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Obras de Diego Catalán

42.- 7. ¿DESDE CUÁNDO SE CANTÓ EL MIO CID?

 

7. ¿DESDE CUÁNDO SE CANTÓ EL MIO CID?

------7.1. El dato más importante que podemos aducir respecto al canto en la Edad Media del Mio Cid nos lo proporciona el Carmen de expugnatione Almariae urbis de 1147 o 1148, con que se remata la Chronica Adefonsi Imperatoris. Según arriba dijimos (c. II, § 4), el poeta latino, al hacer el loor de los nobles caudillos que participaron en la gloriosa empresa, se detiene ampliamente en la figura de Alvar Rodríguez, cuya prosapia encarece, fijándose, no en el padre, sino en el abuelo, Alvar Fáñez:

“De todos es conocido (y no menos de los enemigos) su abuelo Álvaro. Fue alcázar de lealtad y honradez, ciudad de virtud. Pues he oído decir que aquel ínclito Alvar Fáñez domeñó a los pueblos musulmanes y que las ciudades fuertes y castillos de ellos no pudieron resistírsele” (lat.),

y a continuación pone a este abuelo del personaje objeto del elogio a la altura de la pareja Roldanus-Oliverus considerándola término de comparación ejemplar y dando por conocida de todos la muerte por los agarenos de ambos héroes (sin duda, debido a la difusión en lengua hispana de la gesta de Roldán o Roncesvalles, dada la forma que en el latín del Carmen tienen los nombres de uno y otro héroe claramente derivadas de las correspondientes españolas, no de las francesas u occitánicas, según observa Horrent, 1956, pág. 193 y n. 21). Pero, inesperadamente, en medio del elogio del abuelo de Alvar Rodríguez, surge una comparación de ese abuelo con Rodrigo, el Cid, en la cual se reconoce su mayor excelencia:

“El propio Rodrigo, llamado comúnmente Mio Cid, de quien se canta que nunca fue vencido por sus enemigos, aquél que domeñó a los moros y que igualmente venció a nuestros condes, lo exaltaba, considerándose a sí mismo digno de menor alabanza que él, aunque debo confesar la verdad, que el paso de los días nunca alterará: Mio Cid fue el primero y Álvaro el segundo” (lat.).

La impertinente comparación de Alvar Fáñez con Rodrigo (cuando de lo que se trataba era de elogiar al nieto de Alvar Fáñez), el reconocimiento por el poeta de que hay que aceptar el orden de excelencia “Mio Cid” primero Álvaro segundo a pesar del relevante papel histórico de Alvar Háñez en los reinados de Alfonso VI y de Urraca, el uso tan temprano del apelativo “Mío Cid” como designación de Rodrigo por todos aceptada, la alusión a que ese “Mio Cid” era entonces objeto de cantos, la noticia de que no sólo venció a los moros sino a “nuestros condes”, han convencido a cuantos en la crítica histórico-literaria no se gobiernan exclusivamente por prejuicios de que el poeta áulico de Alfonso VII tenía muy presente en su memoria la gesta cidiana que llamamos Mio Cid (Menéndez Pidal, 1944-1946, págs, 1169-1170; Horrent, 1956, pág. 193, recog. en 1973, pág. 349; Lapesa, 1985, págs. 36-37; Rico, 1985)58. Sólo, el emparejamiento poético, de acuerdo con modelos literarios épicos, del tío (Mio Cid) y el sobrino (Alvar Fáñez) realizada por la gesta romance y el éxito cantado de ésta pueden explicar que el poeta que en 1147 o 1148 se propuso exaltar las glorias imperiales se sintiera forzado a hablar de esa pareja al tratar de un nieto de Alvar Háñez, cuando en la realidad histórica los dos famosos guerreros actuaron con absoluta independencia (Catalán 1985 y 1995). El recuerdo de la pareja Mio Cid - Alvarus ille Fannici, tras haber hecho mención de la formada por Roldanus - Oliverus, se produce “como si los dos poemas se le ocurriesen juntos a la memoria, unidos por una misma tonalidad heroica, formando parte del mismo género épico” (Horrent, 1956, pág. 193).
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Si en 1147 o 1148 se cantaba un poema de Mio Cid en que Alvar Fáñez tenía la posición de deuteragonista y recibía grandes elogios del propio Rodrigo y en que se hacía referencia tanto a las victorias de Rodrigo contra los moros como contra los condes cristianos, resulta imposible no considerar como primera hipótesis la de que ese Mio Cid fuese el compuesto por un poeta romance de San Esteban de Gormaz próximo a la familia del gobernador de Sepúlveda Diego Téllez, vasallo de Alvar Fáñez, y cuyo rasgo más definitorio es precisamente su odio a las grandes familias condales terratenientes en Castilla y León. Quienes creen que el Mio Cid conocido es anterior a 1147 o 1148 no tienen, en general, inconveniente en realizar la identificación 59; sólo aquellos que defienden que el prototipo al cual remonta la copia de Vivar y la prosificación alfonsí no es anterior al s. XIII se ven obligados a suponer la existencia de un poema antecesor, un *proto-Mio Cid de estructura ignota, para explicar la referencia del poeta áulico de Alfonso VII 60.
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El final celebrativo del Mio Cid, vv. 3710-3725, constituye, claro está, la necesaria reparación final de la honra cidiana. Los “segundos” casamientos de las hijas del Cid vienen a completar la “venganza” que había supuesto el resultado del duelo de Carrión:

