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Obras de Diego Catalán

APÉNDICE I. SOBRE LA FECHA DE LA HISTORIA RODERICI

APÉNDICE I.  SOBRE LA FECHA DE LA HISTORIA RODERICI

      Aunque algunos prestigiosos estudiosos de temas cidianos 1 hayan preferido la autoridad de Ubieto 2 a la de Menéndez Pidal 3 a la hora de colocar en el tiempo la redacción de la Historia Roderici, los fundamentos de la hipótesis de Ubieto han resultado ser no sólo todos ellos de debilidad extrema, sino construidos con incomprensible ligereza.
      El uso de la forma rex aragonensis, que Ubieto (seguido por Horrent, 1973 y Martin, 1992) afirma no estar atestiguado por la documentación catalano-aragonesa sino «a partir de Alfonso II (1162-1196)» y que la Historia Roderici aplica siete veces a Sancho Ramírez y a Pedro I (en alternancia con rex aragonensium), aparece repetidamente usado por Alfonso I entre 1118 y 1136 y por Pedro I en 1097 y 1102 (¡habiendo sido el propio Ubieto el editor en 1951 de los dos documentos del año 1097, que rezan «ego Petrus, Dei gratia rex aragonensis» y «una cum consilio et voluntate dompni Petri regis aragonensis»!), según destacó Lapesa (1982 y 1985 4).
      El supuesto «malconocimiento de los títulos condales catalanes anteriores a 1117» por el autor de la Historia Roderici, que sugiere Ubieto (y aceptan Horrent y Martin), no resiste un examen basado en la más elemental crítica textual, según asimismo ha puesto de manifiesto Lapesa 5. En efecto, si la familia de manuscritos constituida por I (fines del siglo XII o principios del siglo XIII) y S (fines del siglo XV o principios del siglo XVI), de la Historia Roderici, al nombrar a los condes y potestades que se coaligan con Alfagit (al-Ḥ̣̣aŷit) contra el Campeador, corrompe los títulos de tres de ellos: «...cum comite Berengaro et comite Cardauiese (I > Cordouiense S) et cum fratre comitis Urgelensis et cum potestatibus, uidelicet Usason et Inpurdanensi et Rocionensi atque Carcassonensi», nada autoriza a atribuir la mala transcripción al autor de la obra y, menos aún, a inferir, tratando de sacar polvo de debajo del agua, que los errores son selectivos y atañen sólo a los nombres de condados incorporados tempranamente (1111 y 1117) al de Barcelona. Por lo pronto, el condado de Rosellón o «Rocinionensis», igualmente corrompido que el «Cerdaniense» y el «Uesaldonensis», sólo quedó integrado en el de Barcelona en 1172. Pero, además, para imputar sin vacilación las corrupciones a la tradición manuscrita y no al autor contamos con el apoyo de la Estoria de España en sus dos versiones alfonsíes de c. 1270 y de 1282/84, cuyos redactores alcanzaron a conocer otro manuscrito de la Historia Roderici donde no se daban las lecciones erróneas de S, I: «et con el conde de *Cerdaña (vistas las variantes de la tradición manuscrita: Cerdena, Cardeña, Cardona) et con ell hermano del conde de Urgel et con los poderosos de Belsaldón et con los de Rosillón et de Carcasses».
      El tercer argumento histórico de Ubieto (igualmente recogido por Horrent y Martin) es tan falso y gratuito como el de la titulación de los reyes aragoneses. «La distinción de los reyes de Sevilla y de Córdoba, la cual no es una realidad sino a partir, precisamente, de 1144 (y hasta 1148)» constituye el argumento principal utilizado para datar la Historia Roderici en los años 1144-1147; sin embargo, basta leer la historia del dominio lamtuní de al-Andalus del Bayān al-mugrib de Ibn Idārī 6 para comprobar que, durante el emirato de ’Alī ibn Yūsuf (1106-1143), los gobernadores («reyes» en la nomenclatura cristiana de la época) de Sevilla y de Córdoba son, como norma, distintos. Es excepcionalísimo el hecho de que entre agosto / setiembre de 1132 y julio de 1133 el hijo de Alī, Tašfīn, tenga simultáneamente uno y otro gobierno (más común fue el caso de que los gobiernos de Granada y Córdoba recayeran temporalmente en una misma persona).
