IV EL MIO CID Y SU INTENCIONALIDAD HISTÓRICA
IV EL MIO CID Y SU INTENCIONALIDAD HISTÓRICA
a. La epopeya y dos modalidades de información histórica «de más alto interés que los hechos»
«Sin la epopeya ignoraríamos, con muchas costumbres, ritos y modos de ser, muchas maneras de pensar y de sentir, las más impulsoras de la vida, las que nos dan a conocer la antigua civilización medieval mejor que cualquier crónica de la época». Con estas palabras centraba Menéndez Pidal en 1948 1 la vieja cuestión de la «historicidad» de la poesía épica medieval, cuestión frecuentemente malentendida por los simplificadores de ideas ajenas. Y aclaraba: «Siempre más que hechos concretos, la epopeya nos habrá de dar situaciones, costumbres, ideario y ambiente; pero también es cierto que todas estas cosas son de más alto interés histórico que los hechos» 2.
En esta enumeración de «cosas... de más alto interés que los hechos», Menéndez Pidal incluye dos modalidades de información histórica que creo preciso separar: de una parte, las «situaciones», «costumbres», «ritos», el «ambiente», son datos que el poeta registraba inintencionalmente (o con intencionalidad ajena a su valor «arqueológico» actual) 3, simplemente por el hecho de hallarse inmerso en la «antigua civilización medieval»; pero los «modos de ser», el «ideario», las «maneras de pensar y de sentir» incorporadas a una obra figuran en ella con plena intencionalidad para dar significado a la fábula, para construir el mensaje del poema.
El desinterés por el punto de vista histórico del poeta, que supone la inclusión de la ideología en la misma nómina que las costumbres, quizá haya que atribuirlo a la creencia menéndezpidalina de que el autor del Mio Cid (al igual que los primeros fabuladores de cualquier otro poema épico) recoge muy directamente una visión contemporánea de los sucesos. En consecuencia, Menéndez Pidal tiende a considerar como uno el tiempo histórico de Rodrigo Díaz (la «España del Cid», tan magistralmente reconstruida por él mismo) 4 y el del autor del poema, y no cree preciso distinguir entre el tiempo representado y el que el poeta del Cid, debido a su personal integración en un determinado espacio y tiempo, pudo poner de manifiesto en su fábula. A mi parecer, la epopeya, como cualquier historia (por muy objetiva y científica que quiera ser) es siempre interpretación «política» del pasado (próximo o lejano), es utilización del ayer en función del hoy, es lección cara al futuro (como bien vieron, no sólo historiadores clásicos, sino también grandes historiadores medievales como Alfonso X) 5. El ideario que el poeta del Mio Cid incorporó a su obra no puede responder a otra perspectiva que a la que él tenía del pasado historiado 6, y esa perspectiva tuvo que verse influida por la reestructuración política, económica, social y cultural ocurrida en la Península a partir de los años finales del reinado del rey don Alfonso «el Viejo» 7.
Mi reinterpretación del Cid del poema no responde, pues, al propósito de defender la autonomía del héroe fictivo o al deseo de desmitificar al personaje histórico —objetivos revisionistas que no me interesan— sino al convencimiento de que para comprender mejor el significado del último gran canto heroico medieval del occidente europeo es preciso examinar bajo una luz nueva la historia que en él se hace ficción.
b. La ruptura de los moldes genéricos y la transformación intencionada de los hechos, claves para descubrir el significado del poema
Si queremos descubrir qué dice en su fábula el cantor del Mio Cid debemos estar muy atentos a aquellos puntos en que transforma sustancialmente los hechos que sucedieron y a aquellos en que la estructura de su fábula rompe los moldes tradicionales del género literario empleado. Cuando el apartamiento de la historia no está justificado por el modelo épico, que le proporciona estructura y lenguaje poético, o cuando la subversión del modelo literario tradicional no está exigida por los hechos, es muy probable que la novedad engrane con los propósitos «políticos» de la canción.
El género en que el autor del Mio Cid concibe su poema permitía (aunque no obligaba a ello) 8 elegir un personaje heroico y hacer girar alrededor de su figura modélica el relato. Pero la fábula tenía que ser una construcción dramática, no una serie inconexa de hechos notables enlazados por un hilo biográfico 9. El drama debía tener como nudo un conflicto de honor, resuelto mediante el proceso depurador de la venganza 10.
El poema del Mio Cid acepta el esquema, pero lo subvierte para que el género pueda ponerse al servicio de unos principios de organización social y éticos nuevos 11.
Su héroe es un personaje histórico reciente, Rodrigo Díaz; «demasiado» reciente quizá, pero ya mítico. Basta para probárnoslo la historiografía árabe, que recoge sin asomos de ironía, la orgullosa autovaloración del héroe: «Un Rodrigo perdió esta Península, pero otro Rodrigo la liberará» 12; «Yo apremiaré a cuantos señores son en al-Andalus, de guisa que todos serán míos; el rey Rodrigo no fue de linaje de reyes, pero rey fue y reinó, así reinaré también yo, y seré el segundo rey Rodrigo» 13, y que lo califica, aunque lo maldiga en su condición de «perro» enemigo, como «un milagro de los grandes milagros del Señor»14. Y nos lo comprueba, a su manera, el hecho excepcional de que, en una época en que las obras históricas no generales son extremamente raras 15, se dediquen a su persona dos obras latinas (el Carmen Campidoctoris y la Historia Roderici) 16. Pero, sorprendentemente, el poeta del Mio Cid devuelve al héroe a la realidad cotidiana, intenta aproximarlo a los oyentes, presentándolo como un arquetipo, sí, pero como un arquetipo humano 17. «Mio Cid», mi señor, es representado como el modelo del padre: para su mujer e hijas, para sus sobrinos y vasallos, para las damas que acompañan a su mujer, incluso para los allegadizos que acuden a recibir su sombra y para los moros amigos... El nudo del drama es un conflicto que precisamente hace poner en duda ese modelo que se ha presentado: los yernos que inicialmente proporciona el Cid a sus hijas son indignos, y se divorcian de ellas después de maltratarlas.
Junto a una nueva definición del héroe, una profunda alteración de los dos viejos conceptos que mueven la acción épica: el honor y la venganza. El honor se adquiere con las manos (no por venir de condes con la más limpia sangre, ni por tener «gran parte» en la corte regia); la venganza se obtiene por derecho y en juicio (no matando al ofensor) 18.
Todo lector del Mio Cid con conocimiento de los héroes y de las fábulas de la epopeya medieval ha reconocido como la más notable entre las innovaciones del poema, el hecho de haber elevado a virtud heroica la moderación y la humanidad. El Cid poético posee, como piedra angular de todas sus demás virtudes varoniles, la «mesura» 19.
También se admira en el Mio Cid (desde que hacia 1830 Andrés Bello subrayó 20 «aquel tono de gravedad i decoro que reina en casi todo él») la capacidad del poeta de haber sabido ajustar su propio arte a ese mismo ideal.
Pero la crítica ha pasado por alto la asombrosa contradicción existente, entre esta esencial moderación del héroe y de su poeta, y la violencia con que en el Mio Cid se asalta la memoria de un conjunto de personajes históricos que, en su tiempo, brillaron en el reino con extraordinario esplendor; el «grand bando» de ricos hombres cortesanos a quienes el poeta atribuye un comportamiento vil incluye a los muy poderosos ricos-hombres de Tierra de Campos «de natura... de los de Vanigómez (onde salién condes de prez e de valor)» 21, como el conde Pedro Ansúrez, señor de Valladolid, el gran consejero de Alfonso VI, a quien la hija y sucesora de este rey, la reina doña Urraca, trataba de «padre», o su hermano el también conde Gonzalo Ansúrez, con sus tres orgullosos hijos, Asur, Diego y Fernán González (los infantes de Carrión), o el conde Gómez Peláez, y junto a ellos a otros no menos destacados ricos hombres de Castilla, como el conde García Ordóñez, señor de La Rioja y de un amplio territorio hasta el alto Duero, brazo derecho de Alfonso VI y ayo de su hijo don Sancho, o el cuñado de este conde, Alvar Díaz, señor de Oca, [cuyo padre, Diego Álvarez, facilitó la anexión de La Rioja por Castilla], y otros parientes de estos condes castellanos a quienes no se da nombre 22.
El poeta, dispuesto a destruir la imagen de estos grandes personajes, se comporta como el más redomado libelista político que podamos imaginar, imputándoles crímenes que la documentación histórica nos obliga a rechazar como imposibles y abrumándoles con sentencias condenatorias que nunca padecieron 23. La espina dorsal de la fábula del Cid, el drama familiar contado por el poeta, es invención que la historia no sólo no apoya sino que desmiente, pues la edad de las hijas del Cid hace imposible la vil acción de los infantes de Carrión en Corpes 24. En consecuencia, el juicio de las cortes de Toledo y la sentencia en el combate judicial de Carrión con que se condena a los tres hermanos Asur, Diego y Fernan González son también sucesos fabulosos.
Al comentar el «episodio central de toda la acción del poema», la afrenta de Corpes, justificándolo como perteneciente a la tradición local de San Esteban de Gormaz (Menéndez Pidal) 25, o al interesarse en él puramente desde un punto de vista literario (los más de los críticos posteriores), se ha perdido de vista el interés político de la fábula construida por el poeta. A despecho del peso social y político de los personajes adscritos al «gran bando», la voz del juglar-fiscal se impuso en la historia como verdad, y sus acusaciones, tanto las más calumniosas como las que pudieran tener alguna base en la realidad, quedaron incorporadas a ella, manchando para siempre el honor de las familias odiadas por el poeta. La importancia de las invenciones del «mesurado» cantor del Cid sólo puede calibrarse si tenemos presente que esas familias no se acaban en tiempos del Rodrigo Díaz histórico, sino que en los días del poeta aún tenían «part en la cort», aún constituían el estamento social más poderoso. Baste recordar, como ejemplo máximamente representativo de la continuidad del poder de las familias vilipendiadas en el Mio Cid, que el hijo del conde García Ordóñez es García Garcíaz de Aza, a quien, muertos Alfonso VII y Sancho III, le sería encomenda la tutoría del rey niño Alfonso VIII 26.
La disimulada pasión política con que el poeta deforma la historia a su arbitrio debe ponerse en relación con un reproche que suele hacérsele en virtud de consideraciones estrictamente literarias: el haber abandonado la norma épica que exigía conceder a los traidores grandeza heroica, trágica, y haberlos empequeñecido hasta convertirlos en figuras cómicas 27.
Creo, sin embargo, que una reproducción de los modelos tradicionales de la épica habría impedido al cantor del Cid realizar su propósito de descalificar a todo un estamento socialmente muy prestigiado. Para ofrecer un modelo sustituto de organización social, tenía que contrastar sistemáticamente la virtus del Cid y los suyos, con la falta de fundamento moral de los ricos-hombres «de natura... de los condes más limpios», orgullosos de sus apellidos, solares y títulos. Y su arma más eficaz de lucha respecto a tan poderoso grupo fue el ridículo. Diego y Fernando escondiéndose del león 28, Asur González entrando en la corte
manto armiño, e un brial rrastrando,
vermejo viene, ca era almorzado 29;
y el conde García Ordóñez, de cuya barba
non ý ovo rrapaz que non messó su pulgada 30
pierden, gracias a ello, cara al público, el prestigio de que suelen gozar las altas figuras cortesanas.
Maestro en el arte de empequeñecer a los grandes, el poeta destruye la imagen de los poderosos, ya sea mediante evaluaciones soltadas al paso: «largo de lengua, mas en lo ál no es tan pro» 31 (Asur); ya sea aprovechando la voz de sus personajes: «eres fermoso mas mal varragán, / lengua sin manos cuémo osas fablar?» 32 (Fernando); ya sea construyendo paso a paso escenas llenas de humor, como la huelga de hambre del conde don Remond de Barcelona, a cuya comicidad colaboran, mano a mano, la ironía del narrador y la del propio personaje del Cid 33. Y en esta escena y en otras del juicio de Toledo vemos claramente que en el sistema de valores del poeta la moderación atribuida al Cid no está reñida, ni mucho menos, con el uso (y aun abuso) del arma de la ironía 34. La gran barba del Campeador oculta, a menudo, una sonrisa burlona 35.
Por otra parte, la extensión al conde de Barcelona del ridículo proyectado sobre los condes y ricos-hombres del «bando» de Carrión nos muestra que la enemiga del poeta hacia los estamentos nobiliarios que se sentían más orgullosos de su alta alcurnia puede no ser debida, únicamente, a fobias banderizas dentro del reino castellano-leonés 36 y tener un transfondo social.
c. La «sorprendente» importancia concedida al dinero en la narración de las gestas del Cid y la «lucha estamental» en la primera mitad del siglo XII
Pero para poder sustanciar esta sospecha es preciso que nos detengamos a reconsiderar otra observación sobre el poema que todo lector «ingenuo» del Mio Cid suele hacer: la sorprendente importancia concedida en una narración «heroica» al dinero (y otras riquezas muebles) 37.
Desde el comienzo mismo de la acción, el «aver monedado», que el rey (y los judíos) sospechan ha retenido el Cid al ir a cobrar por orden del rey las «parias» o tributo que deben los moros, se sitúa en el centro de interés del relato 38. Nosotros sabemos que la acusación es injusta 39, que el Cid parte al destierro pobre y que sus primeras hazañas militares como «salido» de la tierra tienen un doble objetivo: en primer lugar, obtener ganancia con que pagar a los de su hueste»
Todos sodes pagados e ninguno por pagar 40,
y, por otra parte, enviar dineros para que vivan su mujer e hijas mientras él se halla expatriado,
Lo que rromaneçiere, daldo a mi mugier e a mis fijas 41,
pues el Cid no necesita, como don Quijote, del consejo de un Sancho para saber que en el mundo se vive con dinero. Pero su actividad crece, y al verse obligado a enfrentarse en lides campales a los moros y al conde de Barcelona, la riqueza ganada —caballos, sillas, frenos, espadas, guarniciones— no sólo se utiliza para pagar a los que le sirven:
¡Dios, qué bien pagó a todos sus vassallos,
a los peones e a los encavalgados! 42
Prendiendo de vos e de otros yr nos hemos pagando,
aremos esta vida mientras plogiere al Padre Santo
como qu[i] yra a de rrey e de tierra es echado 43,
y para atraer a muchos caballeros que tratan de hacer fortuna:
—¡Quien quiere perder cueta e venir a rritad
viniesse a myo Çid que a sabor de cavalgar!
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Andidieron los pregones, sabet, a todas partes;
al sabor de la ganançia non lo quiere[n] detardar,
grandes yentes se le acojen de la buena christiandad 44,
sino para iniciar un proceso de negociación con el rey, cuya benevolencia irá comprando poco a poco a fuerza de obsequiarle con el quinto de lo que en cada batalla a él le correspondía como ganancia 45.
Después, habiendo creado el señorío valenciano y vencido en lid campal a los ejércitos moros peninsulares y marroquíes que tratan de disputárselo, la maravillosa huerta (que contemplan su mujer e hijas desde una torre de Valencia), las ganancias obtenidas en el campo de batalla y las parias que pagan los moros «amigos» le hacen envidiablemente rico, pues según comenta Abengalvón, el moro de paz, «tal es la su auze» (sus aves) que:
maguer que mal le queramos non gelo podremos f[a]r:
en paz o en guerra de lo nuestro abrá,
mucho’l tengo por torpe qui non conosçe la verdad 46.
Esta capacidad de obtener riqueza —«aver monedado» y objetos preciados— es lo que aviva el deseo de los infantes de casarse con las hijas del Cid, «a su ondra y a nuestra pro» 47, como explican sin rebozo al propio rey. Y de ahí todo el conflicto subsiguiente, cuando los orgullosos hijos del conde don Gonzalo descubren que de la vida en frontera
catamos la ganançia e la perdida no 48
y que esas riquezas sólo se mantienen y obtienen con las manos puestas en la espada.
En contraste con el dinero y objetos preciados que han hecho ricos al «salido» de la tierra y a sus vasallos, el poder de la vieja y orgullosa nobleza cortesana tiene una muy distinta base económica y origen: el solar, las tierras y villas poseídas en heredad.
Cuando los infantes de Carrión deciden abandonar Valencia, llevándose a sus mujeres, ofrecen al Cid 49:
levar las hemos a nuestras tierras de Carrión,
meter las hemos en las villas que les diemos por arras e por onores
y el propio Cid se hace entonces eco del contraste entre los dos tipos de bienes de diversa utilidad, diciendo 50:
vos les diestes villas por arras en tierras de Carrión,
hyo quiero les dar axuvar tres mill marcos de [valor]
(y, junto con los 3.000 marcos, mulas, palafrenes, caballos, vestidos y espadas).
De ahí que, llegado el momento del juicio en las Cortes de Toledo, el contraste entre la base monetaria y mueble de la «nueva» riqueza del Cid y la territorial inmueble patrimonial de sus ex-yernos sea puesto nuevamente de manifiesto y de una forma muy agresiva. A la demanda hecha por el Cid 51:
¡Den me mis averes, quando myos yernos non son!,
Fernando, uno de los infantes, se ve precisado a contestar confesando una falta de liquidez 52:
Averes monedados non tenemos nos,
por lo que el conde don Ramón, que actúa de juez, exige que paguen «en apreçiadura» (mulas, palafrenes, espadas, guarniciones) 53. Pero los orgullosos ricos-hombres no tienen riquezas muebles suficientes de donde echar mano. Por ello,
empresta les de lo ageno, que non les cumple lo so 54,
e incluso piensan, por un momento, como única salida, que
pagar le hemos de heredades en tierras de Carrión 55.