Los primeros fueron grandes,----- mas aquestos son mijores,
a mayor ondra las casa-----  que lo que primero f[o].
¡Ved qual ondra creçe ----- al que en buen ora naçió,
quando señoras son sus fijas ----- de Navarra e de Aragón!

Aunque con referencia al Cid la exclamación sea inexacta, pues en vida de él sus hijas no fueron señoras de esos reinos pirenaicos, tal afirmación “anacrónica” resulta lo suficientemente próxima a la verdad como para que la podamos considerar un “dato” impuesto a la poesía por la historia y, en consecuencia, evaluar este final de la gesta como revelador de las intenciones generales “políticas” del canto, intenciones cuya importancia hemos ido descubriendo. En efecto, una de las hijas casó con Ramir Sánchez, hijo del “ihante” primogénito bastardo del gran rey de Nájera y Navarra García Sánchez, el que murió en Atapuerca (Catalán 1966) y el hijo de ese matrimonio, García Ramírez, restauró (en 1134) el reino de Navarra, siendo cabeza de una dinastía. Otra de las hijas casó con el Conde de Barcelona Ramón Berenguer el Grande, pero no tuvo un hijo varón que pudiera heredar el condado (Menéndez Pidal 1929, págs. 601-602); no obstante, creo que basta con que el hijo de su marido, el conde Ramón Berenguer IV, fuera en tiempo de Alfonso VII rey consorte de Aragón, poseyera Zaragoza y que a partir de entonces el reino aragonés pasara a ser un apéndice político de la casa condal catalana, para considerar la afirmación poética como históricamente aceptable desde una perspectiva de mediados del s. XII.

------La importancia “histórica” de las bodas “reales” queda subrayada por los versos inmediatos (3724-3725) en que el poeta proyecta sobre el presente todos los hechos a cuya presentación el auditorio ha venido asistiendo:

Oy los rreyes d’España -----sos parientes son.
A todos alcança ondra -----por el que en buen ora naçió.

-------Es imposible prescindir de esta observación final, no ya para tratar de precisar, mediante ella, el tiempo de ese “oy” (según se ha venido haciendo a partir de Menéndez Pidal, 1908-1911), sino para entender qué celebra la historia del Mio Cid, como vio bien uno de sus primeros lectores modernos, Wolf (1831 y 1859).
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Esta forma de concluir la dramática historia de “el que en buena hora nació”, mediante la proyección del pasado sobre el presente a través de un hecho genealógico, sólo adquiere para nosotros todo su sentido original al ponerla al lado de otras visiones genealógicas de la historia de España de fines del s. XII. El llamado Liber regum o Libro de las generaciones, que en su redacción original navarra debe fecharse en 1194-96, ofrece una historia genealógica de los reinos peninsulares (en el marco de otras genealogías) que refleja una concepción de los orígenes de la moderna estructura política de España muy en oposición al punto de vista “centralista” de la historiografía leonesa: el emperador Alfonso VII no debe sus derechos a la continuidad de la monarquía gótica, que se supone extinguida tiempo atrás con Alfonso II el Casto (ya que “est rei don Alfonso non lexó fillo ninguno, ni non remaso omne de so lignage qui mantoviesse el reismo, et estido la tierra assí luengos tiempos”), sino a que, a través de Fernan González, ha heredado la autoridad de uno de los dos jueces de Castilla elegidos por los “naturales” de la tierra; ahora bien, del otro juez procede Rodrigo Díaz, según se nos proclama solemnemente:

“De el lignage de Nunno Rasuera vino l’emperador de Castiella. E del de Laín Calbo vino mio Cith el Campiador”

y con mio Cid entronca García Ramírez, el restaurador del reino navarro (ya que “Remir Sánchez priso muller la filla del mio Cith el Campiador e ovo en ella al rei don García de Navarra al que dixieron García Remírez”). La exposición genealógica del Liber regum, que reconoce el origen bastardo de Sancho García, el abuelo del Restaurador, está claro que responde a los intereses de la nueva dinastía de reyes de Navarra, para quienes la ascendencia cidiana ofrecía una garantía adicional de respetabilidad en un tiempo en que la independencia del reino restaurado estaba muy amenazada por las ambiciones de sus dos poderosos vecinos, Castilla-León, Aragón- Barcelona. La afirmación con que se concluye la gesta de Mio Cid también parece eco de ese interés de la nueva casa real navarra en explotar su herencia, por vía materna, de la gloriosa sangre de Rodrigo Díaz; pero enfatiza, a la vez, con el plural “los reyes de España”, un suceso favorable a esa inestable nueva monarquía navarra: el fin de las hostilidades con el imperio de Alfonso VII a través del emparentamiento de las casas regias bajo la sombra honrosa de “mio Cid” 61.
------El suceso fue ampliamente celebrado, desde el punto de vista “centralista”, por la Historia Adefonsi Imperatoris. Desde sus orígenes, la Navarra de García Ramírez (a pesar de su renuncia a los territorios najerenses) había tropezado con las aspiraciones de Alfonso VII a un dominio de España similar al de su abuelo Alfonso VI (“totius Ispaniae obtinente”) y su situación se había tornado crítica desde que el Conde de Barcelona Ramón Berenguer IV, cuñado y vasallo del Emperador, se hace cargo del reino de Zaragoza. Tras varios años de guerra amparado en la disidencia portuguesa, el Restaurador, amenazado por la repartición de su reino que llegan a concertar Alfonso VII y el conde barcelonés, se ve en 1140 forzado a reconocer vasallaje al Emperador; pero la continuada hostilidad entre Ramón Berenguer y García Ramírez mantiene el estado de incertidumbre, en tanto Alfonso VII sigue pendiente de la amenaza portuguesa. Arreglado definitivamente el pleito con el Rey de Portugal (set.-oct. 1143), los buenos oficios del conde Alfonso Jordán de Toulouse permitirán establecer una paz duradera y firme entre el Emperador y el Rey de Navarra, sellada con las solemnes bodas, celebradas en León (19 junio, 1144), del rey García de Navarra con la “infantissa” Urraca, que Alfonso VII había engendrado en su muy amada concubina doña Gontroda. La crónica imperial nos describe pormenorizadamente la ceremonia y fiestas, con sus espectáculos tradicionales (tablados, toros, una brutal batalla de ciegos que persiguen a un cerdo) y la turbamulta de histriones, cantores y músicos empleados en alegrar a altos y bajos, el viaje de los recién casados a Pamplona, acompañados de un cortejo de caballeros castellanos y las fiestas de las tornabodas (I, 89-95). La importancia política del suceso se refleja asimismo en la datación de los diplomas, que insistentemente lo recuerdan como principal efeméride de 1144. No parece imposible, por tanto, el admitir que el Mio Cid fuese también compuesto como un relato juglaresco celebrativo de la paz entre el “buen Emperador” (v. 3003) y su yerno el nieto navarro del Cid (Catalán, 1985; mejor, 1995).
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La vinculación del Mio Cid a los puntos de vista navarros de la casa de García Ramírez 62 explicaría, por otra parte, el interés del poeta en rememorar la hostil relación entre el héroe y el conde de Nájera y Grañón García Ordóñez, el “enemigo malo” de Rodrigo Díaz de Vivar, ya que el Restaurador de Navarra fue inicialmente reconocido rey en Nájera, como heredero del gran reino de Navarra que había reconstruido Alfonso I de Aragón, pero pronto tuvo que cederla a Castilla, donde García Garcíaz de Aza, el hijo de ese “enemigo malo” de su abuelo don Rodrigo “el Cid”, ocupaba puestos de confianza al lado del Emperador.63

