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Obras de Diego Catalán

V. EL MIO CID

42.- 7. ¿DESDE CUÁNDO SE CANTÓ EL MIO CID?

 

7. ¿DESDE CUÁNDO SE CANTÓ EL MIO CID?

------7.1. El dato más importante que podemos aducir respecto al canto en la Edad Media del Mio Cid nos lo proporciona el Carmen de expugnatione Almariae urbis de 1147 o 1148, con que se remata la Chronica Adefonsi Imperatoris. Según arriba dijimos (c. II, § 4), el poeta latino, al hacer el loor de los nobles caudillos que participaron en la gloriosa empresa, se detiene ampliamente en la figura de Alvar Rodríguez, cuya prosapia encarece, fijándose, no en el padre, sino en el abuelo, Alvar Fáñez:

“De todos es conocido (y no menos de los enemigos) su abuelo Álvaro. Fue alcázar de lealtad y honradez, ciudad de virtud. Pues he oído decir que aquel ínclito Alvar Fáñez domeñó a los pueblos musulmanes y que las ciudades fuertes y castillos de ellos no pudieron resistírsele” (lat.),

y a continuación pone a este abuelo del personaje objeto del elogio a la altura de la pareja Roldanus-Oliverus considerándola término de comparación ejemplar y dando por conocida de todos la muerte por los agarenos de ambos héroes (sin duda, debido a la difusión en lengua hispana de la gesta de Roldán o Roncesvalles, dada la forma que en el latín del Carmen tienen los nombres de uno y otro héroe claramente derivadas de las correspondientes españolas, no de las francesas u occitánicas, según observa Horrent, 1956, pág. 193 y n. 21). Pero, inesperadamente, en medio del elogio del abuelo de Alvar Rodríguez, surge una comparación de ese abuelo con Rodrigo, el Cid, en la cual se reconoce su mayor excelencia:

“El propio Rodrigo, llamado comúnmente Mio Cid, de quien se canta que nunca fue vencido por sus enemigos, aquél que domeñó a los moros y que igualmente venció a nuestros condes, lo exaltaba, considerándose a sí mismo digno de menor alabanza que él, aunque debo confesar la verdad, que el paso de los días nunca alterará: Mio Cid fue el primero y Álvaro el segundo” (lat.).