La tensión que el poema de Mio Cid pone tan claramente de manifiesto entre dos «clases» 56 bien diferenciadas, no sólo social sino económicamente, creo que se explica teniendo presentes las transformaciones sufridas por la España cristiana como consecuencia del colapso de la política imperialista de Alfonso VI en Al-Andalus.
La opresión tributaria de los reinos andaluces musulmanes dirigida por el conde mozárabe Sisnando Davídiz (según un esquema que nos explica el rey granadino ‘Abd Allāh en sus memorias) 57 se había convertido, para el Norte cristiano, en base esencial de su desarrollo económico. Las «parias» (que en el Mio Cid ponen en marcha la acción) constituían en el reino castellano-leonés la principal fuente de «aver monedado» 58 y habían llegado a ser esenciales incluso para el mantenimiento del poder económico-político de la abadía de Cluny en el Occidente europeo 59. Pero la política de explotación económica de al-Andalus se desplomó súbitamente como resultado del incumplimiento, por el «emperador de las dos religiones» 60, del pacto de rendición de Toledo. Llamados a España los lamtuníes, la espectacular derrota del «Imperator totius Hispaniae» 61 en Zalaca-Sagrajas (1086) por Yūsuf ibn Tašufîn cambió radicalmente el panorama político peninsular y, tras él, el económico; los esfuerzos posteriores de Alfonso VI por restaurar su imperio económico sólo sirvieron para precipitar la caída de los régulos musulmanes asociados con ese sistema de explotación.
La revolución almorávide (1090-1094), que liberó a la mayor parte de los andaluces de la opresión tributaria que venían sufriendo, hubo de tener graves repercusiones en la economía del Norte cristiano 62. Aunque los historiadores no hayan puesto de relieve la conexión, me parece claro que la interrupción del flujo de «dinero» desde Al-Andalus creó las condiciones básicas para la explosión político-social que se produjo en la España cristiana en los años que siguen a la muerte de Alfonso VI. La revolución de los «pardos», rústicos y ciudadanos, que desde 1110 a 1116 triunfó más o menos a todo lo ancho de Castilla y Tierra de Campos, y que atrajo el apoyo de los aragoneses de Alfonso I, pone de manifiesto la existencia de unas nuevas fuerzas sociales, que se sentían insufriblemente oprimidas en la situación existente y que tuvieron poder para hacer saltar en pedazos el «imperio toledano». La información aportada por la I.a Crónica de Sahagún (conservada sólo en traducción castellana) y por la biografía del obispo Gelmírez o Historia Compostellana 63, aunque procedentes ambas del campo hostil a esa «revolución», nos permite afirmar que, en la meseta castellano-leonesa, la capacidad de acción militar de los «pardos» se basó en la existencia de una amplia alianza social. Aunque en las crónicas se les insulte llamándoles «juglares e truhanes, curtidores, zapateros y gente de vil condición», los rebeldes contra la aristocracia y contra los monjes terratenientes no fueron sólo rústicos y burgueses ruanos (comerciantes y menestrales venidos en su mayoría de otros reinos), sino todo un estamento de milites 64, que bien podemos identificar con la baja nobleza o infanzones y con los «caballeros ciudadanos» o milites villani, carentes unos y otros de tierras o solares propios.
Aunque entre los años de mayor agitación social y el tiempo más temprano posible de composición del Mio Cid haya mediado una etapa de reconstrucción política (y sin duda económica) tan importante como es la constituida por los años 1134-1137, en que Alfonso VII devuelve a Toledo el centro de gravedad de la Península, los períodos revolucionarios tienen la virtud de sacar a la luz tensiones sociales que en otros períodos permanecen latentes sin por ello perder vigencia. Las primeras décadas del siglo XII me parecen, en consecuencia, muy reveladoras para la comprensión de la conflictividad jurídico-social que se representa en el Mio Cid 65.
El desprecio del poeta por los ricos-hombres de solares conocidos, con propiedades en la Tierra de Campos y en La Rioja, cargados de «onores», pero faltos de «aver monedado», poderosos en la corte y en el interior de Castilla y León, pero remisos a afrontar las exigencias de una vida de acción en la frontera y opuestos a un sistema de derecho que los equipare a otros milites de sangre menos ilustre, parece responder al punto de vista de los caballeros ciudadanos o villanos de la Extremadura soriana y segoviana y a sus aliados «ruanos» de Burgos, Carrión, Sahagún y demás villas del Camino de Santiago, que aspiraban a introducir un nuevo orden económico y un nuevo sistema de derecho que facilitasen y no impidiesen la redistribución del poder entre los varios estamentos sociales.
El estudio de las luchas que conmueven el imperio toledano durante el segundo decenio del siglo XII, aparte de poner de manifiesto la hostilidad social hacia la nobleza terrateniente de los caballeros de la baja nobleza y de las ciudades y villas que moraban allende del río Duero, que creemos subsiste en el Mio Cid, nos explica, de paso, por qué, en el Burgos del poema, mientras los «burgeses e burgesas» 66 se asoman a las ventanas (vv. 17 y ss.) exclamando al paso del Cid (v. 20):
¡Dios qué buen vassallo, si ouiesse buen señor! 67
y un típico «caballero ciudadano», Martin Antolínez «el burgalés de pro», le provee de pan y vino 68, los judíos Rachel y Vidas dan muestras de su miserable condición al creer que el Cid es capaz de robar y al tratar de sacar ventaja personal de ello 69. Los contrapuestos intereses de los burgueses y de los judíos de Burgos se habían manifestado claramente al tiempo de la guerra social, pues mientras los burgueses se alzaban en armas contra doña Urraca buscando el amparo aragonés, los judíos del castillo daban acogida a la reina para que pusiera fin al movimiento de los burgueses 70.
d. La Extremadura castellana, frente a Castilla y Tierra de Campos, y el localismo del «Mio Cid»
Aunque la revolución de los «pardos» afectó por igual a toda la meseta castellano-leonesa, desde los Montes de Oca hasta Zamora y el Esla (y la agitación burguesa alcanzó incluso a Santiago de Compostela), sus consecuencias fueron muy diversas en las distintas regiones naturales de que se componía el «imperio Toledano». En los límites orientales de Castilla, la inclinación de los caballeros ciudadanos y de los burgueses a buscar el apoyo de Alfonso I de Aragón desembocó en la reconstrucción de la gran Navarra najerense, desmembrada anteriormente por Alfonso VI. Al tiempo que el antiguo reino hudí de Zaragoza, con su densa población musulmana, quedaba en manos de Alfonso I y de sus auxiliares trans-pirenaicos, los territorios «de rivo Iberi usque circa civitatem de Burgos» 71, con Nájera como centro, volvieron a ser parte del reino navarro-aragonés (siendo excluidos de ellos los herederos de Garcí Ordóñez y de Alvar Díaz) y el rey «celtíbero» (como lo motejaban sus enemigos de Galicia) 72, antes de emprender la colonización del valle del Ebro, organizó la «Extremadura» castellana, entre el Duero y la Sierra Ministra, como un bastión fronterizo de su propio reino, poblando Soria (1119-1120) 73 y reconquistando Medinaceli (antes de 1121) 74.
Aunque, en 1127 tiene que conceder al joven emperador Alfonso VII, no sólo la Extremadura segoviana (en la que durante un tiempo actuó libremente) 75, sino los estratégicos pasos del Jiloca y el Henares, con Medinaceli, Atienza y Sigüenza 76, Alfonso I continuará hasta su muerte (1134) dominando el alto Duero, desde Almazán (poblado en 1128) hasta San Esteban de Gormaz (que ocupaba desde 1111) 77, y, al sur de Medinaceli, conquistará a los moros Molina (1128) 78, echando así la llave a la posible expansión castellana hacia Levante por el camino que años atrás había seguido el Cid.
Esta Extremadura del Duero, que hasta mediar los años 30 los navarro-aragoneses disputan a Castilla, constituía, junto con Toledo, la frontera con la España musulmana; pero, a diferencia de Toledo y sus castillos, que a principios del siglo XII recibían constantes embates por parte de los almorávides, esas tierras representaron una base para las acciones cristianas ofensivas, un centro desde donde se planeaba la reconquista de los territorios que en el pasado habían ya estado bajo dominio o protección cidiana (1094-1099), como Valencia, la Sahla o Santa María de Albarracín, o de Alvar Fáñez (1097-1107), como Zorita, Santaver, Cuenca, y que no habían caído bajo el poder almorávide hasta los últimos años del reinado de Alfonso VI o a raíz de su muerte 79.
Estas consideraciones geo-políticas y la contraposición que el poeta establece entre la nobleza solariega, con propiedades en la Tierra de Campos y en La Rioja, y los infanzones que obtienen riquezas gracias a una incansable actividad militar fuera de la tierra 80, nos obliga a volver los ojos hacia otra observación menéndez-pidalina (que no acierto a comprender cómo alguna vez haya sido puesta en duda) 81: el localismo en la geografía del Mio Cid, la desproporción con que se contemplan diferentes áreas del campo de acción del Cid histórico.
El centro del drama —la afrenta de Corpes— se sitúa artificiosamente (puesto que el suceso es ficticio) en las proximidades de San Esteban de Gormaz. Las acciones militares del Cid a las que el poeta dedica un máximo de versos, 450, son las referentes a Castejón y Alcocer, dos lugares fronterizos en el alto Henares y el alto Jalón para nada citados en la biografía latina del héroe, mientras que la creación del señorío de Valencia (con el asedio de la ciudad y la toma de Jérica, Onda, Almenar, Burriana, Murviedro y Peña Cadiella) se despacha en sólo 130 versos. Los itinerarios descritos en el Mio Cid (del destierro, del viaje de los vasallos del Cid al ir al encuentro de doña Jimena y sus hijas, del viaje de los infantes desde Valencia a Carrión) se cruzan todos en el área comprendida entre San Esteban de Gormaz y Molina, y el poeta sólo detalla, con riqueza de topónimos secundarios, el paso por los alrededores de San Esteban (vv. 894-902 y 2689-2697), el cruce del alto Henares al alto Jalón y los alrededores de Medinaceli (vv. 1492-1494, 1543-1545, 2655-2657).
En contraste con la atención prestada a este rincón de la Extremadura castellana y su frontera, el reino de Alfonso VI, Castilla incluida, está siempre visto como un mundo lejano sobre el que el buen rey don Alfonso, con sus yernos los condes «don Anrrich e don Remond», ejerce su imperio:
rrey es de Castiella e rrey es de León
e de las Asturias bien a San Çalvador,
fasta dentro de Sancti Yaguo de todo es señor,
e llos condes gallizanos a él tienen por señor 82.
Cuando los enviados del Cid penetran en su interior, aunque hallan una amable acogida en el rey y en algunos de los de su entorno, sienten claramente a su alrededor el peso amenazador del «grand bando» hostil al Campeador 83. El poeta no se siente tampoco cómodo en esas tierras del interior del reino, por las que, en su relato, transita sin prestar atención al camino 84. ¡Cómo no considerar significativa esta ausencia de interés, que contrasta de modo tan manifiesto con la atención prestada a los viajes «locales»! Sólo fobias eruditas pueden llevar a negar algo tan evidente.
Menéndez Pidal explicó el fuerte localismo del poema suponiendo, inicialmente, que el poeta procedía de Medinaceli 85 y más tarde, admitiendo una colaboración sucesiva de dos poetas, el primero de San Esteban, el definitivo de Medinaceli 86. Esta idea, tardía en el pensamiento menéndez-pidalino, de recurrir a dos poetas, uno responsable de lo que en el relato hay de fiel reflejo de los hechos tal como fueron, y otro inventor de lo ficticio, me parece, en principio, rechazable 87. Si despojamos al Mio Cid de lo ficticio, nos quedamos sin fábula, sin drama, sin poema épico..., e incluso sin historia, esto es, sin interpretación «política» de los hechos.
Mi concepción del género cultivado por los juglares de gesta me exige volver a la primera impresión de Menéndez Pidal sobre el poema, y considerar el Mio Cid conservado como cabeza de ulteriores refundiciones y no como una refundición más con predecesores desconocidos.
e. San Esteban, Diego Téllez y Alvar Háñez: El cantor del Cid, frente a la memoria histórica del pasado
La defensa del carácter primigenio del Mio Cid conservado no me obliga, sin embargo, a suponer que Medinaceli sea la cuna del poeta. El recuerdo de la toponimia menor del entorno de esta plaza fuerte (conquistada por Alfonso VI en 1104, recobrada por los almorávides antes de 1114, reconquistada por Alfonso I antes de 1122 e incorporada al reino de Alfonso VII en 1127) 88 sin que en ella ocurran «episodios fundamentales del Poema», lejos de inclinar a su favor la balanza afectiva, me lleva a considerar que «el afecto especial del poeta» por San Esteban era mucho mayor, toda vez que los episodios situados en su tierra carecen de base histórica, siendo parte de la invención literaria y de la intencionalidad política que la mueve. Además el poeta se detiene a elogiar en forma directa a San Esteban llamándolo, «una buena çipdad» 89, y alaba explícitamente a sus habitantes: «los de Sant Estevan, siempre mesurados son, / quando sabién esto, pesóles de coraçón» (recuérdese que la «mesura» es para el poeta la virtud por excelencia). El inciso laudatorio 90, ya de por sí bien significativo, cobra todo su valor al observar que la frase forma parte de un episodio en que los de San Esteban actúan como protagonistas 91. Cuando las hijas del Cid, después de ser torturadas y casi martirizadas por sus maridos en el robledal de Corpes, son conducidas a poblado por su primo Félez Muñoz, son los de San Esteban quienes cuidan de ellas hasta que acude Minaya Alvar Fáñez a buscarlas:
A llas fijas del Çid dan les esfurç[i]ó[n],
allí sovieron ellas fata que sañas son 92.
Puesto que todo el episodio del maltrato y abandono de las hijas por los infantes de Carrión es invención poética, la buena acción de los «mesurados» habitantes de San Esteban es algo que el poeta ofrenda a la ciudad (a su ciudad, muy probablemente).
Todo el episodio de la acogida dispensada a las hijas del Cid en San Esteban después de la afrenta creo que requiere mayor atención de la que se le ha prestado. En él figura un personaje que no reaparece en otros lugares del poema:
A Sant Esteban vino Félez Munoz;
falló a Diego Téllez el que de Albarfáñez f[o].
Quando ele lo oyó, pesó’l de coraçón,
priso bestias e vestidos de pro,
hyva rreçebir a don Elvira e a doña Sol.
En Sant Estevan dentro las metió,
quanto él mejor puede allí las ondró 93.
Cuando Menéndez Pidal, en el curso de sus continuadas investigaciones sobre la España del Cid, descubrió que ese Diego Téllez «es, lo mismo que las principales figuras del poema, una persona que existió verdaderamente, que respiró y se movió en los días del Cid, por los lugares mismos que el poema dice» 94, sólo consideró oportuno resaltar: «¡hasta tal punto esta poesía se muestra fraguada toda ella sobre la realidad histórica vivida en el siglo XI!» 95. Pero, puesto que el suceso todo del maltrato y abandono de las hijas de Rodrigo Díaz en Corpes es pura fábula poético-política del juglar del Mio Cid, la súbita aparición de este personaje histórico, que no es una de las dramatis personae del relato 96, para protagonizar una acción de la que no pudo ser actor en «la realidad vivida en el s. XI», exige otro tipo de explicación. Diego Téllez me recuerda a una de esas figuritas de menor talla que aparecen en los cuadros medievales asistiendo, sin justificación alguna, al drama de la Crucifixión junto a los grandes personajes impuestos por el relato tradicional. La presencia de esa figura marginal en la escena de los cuadros se explica fácilmente: es la persona a quien el artista debe el encargo. Una razón semejante es la única justificación posible de la momentánea aparición de Diego Téllez acudiendo a prestar su ayuda a las desdichadas hijas del héroe en el momento más dramático del poema. La oferta por el artista de este noble papel, creado en su ficción, a un Diego Téllez, personaje realmente existente en tiempos del Campeador (pues tenemos de él noticias documentales en 1078, 1086, 1088 y 1092) 97, no creo que sea inintencionada: Sin duda el poeta que compuso el Mio Cid se hallaba vinculado, de alguna forma, a la familia del Diego Téllez histórico.
La definición que de Diego Téllez nos da el poema, «el que de Albarfáñez fo» 98, supone que este personaje era vasallo de Alvar Háñez. Ello es muy admisible, pues Diego Téllez gobernaba Sepúlveda en 1086 99, ciudad en cuyo poblamiento diez años atrás (1076) había tenido un importante papel Alvar Háñez 100.
Esta relación vasallática de Diego Téllez respecto a Alvar Háñez, que el poema afirma y la documentación hace muy creíble, nos exige prestar atención a otra invención antihistórica del poema de indudable transcendencia.
