I REALIDAD HISTÓRICA Y LEYENDA EN LA FIGURA DEL CID (2)
I REALIDAD HISTÓRICA Y LEYENDA EN LA FIGURA DEL CID
b. Rodrigo, Campeador invicto para sus coetáneos
Aunque los coetáneos de Rodrigo Díaz se entendieran comúnmente entre sí en lengua romance (en sus múltiples variedades coloquiales), si escribían, acudían a las lenguas de cultura, árabe o latina (con mayor o menor conocimiento de ellas). De ahí que tengamos que recurrir a textos en estas lenguas para descubrir la imagen que de Rodrigo tuvieron los cristianos y musulmanes que le hicieron inicialmente objeto de sus relatos.
El más antiguo narrador de las glorias de «Rodericus» compuso su elogio en versos latinos destinados, según dice, al canto público 6:
eia, letando, populi caterve,
Campidoctoris hoc carmen audite!
Lo hizo en tierras catalanas c. 1090, cuando Rodrigo actuaba en Levante desde el reino moro de Zaragoza, antes de hacerse señor de Valencia. Ya para entonces cristianos y moros llamaban a Rodrigo «el Campeador», «al-Kambiyaṭūr», epíteto de la lengua vulgar que el poeta latiniza recurriendo a una falsa etimología. Mediante él se le reconocía su cualidad más admirada o temida por sus coetáneos: el ser siempre vencedor en las lides, ya fueran singulares, ya en batalla campal. Es esa invencibilidad la que canta el poeta catalán al proponerse describir una tras otra sus lides, desde el famoso combate judicial con «el navarro», siendo un adolescente (la lid en que se dirime la posesión, por Castilla o por Navarra, de Pazuengos y otros castillos fronterizos), hasta el tiempo en que escribía. La tercera lid (cuya parte final fue borrada en la copia en que se nos conserva el Carmen) es la que mejor conoce y la que desarrolla más literariamente el poeta, sin duda porque tiene lugar cuando el conde-marqués de Barcelona Berenguer Ramón, el llamado «Fratricida», acude en ayuda de su tributario el rey de Lérida al-Haŷib Munḏir ibn Muqtadir y trata de recobrar Almenar, castillo defendido por Rodrigo junto con el rey de Zaragoza al-Muﺀtamīn hermano de al-Haŷib. Si damos fe al cantor de la batalla (que, obviamente, militaba en partido hostil al «Fratricida»), el caballero castellano desterrado de Castilla se enfrentó con el conde, cuando le hizo preso, mejor armado que un Paris o un Héctor en la Guerra de Troya, con una espléndida lóriga, con una espada al cinto damasquinada en oro por un artífice de mano maestra, con una lanza de fresno rematada con fuerte cúspide de hierro, con un escudo en su brazo izquierdo labrado en oro y que llevaba figurado un león rampante, con un fulgente yelmo chapeado de plata y ornado al derredor con una diadema roja de electro, y cabalgando un caballo árabe trasmarino que no cambiaría por mil áureos pues corría más que el viento y saltaba mejor que un ciervo. ¿Realidad histórica, convención literaria? Desde luego nada más distante esta pintura de la que luego imaginaría el juglar del Mio Cid cuando, al reunir en una las dos ocasiones en que Rodrigo hace prisionero al Conde de Barcelona, contrasta la malcalzada mesnada cidiana con la del vanidoso conde catalán, y cuando, al contar cómo la hueste cidiana abandona previamente el bastión del Poyo, pone en boca del Cid el argumento:
—¡Hya cavalleros, dezir vos he la verdad:
Qui en un logar mora siempre, lo so puede menguar!
Sin duda, es la invencibilidad en las lides de «el Campeador», cantada en el Carmen, la cualidad que obliga por otra parte a Abû l’Hasan ﺀAlī ibn Bassām al-Santarinī a reconocer, con un conocimiento más completo de la vida de Rodrigo que el del autor del Carmen, puesto que escribe en 1109, diez años después de muerto al Kambiyaṭūr:
«Rodrigo —maldígalo Dios— vio siempre su enseña favorecida por la victoria...; con un escaso número de guerreros, puso en fuga y aniquiló ejércitos numerosos». «Este hombre, azote de su época, fue, por su constante amor a la gloria, por la prudente firmeza de su carácter y por su heroica bravura, un milagro de los grandes milagros del Señor» 7.