La impertinente comparación de Alvar Fáñez con Rodrigo (cuando de lo que se trataba era de elogiar al nieto de Alvar Fáñez), el reconocimiento por el poeta de que hay que aceptar el orden de excelencia “Mio Cid” primero Álvaro segundo a pesar del relevante papel histórico de Alvar Háñez en los reinados de Alfonso VI y de Urraca, el uso tan temprano del apelativo “Mío Cid” como designación de Rodrigo por todos aceptada, la alusión a que ese “Mio Cid” era entonces objeto de cantos, la noticia de que no sólo venció a los moros sino a “nuestros condes”, han convencido a cuantos en la crítica histórico-literaria no se gobiernan exclusivamente por prejuicios de que el poeta áulico de Alfonso VII tenía muy presente en su memoria la gesta cidiana que llamamos Mio Cid (Menéndez Pidal, 1944-1946, págs, 1169-1170; Horrent, 1956, pág. 193, recog. en 1973, pág. 349; Lapesa, 1985, págs. 36-37; Rico, 1985)58. Sólo, el emparejamiento poético, de acuerdo con modelos literarios épicos, del tío (Mio Cid) y el sobrino (Alvar Fáñez) realizada por la gesta romance y el éxito cantado de ésta pueden explicar que el poeta que en 1147 o 1148 se propuso exaltar las glorias imperiales se sintiera forzado a hablar de esa pareja al tratar de un nieto de Alvar Háñez, cuando en la realidad histórica los dos famosos guerreros actuaron con absoluta independencia (Catalán 1985 y 1995). El recuerdo de la pareja Mio Cid - Alvarus ille Fannici, tras haber hecho mención de la formada por Roldanus - Oliverus, se produce “como si los dos poemas se le ocurriesen juntos a la memoria, unidos por una misma tonalidad heroica, formando parte del mismo género épico” (Horrent, 1956, pág. 193).
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Si en 1147 o 1148 se cantaba un poema de Mio Cid en que Alvar Fáñez tenía la posición de deuteragonista y recibía grandes elogios del propio Rodrigo y en que se hacía referencia tanto a las victorias de Rodrigo contra los moros como contra los condes cristianos, resulta imposible no considerar como primera hipótesis la de que ese Mio Cid fuese el compuesto por un poeta romance de San Esteban de Gormaz próximo a la familia del gobernador de Sepúlveda Diego Téllez, vasallo de Alvar Fáñez, y cuyo rasgo más definitorio es precisamente su odio a las grandes familias condales terratenientes en Castilla y León. Quienes creen que el Mio Cid conocido es anterior a 1147 o 1148 no tienen, en general, inconveniente en realizar la identificación 59; sólo aquellos que defienden que el prototipo al cual remonta la copia de Vivar y la prosificación alfonsí no es anterior al s. XIII se ven obligados a suponer la existencia de un poema antecesor, un *proto-Mio Cid de estructura ignota, para explicar la referencia del poeta áulico de Alfonso VII 60.
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El final celebrativo del Mio Cid, vv. 3710-3725, constituye, claro está, la necesaria reparación final de la honra cidiana. Los “segundos” casamientos de las hijas del Cid vienen a completar la “venganza” que había supuesto el resultado del duelo de Carrión:

Los primeros fueron grandes,----- mas aquestos son mijores,
a mayor ondra las casa-----  que lo que primero f[o].
¡Ved qual ondra creçe ----- al que en buen ora naçió,
quando señoras son sus fijas ----- de Navarra e de Aragón!

Aunque con referencia al Cid la exclamación sea inexacta, pues en vida de él sus hijas no fueron señoras de esos reinos pirenaicos, tal afirmación “anacrónica” resulta lo suficientemente próxima a la verdad como para que la podamos considerar un “dato” impuesto a la poesía por la historia y, en consecuencia, evaluar este final de la gesta como revelador de las intenciones generales “políticas” del canto, intenciones cuya importancia hemos ido descubriendo. En efecto, una de las hijas casó con Ramir Sánchez, hijo del “ihante” primogénito bastardo del gran rey de Nájera y Navarra García Sánchez, el que murió en Atapuerca (Catalán 1966) y el hijo de ese matrimonio, García Ramírez, restauró (en 1134) el reino de Navarra, siendo cabeza de una dinastía. Otra de las hijas casó con el Conde de Barcelona Ramón Berenguer el Grande, pero no tuvo un hijo varón que pudiera heredar el condado (Menéndez Pidal 1929, págs. 601-602); no obstante, creo que basta con que el hijo de su marido, el conde Ramón Berenguer IV, fuera en tiempo de Alfonso VII rey consorte de Aragón, poseyera Zaragoza y que a partir de entonces el reino aragonés pasara a ser un apéndice político de la casa condal catalana, para considerar la afirmación poética como históricamente aceptable desde una perspectiva de mediados del s. XII.

------La importancia “histórica” de las bodas “reales” queda subrayada por los versos inmediatos (3724-3725) en que el poeta proyecta sobre el presente todos los hechos a cuya presentación el auditorio ha venido asistiendo:

Oy los rreyes d’España -----sos parientes son.
A todos alcança ondra -----por el que en buen ora naçió.

