y, como Arzobispo de Toledo y Primado de España, le consta que su antecesor don Bernardo trajo, entre otros clérigos francos, a Hieronymus, natural de Petragorica, quien, antes de ser obispo de Zamora lo fue temporalmente de Valencia en tiempo de Rodericus Campiatoris. El Arzobispo sólo creyó necesario añadir que Buchar apenas logró escapar vivo de su derrota y el traslado a Cardeña del cuerpo de Rodrigo, una vez muerto.
La entrada triunfal del Cid en la Historia nacional de España fue un resultado del radical cambio en la concepción de lo que es Historia impuesto por Alfonso X. El Rey Sabio 29 aspiró a ofrecer a los súbditos de su imperium un conocimiento integral de
«la estoria toda como conteció, e non dexar della ninguna cosa de lo que dezir fuesse» 30,
sin otros criterios restrictivos que los de la fiabilidad de la fuente de información y el decoro historiográfico. Para ello, según hace constar:
«mandamos ayuntar quantos libros pudimos aver de istorias en que alguna cosa contassen de los fechos d’España... et compusiemos este libro de todos los fechos que fallar se pudieron della» 31.
De conformidad con este propósito, la particular historia del Cid que va emergiendo de entre las páginas de la historia del reino castellano-leonés reúne, por primera vez, la mayor parte de las narraciones precedentes, pues Alfonso, aparte de las historias generales de Rodrigo y Lucas y del Liber regum, incorpora tanto la Historia Roderici como La elocuencia evidenciadora de Ibn ﺀAlqama y, además, Las particiones del rey don Fernando y el Mio Cid.
Si dejamos aparte la presencia del nombre de Rodrigo en las noticias genealógicas acerca de la descendencia de los jueces de Castilla y acerca de la ascendencia de los reyes navarros, las dos redacciones de la Estoria de España alfonsíes, la original de c. 1270 (que, a partir de Fernando I sólo nos es conocida en una Versión retóricamente amplificada de 1289) y la de 1282/84 (Versión crítica, representada por la Crónica de veinte reyes)32, van incorporando, cronológicamente organizadas, cuantas referencias a Rodrigo Díaz les proporcionan esas fuentes: al relatar el cerco de Coimbra, se incluye el dato de que allí le armó caballero el rey don Fernando; luego se narra su tardía llegada a Cabezón, donde el rey ha repartido sus reinos, y su intervención, como el más preciado de los consejeros, en los últimos momentos del rey, según el testimonio de la gesta refundida de Las particiones, aunque las dudas de los «estoriadores» alfonsíes acerca de la exactitud del relato juglaresco les haga vacilar en cómo aprovecharlo. La Poesía va, después, imponiendo detalle tras detalle a la Historia al relatar las incidencias de las guerras de Sancho contra García y de Sancho contra Alfonso, así como en el cerco de Zamora, respecto al reto y combate judicial para decidir si la ciudad es o no cómplice de la traición de Vellido Dolfos y respecto al juramento de Santa Gadea, y, en cada caso, las particulares intervenciones de Rodrigo en todos esos episodios. Pero, en la incorporación de las escenas poéticas a la prosa histórica, Alfonso X se preocupa no sólo de desversificar el relato sino de podarlo de elementos que considera literarios y, sobre todo, de ennoblecerlo, amortiguando las pasiones de los personajes y «castigando» su lenguaje cada vez que las unas o el otro rebasan los límites de lo que se considera aceptable en un género como el historiográfico.
Concluida, con la Jura de Santa Gadea, la materia en que Las particiones del rey don Fernando colorean la historia de la guerra civil, Alfonso X acepta de Lucas Tudense y Rodrigo Toledano que el rey don Alfonso nunca vio con buenos ojos al Cid; pero sabe, gracias a la Historia Roderici, la causa y el pretexto por los cuales el rey destierra a su vasallo. Y, una vez que ha empezado a contar ese destierro, no ve inconveniente en ir trenzando hábilmente los tres relatos que conocía acerca de la actuación de Rodrigo en Levante: el de la Historia Roderici, el de Ibn ﺀAlqama y el del Mio Cid. Los capítulos dedicados al Cid acaban por ocupar más espacio que los referentes al rey don Alfonso, anticipando así, sin tener consciencia de estar disminuyendo con ello la imagen de un gran rey, aquel famoso epígrafe con que Menéndez Pidal tituló la historia de los años 1091-1099: «El Emperador oscurecido por el Cid». La desproporción no le importa a Alfonso X pues, para la estética medieval, no eran impropias en un texto las «digresiones» desproporcionadas; no había una exigencia de equilibrio arquitectónico en las obras escritas.