------7.2. El estudio de otros datos internos, que en el Mio Cid puedan hallarse, de interés para la datación del poema (de su composición, no de cuando se puso por escrito) no contradicen el testimonio del Poema de Almería: los de carácter lingüístico, dada la modernidad del único manuscrito poético conservado y del proceso de modernización y castellanización que el texto ha sufrido (véase atrás § 1), sólo resultan relevantes cuando en la copia sobreviven usos arcaicos; los referentes a costumbres e instituciones tropiezan, a su vez, con la provisionalidad inherente a cualquier “primera documentación” que se alegue respecto a un uso 64. En fin, las referencias históricas que se han querido ver como incompatibles con una composición de la narración a mediados del s. XII (Ubieto, 1973, págs. 48-69 y 188), no han resistido la “crítica de críticas” realizada por Lapesa (1982a; repr. 1985, págs. 32-42; véase también Menéndez Pidal, 1963a, págs. 165-169) 65; en cambio, sigue sobresaliendo como comprobatorio de una composición anterior a 1146 el dato (comentado por Menéndez Pidal, 1944-1946, pág. 1170, basándose en observaciones de 1908-1911, págs. 764-765) que aporta la alusión anacrónica hecha por el poeta (v. 1182) a que “el Rey de Marruecos”, esto es el emperador almorávide Yūsuf ibn Tāšufīn (Yúcef), está en guerra en África con “el de los Montes Claros” (‘el Anti Atlas’), situación militar que sólo se da con posterioridad a los tiempos del Cid, en los años 1140-1146, cuando los almohades, procedentes del Anti-Atlas atacan a los almorávides, amenazando su señorío en Marruecos. Lógicamente, el poeta no trata de reconstruir una situación histórica contemporánea de los hechos del Cid relatados (como cree Montaner, 1993, pág. 505, aplicando una lógica anacrónica), sino que, según era usual en creaciones literarias medievales, transporta la geopolítica del presente al tiempo historiado. Tras la unificación de Marruecos bajo los almohades un poeta no tendría ninguna razón para recordar esa situación política tan circunstancial, tan específica de los años 1140-1146 (Horrent, 1973, págs. 226-227; Lapesa, 1985, pág. 36.

Diego Catalán: "La épica española. Nueva documentación y nueva evaluación" (2001)

NOTAS

58 Rico (1985, n. 6) añade a estos argumentos la observación de que, en la alabanza de Alvar Fáñez del Carmen de expugnatione Almeriae, se incluye la ponderación formularia “y no hubo nunca una lanza mejor (melior hasta) bajo el sereno cielo” (lat.), que recuerda de cerca la correspondiente del Mio Cid: “una fardida lança” (v. 489).

59 Véanse los comentarios de Rico (1985) y de Catalán (1995, n. 120) acerca de la peregrina forma que tiene Smith (1983) de desembarazarse de este dato, molesto para sus elucubraciones, suponiendo tranquilamente que el emparejamiento fue una invención (Dios sabe con qué finalidad) del poeta que cantó en latín la conquista de Almería y que la lectura del Carmen de expugnatione Almariae urbis habría sugerido al autor del Mio Cid la idea de desarrollar ese emparejamiento épico a lo largo de toda su obra.

60 Cfr. Montaner, 1993, págs. 8, y la lista de “autoridades” con que confirma “democráticamente” (dado su número) la existencia de ese *proto-Mio Cid justificativo de la alusión del poeta áulico (gesta supuesta que, por otra parte, los que recurren a ella para zafarse del problema suscitado por la cita del poeta de Alfonso VII consideran, desparpajadamente, como despreciable, carente de interés literario, sin justificar su descalificación en algún dato o argumentación).

61 Naturalmente, el poeta no constata a través de este verso que en todas las casas reinantes de Hispania haya entrado la “sangre” de Rodrigo Díaz (interpretación que ha llevado a las más peregrinas elucubraciones sobre el año en que esa constatación sería verdadera: Ubieto, 1973, págs. 23-28, 189; Lomax, 1977, págs. 75-76; Smith, 1983, pág. 184), sino que utiliza celebrativamente un hecho, conocido de todos los oyentes, para rematar el mensaje de su obra poética (la sententia del drama cidiano que ha desarrollado ante el auditorio), a la vez que con ella sirve a unos intereses políticos contemporáneos.