Es bien sabido que Alvar Háñez, el sobrino del Cid de mayor relieve en la historia, no acompañó continuadamente a su tío en el destierro ni fue su mano derecha en el señorío valenciano 101, a pesar de que el autor del Mio Cid conciba al famoso don Álvaro como compañero inseparable de Rodrigo, desde la primera escena poética de la gesta, en que se representaba la despedida del Cid de sus amigos y vasallos al recibir la orden regia de abandonar Castilla en el plazo de nueve días y la decisión de Alvar Háñez y los demás de acompañarle en el destierro 102:
Fabló Minaya Alvar Háñez el su [sobrino caro]:
—Convusco iremos, Cid, por yermos e por poblados
e non vos fallesçeremos en quanto seamos bivos e sanos 103,
hasta los días de disfrute de las delicias de Valencia (Mio Cid, vv. 1237-1238):
Myo Çid don Rodrigo en Valençia está folgando,
con él Mynaya Albar Ffáñez que no’s le parte de so braço 103.
El papel épico de Alvar Háñez «mi Anaya» (esto es ‘mi hermano’ en vasco) 104 al lado de «mio Cid» se debe, sin duda, según ha sido puesto de manifiesto, a la aplicación por el poeta de una estructura formularia de gran arraigo en la epopeya, la de la pareja tío materno-sobrino 105. Pero si la invención de un deuteragonista se justifica literariamente, lo que el género no podía ya imponer es el recurrir para su creación a Alvar Háñez el que «Çorita mandó» 106, personaje histórico y famoso, tanto por sus grandes servicios a Alfonso VI, desde que en 1085-86 es enviado a Valencia a entronizar a al-Qādir 107, hasta que, destacado como señor de Zorita, Santaver y Cuenca (por los años 1097-1107), defiende los puntos más avanzados de la Transierra frente a los lamtuníes 108, como por su papel, después de muerto Alfonso VI, en la defensa de Toledo frente a los almorávides, ciudad imperial de la que fue gobernador (1109-1110) 109 y en la cual, algún tiempo después, murió asesinado por los de Segovia durante las contiendas civiles (1114) 110.
Una vez más, será preciso recurrir a la «pasión» del poeta para explicar la transformación fabulística de los hechos históricos, pues, al igual que las fobias, las filias del cantor del Cid son sin duda responsables de la reorganización impuesta al recuerdo de los hechos pasados. La magnificación del papel de un personaje en el poema creo que es tan deudora respecto a la experiencia vital del autor como pueda serlo la atracción del foco geográfico del poema hacia unas tierras concretas, las vividas por el poeta. En consecuencia, si la presencia junto a las hijas del Cid, en un momento crítico, de Diego Téllez, «el que de Alvar Fáñez fo», exige, a mi parecer, suponer algún tipo de dependencia del poeta respecto a la familia del que fue gobernador de Sepúlveda, el deuteragonismo de Alvar Háñez (y no de otro de los sobrinos del Cid más ligado a la vida del héroe) tampoco será una invención gratuita. Aunque Alvar Háñez no dejó descendencia por vía de varón, alguno de los hijos de sus hijas se preció de tenerle por abuelo; tal fue el caso de Alvar Rodríguez [hijo de los condes Rodrigo Vela y Urraca Álvarez], a quien en tiempo de Alfonso VII dedica un amplio loor el Carmen de expugnatione Almariae urbis 111, abarcando en la alabanza no sólo al padre, sino al famoso abuelo del personaje 112:
Cognitus omnibus est auus Aluarus, nec minus hostibus,
arx probitatis est itidem pius, urbs bonitatis,
audio sic dici quod et Aluarus ille Fannici
Ismaelitarum gentes domuit, nec earum
oppida uel turres potuere resistere fortes...
También hoy «cognitus omnibus est» que en este poema latino sobre la conquista en 1147 de Almería 113 vuelven a aparecer emparejados tío y sobrino, Alvar Fáñez y Rodrigo:
Ipse Rodericus, Meo Cidi saepe uocatus,
de quo cantatur quod ab hostibus haud superatur,
qui domuit Mauros, comites domuit quoque nostros,
hunc extollebat, se laude minore ferebat.
Sed fateor uerum, quod tollet nulla dierum:
Meo Cidi fuit primus, Aluarus atque secundus 114.
La impertinente comparación de Alvar Háñez con Rodrigo, considerándolo (a pesar del muy relevante papel de Alvar Háñez en los reinados de Alfonso VI y de Urraca) inferior a él, cuando de lo que se trataba era de elogiar al nieto de Alvar Háñez 115, el uso tan temprano del apelativo «Mio Cid» como designación de Rodrigo 116 prefiriéndolo a «Campeador» documentado desde antiguo (lat. Campidoctor o Campeator, árab. Kambiyatûr, en el Carmen Campidoctoris, en la Historia Roderici y en Ibn Bassām), la alusión a que ese Mio Cid era entonces objeto de cantos 117 en los cuales se refería que no sólo venció a los moros sino a «nuestros condes» 118, el recuerdo de la más famosa pareja épica Roland-Olivier (vv. 228-229 ed. Gil, estr. 215 ed. Sánchez-Belda) en ese contexto, sólo tiene sentido como recuerdo de que Alvar Fáñez tenía el papel de deuteragonista en el canto de exaltación del Cid a que el poeta alude 119. Así lo ha entendido todo crítico no empeñado en defender a ultranza hipótesis incompatibles con la existencia c. 1148 de la gesta de Mio Cid 120.
Soy también de esa opinión. Y en favor de ello creo que el argumento más decisivo es, precisamente, el hecho que venimos comentando: la violencia ejercida por el poeta del Mio Cid sobre la historia al decidir emparejar, conforme a unos modelos literarios, a los dos famosos guerreros, tío y sobrino, que habían actuado independientemente uno de otro en tiempo de Alfonso VI.
f. El «Mio Cid» y las bodas del Restaurador de Navarra con la hija bastarda del Emperador. El canto juglaresco, al servicio de la nueva dinastía navarra
La alusión por el poeta latino de Alfonso VII al canto de un poema de «Meo Cidi», en que Rodrigo era primero y Alvar Fáñez segundo, y en que se contaba, no sólo cómo el Cid «domuit Mauros», sino también «comites... nostros», nos obliga a considerar cuándo pudo componerse el poema 121.
Menéndez Pidal destacó ya 122 que la exaltación de la figura histórica de Rodrigo no se inició en su patria —Nemo propheta acceptus est in patria sua— sino en tierras del Levante: el Carmen Campidoctoris, la Historia Roderici, son obras que proceden de Cataluña y Aragón, y una y otra parecen nacidas del entorno personal de Rodrigo (aunque la Historia Roderici se revele posterior a su muerte). Más tarde, Rodrigo atrajo la atención interesada de la nueva dinastía navarra que fundó García Ramírez (1134-1150) después de la muerte de Alfonso I. Como el entronque del Restaurador con la antigua dinastía, extinguida por el fratricidio de Sancho Garcés en Peñalén, era a través de un infante bastardo (el «infante» don Sancho «expulsus a regno» que quemó la mezquita de Elvira) 123, su ascendencia cidiana por vía materna interesó desde un principio a García Ramírez como un título adicional con que reforzar su corona.
Para probarlo basta leer las genealogías del Libro de las generaciones (llamado Liber Regum) que, en su redacción original navarra (de 1194-1196) 124 decían:
«Est rei don García ovo dos fillos: el rei don Sancho que matoron en Pennalén e l’ifant don Sancho. Est ifant don Sancho ovo fillo al ifant don Remiro al que dixieron Remir Sánchez. Est Remir Sánchez priso muller la filla del mio Cith el Campiador e ovo fillo en ella al rei don García de Navarra al que dixeron García Remírez 125»,
después de haber afirmado previamente:
«De el lignage de Nunno Rasuera vino l’Emperador de Castiella. E del lignage de Laín Calbo vino mio Cith el Campiador 126».
La nueva dinastía navarra, para mayor gloria propia, presentaba a «Mio Cid» compitiendo nada menos que con el propio emperador Alfonso VII, pues los derechos de éste a la corona tenían como punto de partida, según el genealogista del Libro de las generaciones (Liber Regum) 127 la elección por los de la tierra, como gobernadores del reino, de los dos jueces Nuño Rasuera y Laín Calvo, y no se basaban, según la historiografía leonesa pretendía, en los reyes godos ni en Pelayo, pues esa dinastía gótica se habría extinguido con Alfonso II el Casto:
«Est rei don Alfonso non lexó fillo ninguno, ni non remaso omne de so lignage qui mantoviesse el reismo, et estido la tierra assí luengos tiempos 128».
El interés de García Ramírez por la figura de su abuelo materno no dependía únicamente de sus aspiraciones a medirse con el Emperador. Compartía con el Cid, sin duda, la hostilidad a la familia de García Ordóñez.
Conviene recordar que el origen del condado riojano de García Ordóñez y su mujer doña Urraca, hermana de Sancho Garcés el último rey navarro asesinado en Peñalén, había dependido de la anexión de Nájera, la capital del viejo reino de Navarra, a Castilla, efectuada por Alfonso VI a raíz del regicidio 129. Y que, si los documentos contemporáneos acusan de fratricida a Ermesinda, otra de las hermanas del rey muerto 130, y no a Urraca, las dos hermanas aparecerán en adelante juntas, ocupando una posición destacada en el reino del «totius Ispanie obtinente principe Adefonso» 131, mientras por esos mismos años (1079-1080) sus dos maridos, García Ordóñez y Fortún Sánchez, enviados por Alfonso VI a «proteger» (y explotar) al rey de Granada, combaten también juntos y son juntamente derrotados por el Cid en la famosa batalla de Cabra 132 (aquella en que, según el poeta, el Cid mesó la barba de su enemigo preso) 133. Ya sabemos que, una vez muerto García Ordóñez en la rota de Uclés (1108), el condado najerense no tardó en pasar a manos del rey navarro-aragonés Alfonso I, quien colocó en él como señor a su brazo derecho, Fortún Garcés Caxal 134. De resultas de ello, al morir Alfonso I, «fuit eleuatus rex Garsias regem in Pampilona et in Nagara, in Alava et in Bizcaia et in Tutela et in Monson» (1134) 135. Sin embargo, el Restaurador de Navarra tuvo enseguida que entregar Nájera al Emperador 136, en cuya corte García Garcíaz de Aza, el hijo de García Ordóñez, venía ocupando desde 1126 puestos de confianza 137. Las aspiraciones del nieto de mio Cid a restaurar la gran Navarra de sus antepasados, recobrando La Rioja amputada de ella por Alfonso VI y García Ordóñez, reavivarían el recuerdo del «enemigo malo» de su abuelo (como el poeta del Cid califica al conde García Ordóñez, «el Crespo de Grañón») 138.
La Navarra disminuida de García Ramírez y el imperio de Alfonso VII (quien aspiraba al reconocimiento de su señorío en todo el ámbito peninsular, como antes su abuelo Alfonso VI «totius Ispaniae obtinente») tuvieron, a menudo, motivos de fricción, sobre todo desde que el conde Ramón Berenguer IV de Barcelona, cuñado y vasallo del Emperador, se hace cargo del reino de Zaragoza. Tras varios años de guerra, amparado en la disidencia portuguesa, el Restaurador, amenazado por los planes de repartición de su reino que llegan a concertar Alfonso VII y el conde Ramón Berenguer, se ve en 1140 forzado a reconocer vasallaje al Emperador. Es entonces (25 de octubre) cuando se acuerda el matrimonio del infante don Sancho, el primogénito de Alfonso VII, con doña Blanca, la hija de García Ramírez, aún niños 139. Pero la continuada hostilidad entre Ramón Berenguer y García Ramírez mantiene el estado de incertidumbre, en tanto Alfonso VII sigue pendiente de la amenaza portuguesa 140. Arreglado definitivamente (Valladolid, setiembre-octubre de 1143) el pleito con el rey de Portugal, los buenos oficios del conde Alfonso Jordán de Tolosa permitirán establecer una paz duradera y firme entre el Emperador y el rey de Navarra, esta vez sellada con una boda efectiva, la de García Ramírez, entonces viudo, con la hija bastarda de Alfonso VII, Urraca, que el emperador había engendrado en su muy amada concubina doña Gontroda 141. En adelante, el rey navarro será un vasallo fiel, que participará en las principales empresas del Emperador (incluida la de Almería).
La Chronica Adefonsi Imperatoris 142, tras contar detalladamente las negociaciones de paz que preceden a ese pacto, dedica amplio espacio a las solemnes bodas, celebradas en León, del rey García con la «infantissa» (19 junio, 1144). Según la crónica imperial (I, § 92-94), estando Alfonso VII en su solio 143, llegó el rey García con gran aparato regio:
«Venit autem et rex Garsia cum turba militum non pauca, ita paratus et ornatus sicut regem sponsatum ad proprias decet uenire nuptias»,
y para acompañar la alegría de los desposados tuvieron acceso al tálamo una turbamulta de juglares, dueñas y doncellas cantoras y músicos:
«in circuitu talami maxima tura strionum et mulierum et puellarum canentium in organis et tibiis et cytharis et psalteriis et omni genere musicorum»,
y, junto a los cantos, deportes varios de carácter espectacular (tirado a tablado, lanceamiento de toros y hasta una «corrida» de ciegos):
«Alii equos calcaribus currere cogentes iuxta morem patrie, proiectis hastilibus, in structa tabulata, ad ostendendam pariter artem tam suam quam equorum uirtutem percutiebant. Alii latratu canum ad iram prouocatis tauris, protento uenabulo, occideant. Ad ultimum, cecis, porcum quem occidendo suum facerent, campi medio constituerunt et uolentes porcum occidere, sese ad inuicem sepius leserunt et in risum omnes circumstantes ire coegerunt».
A continuación, el rey García y su esposa parten de León para Pamplona, acompañados por el conde Rodrigo Gómez y por Gutierre Fenández con muchos otros caballeros castellanos, y allí, en su ciudad, continúan los festejos:
«Fecit autem rex Garsia magnum et regale conuiuium Castellanis qui cum eo erant, et cunctis militibus et principibus regni sui per multos dies. Celebratis nuptiis regalibus, deditque rex comitibus et ducibus Castelle magna dona et reuersi sunt unusquisque in terram suam» 144.
Al leer esta descripción de la Chronica Adefonsi Imperatoris sobre las muy celebradas bodas del nieto navarro del Cid con la hija del «buen» Emperador, cabe preguntarse: en medio de las fiestas de León, con sus tablados, sus toros, la brutal batalla de los ciegos y la turbamulta de histriones, cantoras y músicos empleados en alegrar a altos y bajos, no se oirían cantar por vez primera los versos finales del Mio Cid, en que se conecta el pasado narrado con el «hoy» del poeta:
Andidieron en pleytos los de Navarra e de Aragón,
ovieron su ajunta con Alfonsso el de León,
ffizieron sus casamientos con don Elvira e con doña Sol.
¡Ved qual ondra creçe al que en buen ora naçió
quando señoras son sus fijas de Navarra e de Aragón!
Oy los rreyes d’España sos parientes son.
A todos alcança ondra por el que en buen ora naçió 145;
y, si tenemos presente la intencionalidad política de la gesta, ¿qué auditorio más receptivo para su canto cabe imaginar que el de la Pamplona del nieto de mio Cid, donde unos días después se celebraron las nupcias de la «infantissa» Urraca con el rey García?
En fin, vista la importancia concedida por la nueva dinastía navarra a su ascendencia cidiana y, al mismo tiempo, la integración de San Esteban de Gormaz (nuestra supuesta patria del poeta), al reino navarro-aragonés de Alfonso I durante los primeros decenios del s. XII, la sospecha de que el Mio Cid debió de componerse como un relato juglaresco destinado a celebrar la paz entre el nieto navarro del Cid y el «buen Emperador» (como el poeta denomina a Alfonso VII en el v. 3003) y a promover, en el renacido «imperio» toledano, los intereses políticos de la nueva Navarra y de sus aliados en la Extremadura del alto Duero, me parece una hipótesis muy plausible; y, sabido el temprano eco de ese canto épico en medios cortesanos (que testimonia el Carmen sobre la conquista de Almería, de c. 1150), difícilmente descartable. [En todos los tiempos los artistas han buscado el patronazgo de los poderosos y pudientes para sobrevivir y triunfar (¿acaso esa norma universal era ajena a la Hispania del s. XII?)].
Diego Catalán, "El Cid en la historia y sus inventores."(2002)
NOTAS
1 R. Menéndez Pidal, «Alfonso X y las leyendas heroicas», Cuad. hispanoam. I (1948), 13-37 (p. 33). Reproducido en De primitiva lírica y antigua épica, 1951 (y reimpresiones sucesivas).
2 Menéndez Pidal, «Alfonso X y las leyendas», pp. 25-25. En «Poesía e historia en el Mio Cid. El problema de la épica española», NRFH, III (1949), 113-129 (p. 115) comentará: «Todos los elementos históricos no se hallan en un poema primitivo en cuanto históricos, sino en cuanto sirven a una ficción poética».
3 La epopeya medieval puede y debe utilizarse como testimonio histórico para entender aspectos fundamentales de la vida de una sociedad sobre los que nos falta información coetánea. En el cómo hacer uso de esos valores arqueológicos de la epopeya estriba el problema.