Gracias a Ibn Bassām conocemos a un Rodrigo que hacía leer en su presencia los libros y gestas de los viejos héroes de Arabia y que al oír la historia de al-Muhallab quedó extasiado; y por él sabemos que, en sus años de señorío valenciano, lleno de orgullo tras haber vencido a los ejércitos del Emir de los musulmanes, había llegado a prometer:
«Bajo un Rodrigo fue esta Península conquistada; pero otro Rodrigo la liberará»
«palabras que —según reconoce Ibn Bassām — llenaron los corazones de espanto e hicieron pensar a los hombres que aquello que temían y presentían llegaría en breve». El gusto de Rodrigo, el de Vivar, por presentarse como el reverso de la figura del rey Rodrigo, parece que tenía su fundamento en la creencia, procedente de la historiografía árabe de la conquista, de que el último rey godo no había sido de estirpe regia sino un afortunado caudillo del ejercito de Witiza que fue elevado al trono 8. La comparación reaparece, con una formulación muy diferente y aplicada a un tiempo anterior (1090), en otro historiador árabe coetáneo, Ibn ﺀAlqama 9 (que fue traducido por Alfonso X):
«Mas el Cid fue muy loçano por ello, et creciól’ tanto el coraçón que non teníe en nada a quantos omnes de armas eran en su tiempo en España... et dixo que ell apremiaríe a quantos señores en ell Andaluzía eran, de guisa que todos seríen suyos, et que el rey Rodrigo, que fuera señor dell Andaluzía, que non fuera de liñage de reys, et pero que rey fue et regnó, et que assí regnaríe ell et que seríe el segundo rey Rodrigo» 10.
¡Qué lejos este Rodrigo del que nos definirán luego los dos viejos poemas épicos del s. XII, que insisten en destacar, como rasgo esencial de su carácter, la mesura y el prudente aborrecimiento de cualquier género de jactancia!
La razón de ser de la sumaria biografía del tirano Rodrigo incluida en el tercer volumen de la Ḏajīra de Ibn Bassām, escrito en la Sevilla almorávide de 1109, es el capítulo que dedica a Ibn Ṭāhir, rey destronado de Murcia y escritor que vivió en la Valencia conquistada por el Campeador y de quien transcribe dos cartas dirigidas a un primo de Ibn Ŷaḥḥaf, el ambicioso y sediento de riquezas cadí que destronó y asesinó al rey al-Qādir y que pactó con Rodrigo la rendición de Valencia.
Estas cartas retóricas, llenas de las perífrasis y metáforas características del género epistolar árabe, tienen, pese a ello, la fuerza del testimonio directo, inmediato, y nos hacen asistir, de alguna manera, a los encontrados sentimientos de un buen musulmán que ve con agrado la revolución del cadí Ibn Ŷaḥḥaf contra al-Qādir, que maldice de su orgullo en el encumbramiento y se horroriza ante el regicidio, pero que, emocionado, llora, al igual que cae la lluvia en Primavera, ante su suplicio por el Campeador que lo ha atrapado mediante argucias legales, y lo hace quemar por su traición, tras haberla demostrado judicialmente por el hallazgo en su poder, ocultas, las joyas reales traídas desde Toledo por al-Qādir (ibn Ḏī l-Nūn):
«Ahora que está muerto y que el fuego ha consumido sus miembros, el mundo se viste de duelo.»
Las cartas de al-Ṭāhir, no sólo gracias a su inmediatez respecto a los hechos, sino muy especialmente por la refulgente retórica literaria con que esos hechos se nos narran, hacen imposible pasar por alto el testimonio concorde de los musulmanes que acusan a Rodrigo de artería y de crueldad extrema en sus tratos con el regicida, por más que reconozcan que su actuación fuera conforme a derecho y justicia.
Pese a la entera devoción de Ibn Bassām al Emir de los musulmanes, Yūsuf, que ha ido destronando a los reyezuelos de Taifas «así como el sol va cazando las estrellas ante sí y hace desaparecer hasta los últimos vestigios de la potencia de ellos», o quizá por esa misma razón, en la rápida narración que sirve de soporte a las cartas de IbnṬāhir no deja de consignar que fue gracias al Campeador, que se interpuso en el camino de los lamtuníes, por lo que la dinastía Banū Hud pudo continuar gobernando Zaragoza e impidiendo el avance del integrismo ortodoxo almorávide hasta la frontera con los «francos».