62 Los dos argumentos históricos de Montaner (1993, pág. 681), con que pretende descalificar esta posible conexión resultan un tanto ridículos: que Garci Ordóñez estuviera casado con una “tía abuela” de Garci Ramírez no creo que impida la enemistad política del Restaurador de Navarra con el hijo del “Crespo de Grañón” cuando ambas familias luchan entre sí por el señorío de Nájera y la Rioja, o el hecho de que el Mio Cid cuente que “el bisabuelo de la novia (Alfonso VI) desterró al abuelo del novio (Rodrigo Díaz)” no me parece que fuera intolerable a oídos del nieto de Alfonso VI (Alfonso VII), toda vez que en la gesta se cuenta cómo el “buen rey” hace justicia y honra a su fiel vasallo.

63 Rico acepta básicamente este análisis de “las implicaciones sociales y políticas” del Mio Cid y concluye a través de ellas: “comprobamos que la concordancia de paisaje anímico nos lleva derechos a un público en concreto, al Far East, al mundo de la frontera del siglo XII” (1993, págs. XVIII-XXII); “la armazón de la gesta, la gran trama de personajes, lugares y acciones debe ponerse en la primera mitad, antes de 1148” (1993, pág. XXXVI). Sorprende que un acendrado “mentalista”, como Martin, que reconoce (1993) la íntima relación ideo lógica entre el Mio Cid (tal como lo conocemos) y la corte de García Ramírez (1134-1150) y entre los intereses de la dinastía cidiana de Pamplona y la difusión de la “materia miocidiana” y que, por otra parte, ve, en la copia del s. XIV del poema, rastros de un original lingüísticamente no castellano posiblemente “navarrizante”, aparte de su mente la tentación de reconocer, en el Mio Cid que conocemos, un carácter celebrativo de la alianza linajística de 1144, tan esperanzadora para la reafirmación del nieto del Cid en su frágil reino navarro. ¿Para qué recurrir a unos hipotéticos y nebulosos “relatos en que se instrumentaría la exaltación de Ruy Díaz” en días de García Ramírez empleando “sistemáticamente... el seudónimo Mio Cid” a fin de confirmar, con el sello de “este modismo onomástico”, “lo exclusivo de una herencia” (1993, pág, 196) que no fueran el Mio Cid, la gesta que podemos aún leer gracias al copista burgalés del s. XIV? ¿Qué valor podía tener en 1200 (tiempo en el que se quiere datar la gesta) para la dinastía navarra, amenazada en la integridad de su reducido reino por las campañas de Alfonso VIII, el resucitar en un Mio Cid políticamente desfasado la función celebrativa de la vieja alianza dinástica entre la descendencia navarra de “mio Cid” y la del “buen” emperador Alfonso VII con que la gesta se remata?

64 Los supuestos datos internos con que Montaner (1993), apoyándose en testimonios procedentes de diversos autores (Russell, 1952; Fletcher, 1976; Hook, 1980; Ubieto, 1973, pág. 67; Gómez de Valenzuela, 1980, pág. 140; Smith, 1983, pág. 358; Riquer, 1983b, págs. 16, 116 y 425; García de Cortázar, 1973, págs. 441-444), pretende “atestiguar” una fecha de composición incompatible con los mediados del s. XII (vv. 24 y 1956; 1508-09; 1587; 2375; 210, 3546 y 895), me parecen todos irrelevantes. Como es notorio para cualquier lexicógrafo o historiador de instituciones y costumbres (sobre todo si ha alcanzado a vivir para hacer segunda edición corregida de su obra), la primera datación documentada de una palabra, de un objeto o de un uso no puede creerse que coincida con la fecha de su “invención” o primera presencia en un ámbito social. Si el primer “sello” de una carta regia conservada es de diciembre de 1146 (Alfonso VII) y el de un noble, de 1153, si “las coberturas de los caballos... en la Península Ibérica no están documentadas hasta 1186”, si la primera noticia de un “gonele” nos la da la gesta de Raoul de Cambrai, si entre los francos como don Jerónimo se tiene noticia de que portaban escudos de armas con figuras animadas o inanimadas entre 1130-1140, si los términos “fijodalgo”, “rico omne”, “señor natural” aparecen en fueros y donaciones durante la “segunda mitad” del s. XII, nada impide que el “juglar” del Mio Cid conociera ya esas palabras en 1144; todo lo contrario, lo hace extremamente probable. Lo mismo cabe decir de la voz “frontera”. Requiere, en cambio, explicación una observación de carácter inverso: el desconocimiento que el poeta tiene de los “maravedís”, esto es, de la moneda emitida en cecas almorávides, resulta muy sorprendente en torno a 1144 (Mateu y Llopis, 1947; en un estudio importante, cuyo olvido por la crítica censura, con razón, Faulhaber, 1976-77, pág. 97, n. 51).