4 Menéndez Pidal, Esp. Cid 1 (1929). La última edición con innovaciones es la 7ª, Esp. Cid 7 (1969).
5 Catalán, «Alfonso X historiador», cap. I de La Estoria de Esp. De Alf. X (1992).
6 Molho, «El C.M.C. poema de fronteras», (1977), pp. 243-260, observa, con razón: «La España del Cid ha dado paso a la España de Mio Cid, de que nadie habla» (p. 245).
7 La crisis de «la España del emperador de las dos religiones» (que no «del Cid») se inicia en vida del conquistador de Toledo. Basta leer el famoso pacto sucesorio entre sus yernos don Ramón y don Enrique para darse cuenta de que se ha abierto ya una nueva etapa histórica en la Península. Cfr. P. David, «Le pacte successoral», (1948), 275-290, y R. Pinto de Azevedo, Doc. med. port.-regios (1962), vol. I, t. II, pp. 547-553.
8 Hay gestas sin un héroe central: por ejemplo, en Las particiones del rey don Fernando ni el rey don Sancho ni el rey don Alonso son héroes; tampoco llegan a ocupar ese papel Arias Gonzalo, el ayo de Urraca, o el Cid, voz de la prudencia y del respeto a la ley en el campo castellano, o Diego Ordóñez, el impetuoso retador de Zamora. El personaje central es, sin duda, la infanta doña Urraca, demasiado pasional para ser figura modélica.
9 Por ello no hay nada más ajeno a la concepción de un poema épico que el Libro (o Poema) de Fernán González en cuaderna via compuesto hacia 1250 por un monje del monasterio de Arlanza. Su estructura, como la de otros libros del mester de clerecía deriva de las vidas de santos. El que el biografiado sea un conde castellano no tiene por qué hacernos separar este libro de otros sobre hechos de un rey griego o un santo riojano; genéricamente es hermano del Libro de Alexandre y de los poemas hagiográficos de Berceo. Es tan ajeno a la epopeya como la historia novelada del rey Rodrigo de Pedro de Corral (o Crónica sarracina) o la historia mítica de los primeros señores de Vizcaya que incluye el conde don Pedro de Barcelos en su Livro das Linhagens. Su contacto con la epopeya se reduce al conocimiento de ciertos episodios legendarios de la vida del conde recogidos, posiblemente, por ella. [Véase Catalán, La épica española (2000), pp. 98-112].
10 En la épica española no hallo excepción, y el arraigo europeo de este modelo es notorio.
11 A una conclusión similar ha llegado, independientemente, Rodríguez Puértolas, «P.M.C. nueva propaganda» (1976), pp. 9-43, y (1977), pp. 141-159. No hay duda de que el Mio Cid defiende un nuevo orden jurídico a la par que político; pero me parece del todo peregrino suponer, como hacen Pavlociċ y Walker, «Money, Marriage and the Law» (1982), 197-212, que un «lawyer» de tiempos de Alfonso VIII haya compuesto la gesta «deliberately trying to raise to the status of law something that was entirely Roman and something that was very new», la dos o dote, y que «to gain the trust of the audience» haya disimulado el origen romano de la institución que quería introducir tomando en préstamo al Fuero de Alcalá una voz de origen arábigo, axuvar.
12 Según noticia que recoge Ibn Bassām en su Dajīra. Véase Dozy, Recherches (1881), II, p. 22: «Quelqu’un m’a raconté —dice Ibn Bassām— l’avoir entendu dire, dans un moment où ses désirs était trés vifs et où son avidité était extrème: Sous un Rodrigue cette Péninsule a été conquise, mais un autre Rodrigue la délivrera; —parole qui remplit les coeurs d’épouvant et qui fit penser aux hommes que ce qu’ils craignaient et redoutaient, arriverait bientôt!». La recuerda Menéndez Pidal, Esp. Cid 7 (1969), pp. 411-413 y 576.
13 La frase figuraba en al-Bayān al wādiḥ fī al-mulimm al-fadīḥ de Ibn ‘Alqama. La reproduce la Estoria de España de Alfonso X (PCG, p. 564b18-25): «et dixo que ell apremiarie a quantos sennores en ell Andaluzia eran, de guisa que todos serién suyos; et que el rey Rodrigo que fuera sennor dell Andaluzía que non fuera de linnage de reys, et pero que rey fue et regnó, et que assí regnarié ell et que serié el segundo rey Rodrigo». Esta jactancia de Rodrigo pareció intolerable a varios de los equipos de historiadores que componían y reformaban a finales del s. XIII la Estoria de España. Sobre estas censuras, véase Menéndez Pidal, «Tradicionalidad» (1955), 131-197: p. 151 y Catalán, «Poesía y novela» (1969), pp. 423-441: pp. 439-440 (reed. en Catalán, La Estoria de Esp. de Alf. X 1992, cap. VI).
14 «Pero este hombre, azote de su época, fue, por la habitual y clarividente energía, por la viril firmeza de su carácter y por su heroica bravura, un milagro de los grandes milagros del Señor», reconoce Ibn Bassām en 1109, diez años después de muerto Rodrigo, en su Dajīra (el contexto del pasaje es el citado arriba, n. 12. Véase en Menéndez Pidal, Esp. Cid 7 (1969), cap. XVII.1, p. 605 o en Dozy, Recherches, II, p. 22).
15 Los dos modelos isidorianos de historia, la Chronica «maiora» o universal y la Historia Gothorum, continúan dominando la historiografía astur-leonesa, primero, y castellana, después, hasta el s. XIII. Se salen de la regla la Chronica Adefonsi Imperatoris, sobre Alfonso VII, la Historia Compostellana sive de rebus gestis D. Didaci Gelmirez, sobre el obispo compostelano Gelmírez, y las Crónicas o Anónimo de Sahagún, sobre las vicisitudes históricas relacionadas con la vida de ese cenobio.
16 Véanse las ediciones incluidas por Menéndez Pidal en los «Apéndices» de su España del Cid. En la 7ª ed., de 1969, las pp. 878-886 se dedican al Carmen y las pp. 906-971 a la Historia.
17 Según observación muy general, en la que insiste ya Menéndez Pidal, L’épopée cast. (1910), pp. 116-117 (La epopeya cast., 2ª ed., 1959, pp. 102-103).
18 La singular concepción de la venganza en el Mio Cid fue ya destacada por Menéndez Pidal en Poe. M. C. (1913), p. 70, y se ha venido subrayando repetidamente. Sobre la concepción de la honra, véase Correa, «El tema de la honra» (1952), 185-199).
19 Menéndez Pidal, L’épopée cast., pp. 114-115 (La epopeya cast., 2ª ed., 1959, pp. 101-102).
20 A. Bello, Obras completas (1881-1893), II, pp. 21-22 (y, en formulación anterior algo diferente, VI, p. 249).
21 Mio Cid, vv. 3443-3444.
22 Sobre los ricos hombres del «bando» (v. 3010) enemigo del Cid da amplia información Menéndez Pidal en Cantar de M.C.1 (1908-1911), vol. II, bajo las voces «Carrión», «Garçía Ordoñez», «Albar Díaz», y nuevos datos en los «Apéndices» de la 2ª ed. (1944-1946), pp. 1168-1169, 1215, 1218. Un resumen en Poe. de Mio Cid, pp. 19-22. Véase, así mismo, Esp. Cid 7 (1969), Disqs. 59.a («Los infantes de Carrión») y 28.a («García Ordóñez y su familia»). Insiste, sobre lo muy exacto que es el conocimiento del poeta, en varios trabajos dedicados a defender la historicidad del poema (en especial en los reunidos bajo el título «Cuestiones de método histórico» en Castilla, la tradición, el idioma (1945), que proceden de «La epica esp. y Curtius» (1939), «Filol. e Hist.» (1944) y Mio Cid el de Valencia (1943, pp. 13-60).
23 Menéndez Pidal, máximo defensor de la historicidad del Mio Cid, lo reconoce, sin paliativo alguno: «los infantes históricos no pudieron ser convictos en duelo de tantas alevosías, traiciones y deshonores como el Cantar les atribuye», «los históricos infantes de Carrión no fueron condenados como traidores» (en «Dos poetas en el C. de M. C.», incluido en el libro En torno al P. del C., 1963, pp. 107-162: pp. 118 y 117).
24 «Las hijas del Cid no podían contraer matrimonio», afirma Menéndez Pidal mismo (En torno al P. del C., 1963, p. 119).
25 Poe. M. C. (1913), p. 30. Con esa «tradición» como puente Menéndez Pidal podía defender que, si bien «la historia nada sabe de un primer matrimonio de las hijas del Cid con estos Infantes o jóvenes nobles de Carrión... dada la historicidad general del Poema, es muy arriesgado el declarar totalmente fabulosa la acción central del mismo» (pp. 22-23). En trabajos posteriores, su fe en el verismo del poema le llevará a creer que hubo unos desposorios («La épica esp. y Curtius», 1939) y a argumentar: «No se podía contar una acción indigna de aquella familia [los Banū Gómez de Carrión] y un comportamiento loable de ese vasallo [Diego Téllez, vasallo de Alvar Háñez], si no tenía el relato una amplia base de verdad» «Filol. e Hist.» (1944).
26 Según el relato del Arzobispo don Rodrigo Ximénez de Rada: «Cumque puer Guterrio Fernandi de Castro a desiderabili Sancio fuisset commissus, et ipse post patris obitum custodiae pueri diligentiam adhiberet, accesserunt ad eum Garsias Garsiae de Atia, Comes Amalaricus, Comes Alvarus, Nunius Petri de Lara et hi tres ultimi erant fratres, filii comitis Petri de Lara et Avae Comitissae. Garsias Garsiae erat frater eorum ex matre, et filius Comitis Garsiae qui in bello Uclesii cum Infante Sancio fuit occisus. Itaque omnes suaserunt Guterrio Fernandi de Castro, ut daret puerum Comiti Amalarico, qui erat potens, et carus habitantibus Estrematuram...», De rebus Hispaniae, Lib. VII, cap. XV. Eds. 1873 (o su reimpr., 1985), p. 159b.
27 El propio Menéndez Pidal, pese a su admiración por el Mio Cid, censura el comportamiento del poeta (Poe. M. C., pp. 71-72) y llega a decir: «Los traidores de los principales poemas tienen grandeza heroica. Hagen viene a ser el verdadero héroe de la última parte de los Nibelungos, y sin llegar a tal extremo, Ganelón y Ruy Velázquez son admirables, a no ser por su crimen. El juglar del Cid toma camino opuesto; pero mejor hubiera hecho en no apartarse de aquella norma» (p. 61).
28 Mio Cid, vv. 2278-2291, 2304-2307. Al abrir el tercer «cantar» del poema con este episodio cómico, el poeta busca descalificar de una vez por todas a los yernos del héroe.
29 Mio Cid, vv. 3373-3375.
30 Mio Cid, vv. 3283-3290.
31 Mio Cid, v. 2173.
32 Mio Cid, vv. 3327-3328.
33 Mio Cid, vv. 960-966 + 1099 + 1017-1081. Cfr. Montgomery, «The Cid and the Count» (1962). La «generosa» propuesta de Rodrigo al conde don Ramón, de concederle la libertad si acepta su invitación a comer mientras es su prisionero, es un modo de forzarle a deponer su orgullo aristocrático y a reconocer la superioridad del «salido» de la tierra, caudillo de una mesnada de «malcalçados».
34 Especialmente, al recordar, ante toda la corte, la ofensa hecha a la barba del conde don García cuando le hizo prisionero en Cabra (vv. 8287-8290).
35 El sentido del humor del Cid poético es patente también en el modo de incitar a «Pero Mudo» a que rete a Fernando (vv. 3302-3304) y en la amistosa salutación que dirige a Búcar cuando va en su alcance (vv. 2409-2411).
36 Menéndez Pidal llamó convenientemente la atención sobre el hecho de que el Mio Cid no participa del anti-leonesismo de otros poemas de la épica castellana (Poe. M. C., pp. 70, 113). Es un hecho que a menudo se olvida al tratar de explicar la «política» del poema.
37 P. Corominas comentó ya la importancia concedida a los bienes muebles en el poema, en el cap. II de su estudio sobre El sentimiento de la riqueza en Castilla (1917), pp. 80-94 (reed. en P. Corominas, Obra completa, 1975, pp. 529-591: 548-551). En tiempos más cercanos, J. Rodríguez Puértolas, «Un aspecto olvidado» (1967) (reproducido en su libro De la Edad Media, 1972, 169-187), piensa que, en el «programa» de acción de Rodrigo la «motivación social» es dominante, pues el infanzón resuelve mediante la adquisición de riqueza sus dos problemas, el de status social y el de su mala relación con el rey. Más próxima a mi interpretación político-social es la que apunta Molho, «El C.M.C. poema de fronteras» (1977).
38 No conocemos los términos de la carta en que el rey ordena al Cid salir del reino en el plazo de nueve días, pues faltan los primeros versos del Mio Cid en el único códice conocido y las crónicas no nos los suplen. Pero la conversación de Martin Antolínez con los judíos no deja lugar a dudas sobre la acusación que se le hacía (vv. 109-112).
39 Toda la escena de las arcas tiene como propósito fundamental poner de manifiesto la injusticia de la acusación.
40 Mio Cid, v. 536.
41 Mio Cid, v. 823.
42 Mio Cid, v. 806-807.
43 Mio Cid, v. 1046-1048.
44 Mio Cid, v. 1189-1199.
45 El proceso, iniciado tras la batalla campal con Fáriz y Galve, vv. 813-818 (primer presente), 873-874 + 881-893 (primeras concesiones del rey), sigue su desarrollo como consecuencia de la derrota del rey de Sevilla, vv. 1271-1274 (segundo presente), 1340-1344 + 1355-1366 +1369-1371 (segundas concesiones del rey) y culminará tras la derrota de Yuçef, vv. 1789-1791 + 1808-1813 (tercer presente), 1855-1857 + 1866-1869 + 1897-1899 + 1910-1913 (concesión del «amor» del rey).
46 Mio Cid, vv. 1523, 1524-1526.
47 Mio Cid, v. 1888.
48 Mio Cid, v. 2320.
49 Mio Cid, vv. 2263-2265.
50 Mio Cid, vv. 2570-2571.
51 Mio Cid, v. 3206.
52 Mio Cid, v. 3236b.
53 Mio Cid, vv. 3237-3244.
54 Mio Cid, v. 3248.
55 Mio Cid, v. 3223.
56 Menéndez Pidal, que desde antiguo había destacado la oposición infanzón vs. ricos-hombres, interpretándola como inclinación «democrática» del poeta (Poe. M. C., 1913, pp. 89-92), en 963 llegó a hablar de «lucha entre clases sociales» (En torno al P. del C., 1963, pp. 211-213). Desde otra perspectiva, Rodríguez Puértolas, ha puesto en relación la obsesión por el «dinero» (y por los objetos «cotizables» en dinero) con el «populismo» del poema: «Debemos comprender a los anónimos autores. No olvidemos, en primer lugar, que el Poema es recitado ante el pueblo, y que ellos mismos forman parte de él. La oposición entre nobleza y pueblo da por resultado, en este caso, una identificación con las preocupaciones del infanzón, de Rodrigo» (p. 187). Considero la palabra «pueblo» excesivamente imprecisa como descripción de una «clase».
57 ‘Abd-Allāh b. Buluggīn, Kitāb al-Tibyān, ed. Lévi-Provençal (Cairo: Dār al-Maārif, 1955) o Lévi-Provençal, «Un texte arabe ... Les “Mémoires” de ‘Abd Allāh», Al-Andalus, III (1935), 233-344, IV (1936-39), 30-145 (hay separata paginada del 1-229) y «Deux nouveaux fragments des “Mémoires” du roi Zîride ‘Abd Allāh de Grenade», Al-Andalus, VI (1941), 1-63. Según comprendió ‘Abd Allāh, Alfonso VI era consciente de que no podía repoblar toda Hispania de cristianos, pero, que mediante una creciente opresión tributaria, llegaría un momento en que los propios súbditos de los régulos de Al-Andalus preferirían el señorío directo del «Emperador de las dos religiones» a la doble explotación a que estaban sujetos. Sobre Sisnando Davídiz, véase Menéndez Pidal, Esp. Del Cid 7 (1969), citas reseñadas en el «Índice alfabético», s.v., y Menéndez Pidal y García Gómez, «El conde mozárabe Sisnando» (1947).
58 Como observó Mateu y Llopis, «La moneda en el poema del Cid» (1947), la situación monetaria descrita en el poema aún no refleja la presencia de las acuñaciones almorávides (el moravedí), por tanto, recoge una situación que recuerda más el primer tercio del s. XII que tiempos posteriores.
59 Como ha puesto de manifiesto Bishko, «Fernando I and the Origins of the Leonese-Castilian Alliance with Cluny», Studies in Medieval Spanish Frontier History (1980), pp. 1-136. Hay edición previa en español, en CHE, XLVII-XLVIII (1968), 31-135 y XLIX-L (1969), 50-116.