-------Es imposible prescindir de esta observación final, no ya para tratar de precisar, mediante ella, el tiempo de ese “oy” (según se ha venido haciendo a partir de Menéndez Pidal, 1908-1911), sino para entender qué celebra la historia del Mio Cid, como vio bien uno de sus primeros lectores modernos, Wolf (1831 y 1859).
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Esta forma de concluir la dramática historia de “el que en buena hora nació”, mediante la proyección del pasado sobre el presente a través de un hecho genealógico, sólo adquiere para nosotros todo su sentido original al ponerla al lado de otras visiones genealógicas de la historia de España de fines del s. XII. El llamado Liber regum o Libro de las generaciones, que en su redacción original navarra debe fecharse en 1194-96, ofrece una historia genealógica de los reinos peninsulares (en el marco de otras genealogías) que refleja una concepción de los orígenes de la moderna estructura política de España muy en oposición al punto de vista “centralista” de la historiografía leonesa: el emperador Alfonso VII no debe sus derechos a la continuidad de la monarquía gótica, que se supone extinguida tiempo atrás con Alfonso II el Casto (ya que “est rei don Alfonso non lexó fillo ninguno, ni non remaso omne de so lignage qui mantoviesse el reismo, et estido la tierra assí luengos tiempos”), sino a que, a través de Fernan González, ha heredado la autoridad de uno de los dos jueces de Castilla elegidos por los “naturales” de la tierra; ahora bien, del otro juez procede Rodrigo Díaz, según se nos proclama solemnemente:

“De el lignage de Nunno Rasuera vino l’emperador de Castiella. E del de Laín Calbo vino mio Cith el Campiador”

y con mio Cid entronca García Ramírez, el restaurador del reino navarro (ya que “Remir Sánchez priso muller la filla del mio Cith el Campiador e ovo en ella al rei don García de Navarra al que dixieron García Remírez”). La exposición genealógica del Liber regum, que reconoce el origen bastardo de Sancho García, el abuelo del Restaurador, está claro que responde a los intereses de la nueva dinastía de reyes de Navarra, para quienes la ascendencia cidiana ofrecía una garantía adicional de respetabilidad en un tiempo en que la independencia del reino restaurado estaba muy amenazada por las ambiciones de sus dos poderosos vecinos, Castilla-León, Aragón- Barcelona. La afirmación con que se concluye la gesta de Mio Cid también parece eco de ese interés de la nueva casa real navarra en explotar su herencia, por vía materna, de la gloriosa sangre de Rodrigo Díaz; pero enfatiza, a la vez, con el plural “los reyes de España”, un suceso favorable a esa inestable nueva monarquía navarra: el fin de las hostilidades con el imperio de Alfonso VII a través del emparentamiento de las casas regias bajo la sombra honrosa de “mio Cid” 61.
------El suceso fue ampliamente celebrado, desde el punto de vista “centralista”, por la Historia Adefonsi Imperatoris. Desde sus orígenes, la Navarra de García Ramírez (a pesar de su renuncia a los territorios najerenses) había tropezado con las aspiraciones de Alfonso VII a un dominio de España similar al de su abuelo Alfonso VI (“totius Ispaniae obtinente”) y su situación se había tornado crítica desde que el Conde de Barcelona Ramón Berenguer IV, cuñado y vasallo del Emperador, se hace cargo del reino de Zaragoza. Tras varios años de guerra amparado en la disidencia portuguesa, el Restaurador, amenazado por la repartición de su reino que llegan a concertar Alfonso VII y el conde barcelonés, se ve en 1140 forzado a reconocer vasallaje al Emperador; pero la continuada hostilidad entre Ramón Berenguer y García Ramírez mantiene el estado de incertidumbre, en tanto Alfonso VII sigue pendiente de la amenaza portuguesa. Arreglado definitivamente el pleito con el Rey de Portugal (set.-oct. 1143), los buenos oficios del conde Alfonso Jordán de Toulouse permitirán establecer una paz duradera y firme entre el Emperador y el Rey de Navarra, sellada con las solemnes bodas, celebradas en León (19 junio, 1144), del rey García de Navarra con la “infantissa” Urraca, que Alfonso VII había engendrado en su muy amada concubina doña Gontroda. La crónica imperial nos describe pormenorizadamente la ceremonia y fiestas, con sus espectáculos tradicionales (tablados, toros, una brutal batalla de ciegos que persiguen a un cerdo) y la turbamulta de histriones, cantores y músicos empleados en alegrar a altos y bajos, el viaje de los recién casados a Pamplona, acompañados de un cortejo de caballeros castellanos y las fiestas de las tornabodas (I, 89-95). La importancia política del suceso se refleja asimismo en la datación de los diplomas, que insistentemente lo recuerdan como principal efeméride de 1144. No parece imposible, por tanto, el admitir que el Mio Cid fuese también compuesto como un relato juglaresco celebrativo de la paz entre el “buen Emperador” (v. 3003) y su yerno el nieto navarro del Cid (Catalán, 1985; mejor, 1995).
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La vinculación del Mio Cid a los puntos de vista navarros de la casa de García Ramírez 62 explicaría, por otra parte, el interés del poeta en rememorar la hostil relación entre el héroe y el conde de Nájera y Grañón García Ordóñez, el “enemigo malo” de Rodrigo Díaz de Vivar, ya que el Restaurador de Navarra fue inicialmente reconocido rey en Nájera, como heredero del gran reino de Navarra que había reconstruido Alfonso I de Aragón, pero pronto tuvo que cederla a Castilla, donde García Garcíaz de Aza, el hijo de ese “enemigo malo” de su abuelo don Rodrigo “el Cid”, ocupaba puestos de confianza al lado del Emperador.63