Mucha mayor importancia para la creación del personaje histórico Rodrigo Díaz el Campeador que esta incidental historia de sus hechos por Ibn Bassām tuvo la escritura, por el ya mentado Abū ﺀAbd Allah Muḥammad ibn al-Jalaf ibn ﺀAlqama del libro Elocuencia evidenciadora sobre la gran calamidad 11. Ibn ﺀAlqama es un historiador local de corto vuelo, que fue relatando minuciosamente los avatares del reino de Valencia, en el cual vivía, que llevaron a su destrucción. Pero sin esta historia particular no conoceríamos el entramado político que permitió a un simple caballero vencedor de lides fundar un señorío personal en un reino enclavado en la costa levantina de la España islámica, al modo en que los hijos de Tancredo de Hauteville y sus sucesores habían fundado, a mediados del s. XI, en el sur de Italia y en ciertas ciudades de Sicilia, principados normandos, o como, con todo el apoyo propagandístico y militar de la Primera Cruzada, la caballería «franca» crearía, unos años después, los reinos de Antioquia y Jerusalén en el Mediterraneo oriental. El directo conocimiento que Ibn ﺀAlqama tenía de las personalidades que en Valencia y en su entorno acechan e intervienen en la suerte del reino concedido por Alfonso VI al nieto de al-Ma’mūn, al-Qādir, cuando le hace abandonar en sus manos Toledo (1085), es inestimable, así como el detallismo con que, mes tras mes, va describiendo las intrigas políticas y los sufrimientos de la población de Valencia, hasta que el Campeador se apodera definitivamente de ella, se deshace, astuta y judicialmente del cadí Ibn Ŷaḥḥaf, el regicida que pactó la entrega de la ciudad, y logra, por la fuerza de las armas, mantener alejados de sus proximidades a los generales lamtuníes de Yūsuf, destacados en Murcia, que alentaban las esperanzas de los musulmanes no vinculados a la administración del rey muerto y de Rodrigo, de los no dawāyir (desertores).
Lo curioso es que buena parte del relato de Ibn ﺀAlqama sólo ha llegado hasta nosotros gracias a su inclusión en la cronística cristiana del s. XIII y que, pese al filtro lingüístico e ideológico, sobresale aún en él el punto de vista de un «buen musulmán», totalmente opuesto a las opiniones o actuaciones de aquellos que en al-Andalus consideraban aceptable el «mudejarismo», el sometimiento a un señor cristiano que respetara sus posesiones, riquezas, leyes y costumbres. Aunque los textos en lengua castellana herederos del relato de Ibn ﺀAlqama siguen siendo los mismos que utilizó Menéndez Pidal, nuestro mejor conocimiento de las relaciones intertextuales entre las dos redacciones alfonsíes de la Estoria de España (la de c. 1270 y la de 1282/84), así como de la composición de ciertas versiones cronísticas (la Versión mixta y la Crónica de Castilla) que después combinaron el texto alfonsí de c. 1270 con la *Estoria caradignense del Cid (obras sobre las que hablaré más adelante) nos permite reconstruir mejor la original traducción castellana de Ibn ﺀAlqama que en el pasado. La versión castellana de la Elocuencia evidenciadora sobre la gran calamidad, a pesar de su origen, contiene a menudo un texto más fiel que el que nos da a conocer el historiador musulmán Ibn Iḏarī cuando utiliza la obra de Ibn ﺀAlqama como fuente en su Bayān al-mugrib, escrito en 1306, ya que, si bien a trechos lo cita literalmente, de ordinario resume su relato. Pero, por otra parte, es gracias sobre todo a los pasajes tomados por Ibn Iḏarī de Ibn ﺀAlqama (o de otras fuentes) como obtenemos una visión clara de las duras tácticas con que Rodrigo impide a los valencianos sitiados enviar fuera a las bocas inútiles y con que contribuye a desmoralizar al ejército almorávide y andaluz que acude a socorrer a Valencia 12. También son los textos conservados por la tradición historiográfica árabe los que nos hablan de la confianza de Lodriq en los agüeros del vuelo de las aves en los momentos críticos en que sus gentes quieren huir de Valencia y los mozárabes buscan en ella reconciliación con sus convencinos musulmanes antes de darse la batalla de El Cuarte. Es, pues, deseable que alguien (o un equipo conjuntado de especialistas, si es preciso) lleve a término una edición crítica bilingüe de la obra de Ibn ﺀAlqama con conocimiento de los problemas textuales e históricos que la tradición cronística castellana y la historiografía árabe presentan. Sólo así estaremos capacitados para superar la reconstrucción menéndez-pidalina de la conquista de Valencia.