60 Acerca del empleo de este título por Alfonso, véase Benaboud y Mackay, «The Authenticity of Alfonso VI’s Letter to Yūsuf b. Tašufîn», Al-Andalus, XLIII (1978), 233-237 y, sobre todo, Mackay y Benaboud, «Alfonso VI of Leon and Castile, “al-Imbraṭūr dhū-l-Millatayn”», BHS, LVI (1979), 95-102. Las dudas expresadas por N. Roth, «Again Alfonso VI, “Imbarātûr dhu’l-Millatayn”, and Some New Data», BHS, LXI (1984), 165-169, no se sostienen en pie, y, menos, después de la demoledora réplica de Mackay y Benaboud en las pp. 171-179 del mismo número del BHS («Yet again Alfonso VI, “the Emperor, Lord of [the Adherents of] the Two Faiths, the Most Excellent Ruler”: A Rejoinder to Norman Roth»).
61 Según se titulaba Alfonso desde 1077 (Menéndez Pidal, Esp. Cid 5, pp. 726-727, y El imperio hispánico y los cinco reinos, 1950, p. 29), sin duda tras la anexión del reino de Nájera y el vasallaje del rey de Aragón (Catalán, «Sobre el ihante», Al-Andalus, XXXI, 1966, 217, n. 36, [y aquí atrás, cap. II, n. 39]).
62 La caída de Aledo (comienzos de 1092) en poder de los almorávides y el destronamiento de al-Mu‘tamid de Sevilla (set. 1091) señalan el fin de una época. Sólo en Levante (Šarq al-Andalus) pervivirán musulmanes que pacten con los cristianos, como denuncia Ibn al-‘Arabī cuando viaja a Oriente (1092-1099) en busca del reconocimiento, por parte del Califa ‘abbasī de Bagdad (al-Mustaẓ̣hir), del derecho de Yūsuf a hacer la guerra a los que no atienden sus convocatorias a la Guerra Santa; véase Viguera, «Las cartas de al-Gazālī y al-Ṭūṛtūšī» (1977); fuera de esa región, los intentos de los régulos de al-Andalus de pactar con los cristianos habían sido castigados fulminantemente por el Emir de los Creyentes, que les había desposeído de sus títulos. Bishko, «Fernando I and Cluny» (1968; reed. 1980), supone (p. 35), muy razonablemente, que los 10.000 talenta entregados en 1090 al abad Hugo por Alfonso VI para la construcción de la gran iglesia-abadía de Cluny III, representaban el pago atrasado del census duplicatus de los años 1085 (o 1086) a 1089, que en virtud de la societas establecida por el Hispaniarum rex con la abadía borgoñona en 1077, debía entonces a Cluny. El pago era ahora posible gracias al inesperado recibo del enorme tributo (30.000 dinars) enviado por el rey de Granada ‘Abd-Allāh a Alfonso en su desesperado y fallido intento de impedir la destrucción de su reino por los almorávides. La presión almorávide obligaba a Alfonso VI a recurrir a los borgoñones en busca, a su vez, de ayuda (espiritual y, sobre todo, militar). Pero una vez muertos o presos por Yūsuf los reyes de Taifas que intentaron defenderse con la ayuda de Alfonso, se puso pronto final a «that golden phlebotomy which ever since Fernando’s Navarrese war of 1058-1059 had transfused the lifeblood of the Taifas into the erarium of the Leonese-Castilian state» (usando palabras de Bishko, p. 49). Una visión panorámica del funcionamiento de las parias hasta la invasión almorávide presentan Grassotti, «Para la historia del botín» (1964), y Lacarra, «Aspectos económicos» (1965).
63 Eds. de la Crón. de Sahagún en Escalona, Hist. Dioc. Sahagún (1782), Ap. I, y de Puyol, «Las crón. anón. de Sahagún» (1920-1921); y de la Hist. Compostellana, Flórez, Esp. Sagr., XX, Madrid (1765); (reed. facs. en 1965) [y Falque (1988)].
64 La Iª Crón. de Sahagún, escrita (en su original latino) por un monje del cenobio cluniacense que fue testigo de los sucesos que relata, nos permite saber que los «pardos» eran hombres de armas de la Extremadura castellana: «e los onbres que moravan allende del rrío de Duero, e son llamados bulgarmente pardos, en aquel tiempo seguían e ayudavan al rrei de Aragón» (BRAH, LXXVI, 1920, p. 248); al rey de Aragón «seguíanlo muchedunbre de honbres, los que se llamavan pardos, los quales toda la tierra desde Palencia fasta Astorga rrovaron» (Ibid., p. 250). Su condición de milites y su procedencia geográfica los identifica, claramente, con los típicos «caballeros villanos» de la frontera castellana, según interpreta bien Valdeavellano, Historia de España (1952), p. 873. Resulta sorprendente que B. F. Reilly, al dedicar un libro a The Kingdom of León-Castilla under Queen Urraca, 1109-1126 (1982), no preste atención a la rebelión de pardos y burgueses, a pesar de ser esa rebelión tema central de las obras historiográficas contemporáneas a ese reinado. El término pardos es también usado por la Historia Turpini del Codex Calixtinus (del último cuarto del s. XII), al describir las ciudades y comarcas conquistadas por Carlomagno (cap. III): «Ymmo cuncta terra Yspanorum tellus scilicet Alandalus, tellus Portogallorum, tellus Serranorum, tellus Pardorum, tellus Castellanorum, tellus Maurorum, tellus Nauarrorum, tellus Alauarum...», y al enumerar las gentes que componen el ejército de Agiolandus (cap. IX): «Sarracenos, Mauros, Moabitas, Ethiopes, Serranos, Pardos, Affricanos...» (Liber Sancti Jacobi. Codex Calixtinus, ed. Whitehill, 1944); [y asimismo por la Chronica Adefonsi Imperatoris, II, § 98, que acusa a los auxiliares pardos de los condes enviados por Alfonso VII contra Saif al-dawla, rey de Baeza, Úbeda y Jaén, por haberse negado a seguir pagándole parias, de haberle dado muerte contra la voluntad del Emperador: «Postremo Agareni terga uiuentes uicti sunt et rex Zafadola captus est in bello a militibus comitum. Quem tenentes ut adducerent in tentoria, superuenerunt milites, quos dicunt Pardos, et cognoscentes interfecerunt eum»].
65 Al escribir en su día estas páginas aún no conocía el artículo de Molho, «El C.M.C. poema de fronteras» (1977). Suscribo su percepción de las conexiones ideológicas entre el Mio Cid y la revolución «burguesa» descrita por el Anónimo de Sahagún y la Historia Compostellana. Sólo disiento en tres puntos: la existencia de un proto-Mio Cid hacia 1123-1125 (que considero difícilmente admisible, aunque no imposible); la supuesta discordancia entre los intereses de los burgueses y caballeros pardos de esos tiempos y lo que, en su día, representó políticamente Rodrigo, y la pertenencia de los judíos a la clase burguesa (sobre la hostilidad entre los judíos del rey y los ruanos, véase adelante n. 70). Es de notar, que, cuando entra en crisis el imperio almorávide, debido a la presión de los almohades (del «rey de los Montes Claros»), y se forman las nuevas Taifas, resurgirá el plan de sus reyezuelos de ganarse la benevolencia de los cristianos depredadores pagándoles parias o «tributa regalia, sicut patres nostris dederunt patribus suis» (como, según la Chron. Adefonsi Imperatoris, p. 149, razonan los musulmanes de al-Andalus en 1144).
66 Al estudiar «El derecho en el Poema del Cid», Hinojosa notó ya (Hom. a Menéndez y Pelayo, 1895, I, pp. 551-581; Est. Hist. Derecho Español, 1903, p. 85) que el poeta, en el v. 17, aludía «incidentalmente a los burgueses o Ciudadanos». Esta lectura ha sido rechazada por Valdeavellano, en sus Orígenes de la burguesía en la Esp. med. 3 (1983), basándose en la observación de que en los documentos de Burgos se denomina a los burgueses «omes de Burgos de rua» o ruanos y no «burgeses» o «burzeses»; los «burgeses» del Poema serían, simplemente, «los habitantes de la ciudad de Burgos» (p. 161). Pero el Mio Cid, al referirse a un habitante de Burgos, utiliza sistemáticamente (vv. 65, 193, 1500) el adjetivo «burgalés» (seguido de los adjetivos «conplido», «contado», «natural»), y sólo habla de los «burgeses e burgesas» en un único verso, que admite perfectamente el significado defendido por Hinojosa. Es más, según observa Lapesa, «Sobre el M. C. Cuest. his.» (1982), pp. 55-66, § 1 y n. 4; reed. en Est. de hist. ling. esp., 1985, pp. 32-42, «todas las autoridades medievales de burgés y burgués existentes en los ficheros de la Real Academia Española se refieren a la clase social, sin sentido gentilicio»; por otra parte, «no es cierto que burgalés significara también “burgés”; el único ejemplo citado por Menéndez Pidal como válido, el del Corbacho, es errata de la edición impresa en 1498; el manuscrito de 1466 da burgeses». El propio Valdeavellano reconoce que, a partir de finales del s. XI, las palabras «burgo» y «burgés» o «burzés», en el sentido que tenían en Francia, no sólo se dan en Cataluña, Aragón, Navarra, Galicia y el N. de Portugal, sino en La Rioja (pp. 148-150 y 204-205), a lo largo de la ruta jacobea y en áreas de influencia monástica o episcopal francesa, incluidas Osma, en el alto Duero, y Sigüenza, en la Trasierra (pp. 161-168) y que la ausencia del término en la documentación propiamente castellana no impide su aparición en la literatura del s. XIII (no sólo en Berceo, el Libro de Apolonio y el Libro de Alexandre, sino en la Historia Troyana polimétrica y en La gran conquista de Ultramar). Sobre el desarrollo de la burguesía de Burgos en la segunda mitad del s. XI y en el s. XII trata Valdeavellano detenidamente (pp. 153-160).
67 Creo rechazable la lectura de este verso con «sí», acentuado, equivalente a «assí», que propuso A. Alonso, «Dios, ¡qué buen vassallo, sí oviesse buen señore!», RFH, VI (1944), 187-191.
68 Mio Cid, vv. 65-68.
69 El Mio Cid obviamente no simpatiza con los prestamistas judíos. Los descalifica al presentarlos convencidos de que el Cid ha robado (vv. 124-126) e intentando aprovecharse de la circunstancia (vv. 89-93 + 106- 123 + 130-133 + 139-140 + 172-173). Por ello, la burla o timo de las arcas no requiere reparación, aunque el Cid salve su moral invocando el aprieto en que se encuentra (vv. 94-95): el poeta tiene buen cuidado de hacer que el Cid, por intermedio de Minaya, pague las mil misas (v. 931) prometidas a Santa María (v. 225) y dé al abad de Cardeña 500 marcos (v. 1422), para compensarle generosamente, según había ofrecido hacerlo, de los gastos hechos por el monasterio en el cuidado de su mujer e hijas (v. 260), mientras que a los judíos se les despacha con buenas promesas sin darles un marco, por más que ellos supliquen a Minaya, quejándose de haber sido «desfechos» por el Cid y se muestren resignados a recobrar sólo el capital, renunciando a recibir el interés o ganancia (vv. 1430-1438). Contrasta el Poema con la Crónica general de España (en la sección derivada de la «Interpolación» basada en la *Estoria caradignense del Cid), que, de acuerdo con los intereses de la monarquía y los monasterios (para quienes la prosperidad de «sus» judíos es importante), no admite bromas sobre el pago de deudas y se preocupa de que Martin Antolínez, por encargo del Cid, vaya a dar a los prestamistas lo debido (PCG, p. 593b6). El pasaje cronístico es, claro está, una corrección historiográfica y no un arreglo de la Refundición del Mio Cid (como piensa Menéndez Pidal, Poe. M. C., p. 36).
70 Según la Hist. Compostellana, I, LXXXV (a. 1113), cuando la reina doña Urraca acude, con los gallegos, a Burgos «Nempe Burgis Civitas in latere montis posita, Reginae favebat: in eodem quoque monte natura duo capita composuerat: inferius plebs Judaeorum incolebat, quae et nostrae parti opitulabatur. In superiore vero Castellum situm est, quod hinc natura loci, illinc muro atque turribus satis munituum conspicitur. In hoc rebelles Aragonenses cum Sarracenis, quos Rex ibi miserat, et urbem sibi subditam depopulabantur, et adjacentes partes depraedabantur». Las acusaciones a los burgueses son constantes en la Iª Crón. de Sahagún; sobre los de Burgos baste citar: «En aquel tienpo, todos los burgeses que eran en la villa que se llamava Burgos, e en Carrión, e en la villa de Sant Fagúm, con obstinado coraçón, con el rrei de Aragón fiçieron conjuraçión de se rrebelar contra la rreina, e cogida consiguo la mano de los cavalleros aragoneses, toda la tierra e rregión que es enclusa desde el monte llamado Auca fasta el rrío que se llama Éstula e desde la altura del monte Perineo llamado Peña Corada fasta la çiudad de Çamora así como las aguas corren de Duero, toda esta tierra e rregión... los sobredichos burgeses con fierro e flama despoblaron e destroyeron...»; «...e la rreina ...bínose para Burgos e, como los aragoneses que estavan en el castillo que enseñorea a la villa non la quisiesen rreçevir, conbatióle e fíçoles salir del castillo ...e partióse. A gran pena era fuera de las puertas de la villa, e los burgeses enbiaron mensajero al rrei que biniese a más andar ...e los burgeses, quebrantando el juramento de su fee, diéronse con la villa e castillo al rrei, e ansí engañaron a la rreina, e semexantemente ynbiaron mensajeros a Carrión e a Sant Fagún para que fiçiesen lo semejante» (§ 28, BRAE, LXXVI, pp. 343, 345). Más tarde, en 1127, los judíos volverán a actuar a favor del partido borgoñón, según la Chron. Adef. Imp. (§ 8): «Quiddam autem miles Aragonensis nomine Sanctius Arnaldi, Burgensis castelli custus erat, qui, quia pacifice castellum regi dare noluit, a iudaeis et christianis expugnatus est...».
71 Como definirá los viejos límites de Navarra la Crónica de San Juan de la Peña con motivo de las paces de Támara (1127).
72 Cfr. Hist. Compostellana, Lib. I, cap. 64.3 («Saevus igitur Celtiberus Gallaetiam furibundus intravit...»).
73 El 13-dic.-1119, Alfonso I (desde Pedraza, en la Extremadura segoviana) se dice reinar «in mea populatione quod dicitur Soria» (Fuero de Belchite, en CODOIN-Aragón, VIII, p. 9. Yerra La Fuente, en Esp. Sagr., XLIX, pp. 329-330, cuando lo fecha en 1116). Este doc. Confirma la noticia de los Anales Compostelanos: «Era MCLVII populavit rex Aldefonsus Soriam» (Esp. Sagr., XXIII, p. 31). En mzo.-1120 da fuero a la nueva ciudad (sobre la fecha, véase Serrano y Sanz, BRAE, VIII, 1921, pp. 582-589), situándola en el recién creado obispado de Tarazona, pero dotándola de un amplísimo alfoz equivalente a lo que hoy es la provincia de Soria. La nueva tenencia estará a cargo del «maiordomo Regis» Iñigo López (1121-1125). Cfr. Catalán, «De Nájera a Salobreña», pp. 111-112, nn. 97-101; [y en el presente libro, cap. III. p. 106 y nn. 75-79.
74 No sabemos cuándo entró Alfonso I en Medinaceli; pero en 1121 ó a principios de 1122 restauró, de acuerdo con el arzobispo de Toledo, la diócesis de Sigüenza, y le dio como término las tierras recién sometidas de Calatayud, Ariza, Medinaceli y Daroca. Sabemos, por el Fuero de Carcastillo (1129), que los antiguos pobladores navarro-aragoneses de Medinaceli, al abandonar la plaza, conservaron derechos que habían obtenido por el Fuero de Medinaceli («foras senior Aznar Aznares et sua generacion per foro de Medina, asi es foras Gonzalo Munnoz e suos filios qui populaverint Medina»). Este dato ha sido citado por Molho, «El C.M.C. poema de fronteras». Para más detalles, véase Catalán, «De Nájera a Salobreña», p. 112, nn. 104-105 [aquí atrás, cap. III, p. 107, n. 83] y Ubieto, «Los primeros años de la dióc. de Sigüenza» (1962-63), pp. 135-148.
75 En 1119-1120 Alfonso I se ocupaba en la restauración del obispado de Segovia (el rey se halla en Pedraza 13-dic.-1119, y el 25-en.-1120 es consagrado el primer obispo). Cfr. Catalán, «De Nájera a Salobreña» p. 111, n. 97 [o aquí atrás, cap. III, p. 106, n. 75). Y todavía en 1122 hallamos al «senior Enneco Simeonis domines Secobie et Septempublicae et toti Stremature» confirmando los fueros de Santa María de Tera concedidos por el obispo de Tarazona (S. Mill., 303 ó Sep., doc. 4) y al mismo «senior Enneco Ximinones in Extrematura» confirmando (en dic.) unas donaciones hechas por Alfonso I, desde Fresno (Martín Postigo, «Alf. I el Batall. y Segovia», Est. Segovianos, XIX, 1967, pp. 205-252).