65 Sobre el único argumento de Ubieto que tras la crítica de Lapesa pudiera quedar en pie, la no mención de Cetina en la descripción de los términos de la diócesis de Sigüenza y Tarazona en 1136-1138 (límites confirmados en 1144-1145), véase Catalán, 1995, n. 121.

ÍNDICE DEL CAPÍTULO I: TEMA I: LA ÉPICA EN LENGUA VULGAR AL SUR DE LOS PIRINEOS. TESTIMONIOS DEL SIGLO XIII

* 1. LA ÉPICA ESPAÑOLA. NUEVA DOCUMENTACIÓN Y NUEVA EVALUACIÓN (I)
* 2. EL TESTIMONIO ALFONSÍ. TEMAS CAROLINGIOS DE LA ÉPICA HISPANA
* 3. EL TESTIMONIO ALFONSÍ. TEMAS ESPAÑOLES DE LA ÉPICA HISPANA
*
4. EVALUACIÓN DEL TESTIMONIO ALFONSÍ
* 5. HUELLAS DE LA ÉPICA EN LOS DOS GRANDES HISTORIADORES LATINOS DE LA PRIMERA MITAD DEL S. XIII: EL ARZOBISPO DON RODRIGO Y DON LUCAS.
* 6. EL TESTIMONIO DE FRAY JUAN GIL DE ZAMORA: VERSIONES VARIAS DE UNA MISMA GESTA EN EL S. XIII
* 7. OTROS TESTIMONIOS DEL S. XIII. LOS POEMAS EN ROMANCE DEL MESTER DE CLERECÍA Y UNA CRÓNICA LOCAL
* 8. EVALUACIÓN DE LOS TESTIMONIOS DEL S. XIII COMPLEMENTARIOS DEL TESTIMONIO ALFONSÍ.
* 9. LAS COPIAS POÉTICAS TARDO-MEDIEVALES DE CANTARES DE GESTA A LA LUZ DE LOS TESTIMONIOS INDIRECTOS DEL S. XIII SOBRE LA EPOPEYA.

CAPÍTULO II: TEMA II: TESTIMONIOS DE LA POESÍA ÉPICA AL SUR DE LOS PIRINEOS ANTERIORES AL SIGLO XIII

* 10 II TESTIMONIOS DE LA POESÍA ÉPICA AL SUR DE LOS PIRINEOS ANTERIORES AL SIGLO XIII
* 11 2. LA HISTORIOGRAFÍA EN LATÍN EN EL ÚLTIMO CUARTO DEL SIGLO XII Y LA ÉPICA ORAL: LA HISTORIA DE CASTILLA EN LA CHRONICA NAIARENSIS.

*
12 3. ¿ALCANZÓ LA HISTORIOGRAFÍA ÁRABE DE LA PRIMERA MITAD DEL S. XII A CONOCER UN CANTO ÉPICO CASTELLANO?
*
13 4. LA ÉPICA CASTELLANA Y LA ÉPICA FRANCA EN LA ESPAÑA DE ALFONSO VII
* 14 5. LA PRESENCIA AL SUR DE LOS PIRINEOS DE LAS GESTAS FRANCESAS A MEDIADOS DEL S. XII Y LA TRADICIÓN ÉPICA DEL MEDIODÍA EUROPEO
*
15 6. LA GESTA DEI PER FRANCOS EN COMPOSTELA: EL IACOBUS.
*
16 7. LA ÉPICA CAROLINGIA AL SUR DE LOS PIRINEOS A PRINCIPIOS DEL S. XII

* 17 8. LA ÉPICA CAROLINGIA AL SUR DE LOS PIRINEOS EN EL S. XI.
*
18 9. EVALUACIÓN SUMARIA DE LOS TESTIMONIOS DE LOS SIGLOS XI Y XII.