      Podemos, pues, dar de lado, por falta de razones históricas, la fechación de Ubieto y, con ella, la de sus seguidores (Horrent, 1973 y Martin, 1992) pues no aducen pruebas adicionales ningunas. No tenemos, en consecuencia, otra opción que la de volver a considerar la «causa final» de la redacción de la obra.
      La Historia Roderici, rematada después del abandono de Valencia (1102) por Jimena y por la hueste imperial que acudió en su auxilio, concluye haciendo constar que, después que la ciudad pasó de nuevo a manos de los sarracenos, «nunquam eam ulterius perdiderunt» y dando noticia, seguidamente, de cómo Jimena sepultó a Rodrigo en San Pedro de Cardeña; pero para nada hace alusión al presente post-cidiano desde el que fue escrita. No hay en su texto puntos de vista históricos ajenos a los intereses de Rodrigo Díaz mientras estuvo vivo. Es imposible descubrir en ella una razón que justifique su escritura distinta de la que pudo haber tenido un paniaguado de Rodrigo para, en vida del infanzón castellano convertido en señor de Valencia, exaltar su gloria como caudillo militar y para justificar su conducta respecto a su señor natural, el «rex et imperator Aldefonsus», cuya ira tan repetidamente concitó. La aparente contemporaneidad del autor con los hechos que relata, así como el carácter claramente «oficial» de la biografía, exigen considerar al propio Rodrigo Díaz como la verdadera «causa eficiente» de la historia, sea quien quiera el escribano que la redactara, toda vez que nada se transparenta en la obra que distancie al biógrafo del biografiado. Castilla y, no digamos, León le son totalmente ajenos; trata con desprecio a los condes catalanes, incluido Ramón Berenguer III el Grande (con ocasión de su fallida acción contra el Cid en Oropesa); para nada le preocupa la descendencia de Rodrigo, ni muestra tener noticia de los matrimonios de las dos hijas del Campeador, María que casó con ese Conde de Barcelona y Cristina que casó con un descendiente (por línea bastarda) de la antigua casa real navarra, matrimonios ambos de indudable trascendencia política que, al transcurrir los años, no podrían haber pasado inadvertidos, especialmente el segundo de ellos después de que el hijo de Cristina Rodríguez, a la muerte (1134) de Alfonso I, el Batallador, fuera reconocido Rey de Navarra (García Ramírez, el Restaurador). Aunque el interés de la biografía se centra claramente en las victorias de Rodrigo en Levante y en La Rioja (en los años 1080-1084, 1089-1094, 1097-1098) no hay modo de situar al autor en el entorno de ninguno de los señores de los estados pirenaicos, sea del Norte de Hispania, sea del Sur de la Gallia, con intereses en esa zona durante la primera mitad del siglo XII, esto es, una vez desaparecido el señorío levantino del Cid que impedía la directa confrontación entre el imperio almorávide y los cristianos del Pirineo. Transcurridos los años después de la muerte del señor de Valencia ¿a quién podía interesar recoger las cuatro fórmulas de exculpación alternativas que Rodrigo propone a Alfonso VI cuando el rey le acusa de traición, con ocasión del sitio de Aledo por Yūsuf, le desposee de castillos, villas y honores y aprisiona a su mujer e hijos en Castilla (1089)?

Diego Catalán, "El Cid en la historia y sus inventores."(2002)

NOTAS

1 Horrent, Historia y poesía en torno al «Cantar de mio Cid», Barcelona: Ariel, 1973, pp. 131-135; Martin, Les juges de Castille. Mentalités et discours historique dans l’Espagne medievale, Paris: Klincksieck, 1992, p. 36 y nn. 66, 67.