Sin embargo, el componente cidiano de la Historia nacional acabó por provocar una crisis en la Estoria de España; pero ello sería debido, no ya a este exceso de información, sino a la intervención monacal en la remodelación del personaje Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid, y al impacto sobre la cronística de una labor historiográfica extraña a la concebida por los reyes o por los servidores laicos o eclesiásticos de la monarquía que tradicionalmente venían controlando la producción de Historia.
En el monasterio de Cardeña, los monjes que poseían los huesos del Cid desarrollaron, en provecho propio, un «culto» a sus reliquias, multiplicándolas inventivamente y explicándolas en un relato de corte hagiográfico para atraer el interés de devotos peregrinos. Esa leyenda piadosa acabó por generar una *Estoria caradignense del Cid que [en sus últimas y más elaboradas formas] los monjes atribuyeron a Ibn al Faraŷ, el alguacil histórico del rey al-Qādir y de Rodrigo en Valencia 33. Esta *Estoria caradignense del Cid no ha llegado hasta nosotros en forma autónoma; pero sí parcialmente incorporada a ciertas ramas de la tradición manuscrita que deriva de la compilación historial alfonsí. A su interferencia en la descendencia textual de la Estoria de España se debe, en buena parte, la «revolución historiográfica» que, apenas muerto el Rey Sabio, vino a socavar los fundamentos de su obra y dejó en plena confusión para el futuro el contenido de la historia nacional posterior al reinado de Vermudo III. Con la influencia de esta historia monacal se relaciona el abandono del principio básico que había regido el gran esfuerzo de los equipos historiográficos de Alfonso X: decir en todas las cosas la verdad ateniéndose a lo contado por los sabios hombres que «metieron» en escrito «los fechos que son passados, para aver remembrança dellos como si entonces fuessen», esto es, como si ocurriesen en el presente a la vista de cualquiera.
No podemos reconstruir el proceso de creación de esta Estoria del Cid [que en una u otra forma sabemos existía con anterioridad a la labor historiográfica de Alfonso X 34 y en cuya composición entran relatos que circulaban ya en la primera mitad del siglo XIII 35], ya que el único texto llegado a nosotros es el conservado (de forma parcial) por la Versión mixta de la Estoria de España y por la Crónica de Castilla. En esta versión [evidentemente no primigenia] de la *Estoria caradignense del Cid se suman, en sucesión, fuentes de carácter tan dispar como La elocuencia evidenciadora de Ibn ﺀAlqama, sin despojarla por completo del punto de vista musulmán, el Mio Cid de c. 1144 (para «Las bodas de las hijas del Cid»), dos versiones discordantes del relato de origen épico sobre «La afrenta de Corpes», sin salvar sus contradicciones 36, y, por último, la Leyenda hagiográfica del Cid elaborada en Cardeña. Estos componentes dispares se hallan sometidos a un malicioso y, a la vez, ingenuo proceso de manipulación a fin de lograr convencer a los receptores del relato de la autenticidad y credibilidad de los sucesos narrados. El resultado es bien conocido ya que, por culpa de un interpolador del s. XIV, el texto de la Versión mixta se incorporó al viejo manuscrito de 1289 E2 que se guarda en El Escorial 37 y, de resultas, a la edición de Menéndez Pidal de la llamada Primera crónica general, convirtiéndose así, hasta la década de los 60 38 de este siglo, en el texto oficial de la Estoria de España.
Las fabulaciones de los monjes caradignenses, al contaminar la tradición manuscrita de la Estoria de España, abrieron el camino a lo que pudiéramos denominar vocación novelesca de la Historia. Respecto a la imagen del Cid, fueron responsables de dos afirmaciones que tuvieron gran difusión: la de que venció una batalla después de muerto, gracias a la cual llegó su cuerpo a Cardeña, y la de la incorruptibilidad de ese su cuerpo. Curiosamente, el texto en que esos «milagros» han llegado narrados hasta nosotros ha sido ya sometido a una racionalización que les priva de su carácter de tales, ya que la incorruptibilidad resulta ser temporal y producto de un bálsamo de efectos momificatorios enviado al propio Cid por el Sultán de Persia y la capacidad del cuerpo muerto de mantenerse sobre Babieca fruto de un artilugio. Y una tendencia similar a que todo episodio chocante reciba explicación racionalizada caracteriza a la *Estoria tal como nos la dan a conocer las crónicas.