76 En 1123 (nov. y sin mes), Urraca y Alfonso VII repiten (¿confirman?) las donaciones hechas a Segovia el año anterior por Alfonso I (Martín Postigo, «Alf. I el Batall. y Segovia») y en el año siguiente (1-feb.) Urraca, acompañada de su hijo, hace una donación al obispo de Sigüenza, confirmada, entre otros, por el obispo de Segovia (Minguella, Hist. dióc. Sigüenza, doc. 1). Las paces de Támara (jul.-1127), que evitaron el encuentro armado de Alfonso VII y Alfonso I, reconocieron el statu quo: Alfonso Raimúndez no puso en tela de juicio los límites de la gran Navarra y Alfonso I reconoció que el recientemente restaurado obispado de Sigüenza abarcaba territorios no sólo navarro-aragoneses (Ariza, Calatayud, Daroca), sino también castellanos (Medinaceli, Atienza, Sigüenza). No debió de haber entrega de territorios con ocasión de la paz (Cfr. Catalán, «De Nájera a Salobreña», pp. 114-115, nn. 119-120) [aquí atrás, cap. III, p. 110, nn. 97-98).
77 Mientras vivió Alfonso I, Alfonso Raimúndez se vio forzado a reconocer que los límites de Navarra incluían Alava, Montes de Oca, San Esteban de Gormaz y Berlanga. Ya en 1111, Alfonso I había incorporado San Esteban al sistema de tenencias navarras: «Senior Acenar Acenariç in Funes et in Sancto Stephano de Gormaç» (Doc. reconq., § 229); más tarde los tiene Fortún López (desde feb.-1127, cfr. EEMCA, III, 1947-48, p. 467, n. 24). En 1128-1129, Alfonso I se dedica a organizar la comarca en torno a San Esteban de Gormaz y Soria, completando la tenencia de Borovia con otras en Agreda, Los Fayos, Almenar y Ribarroya, emprendiendo la población de Almazán, que pretende rebautizar «Placencia», y estableciendo el Monreal de Ariza. (Para más detalles, véase, Catalán, «De Nájera a Salobreña», pp. 114-115, nn. 118, 121-127) [aquí atrás, cap. III, p. 106-107, nn. 96, 99-105].
78 Cfr. Catalán, «De Nájera a Salobreña», p. 115, nn. 128-130 [aquí atrás pp. 111-112 y nn. 106-108].
79 Valencia y Tortosa en 1102; la Sahla, a poco de morir Abū Marwān b. Rāzī llamado Ḥ̣̣̣usām al-dawla, cuando los almorávides destronan a su hijo (según Ibn ‘Idārī, trad. Huici, p. 104; cfr. Bosch Vilá, Albarracín musulmán, 1950); Cuenca, tras la derrota de los capitanes del viejo emperador en Uclés, 30-may.-1108 (todavía en 1107 Alfonso se preciaba de reinar «de Calagurra usque ad Cuenca»). Zorita resistirá más; sólo se perdió en la campaña de Mazdalî de 1113 / 1114. Sistematizo las noticias en «De Nájera a Salobreña», pp. 104-105 (y nn. 42-45), 106-107 (y nn. 57-64) y 108 (y nn. 73-75); [véase aquí atrás cap. III, pp. 94-95 (y nn. 20-23), 97-99 (y nn. 35-42), 101 (y nn. 51-53)].
80 No creo que exagere Molho («El C.M.C. poema de fronteras») cuando afirma: «La leyenda del Cid, tal como se plasma en el Cantar, es esencialmente una leyenda anticastellana nacida en tierras fronterizas que se resistieron a la soberanía del rey de Castilla heredero moral del Imperator Alfonso VI» (p. 245).
81 Es desesperante tener que insistir en lo «sabido» desde antiguo; pero, ante la deplorable situación de las Humanidades, hay que repetir viejas verdades para que quienes recurren al argumento de la «modernidad» de una opinión como prueba de su verdad no se queden con el campo.
82 Mio Cid, vv. 2923-2926. Esta unidad del reino o imperio de Alfonso VI entró en crisis a la muerte del viejo rey, y Castilla, «Extremadura» (San Esteban-Medinaceli-Guadalajara), León, Galicia, Toledo y Portugal no tuvieron entre 1109 y 1126 una historia paralela. Alfonso VII consiguió restaurar (a medias) la unidad del imperio toledano, que había estado a punto de descomponerse en un conjunto de condados feudales; pero la autonomía de Alfonso Henríquez dejó abierto el camino hacia una nueva concepción política de Hispania, que, una vez muerto el Emperador (1157) y, especialmente, en la minoría de Alfonso VIII (1158-1169) daría paso a la nueva estructura política peninsular de «los cinco reinos de España». Basta leer la Chronica latina regum Castellae y la historia del leonés Lucas, futuro obispo de Túy, para ver claro que «Castilla» y «León» son en la primera mitad del s. XIII dos naciones claramente diferenciadas. Pretender que el poeta del Mio Cid «reconstruyese» por erudición histórica una situación política caducada (la de un reino unitario constituido por Castilla, León, Galicia, Portugal y Toledo) es ir contra los principios más elementales de la composición imperantes en la literatura medieval.
83 En el segundo viaje de Alvar Fáñez a «Castiella», cuando llega a Carrión, encuentra al rey escoltado por el conde García Ordóñez, quien se apresura a hacer un comentario hostil al Campeador (vv. 1345-1347), y por allí andan los infantes de Carrión, cuya enemistad tradicional con Rodrigo de Bivar es obvia para ellos mismos (vv. 1375-1347), y de cuya obsequiosidad desconfía Minaya (vv. 1385-90). De nuevo, cuando Alvar Fáñez y Pero Vermudoz van hasta Valladolid al encuentro del rey, su llegada suscita reacciones hostiles de algunos cortesanos (v. 1837) y las victorias del Cid, que los mensajeros cuentan, alarman a García Ordóñez y a «diez de sus parientes», que se apartan a evaluar la situación (vv. 1859-1865). La desconfianza con que Rodrigo mira a la corte de Alfonso «el Castellano» no cesa después de que el rey le devuelve su «amor»: sospechoso de las honrosas bodas que el rey le propone para sus hijas (vv. 1931-1942), sólo acepta entrevistarse con el rey «sobre Tajo, que es una agua [mayor]» (v. 1954, para mayor seguridad de su persona, claro está) y, cuando acude a las Cortes de Toledo, acampa prudentemente en San Serván para no entrar de noche en la ciudad y para tener la protección del Tajo (vv. 3044-3048) y al día siguiente va a la corte escoltado por cien hombres con armaduras bajo las vestiduras cortesanas y con las espadas ocultas (vv. 3072-3081) y él mismo sujeta sus cabellos con una cofia y su barba con un cordón en previsión de cualquier acción contra su honra (vv. 3094-3097).
84 Jamás se detallan en el Mio Cid las jornadas de los viajeros que, en busca del rey, cruzan los reinos de Castilla y de León procedentes de la Frontera, ni en su viaje de ida, ni en su retorno. En el v. 836 Alvar Fáñez sale de Alcocer y en el v. 871 encuentra al rey en «Castiella», sin que al poeta le interese ni el camino ni el escenario del encuentro (sabemos que están en Burgos pues allí debió de pagar Minaya a la iglesia de Santa María las «mil misas» prometidas, v. 931, y de allí trajo «saludes» de los parientes y amigos de los desterrados, vv. 926-929). En el v. 1307 Alvar Fáñez se separa, de nuevo, del Cid, estando ya en Valencia, pero el poeta aclara «Dexarevos las posadas, non las quiero contar»; se dirige a Castilla (v. 1309) y busca al rey (v. 1311) a quien encuentra en Carrión (v. 1313), pues acaba de regresar de Sahagún (v. 1312); al emprender el viaje de vuelta, los infantes de Carrión le acompañan fuera de la villa, pero no se detallan topónimos (vv. 1385-1391); antes de ir a Valencia, Alvar Fáñez recoge en San Pedro de Cardeña (v. 1392) a doña Jimena y a sus hijas y les compra cabalgaduras en Burgos (vv. 1424-1428), pero nada sabemos de sus jornadas antes, ni después en los «cinco días» que tardan desde Cardeña a Medinaceli (v. 1451); en cambio se nos describen con detalle las jornadas de los caballeros que salen desde Valencia a su encuentro a partir del momento en que esos caballeros pasan de Santa María de Albarracín hacia Medinaceli. El último viaje de Alvar Fáñez, esta vez acompañado de Pero Vermudoz, en busca del rey es tan poco informativo como los anteriores: salidos de Valencia (v. 1821), «passando van las sierras e los montes e las aguas» (v. 1826) hasta encontrar a Alfonso en Valladolid (v. 1827); del regreso a Valencia (vv. 1914-1915) no se dan detalles. Hallamos la misma indiferencia respecto a la ruta que el propio Rodrigo sigue para ir «a las aguas de Tajo ó las vistas son aparejadas» (v. 1973): nuevamente se habla de la salida de Valencia (v. 2009) y de la llegada a las vistas (v. 2014), de la vuelta (v. 2167) y de cómo Rodrigo entra en Valencia acompañado de sus yernos («afélos en Valençia la que myo Çid gañó» v. 2175). El viaje de Muño Gustioz a pedir justicia sólo consiste en su salida de Valencia (v. 2920) y su llegada a Sahagún (v. 2922). La ida del rey y sus cortesanos, por una parte, y del Cid y sus vasallos, por otra, a las solemnes cortes de Toledo no suscita más recuerdos toponímicos que el Tajo (v. 3044) y San Serván (v. 3047); la misma penuria geográfica hay respecto a Carrión, con ocasión del combate judicial (vv. 3532, 3534).
85 Cantar de M. C.1 (1908), pp. 34-73. Aunque los topónimos en torno a Medinaceli (Jalón, la Ansarera, val de Arbujuelo, el campo de Taranz, las montañas de Luzón) no aventajan en carácter local a los próximos a San Esteban (el robredo de Corpes, la Torre de doña Urraca, Rio d’Amor, La calçada de Quinea, Alcobiella, el vado de Navapalos, La Figueruela, las Torres de Alilón), Menéndez Pidal consideró su presencia más significativa porque en torno a San Esteban ocurren episodios fundamentales del Poema y en torno a Medinaceli no; por eso sentenció: «Medina figura en la Gesta del Cid sólo por el afecto especial del poeta; San Esteban, por derecho propio» Cantar de M. C.1 (1908), p. 73.
86 «Dos poetas en el Cantar de M. C.», Ro, LXXXII (1961), 145-200; incorporado a En torno al P. del C. (1963), pp. 107-162 (cito por esta ed.).
87 El carácter «circular» de la argumentación me parece evidente: dado que el poeta creador del poema es «verista», «no puede ser el que falsee totalmente lo esencial» (p. 116); por tanto, eso «esencial» antihistórico ha de ser obra de otro poeta no verista. Creo que la defensa de la dualidad o pluralidad de poetas (siempre posible en un género que vive en refundiciones) ha de basarse en otro tipo de argumentación, si es que se pretende negar que el poema conservado sea cabeza de serie. El intento de repartir los conocimientos geográficos entre los dos poetas me parece, por otra parte, no sólo innecesario, sino impertinente, dada la proximidad de las áreas descritas; además la relevancia de la geografía no estriba sólo en el uso de la toponimia menor, sino en llevar la acción narrada hacia tierras que para nada importaron en la biografía real de Rodrigo. En busca de razones históricas contemporáneas a lo referido, Menéndez Pidal recordó en su evaluación más tardía de la cuestión, que, según los mss. I y S de la Historia Roderici, el Cid recibió del rey la donación del «castrum Gormaz» (§ 25); pero la identificación del castillo con el de Gormaz próximo a San Esteban creo que debe rechazarse en vista del texto de la Historia Roderici conocido por Alfonso X, que llamaba al castillo «Ordejón» «Orzejón» (según concuerdan las varias «Crónicas generales» herederas de la Estoria de España, cfr. PCG, p. 536b46). La identificación alfonsí creo que es correcta, dada la existencia en las proximidades de Ordejón de un Gornaçe «in alfoç de Amaia» (sin duda el despoblado actual de Gernaz, en término de Villela), lugar citado en un doc. de 1011 (Oña, § 8, p. 16); sobre Ordejón (docs. de 1182 y 1186), Amaya y este «Gornaçe», véase López Mata, Geogr. del condado de Castilla a la muerte de Fernán González (1957), pp. 146-148. De las donaciones al Cid, sólo Langa «est in extremis locis».
88 Después de abandonar Valencia, Tortosa, Albarracín y Molina a los almorávides, Alfonso se preocupó de fortalecer la frontera levantina de su reino para proteger a Toledo y a la Extremadura castellana, aún a medio poblar. Antes de que el gobernador lamtuní de Valencia pudiera actuar, puso cerco a Medinaceli. El espectacular fracaso de una acción diversiva de los gobernadores almorávides de Granada y Valencia, precipitó la capitulación de la plaza (julio 1104). Fue éste uno de los últimos éxitos militares del viejo rey. Muerto Alfonso VI (30 de junio de 1109) y el rey hudí de Zaragoza al-Musta’īn (24 de enero de 1110), la presencia de gobernadores almorávides en Calatayud representó, enseguida, una grave amenaza para Medinaceli, que tenía entonces [véase atrás, cap. III, n. 49] el conde don Pedro González de Lara (quien pronto habría de ser, si no lo era ya, el amante de la reina doña Urraca). Después de la campaña de 1113-1114, en que el emir Mazdalī, gobernador de Córdoba y Granada, se apoderó de Oreja y Zorita y en que los almorávides llegaron hasta el Duero, poniendo cerco a Berlanga, Medinaceli pasó a poder de los almorávides, pues nos consta que, en 1114, Fernan García, señor de Hita y Guadalajara, intentó en vano recobrarla (según el Rawd al-qirtās, ed. Huici, 1964, pp. 314-315: en 507 [18 junio 1113-6 junio 1114] «supo el emir Mazdalī que Ibn al-Zand Garsīs, señor de Guadalajara, sitiaba a Medinaceli y se dirigió contra él; éste, al saberlo, huyó, levantando el cerco..., etc.»; cfr. Menéndez Pidal, Cantar de M. C.1, p. 74, n. 3). No sabemos cuándo Alfonso I entró en Medinaceli; pero, en 1121 o a principios de 1122, al restaurar la diócesis de Sigüenza, le da como término las tierras recién sometidas de Calatayud, Ariza, Medinaceli y Daroca. En las paces de Támara (julio de 1127), Alfonso I reconoce la pertenencia de Medinaceli a Castilla; quizá se hallaba ya en poder del joven Emperador desde antes de la muerte de su madre (8 de marzo de 1126). Cfr. Catalán «De Nájera a Salobreña» pp. 105-106, 108-109, 112, 115; [o, en este libro, cap. III, pp. 95, 100-102, 107, 110-111].
89 Mio Cid, v. 397.
90 Mio Cid, vv. 2820-2821. Alabanza reforzada por otros comentarios en que el poeta vuelve a mostrar su aprecio por ellos: «Varones de Sant Esteuan, a guisa de muy pros...» (v. 2847); «Graçias, varones de Sant Esteuan, que sodes coñoscedores...» (v. 2851).
91 Mio Cid, vv. 2810-2872.
92 Mio Cid, vv. 2822-2823.
93 Mio Cid, vv. 2813-2819.
94 Menéndez Pidal, Esp. Cid 1 (1929), p. 596. Cito por la 4ª ed. (1947), pp. 558-559 (donde se corrige el «existió realmente», de la 1ª ed., por «existió verdaderamente»).
95 Menéndez Pidal, Esp. Cid 4 (1947), p. 559. En la ed. de 1929 esta admiración ofrecía la variante: «...fraguada toda ella con masa histórica».
96 Como subraya, Menéndez Pidal, En torno al P. del C., p. 194, «este personaje no toma parte en la acción del Cantar, ni vuelve a ser nombrado jamás». En el Mio Cid actúan como dramatis personae un variado conjunto de hombres y mujeres: el Cid; doña Jimena, doña Elvira y doña Sol; Alvar Fáñez, Martín Antolínez, Pero Vermudoz y Muño Gustioz; el abad don Sancho y el obispo don Jerónimo; Félez Muñoz; Aben Galbón; el rey don Alfonso y sus yernos don Enrique y don Ramón; Garci Ordóñez, los infantes de Carrión Diego, Fernando y Asuero; el conde don Ramón de Barcelona; el rey Tamín, Fáriz y Galve, el rey de Sevilla y el rey Búcar; Raquel y Vidas, y algunos peronajes «colectivos». Otros actores sólo aparecen para enriquecer históricamente el relato: Martín Muñoz de Montemayor, Galind García, Alvar Álvarez y Alvar Salvadórez; el conde don Fruela y el conde don Beltrán; Alvar Díaz de Oca, Gómez Peláez, Gonzalo Ansúrez y, si aceptamos el testimonio de Alfonso X sobre el Mio Cid (resumido en la Versión crítica de su Estoria de España), Per Ansúrez (cfr. Menéndez Pidal, Cantar de M. C.1, s.v. «Beltrán»); Iñigo Jiménez y Ojarra; Malanda; Yuçef de Marruecos, y nuestro Diego Téllez.