2 Ubieto Arteta, «La Historia Roderici y su fecha de redacción», Saitabi XI (1961), 241-246; «El Cantar de mio Cid y algunos problemas históricos», en Homenaje a Rafael Benítez Clavos =Ligarzas, IV (1972), 170-177. 

3 Menéndez Pidal, Esp. Cid 7, 1969, pp. 917-919.

4 «Sobre el Cantar de Mio Cid. Crítica de críticas. Cuestiones históricas», en Essays... Franck Pierce, Oxford: Dolphin Book Co., 1982; reed. en Est. de hist. ling. esp., Madrid: Paraninfo, 1985, pp. 41-42.

5 En «Sobre el M. C. Cuest. hist.» (1982) y en Est. de hist. ling. esp. (1985), pp. 40-41. 

6 Ed. Huici, «Un fragmento inéd.», Hespéris-Tamuda II (1961), 43-111, y Nuevos fragmentos.

Índice de capítulos:

* PRESENTACIÓN

* I REALIDAD HISTÓRICA Y LEYENDA EN LA FIGURA DEL CID (1)
   a. La realidad se forja en los relatos

* I REALIDAD HISTÓRICA Y LEYENDA EN LA FIGURA DEL CID (2)
    b. Rodrigo, Campeador invicto para sus coetáneos

* I REALIDAD HISTÓRICA Y LEYENDA EN LA FIGURA DEL CID (3)
   c. Del Campeador al Mio Cid. Los nietos del Cid y la herencia cidiana

* I REALIDAD HISTÓRICA Y LEYENDA EN LA FIGURA DEL CID (4)
   d. Rodrigo, el vasallo leal, a prueba

* I REALIDAD HISTÓRICA Y LEYENDA EN LA FIGURA DEL CID (5)
   e. El Soberbio Castellano

* I REALIDAD HISTÓRICA Y LEYENDA EN LA FIGURA DEL CID (6)
   f. El Cid se adueña de la Historia y la Historia anquilosa la figura del  Cid

* I REALIDAD HISTÓRICA Y LEYENDA EN LA FIGURA DEL CID (7)
   g. El Cid del Romancero salva al personaje literario del corsé historiográfico

* II EL «IHANTE» QUE QUEMÓ LA MEZQUITA DE ELVIRA Y LA CRISIS DE NAVARRA EN EL SIGLO XI

*  III LA NAVARRA NAJERENSE Y SU FRONTERA CON AL-ANDALUS

*   IV EL MIO CID Y SU INTENCIONALIDAD HISTÓRICA

V EL MIO CID DE ALFONSO X Y EL DEL PSEUDO IBN AL-FARAŶ

VI RODRIGO EN LA CRÓNICA DE CASTILLA. MONARQUÍA ARISTOCRÁTICA Y MANIPULACIÓN DE LAS FUENTES POR LA HISTORIA

* VII LA HISTORIA NACIONAL ANTE EL CID

* APÉNDICE I.  SOBRE LA FECHA DE LA HISTORIA RODERICI

* APÉNDICE II. SOBRE LA FECHA DE LA CHRONICA NAIARENSIS

* ÍNDICE DE REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS (Y CLAVE DE SIGLAS)

3 comentarios

Carles a Marc -

En este capítulo no se menciona la "corona catalano-aragonesa", sino (cito textualmente) la "documentación-catalano-aragonesa".

"El nacionalismo es una enfermedad que se cura viajando" y el nacionalismo aragonés se cura aprendiendo a leer.

marc -

perdón, el XIX

marc -

Jamás en la historia existió la corona catalano-aragonesa. SIEMPRE se llamó Corona de Aragón. Lo de catalano-aragonesa fue un invento del siglo XVIII