------7.2. El estudio de otros datos internos, que en el Mio Cid puedan hallarse, de interés para la datación del poema (de su composición, no de cuando se puso por escrito) no contradicen el testimonio del Poema de Almería: los de carácter lingüístico, dada la modernidad del único manuscrito poético conservado y del proceso de modernización y castellanización que el texto ha sufrido (véase atrás § 1), sólo resultan relevantes cuando en la copia sobreviven usos arcaicos; los referentes a costumbres e instituciones tropiezan, a su vez, con la provisionalidad inherente a cualquier “primera documentación” que se alegue respecto a un uso 64. En fin, las referencias históricas que se han querido ver como incompatibles con una composición de la narración a mediados del s. XII (Ubieto, 1973, págs. 48-69 y 188), no han resistido la “crítica de críticas” realizada por Lapesa (1982a; repr. 1985, págs. 32-42; véase también Menéndez Pidal, 1963a, págs. 165-169) 65; en cambio, sigue sobresaliendo como comprobatorio de una composición anterior a 1146 el dato (comentado por Menéndez Pidal, 1944-1946, pág. 1170, basándose en observaciones de 1908-1911, págs. 764-765) que aporta la alusión anacrónica hecha por el poeta (v. 1182) a que “el Rey de Marruecos”, esto es el emperador almorávide Yūsuf ibn Tāšufīn (Yúcef), está en guerra en África con “el de los Montes Claros” (‘el Anti Atlas’), situación militar que sólo se da con posterioridad a los tiempos del Cid, en los años 1140-1146, cuando los almohades, procedentes del Anti-Atlas atacan a los almorávides, amenazando su señorío en Marruecos. Lógicamente, el poeta no trata de reconstruir una situación histórica contemporánea de los hechos del Cid relatados (como cree Montaner, 1993, pág. 505, aplicando una lógica anacrónica), sino que, según era usual en creaciones literarias medievales, transporta la geopolítica del presente al tiempo historiado. Tras la unificación de Marruecos bajo los almohades un poeta no tendría ninguna razón para recordar esa situación política tan circunstancial, tan específica de los años 1140-1146 (Horrent, 1973, págs. 226-227; Lapesa, 1985, pág. 36.