También remontan a la *Estoria caradignense las mayores novedades en el tratamiento de los episodios nacidos en el Mio Cid referentes a la afrenta de Corpes y a las Cortes de Toledo en que el Cid reclama justicia. El refundidor, o más bien una de las dos versiones que se superponen en el relato de ascendencia épica de una forma inconsistente, aparte de no comprender el procedimiento judicial narrado por el viejo poeta, transformó completamente el escenario social, elevando a Rodrigo en su estamento nobiliario, convirtiendo a Alvar Háñez en su primo, inventando una familia bastarda de sobrinos del Cid, haciendo del gran rey Alfonso un rey ridiculamente impotente e introduciendo gratuitamente episodios y referencias geográficas nuevas 39.
Esta «Interpolación cidiana» procedente de la *Estoria caradignense del Cid pasó desde la Versión mixta a otros dos textos cronísticos, la Crónica manuelina (sólo conservada en un resumen debido a don Juan Manuel) y la Crónica de Castilla, en las cuales, para armonizar mejor el relato, se retocaron diversos detalles, se introdujo la famosa historieta de Martín Peláez el Asturiano, un cobarde de quien el Cid supo sacar un valiente caballero [y se glosó con mayor número de detalles la participación de doña Elvira y doña Sol en el culto cidiano caradignense].
De estas derivaciones de la Versión mixta, la más interesante es la Crónica de Castilla de c. 1290, ya que en ella se consuma el proceso de construcción novelesca de la biografía del Cid. Apoyándose en la gesta de las Mocedades de Rodrigo, cuyas novedades no habían sido hasta ahora aceptadas por la Historiografía, el redactor de la Crónica de Castilla hace que Rodrigo esté omnipresente a lo largo de todo el reinado de Fernando I, al igual que en los reinados sucesivos.
El rasgo más notable de esta nueva «versión» de la última parte de la Estoria de España es el abandono del punto de vista «regio», de la tradicional inspiración monárquica heredada de la historiografía leonesa que continúan el arzobispo don Rodrigo y Alfonso X, haciendo ahora a la Historia pro-nobiliaria 40. Pero más sobresaliente aún que esta actitud es la de desechar el principio historiográfico de respeto a lo dicho por las fuentes e inventar cuanto al refundidor le viene en gana siempre que ello redunde en beneficio de la ejemplaridad buscada con el relato. El creador de la Crónica de Castilla trata con idéntica «libertad» la información heredada de pasajes que remontan a la historiografía en latín, que la de pasajes oídos a los juglares. Así, al narrar conforme a la Historia Roderici la traición de Rueda, en que el moro en posesión de esta plaza fuerte está a punto de lograr asesinar a Alfonso VI, idea por su cuenta que, cuando el Cid acude en ayuda de su rey, asuma y cumpla la misión de castigar al traidor y que, mediante este servicio, obtenga de Alfonso VI el otorgamiento de una especie de «Carta Magna» de derechos nobiliarios y ciudadanos:
«Que, quando alguno oviesse de sallir de la tierra, que oviesse treynta días de plazo, asý commo de ante avía nueve; e que non pasaríe contra ningún omne fijo dalgo ni ciudadano syn ser oýdo commo devía con derecho; nin pasase a las villas nin a los lugares contra sus fueros nin contra sus buenos usos, nin les echase pecho ninguno desaforado, sy non que se la pudiese alçar toda la tierrra por esto, fasta que lo emendase».
Con idéntica libertad narrativa transforma todos los episodios que toma de la gesta de las Mocedades o introduce la intervención de Rodrigo en pasajes en que ninguna fuente le autorizaba a hacerlo. Su concepción de Rodrigo mozo nada debe a la que oyó o leyó en las Mocedades, pues, de acuerdo con su ideal de relaciones entre el rey y los hidalgos, Rodrigo, al llegar a la corte de Fernando I y ser desposado con Ximena, recibe del rey mucha más tierra que la que tenía debido a serle muy «obediente», pues ya en esa entrevista el mancebo le promete
«que faría su mandado en esto e en todas las cosas que le él mandara.»