97 Fueron reunidas progresivamente por Menéndez Pidal. La lista más´actualizada figura ya en las «Adiciones» a Cantar de M. C.2, 1942, pp. 1216-1217 (en donde, además, se remite a los documentos que conocía desde antiguo: Cantar de M. C.1, 1911, s.v. «Diego Téllez»).
98 Mio Cid, v. 2814.
99 El documento, ed. por Serrano, S. Mill. (1930), p. 266 y por Sáez, Sep. I (1956), pp. 10-11 (n.o 3), recuerda que el merino Petro Iohanne, «qui in diebus his populavit Septempublicam», hizo una donación al monasterio de San Millán, que después («post multis diebus») le fue quitada; «sed postea, senior Didaco Telliz, dominante Septempublica, cum aliis bonis testimoniis, dixit ad rex, in riuo de Spiritu, apud Secovia, de illa serna», y el rey confirmó la donación, «era Mª Cª XXª IIIIª».
100 Según llamó ya la atención Menéndez Pidal, en la «Adición» al Cantar de M. C.2, p. 1217, cuando Alfonso VI en 1076 puebla Sepúlveda, la demarcación del término concedido a la villa lleva cuatro firmas, siendo la primera la de Alvar Háñez («Albar Hannez Testis») y la segunda la de Fernan García (cfr. atrás, n. 88), véase Los fueros de Sepúlveda, ed. Sáez (1953), p. 46.
101 «Las vidas del tío y del sobrino corrieron más apartadas de lo que el Cantar supone, tanto que la Historia latina del héroe pudo escribirse sin nombrar una sola vez a Alvar Fáñez», reconoce en 1913 Menéndez Pidal (Poe. de M. C., p. 20), y en 1911 había llegado a afirmar: «Parece que o no acompañó al Cid en su destierro o si le acompañó fue por poco tiempo» (Cantar de M. C.1, p. 440). En efecto, la documentación nos muestra a Alvar Háñez junto al rey o sirviendo al rey en diversas empresas o misiones en 1076, 1078, 1085-1086, 1086, 1087, 1090, 1091, 1093, 1094, 1097, 1099 (el «poco tiempo» de Menéndez Pidal se refiere a los años 1081-1084 en que nada sabemos de Alvar Háñez). La suposición de que Alvar Háñez acompañó ininterrumpidamente al Cid en sus años de destierro fue siempre considerada por Menéndez Pidal como una de las más importantes desviaciones de la historia que se permitió el poeta, y en 1963 (En torno al P. del C., pp. 113-114) la explica por el deseo de hacer de él el «deuteragonista del poema».
102 La estructura dramática de los poemas épicos permitiría aceptar que el primer verso conservado del Mio Cid fuera el verso inicial del poema; pero, para defender esa hipótesis, según hace Pardo («Los versos 1-9 del Poema del Mio Cid; ¿No comenzaba ahí el Poema?», BICC, XXVII, 1972, pp. 261-292), es preciso olvidar demasiados datos positivos. Ante todo, la factura material del códice único, que denuncia a las claras la falta del folio inicial; luego, la sintaxis del v. 2 «tornava la cabeça e estava los catando», donde el pronombre exige que se hayan nombrado antes los «palacios» de Vivar (según reconoce incluso Smith en su ed., 1972, p. 2); finalmente, el testimonio de las prosificaciones cronísticas de la escena. Admitido que el Poema empezaba antes del v. 1, queda por resolver cómo era su comienzo: la edición crítica de Menéndez Pidal, Cantar de M. C. (1911), pp. 1022-1024, ha confundido a muchos lectores, al prologar el Mio Cid con los capítulos que la Estoria de España (en 1270 y en 1282/83) toma de la Historia Roderici, referentes a la ida del Cid a Sevilla para cobrar las parias, a la batalla de Cabra, en que el Cid vence a García Ordóñez, Lope Sánchez, Diego Pérez y otros auxiliares del rey de Granada, y a la acción de Rodrigo contra los moros de Toledo que suscitó las acusaciones de los «mestureros» y la ira del rey. Ninguno de estos episodios históricos tenía por qué figurar en el Mio Cid; el dato épico «e mesóle una pieça de la barva», que la Versión crítica (y, por tanto, la Crónica de veinte reyes) interpola en el relato de la Estoria de España alfonsí que le servía de base, es un recuerdo de los vv. 3287-3290 del Mio Cid y, contra lo que piensa Menéndez Pidal en Cantar de M. C.1 (1911), pp. 1022-1024, n. 1, responde bien a sus métodos de refundición (cfr. Catalán, «El Mio Cid de Alf. X», 1963, pp. 207-214 ó La Estoria de Esp. de Alf. X, 1992, pp. 100-107 [y, mejor, el cap. V, pp. 191-203, del presente libro]. La técnica compilatoria de la Estoria de España alfonsí explica que la prosificación de la salida del Cid al destierro, tal como se contaba en el Mio Cid, sirva para enriquecer el relato cronístico previo basado en la Historia Roderici; pensar, como sugiere Smith (p. 1-2), que, para construir la escena inicial de su canción de gesta «the author of the PMC similarly translated from the Historia and made few poetic additions, his probable medium being prose», supone atribuir al poeta el trabajo erudito y las intenciones de Alfonso X y de Menéndez Pidal y pone de manifiesto un desconocimiento total de cómo hacían historia los historiadores letrados del s. XIII. El Mio Cid empezaría in medias res (como la gesta de Los Infantes de Salas) con la escena del diálogo de Rodrigo con su criazón, escena que resume brevemente la Estoria de España de Alfonso X (PCG, p. 523b6-19) y reproduce, tomándola de ella, la Versión crítica. Una versión poética de esa escena se nos conserva, casi perfecta, en la Crónica de Castilla, que reformó la Estoria de España recurriendo a los versos de una Refundición del Mio Cid que conocía (Catalán, La Estoria de Esp. de Alf. X, 1992, cap. VI, y Armistead, «The Initial Verses of the Cantar de Mio Cid», LCo, XII, 1984, 178-186).
103 Cambio «cormano», «primo cormano», que ofrecen los manuscritos (el nuevo parentesco supuesto por la Refundición), por «sobrino caro», en vista de que en los vv. 3438 y 3447 de Mio Cid Minaya, cuando reta a los del bando de Carrión, llama a las hijas del Cid «mis primas». La escena de la Refundición, como destaca bien Armistead, sólo en parte hereda la del Mio Cid viejo. En el Mio Cid viejo es obvio que los palacios no se quedan desiertos porque el Cid se lleve consigo «el aver» (según afirma la Crónica de Castilla basándose en la nueva versión poética), sino porque la ira del rey se ha hecho sentir ya antes, confiscando a Rodrigo sus bienes; por eso sale pobre y por eso están ya su mujer e hijas refugiadas en el monasterio de Cardeña. La Refundición del Mio Cid conocida de la Crónica de Castilla era un poema cíclico, que empalmaba (como luego el romance de La jura de Santa Gadea, conservado en el ms. Eg-1875 del British Mus., véase Menéndez Pidal, Est. sobre el Rom., 1973, pp. 92-94) la escena final del último cantar (el «de Zamora») de la gesta de Las particiones del rey don Fernando, esto es la jura en Santa Gadea, con el destierro procedente del Mio Cid, según muestran los restos de versificación y la prosa de la Crónica de Castilla; de ahí las diferencias; [véase ahora Catalán, La épica española (2000), pp. 300-313].
104 Menéndez Pidal, Cantar de M. C.2 (1944-1946), «Adiciones», p. 1211, s.v. Minaya. [El tratamiento de «mi anaya» que en docs de la reina Urraca reciben tanto Alvar Háñez como Fernan García se debe a que ambos fueron yernos de Pedro Ansúrez «nutritius reginae»].
105 A. Várvaro, «Dalla storia alla poesia epica: Alvar Fáñez», Studi Pellegrini (1971), pp. 655-665.
106 Mio Cid, v. 735.
107 Menéndez Pidal, Esp. Cid 7 (1969), pp. 309-316. También irá don Álvaro como embajador, en 1090, a «persuadir» al rey ‘Abd-Allāh de Granada de que pague parias a Alfonso VI (Lévi-Provençal, en Al-Andalus, IV, 1936, pp. 81, 85-86, 105-112).
108 Hay varios documentos en que consta su señorío sobre Zorita y Santaver: 29-mayo-1097 en Aguilera sobre Duero firma «Alvar Fañez de Zorita» (Férotin, Silos, § 25); 8-mayo-1107 en Castro de Monzón «Albarus Faniz dominus de Zorita et de Sancta Uenia» (Sánchez Albornoz, Despoblación y repoblación, p. 389). Cuenca (entregada a Alfonso VI con ocasión de la conversión de Zaida y sus caballeros) no llegó a perderse con la derrota que sufrió Alvar Fáñez a manos de Ibn ‘Â’iša a. 490 (1096/0197) antes de que Yūsuf regresara a Marruecos (Menéndez Pidal, Esp. Cid 7, 1969, pp. 537-538 y n. 4), pues en 1107 Alfonso VI se preciaba de reinar «de Calagurra usque ad Cuenca» (S. Millán, 292). La derrota de Uclés (30-may.-1108), en que murieron el joven infante don Sancho, el conde Garci Ordóñez y otros varios condes, provocó el derrumbamiento de la primera línea de defensa del alto Tajo: Cuenca, Huete, Uclés, Ocaña (Rodericus Toletanus, De rebus Hispaniae VI, 32, que incluye en la lista a Consuegra, perdida ya en 1099, y Oreja, que se perderá en 1113). Según los Anales Toledanos I (ed. Flórez, en Esp. Sagr., XXIII, 1767, p. 387) hubo una recuperación de Cuenca: «Albar Hannez priso Cuenca de moros en el mes de Julio era MCXLIX» (a. 1111). El embate decisivo para el fin del señorío de Alvar Háñez fue el de Mazdalî en 1113-1114 (Chron. Adefonsi Imperatoris, ed. Sánchez Belda, §§ 107-108; al-Bayān al mugrib, ed. Huici, a. 507), en que el gobernador de Córdoba y Granada se apoderó de Oreja y Zorita.
109 En la campaña en que Alī b. Yūsuf se apodera de Talavera (1109) y, tras atravesar la tierra que fue de Alvar Háñez, destruye los muros de Madrid, Olmos y Canales (y, según creo, toma Alcalá), combate a Toledo por una semana, siendo defendida la ciudad por Alvar Háñez (Chron. Adefonsi Imperatoris §§ 96-102; al-Bayān al mugrib a. 503 [1109/1110]). Sobre el gobierno de Toledo por Alvar Háñez conozco documentación de 22-Jl.-1109 (Risco, Esp. Sagr., XXXVI, ap. 43o: «Toletule dux»); de 1110 (Llorente, Noticias de las Prov. Vasc., IV, 10-11: «in Toleto et in Pinnafidele»; Lucas, «Valb.», EEMCA, IV, 1951, p. 195: «Toletum et Pennam fidelem»), y de 19-mar.-1113 (Hernández, Los cartularios de Toledo, núm. 17, p. 21: «tunc temporis Toletani principis»).
110 «Los de Segovia después de las Octavas de Pascua mayor mataron a Albar Hánnez, Era MCLII», según los Anales Toledanos I (ed. Flórez, Esp. Sagr., XXIII, p. 387).
111 [Yerran aquellos historiadores que identifican al Álvaro Rodríguez del Carmen con el hijo de Rodrigo Fernández de Castro. Según dejan bien ver los vv. 246-247, se trata del hijo del conde Rodrigo Vela, pues uno y otro fueron señores de Montenegro y tierras de Lugo (Lemos y Sarria); su madre fue Urraca Álvarez, hija de Alvar Háñez (Salazar Acha, «Los Vela», 1985, pp. 52-54; Barton, The Aristocracy 1997, pp. 158-159, 178, n. 178, 299, 312-313. Torres, Linajes, 1999, no acierta en su distribución de los hechos atribuibles a una y otra pareja de Álvaros y Rodrigos)].
112 Utilizo la ed. de Gil, «Carmen de expugnatione Almariae urbis», en Habis, 5 (1974), pp. 45-64, vv. 222-226 (p. 58), y en Chronica hispana saeculi XII (ed. Falque et alii, 1990, pp. 249-267); también la de Sánchez Belda, en Chronica Adefonsi Imperatoris (1950), vv. 209-213 (p. 178). La rima interna del Carmen me impide aceptar el orden de los vv. 222-223 de la ed. Gil («Cognitus omnibus est auus Aluarus, arx probitatis, / Nex minus hostibus est itidem pius, urbs bonitatis»), aunque prefiero su corrección «est itidem pius» < «extitit impius» a la de Sánchez Belda «extitit impiis» (en el v. 210 de su numeración). Versión castellana: «De todos es conocido (y no menos de los enemigos) su abuelo Álvaro. Fue alcázar de lealtad y honradez, ciudad de virtud. Pues he oido decir que aquel ínclito Alvar Fáñez domeñó a los pueblos musulmanes y que las ciudades fuertes y castillos de ellos no pudieron resistírsele».
113 El tono triunfal del Carmen excluye la posibilidad de que se compusiera después de la pérdida de Almería 21 de agosto de 1157, pérdida que vino a privar de importancia histórica al hecho cantado. Creo, con Ubieto, «Sugerencias sobre la Chronica Adefonsi Imperatoris», CHE, XXV-XXVI (1957), 317-326, que la Historia se escribió a raíz de la conquista de Almería, aunque las razones que Ubieto alega para datar la «mayor parte» de ella antes de 1149 no sean decisivas.
114 Eds. cits., vv. 233-238 y 220-225 (pp. 58 y 178), respectivamente. Versión castellana: ‘El propio Rodrigo, llamado comúnmente Mio Cid, de quien se canta que nunca fue vencido por sus enemigos, aquél que domeñó a los moros y que igualmente venció a nuestros condes, lo exaltaba, considerándose a sí mismo digno de menor alabanza que él, aunque debo confesar la verdad, la cual el paso de los días nunca alterará: Mio Cid fue el primero y Álvaro el segundo’.
115 El poeta está haciendo el elogio de cada uno de los caudillos del ejército imperial. Al llegar a hablar de «Aluarus... Roderici filius» se detiene a exaltar las glorias de su padre y, sobre todo, de su abuelo «Aluarus ille Fannici» y, en medio del elogio de Alvar Háñez, surge la comparación con el Cid. Rico, «Tradiciones épicas», BRAE, LXV (1985), 197-211, ironiza, con razón, sobre el «trato bien singular y curioso» que recibe Alvar Rodríguez en el Carmen de expugnatione Almariae urbis: «De suerte que el pobre Alvar Rodríguez se queda en cola de ratón: por debajo del padre, del abuelo, de Roldán y Oliveros, y ni se sabe hasta qué punto por debajo del Cid» (pp. 197-198). «Es patente que Alvar Rodríguez se achica ahí, casi hasta esfumarse, frente a la talla de Alvar Fáñez; y Alvar Fáñez queda empequeñecido a su vez por el contraste con Mio Cid. ¿Cómo explicarse semejante cadena de paradojas, si no es porque los materiales llegaron a nuestro anónimo ya decididamente trabajados y articulados? Fueran cuales fueran sus merecimientos propios, en el Poema [léase Carmen], Alvar Rodríguez era sobre todo el recuerdo de su abuelo; y Alvar Fáñez era primordialmente el recuerdo de Rodrígo Díaz» (p. 205).
116 Este sobrenombre sólo se universalizó a partir de la prosificación del Poema en la Estoria de España de Alfonso X (según notó Menéndez Pidal, Cantar de M. C.3, 1956, s.v.). Parece tener sus raíces en Navarra y Aragón: el topónimo «Poyo de Mio Cit» (cfr. v. 902 del Mio Cid) se consigna en 1154 en el Fuero de Molina y «mio Çith el Campiador» es la forma empleada en 1194/96 en la redacción navarra original del Libro de las generaciones (o Liber Regum) para presentárnoslo como abuelo del rey García de Navarra (y al incluir la genealogía de Christina, la madre del rey García, a quien se hace descendiente de Layn Calvo). Del Libro de las generaciones pasó a Fray Juan Gil de Zamora.
117 Por muy hipercrítico que se quiera ser, el contexto no permite entenderlo de otra manera. Como señala R. Lapesa, «Sobre el M. C. Cuest. hist.», § 4, reed. 1985, pp. 36-47, «el cantatur se refiere indudablemente a un poema narrativo cantado o salmodiado por juglares épicos, por los cedreros recibidos en las cortes señoriales y escuchados con entusiasmo en las plazas de las villas. Por algo la épica medieval está constituida principalmente por cantares de gesta». Cfr., también el razonamiento de Rico, «Tradiciones épicas», pp. 204-206.
118 Aunque la humillación histórica del conde Garci Ordóñez de Nájera y del conde Berenguer Ramón de Barcelona fueron cantadas desde Cataluña por el Carmen Campidoctoris, el Mio Cid las recuerda también, junto con la legendaria de los «hijos del conde don Gonzalo» de Carrión; por otra parte, las victorias sobre los moros, aunque bien notorias, se cantan en el Mio Cid y no en el Carmen Campidoctoris.