Junto a la detallada exposición de las intrigas políticas y actuaciones que dieron lugar a «la gran calamidad» de que Luḏrîq el Kambiyaṭūr se hiciera dueño del «delicioso cuerpo» de Valencia, vistas desde el punto de vista de un musulmán ortodoxo convencido de que la esperanza del Islam español eran los almorávides, contamos con una obra cristiana, no menos notable, en que se traza la historia de la actuación de Rodrigo en los reinos musulmanes del Levante. Es una historia escrita en latín dedicada exclusivamente a nuestro personaje: la Historia Roderici 13. Este hecho, la escritura de una historia sobre un personaje no regio, es, en la Historiografía cristiano-medieval española de aquellos y subsiguientes tiempos, algo extraordinario. Sólo conocemos otra historia dedicada a un personaje «particular», la Historia compostellana, y se trata, nada menos, que de la historia de un primado de una de las tres sedes apostólicas del mundo, quien, con su afán de sostener en Santiago de Compostela una corte cardenalicia y de convocar la Segunda cruzada desde Hispania, llegó a levantar graves sospechas en los papas sucesores de Calixto II, en el arzobispo primado de España y hasta en el «Emperador» Alfonso VII, su antiguo pupilo. Por otra parte, no deja de ser significativo que esta biografía del obispo Diego Gelmírez fuera obra de clérigos francos. Igualmene ajena a la tradición historiográfica castellano-leonesa es esta Historia Roderici. Como ya destacó Menéndez Pidal, el autor parece desconocer el reino castellanoleonés; era «de tierras aragonesas o mejor catalanas (como el autor del Carmen)» 14. Mucho se ha discutido acerca del tiempo en que se escribió esta Historia Roderici; el hecho indudable de que tuvo a la vista documentos del archivo cidiano complica el problema de su datación. Los argumentos para reputarla tardía que se intentaron acumular han resultado fácilmente desmontables. Vuelve a quedar como dato fundamental el razonamiento de que sólo en un tiempo y en un entorno muy próximos y vinculados a Rodrigo podía tener sentido el redactar tal Historia, y que el historiógrafo que destaca el hecho de que Zaragoza y Lérida gracias a la obra cidiana no hubieran caído en poder de los almorávides tenía que escribir necesariamente antes del destronamiento en 1110 de los Banū Hud 15.
Los hechos que interesan al biógrafo latinado del Campeator se centran en dos aspectos: el militar y el jurídico. Las campañas de Rodrigo desde el reino hudí de Zaragoza contra al-Haŷib, el rey de Lérida, Tortosa y Denia, y contra el conde Berenguer de Barcelona y, más tarde, las batallas para mantener el señorío de Valencia son referidas con detalle; el historiador conoce los personajes cristianos secundarios (señores catalanes que vienen con Berenguer; prisioneros aragoneses en la batalla con Sancho Ramírez), pero no se interesa por los personajes moros que no sean reyes (¡ni siquiera nombra a Ibn Ŷaḥḥaf!); nada le importan las complejidades políticas que condicionan los éxitos del Campeador o que ponen en peligro su señorío. En cambio, constituyen otro campo de interés manifiesto los argumentos justificativos de la conducta de Rodrigo en relación con su señor natural el rey don Alfonso. Es cierto que el autor tiene a mano toda una serie de documentos que incluye verbatim; pero su inclusión y la prolijidad con que desarrolla la exposición de que forman parte son muestra patente del interés que el historiador les concede. Las cuatro fórmulas de juramento exculpatorio que Rodrigo propone al rey tras su fallida ida en apoyo del ejercito imperial cuando el socorro al castillo de Aledo 16, unidas al rechazo de la acusación dirigida al Campeatorem de ser «aleve», según fuero de Castilla, o «bauzia», según el fuero franco, se completan con la defensa de la conducta de Rodrigo en otros momentos en que es acusado ante su rey o en que combate, a sangre y fuego, las tierras riojanas del brazo derecho de Alfonso VI, el conde Garci Ordóñez de Nájera y Grañón. Al historiador, al igual que al redactor del citado juramento y cartas, le preocupan más los comportamientos conforme a derecho de su biografiado que la política del Campeador acerca de la convivencia de moros y cristianos en el señorío valenciano o que el enfrentamiento entre Cristianismo e Islam.