CAPÍTULO III: TEMA III: LOS TESTIMONIOS POST-ALFONSÍES DE LA CONTINUIDAD DE LA EPOPEYA

* 19  III LOS TESTIMONIOS POST-ALFONSÍES DE LA CONTINUIDAD DE LA EPOPEYA
* 20 2. LA CRÓNICA DE CASTILLA SE HACE CIDIANA: LAS “ENFANCES” DE RODRIGO
*
21 3. LA CRÓNICA FRAGMENTARIA Y LAS LEYENDAS CAROLINGIAS.
* 22 4. LA OBRA HISTORIAL DEL CONDE DON PEDRO DE BARCELOS Y LA EPOPEYA

* 23 5. LA HISTORIOGRAFÍA POSTERIOR A 1344 Y LA SOBREVIVENCIA DE LOS CANTARES DE GESTA.
*
24  6. EVALUACIÓN SUMARIA DE LOS TESTIMONIOS TARDO-MEDIEVALES ACERCA DE LA LONGEVIDAD DE LA POESÍA ÉPICA

CAPÍTULO IV: TEMA IV: LA ÉPICA MEDIEVAL ESPAÑOLA Y ROMÁNICA. LA HERENCIA DE UNA ORALIDAD PRIMITIVA

* 25 1. ÉPICA DE ORÍGENES ORALES Y ÉPICA CULTA
* 26
2.LOS MODELOS CONTEMPORÁNEOS DE POESÍA NARRATIVA ORAL Y LA ÉPICA MEDIEVAL
* 27 3. EL MODO DRAMÁTICO DE LA NARRACIÓN ÉPICA
* 28 4. EL MOLDE PROSÓDICO Y LA GENERACIÓN DEL DISCURSO ÉPICO
* 29 5. LO FORMULARIO ÉPICO Y LA CREACIÓN ORAL
* 30 6. CREACIÓN Y REFUNDICIÓN
* 31 7. LA ETAPA ÁGRAFA DE LA PRODUCCIÓN ÉPICA. RAÍCES DEL GÉNERO.
* 32 8. LA ESCUELA ÉPICA ESPAÑOLA

* 33 9. CARACTERES DE LA ÉPICA ESPAÑOLA. LA VERSIFICACIÓN.
* 34 10. CARACTERES DE LA ÉPICA ESPAÑOLA. TEMAS Y CONTENIDOS IDEOLÓGICOS
* 35 11. LA INTEGRACIÓN DE LA TEMÁTICA CAROLINGIA EN LA TRADICIÓN ÉPICA ESPAÑOLA

CAPÍTULO V: TEMA V: EL MIO CID

* 36 1. EL MANUSCRITO DE VIVAR Y LA GESTA
* 37 2. EL MIO CID, GESTA CABEZA DE SERIE

* 38 3. EL POETA DEL “MIO CID” ANTE LAS CONVENCIONES FORMALES DEL GÉNERO
* 39 4. EL POETA DEL “MIO CID” ANTE LAS CONVENCIONES TEMÁTICAS DEL GÉNERO

* 40 5. EL POETA DEL “MIO CID” ANTE LA MEMORIA DE LAS GESTAS HISTÓRICAS DE RODRIGO
* 41 6. LA “PASIÓN” COMO FUERZA REESTRUCTURADORA DE LA HISTORIA. INTENCIONALIDAD POLÍTICA DEL CANTO ÉPICO
* 42 7. ¿DESDE CUÁNDO SE CANTÓ EL MIO CID?

CAPÍTULO VI: TEMA VI. FORMACIÓN Y DESARROLLO DEL CICLO CIDIANO

* 43 1. LA CREACIÓN DEL PERSONAJE LITERARIO. EL MIO CID Y LAS PARTICIONES DEL REY DON FERNANDO
* 44 2. LAS RECREACIONES JUGLARESCAS Y EL PASADO DE RODRIGO

Diseño gráfico:

La Garduña ilustrada

 

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