119 Entre los que así piensan, quiero recordar, en vista de su precavida actitud crítica respecto a la «herencia» menéndez-pidalina, a J. Horrent, Historia y poesía. En torno al «Cantar del Cid», 1974, pp. 341-374; y a F. Rico, «Tradiciones épicas», quien concluye tajantemente (pp. 205-206): «Claro está que la respuesta a nuestros interrogantes no es ningún hallazgo: en 1148 debía existir un Cantar del Cid “cognitus omnibus” y de contenido substancialmente igual al conservado, donde Alvar Fáñez, “una fardida lança” es el “diestro braço” de “Mio Cidi” y reiteradamente encomiado por él (mientras que en los sáficos –Carmen Campidoctoris– o en la Crónica latina –Hist. Roderici–... no figura para nada). Si hasta aquí no he aducido esa solución tan poco recóndita, ha sido para mostrar con más eficacia en qué medida los nuevos datos nos guían, por distinto camino, a las mismas conclusiones que hoy a menudo quisieran descartar por viejas... Personalmente, me atrevo, a insistir en la sospecha de que no habría excesivas divergencias entre la versión conocida [del Cantar del Cid] y la que circulaba hacia 1148».
120 Siempre es posible rizar el rizo: C. Smith, con el fin de deshacerse del obstáculo que para sus tesis representa el pasaje del Carmen de expugnatione Almariae urbis, supone que el docto hombre de leyes que compuso el Mio Cid se inspiró en esta digresión del cantor de la conquista de Almería para idear la pareja «Mio Cid»-Alvar Fáñez y construir su poema (pero, al autor del Carmen ¿de dónde le vino la idea?, ¿o es que sólo el poeta del Mio Cid tiene «fuentes»?). El caso que comentamos tipifica bien el «nuevo estilo» de crítica imaginativa antifiológica practicado por Smith en The Making of the «Poema de Mio Cid» (1983), que T. Montgomery, en su reseña «Mythopeia and Myopia», JHiPh, VIII (1983), 7-16, describe, un tanto sarcásticamente, diciendo: «Smith... does not mind imagining, on virtually no evidence, a prose introduction to the Poem, a Cidian archive in Salamanca, an early lost version of Florence de Rome, a florilegium of Classical texts, a hypothetical later polished version of the Cantar all visibly absent but visibly imaginable». Con toda razón Rico, «Tradiciones épicas», comenta (p. 203): «Me confieso enteramente incapaz de imaginar que nuestro anónimo –el poeta del Carmen Almeriense– se inventara, a zaga de Virgilio, el vínculo entre Alvar Fáñez y el Cid, y luego, contra Virgilio, atribuyera al personaje a quien está loando el papel secundario dentro de la pareja que él mismo había inventado (sabría Dios, entonces, para qué). Un razonamiento en esa línea sería una afrenta al sentido común».
121 La fecha de composición del Mio Cid sigue siendo y seguirá siendo una cuestión debatida, tanto si se acepta que el manuscrito del s. XIV conservado procede del «original» por vía exclusivamente escrita, o si se admite una vía mixta oral y escrita (o se piensa en una vía exclusivamente oral, lo que no creo aceptable). No comparto la opinión de aquellos que dan por zanjada la cuestión y aceptan, tal cual hoy se lee, la era del explicit («un típico colofón de amanuense», según nota bien, una vez más, Rico «Tradiciones épicas», p. 208) como fecha de «redacción» de la obra. En los últimos decenios, los medievalistas se esfuerzan, cosa natural, por superar la etapa «menéndez-pidalina» de los estudios sobre el Cid (y alrededores); pero, por desgracia, la creciente especialización del saber y un nuevo ritmo vital privan a estos críticos de la posibilidad de levantar de un golpe un edificio de nueva planta que sustituya con ventaja al previo. De ahí que, ante la dificultad de adquirir hoy unos conocimientos interdisciplinarios como los de Menéndez Pidal, muchos de los «revisionistas» necesiten dar por buenas las reformas que cada cual va haciendo en el edificio y utilicen de continuo el argumento de «autoridad», suponiendo que otros han demostrado ya algo que les sirve de apoyo a sus construcciones. Lapesa ha llamado la atención sobre este hecho, al ir desmontando cuidadosamente toda una serie de argumentos (que en la segunda mitad del s. XX se han venido dando por buenos) para retrasar la fecha de composición del Poema («Sobre el M. C. Cuest. hist.» y «Sobre el M. C. Cuest. ling.», 1980 y 1982; reeditados en Est. de hist. ling. esp., 1985, pp. 11-42). Lapesa no presta suficiente atención a uno de los pocos argumentos de Ubieto (El Cantar de M. C., 1973) contra la datación de Menéndez Pidal que pudiera ser de peso: cuando se pactó (como resultado de las paces de Támara, 1127) la reestructuración de las diócesis de Sigüenza y Tarazona en 1136-1138 (límites confirmados en 1144-45), Cetina no aparece nombrada, aunque justamente vendría a caer en la frontera; por tanto, según piensa Ubieto, el fuero concedido a Cetina por Guillén de Belmes (quien actuó como prior de Aragón entre 1144 y 1157) habría sido concedido con ocasión de su población ex nihilo (pp. 41-44). Ahora bien, la inexistencia previa del topónimo es imposible, dada su etimología árabe: Cetina < Ṣ̣̣addīna, tribu beréber perteneciente a una de las ramas de los Banu-Fâtīn (cfr. Oliver Asín, en Al-Andalus, XXXVIII, 1973, p. 367); además, como destaca R. Menéndez Pidal, En torno al P. del C., p. 166, «el mismo fuero de Cetina dice que allí había pobladores antes».
122 Menéndez Pidal, Esp. Cid 7 (1969), pp. 917-919.
123 En otro lugar, Catalán, «Sobre el ihante», pp. 219-233 [véase en este libro el cap. II], he probado que el abuelo de García Ramírez fue el infante bastardo don Sancho y no el infante don Ramiro, como creía Menéndez Pidal, Esp. Cid 7, Disq. 60ª. Mi argumentación se basa en el testimonio coincidente del Libro de las generaciones o Liber Regum (1194/96) y de la Chronica latina regum Castellae (acabada en 1236), que dan el nombre correcto del abuelo del Restaurador, en la documentación referente a ese infante, hijo primogénito del rey García de Nájera, y en la identificación del hijo del rey García «expulsus a hoc regno propter imbecillitatem suam per Aldefonsum regem Castella», de que hablan los comisionados de Sancho el Sabio de Navarra en 1177, con el hijo del rey García que «salió para el país del Islam y fue el iffante que prendió fuego a la mezquita de Elvira y fue muerto en Rueda», a que se refiere el historiador musulmán Abū Bakr b.‘Abd al-Raḥmān. El que el infante don Ramiro (hijo legítimo del rey don García) también muriera en la traición de Rueda, donde perdieron la vida muchos grandes hombres, dio pie a la confusión. El infante don Sancho había sido ya identificado por R. del Arco, «Dos infantes de Navarra señores de Monzón», Príncipe de Viana, X (1949), pp. 249-274, y por G. de Pamplona, «La filiación y derechos al trono de Navarra de García Ramírez el Restaurador», Príncipe de Viana, X (1949), 275-283.
124 La versión original navarra del Libro de las generaciones (Liber Regum), se redactó desde 1194 (antes de morir Sancho de Navarra) a 1196 comienzo del reinado de Pedro II de Aragón). Se nos conserva mutilada en el Cronicón Villarense (eds. de Serrano y Sanz, en BRAE, VI, 1919, pp. 192-220 y de Cooper, El Liber Regum, Zaragoza, 1960), pues faltan folios entre el fol. 34 y el 35 (en 34v. queda interrumpida la frase final en que termina el folio). Pero tenemos otros testimonios sobre el contenido de esta parte que falta en el ms. villarense (véase n. 127).
125 Serrano y Sanz, Cronicón Villarense, p. 212.
126 Serrano y Sanz, Cronicón Villarense, p. 209.
127 Aunque la mutilación del manuscrito más antiguo del Liber Regum (el Cronicón Villarense) nos impida comprobarlo, es seguro que la versión original navarra incluía ya la genealogía de la madre de García Ramírez, doña Christina, hija del Cid, y descendiente de Laín Calvo (a que alude la frase citada en texto). La conocemos gracias al Liber Regum refundido (o Liber Regum 2) de entre 1217 y 1223, hecho en Toledo por iniciativa del arzobispo Ximénez de Rada, y también a través del fragmento («Linage de los reyes d’Espanya») del Liber Regum de 1194-1196, conservado en los Fueros de Sobrarbe-Navarra, y a través del Libro de las generaciones de entre 1260 y 1269, que se basan en la redacción vieja. Véase Catalán y De Andrés, Crón. de 1344, pp. LIIILVI y nn. 2-16 (y bibliografía allí citada).
128 Serrano y Sanz, Cronicón Villarense, p. 209.
129 Catalán, «Sobre el ihante» (1966), pp. 216-220; [aquí atrás, cap. II, pp. 56-61].
130 Según las noticias contemporáneas procedentes de la Navarra de Sancho Ramírez, rey de Aragón y Pamplona: «Sancius Rex... qui interfectus est a fratre suo, et a sorore, uel a maioribus patrie sue», recuerda San Veremundo, abad de Irache, en el preámbulo de una permuta, 23-F-1082 (Irache, 1965, p. 82); «...a Rege Domno Sancio, prole Garsiae regis, quem interfecerunt frater suus Regimundus, et soror Ermisenda, necnon, et principes eius infidelissimi», denuncia en 1079 una donación al monasterio de Leyre (Becerro de Leyre, p. 227). Véase Moret, Investig., lib. III, c. IV, §§ 28 y 28.
131 En el año mismo del regicidio de Peñalén, 1076, el conde de «toda» Vizcaya Iñigo López (que, hasta comienzos de ese mismo año, había tenido Nájera por el rey don Sancho. Cfr. Lucas, «Valb.», pp. 510-511, y S. Mill., 236) reconoce a Alfonso VI dándole ese pomposo título. A partir de 1077 Alfonso VI comenzará a titularse «totius Hispanie imperator», sin duda en virtud de la anexión del reino de Nájera y del vasallaje del rey aragonés.
132 Acerca de estos personajes y hechos, véase Catalán, «Sobre el ihante», pp. 218-220 y nn. 37-43 [o el cap. II del presente libro], donde cito la documentación que apoya las afirmaciones que aquí hago.
133 Mio Cid, vv. 3283-3290.
134 «Valb.», §§ 198 y 199, pp. 605-606. Sobre el «Renacimiento de la Gran Navarra najerense bajo Alfonso I», véase Catalán, «De Nájera a Salobreña» (1975), pp. 109-110; [o, mejor, aquí atrás el cap. III.e].
135 Según la datación de un documento de 1134, Doc. reconq., ed. Lacarra, § 336.
136 Ya el 10 de noviembre de 1134, Alfonso VII se dice «imperator... in Toleto regia urbe, Legione et Castella et Nagera» (S. Mill., § 305).
137 Según señala P. Rassow, Die Urkunden Kaiser Alfons’ VII. Von Spanien, 1929 (separata del Archiv für Urkundenforschung, X.3, pp. 328-467 y XI.1, pp. 66-137), p. 364, en los años 1126 y 1127 ocupó varias veces el cargo de «alférez» de Alfonso VII (según docs. de 12-dic.-1126; 1127, sin mes, y 13-nov.-1127). Más tarde, el Emperador mantuvo en ese cargo por largo tiempo a don Manrique («Amalricus»), hermano de madre de don García.
138 «El conde don García, su enemigo malo», Mio Cid, v. 1836; «el Crespo de Grañón», Mio Cid, v. 3112.
139 Sobre los pactos de Alfonso VII con el conde de Barcelona Ramón Berenguer para repartirse el reino navarro de García Ramírez, véase Ubieto, «Nav.-Arag. y la idea imperial», pp. 56-58 y 74. El Restaurador, amenazado militarmente por Alfonso VII, que acude a la frontera de Alfaro y acampa (7-0ct.-1140) «inter ambas aguas in loco, qui est in via, qua itur de Sancto Petro ad Calagurram» (cfr. Rassow, Die Urkunden, p. 435), consigue entenderse con el Emperador y hacerle romper el plan de reparto de su reino. El 25-oct.-1140 fecha Alfonso VII un diploma consignando: «facta carta in ripa Hyberu, inter Calagurram et Pharo tempore quo Imperator cum rege Garcia pacem firmavit, et filium suum cum eius filia desposavit» (doc. del Arch. G. de Nav. Monasterios; lo cito a través de Ubieto, «Nav.-Arag. y la idea imperial», n. 79; cfr. La Fuente, Esp. Sagr., L, pp. 398-399, en que se edita el doc. «ex codice Fiterensi dicto libro Tumbo»; creo más correcta la lectura de Moret en Annales, II, 1766, Lib. XVIII, cap. V, § 4, cuando hace a Alfonso VII imperante en «Naxera» y no en «Nauarra»).
140 Los pactos «in ripa Hyberu» no solucionaron el conflicto entre García Ramírez y Ramón Berenguer; aunque en adelante Alfonso podía jugar a ser árbitro de la contienda, la amenaza portuguesa le hacía, a su vez, vulnerable. Resulta difícil encajar en la cronología el relato de los conflictos de Alfonso VI en las fronteras oriental y occidental que proporciona la Chronica Adefonsi Imperatoris, I, §§ 73-89. Importa notar que la crónica imperial pasa por alto la paz y los desposorios concertados en 1140; en cambio, considera trascendental la paz y la boda de 1144, a que enseguida aludiremos.
141 La importancia política de esta boda se hace manifiesta en las dataciones de documentos del año 1144, donde se hace constar: «rege Garsia Ramirez existente presente qui tunc cum imperatore ibat propter eius filiam, quam uxorem ducturus erat» (Carrión, jun.-1144); «rege Navarrorum Garsia, qui tunc quandam filiam imperatoris uxorem duxerat existente presente» (León, 30-jun.-1144); «quando rex Garsias filiam imperatoris ibi uxorem duxit» (León, jun.-1144); etc. Rassow, Die Urkunden, pp. 439 y 91-92. Ubieto, «Nav.-Arag. y la idea imperial» (1956), p. 61, n. 92, cita otros escatocolos en los que se recuerdan las bodas regias de la hija del Emperador.
142 Utilizo las eds. de Sánchez Belda (1950) y Maya (1990).
143 Anticipo en esta nota la versión castellana de los pasajes que cito en texto: ‘Llegó también el rey García, con gran número de caballeros, aparejado y engalanado como conviene que vaya un rey a sus desposorios’; ‘Rodeaban el tálamo multitud de juglares, dueñas y doncellas, que tocaban órganos de mano, flautas, cedras, salterios y otros muchos instrumentos’; ‘Unos, según la costumbre del país, espoleando sus caballos, bohordaban lanzando a tablado para mostrar a la vez su pericia y esfuerzo y la de sus cabalgaduras. Otros, tras provocar la bravura de los toros con el ladrido de sus perros, los mataban clavándoles venablos. Por último, unos ciegos, colocados en medio del coso para que se ganaran un cerdo compitiendo en matarlo a palos, queriendo hacerlo, provocaban la risa de los circunstantes al golpearse unos a otros repetidamente’.
144 El rey don García obsequió con generosidad real durante muchos días a los castellanos que se hallaban con él y a todos los caballeros y ricos hombres de su reino. Celebradas las bodas reales, el rey dio a los condes y señores de Castilla muchos dones y cada uno de ellos se volvió a su tierra.
145 Mio Cid, vv. 3717-3725
Índice de capítulos:
* I REALIDAD HISTÓRICA Y LEYENDA EN LA FIGURA DEL CID (1)
a. La realidad se forja en los relatos
* I REALIDAD HISTÓRICA Y LEYENDA EN LA FIGURA DEL CID (2)
b. Rodrigo, Campeador invicto para sus coetáneos
* I REALIDAD HISTÓRICA Y LEYENDA EN LA FIGURA DEL CID (3)
c. Del Campeador al Mio Cid. Los nietos del Cid y la herencia cidiana
* I REALIDAD HISTÓRICA Y LEYENDA EN LA FIGURA DEL CID (4)
d. Rodrigo, el vasallo leal, a prueba
* I REALIDAD HISTÓRICA Y LEYENDA EN LA FIGURA DEL CID (5)
e. El Soberbio Castellano
* I REALIDAD HISTÓRICA Y LEYENDA EN LA FIGURA DEL CID (6)
f. El Cid se adueña de la Historia y la Historia anquilosa la figura del Cid
* I REALIDAD HISTÓRICA Y LEYENDA EN LA FIGURA DEL CID (7)
g. El Cid del Romancero salva al personaje literario del corsé historiográfico
* II EL «IHANTE» QUE QUEMÓ LA MEZQUITA DE ELVIRA Y LA CRISIS DE NAVARRA EN EL SIGLO XI
* III LA NAVARRA NAJERENSE Y SU FRONTERA CON AL-ANDALUS
* IV EL MIO CID Y SU INTENCIONALIDAD HISTÓRICA
* V EL MIO CID DE ALFONSO X Y EL DEL PSEUDO IBN AL-FARAŶ
* VII LA HISTORIA NACIONAL ANTE EL CID
* APÉNDICE I. SOBRE LA FECHA DE LA HISTORIA RODERICI
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