Al comienzo de esta Historia, el autor, que sabe bien poco de las actividades de Rodrigo en el reino de León y Castilla antes de su destierro o en los periodos en que Rodrigo moró en él entre uno y otro de sus destierros, incluye la estirpe de su biografíado de forma tal que logra nombrar todos los eslabones que, formando dos cadenas que en un punto se juntan, enlazan a Rodrigo Díaz con «Flaynus autem Calvus», Llaín Calvo. Las cinco o seis generaciones que (según la rama genealógica escogida) separan de aquel personaje al biografíado son clara muestra de que el propósito del genealogista es vincular a Rodrigo Diaz con un cabeza de estirpe de extraordinario renombre. Como es muy común en los esquemas genealógicos de todos los tiempos, no creo que haya que ver en éste otra verdad que la de que fue creado para satisfacer al último de la fila, y a la vez que basta el hecho de haber colocado a Llaín Calvo en la cúspide a la cual se quiere llegar para que debamos admitir que, cuando se inventó la genealogía, ese personaje, sin apellido pero con un apodo de todos conocido, era ya uno de los dos famosos jueces 17 creadores de la Castilla «indómita» (ponderada por la Chronica Adefonsi imperatoris a mediados del s. XII). Esto es, que la introducción genealógica acude a la Leyenda de los jueces o alcaldes de Castilla para hacer «nobilísima» la prosapia de Rodrigo. Pienso que la invención debió de tener su origen en el entorno de Rodrigo dueño del reino de Valencia, y que responde al mismo impulso hacia la adquisición de derechos de soberanía que la comparación entre los dos Rodrigos de que dan noticia los autores árabes.
Como en el caso de Ibn Bassām, en la Historia Roderici el componente más atrayente lo constituyen las cartas o documentos transcritos verbatim, pues el género epistolar, aunque esté sujeto en su composición, como el historiográfico, a unas convenciones literarias o retóricas, tuvo en la Edad Media cristiana (como luego en el Humanismo) una libertad mayor de expresión, que lo aproxima al lenguaje coloquial. En las cartas cruzadas entre el conde Berenguer y Rodrigo se nos habla con viveza de hechos que el historiador no consigna y, en virtud de esas alusiones y del lenguaje mordaz empleado, cobran en ellas relieve aspectos del ser de las personas envueltas en los sucesos, así como comportamientos vitales que las historias y los documentos notariales de aquellos tiempos jamás reflejan. Gracias a las amenazas e insultos del conde sabemos del recurso del Campeador a la irrisión, pues se nos dice que ha comparado a los nobles «francos» con sus mujeres, y asimismo de su confianza en los augurios de los cuervos y las cornejas, conforme a creencias típicamente castellanas; y, a través de su propia respuesta, oímos la risa incontenible de Rodrigo, que insiste en considerar al conde, a Raimundo de Berberán y a los demás coaligados francos asimilables a sus «femineas», recordándoles su mucho hablar en Orón, ante el rey don Alfonso y el rey al-Musta’īn de Zaragoza, de que iban a prenderle por su mano, e invitándoles a aparcar sus «blasfemas» palabras y acudir a las armas poniendo el resultado del combate en manos de Dios.
Diego Catalán, "El Cid en la historia y sus inventores."(2002)
NOTAS
6 [El llamado Carmen Campidoctoris (eds. Menéndez Pidal, Esp. Cid 7, 1969, pp. 882-886; Gil, en Falque, et alii, Chron. Hispana saeculi XII. Pars I, 1990, pp. 105-108)]).