El historiador trata de borrar toda huella de los temores de Diego Laínez al ser llamado a cortes tras la muerte de don Gómez de Gormaz y de la altivez e insumisión épicas de «el Soberbio Castellano» en su inicial entrevista con Fernando I; similarmente, esquiva narrar las guerras banderizas entre el conde don Gómez y los hermanos Laínez, pues sólo le interesa presentar al Cid como el mejor defensor de la tierra contra moros 41.
Diego Catalán, "El Cid en la historia y sus inventores."(2002)
NOTAS
27 [En su Chronicon mundi (ed. A. Schott, Franckfurt, 1608)].
28 [En su Historia Gothica (ed. Fernández Valverde, en «CChCM», LXXII, Turnhout: Brepols, 1987)].
29 [En sus monumentales General estoria y Estoria de España].
30 [General estoria, 2ª parte, Lib. de los Juyzes, c. 2 (ed. A. G. Solalinde, et alii, vol. II, 1 (Madrid: C.S.I.C., 1957), p. 130b34-39)].
31 [PCG, p. 4a26-28 y a44-46].
32 [Acerca de estas dos redacciones, véase Catalán, De la silva textual (1997), «Conclusiones», pp. 461-469].
33 [Sobre la importancia de la *Estoria de España caradignense en la evolución de la historiografía (y de la cidiana en particular), véase Catalán, La épica española (2000), cap. III, § 1 (pp. 255-278)].
34 [Véase adelante, cap. VII, § g].
35 [Reservo para una obra en elaboración (Catalán y Jerez, Rodericus Toletanus y la Historiografía romance) el examen detenido de los datos que al respecto proporciona la versión aragonesa de 1252/53 (Estoria de los godos) de la Historia gothica de don Rodrigo Ximénez de Rada].
36 [Catalán, La épica española (2000), pp. 260-278].
37 [Véase aquí adelante, cap. V, §§ c y e].
38 [En que puse de manifiesto la artificiosidad del ms. E2 de la Estoria de España (base de la ed. Menéndez Pidal, vol. II); cfr. Adelante el cap. V, § c].
39 [Catalán, La Est. de Esp. de Alf. X (1992), cap. IX, § 6-8 (214-220)].
40 Catalán, La Est. de Esp. de Alf. X (1992), cap. VI, § 3-4 (pp.146-156)].
41 [Catalán, La épica española (2000), cap. III, § 2.d (pp. 288-299)].
Índice de capítulos:
* I REALIDAD HISTÓRICA Y LEYENDA EN LA FIGURA DEL CID (1)
a. La realidad se forja en los relatos
* I REALIDAD HISTÓRICA Y LEYENDA EN LA FIGURA DEL CID (2)
b. Rodrigo, Campeador invicto para sus coetáneos
* I REALIDAD HISTÓRICA Y LEYENDA EN LA FIGURA DEL CID (3)
c. Del Campeador al Mio Cid. Los nietos del Cid y la herencia cidiana
* I REALIDAD HISTÓRICA Y LEYENDA EN LA FIGURA DEL CID (4)
d. Rodrigo, el vasallo leal, a prueba
* I REALIDAD HISTÓRICA Y LEYENDA EN LA FIGURA DEL CID (5)
e. El Soberbio Castellano
* I REALIDAD HISTÓRICA Y LEYENDA EN LA FIGURA DEL CID (6)
f. El Cid se adueña de la Historia y la Historia anquilosa la figura del Cid
* I REALIDAD HISTÓRICA Y LEYENDA EN LA FIGURA DEL CID (7)
g. El Cid del Romancero salva al personaje literario del corsé historiográfico
* II EL «IHANTE» QUE QUEMÓ LA MEZQUITA DE ELVIRA Y LA CRISIS DE NAVARRA EN EL SIGLO XI
* III LA NAVARRA NAJERENSE Y SU FRONTERA CON AL-ANDALUS
* IV EL MIO CID Y SU INTENCIONALIDAD HISTÓRICA
* V EL MIO CID DE ALFONSO X Y EL DEL PSEUDO IBN AL-FARAŶ
* VII LA HISTORIA NACIONAL ANTE EL CID
* APÉNDICE I. SOBRE LA FECHA DE LA HISTORIA RODERICI
0 comentarios