7 [Ibn Bassām, al- Ḏajīra fī maḥāsin ahl al-Ŷazira (‘Tesoro sobre las excelencias de la gente de al-Andalus’) en su parte 3ª Véase la reciente edición en español de los pasajes de interés cidiano de la Ḏajīra, debida a Viguera, «El Cid en las fuentes árabes», en El Cid, Poema e Historia, ed. Hernández, Burgos: Ayuntamiento, 2000, pp. 55-92, § 2.3 (pp. 59-64)].
8 [La consideración de Witiza como el último rey godo y de Rodrigo como un usurpador se da ya en Ibn al-Qūṭiyya (muerto en Córdoba en 977), cfr. Menéndez Pidal, Reliquias 1 (1951), pp. 7-11 (reed. en Reliquias 2, 1980, 2ª parte, pp. 7-11)].
9 [Muḥammad ibn ﺀAlqama, al-Bayān al-wāḍih fī l-mulimm al-fâdiḥ].
10 [Estoria de España; ed. Menéndez Pidal, PCG, p. 564b14-25].
11 [O, según la traducción de Viguera, «El Cid en las fuentes árabes» (2000), p. 57: ‘Manifiesto elocuente sobre el infausto incidente’].
12 [Ibn ‘Iḏarī, al-Bayān al-mugrib. En pasajes que dieron a conocer Lévi-Provençal, en Islam d’Occident, Paris, 1948, y Huici Miranda, Nuevos fragmentos, Valencia, 1963. Viguera, «El Cid en las fuentes árabes» (2000), pp. 71-77, traduce ahora al castellano los pasajes de interés cidiano basándose en la ed. de I. ‘Abbās de al-Bayān al mugrib, IV, Beirut, 1983].
13 [Eds. Menéndez Pidal, Es. Cid 7 (1969), pp. 921-971; ed. Falque, en Chron. Hispana saeculi XII. Pars I (1990), pp. 47-98].
14 [Menéndez Pidal, Esp. Cid 7 (1969), p. 917].
15 [Véase, adelante, Apéndice I].
16 [Como advierte Pérez-Prendes, «Estructuras jurídicas y comportamientos sociales en el siglo XI». En La España del Cid. Ciclo de conferencias... (2001), p. 60: «Se suele hablar de los cuatro juramentos del Campeador, pero son sólo variantes, en los fundamentos de hecho, de un juramento único» (y remite a su ponencia al Congreso del IX Centenario de la muerte del Cid, de Alcalá de Henares, 19-20/XI/1999)].
17 [Cfr. Catalán, La épica española (2000), pp. 126-127 y n. 5; y pp. 76-79].
Índice de capítulos:
* I REALIDAD HISTÓRICA Y LEYENDA EN LA FIGURA DEL CID (1)
a. La realidad se forja en los relatos
* I REALIDAD HISTÓRICA Y LEYENDA EN LA FIGURA DEL CID (2)
b. Rodrigo, Campeador invicto para sus coetáneos
* I REALIDAD HISTÓRICA Y LEYENDA EN LA FIGURA DEL CID (3)
c. Del Campeador al Mio Cid. Los nietos del Cid y la herencia cidiana
* I REALIDAD HISTÓRICA Y LEYENDA EN LA FIGURA DEL CID (4)
d. Rodrigo, el vasallo leal, a prueba
* I REALIDAD HISTÓRICA Y LEYENDA EN LA FIGURA DEL CID (5)
e. El Soberbio Castellano
* I REALIDAD HISTÓRICA Y LEYENDA EN LA FIGURA DEL CID (6)
f. El Cid se adueña de la Historia y la Historia anquilosa la figura del Cid
* I REALIDAD HISTÓRICA Y LEYENDA EN LA FIGURA DEL CID (7)
g. El Cid del Romancero salva al personaje literario del corsé historiográfico
* II EL «IHANTE» QUE QUEMÓ LA MEZQUITA DE ELVIRA Y LA CRISIS DE NAVARRA EN EL SIGLO XI
* III LA NAVARRA NAJERENSE Y SU FRONTERA CON AL-ANDALUS
* IV EL MIO CID Y SU INTENCIONALIDAD HISTÓRICA
* V EL MIO CID DE ALFONSO X Y EL DEL PSEUDO IBN AL-FARAŶ
* VII LA HISTORIA NACIONAL ANTE EL CID
* APÉNDICE I. SOBRE LA FECHA DE LA HISTORIA RODERICI
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