Diego Catalán: "La épica española. Nueva documentación y nueva evaluación" (2001)

NOTAS

58 Rico (1985, n. 6) añade a estos argumentos la observación de que, en la alabanza de Alvar Fáñez del Carmen de expugnatione Almeriae, se incluye la ponderación formularia “y no hubo nunca una lanza mejor (melior hasta) bajo el sereno cielo” (lat.), que recuerda de cerca la correspondiente del Mio Cid: “una fardida lança” (v. 489).

59 Véanse los comentarios de Rico (1985) y de Catalán (1995, n. 120) acerca de la peregrina forma que tiene Smith (1983) de desembarazarse de este dato, molesto para sus elucubraciones, suponiendo tranquilamente que el emparejamiento fue una invención (Dios sabe con qué finalidad) del poeta que cantó en latín la conquista de Almería y que la lectura del Carmen de expugnatione Almariae urbis habría sugerido al autor del Mio Cid la idea de desarrollar ese emparejamiento épico a lo largo de toda su obra.

60 Cfr. Montaner, 1993, págs. 8, y la lista de “autoridades” con que confirma “democráticamente” (dado su número) la existencia de ese *proto-Mio Cid justificativo de la alusión del poeta áulico (gesta supuesta que, por otra parte, los que recurren a ella para zafarse del problema suscitado por la cita del poeta de Alfonso VII consideran, desparpajadamente, como despreciable, carente de interés literario, sin justificar su descalificación en algún dato o argumentación).

61 Naturalmente, el poeta no constata a través de este verso que en todas las casas reinantes de Hispania haya entrado la “sangre” de Rodrigo Díaz (interpretación que ha llevado a las más peregrinas elucubraciones sobre el año en que esa constatación sería verdadera: Ubieto, 1973, págs. 23-28, 189; Lomax, 1977, págs. 75-76; Smith, 1983, pág. 184), sino que utiliza celebrativamente un hecho, conocido de todos los oyentes, para rematar el mensaje de su obra poética (la sententia del drama cidiano que ha desarrollado ante el auditorio), a la vez que con ella sirve a unos intereses políticos contemporáneos.

62 Los dos argumentos históricos de Montaner (1993, pág. 681), con que pretende descalificar esta posible conexión resultan un tanto ridículos: que Garci Ordóñez estuviera casado con una “tía abuela” de Garci Ramírez no creo que impida la enemistad política del Restaurador de Navarra con el hijo del “Crespo de Grañón” cuando ambas familias luchan entre sí por el señorío de Nájera y la Rioja, o el hecho de que el Mio Cid cuente que “el bisabuelo de la novia (Alfonso VI) desterró al abuelo del novio (Rodrigo Díaz)” no me parece que fuera intolerable a oídos del nieto de Alfonso VI (Alfonso VII), toda vez que en la gesta se cuenta cómo el “buen rey” hace justicia y honra a su fiel vasallo.

63 Rico acepta básicamente este análisis de “las implicaciones sociales y políticas” del Mio Cid y concluye a través de ellas: “comprobamos que la concordancia de paisaje anímico nos lleva derechos a un público en concreto, al Far East, al mundo de la frontera del siglo XII” (1993, págs. XVIII-XXII); “la armazón de la gesta, la gran trama de personajes, lugares y acciones debe ponerse en la primera mitad, antes de 1148” (1993, pág. XXXVI). Sorprende que un acendrado “mentalista”, como Martin, que reconoce (1993) la íntima relación ideo lógica entre el Mio Cid (tal como lo conocemos) y la corte de García Ramírez (1134-1150) y entre los intereses de la dinastía cidiana de Pamplona y la difusión de la “materia miocidiana” y que, por otra parte, ve, en la copia del s. XIV del poema, rastros de un original lingüísticamente no castellano posiblemente “navarrizante”, aparte de su mente la tentación de reconocer, en el Mio Cid que conocemos, un carácter celebrativo de la alianza linajística de 1144, tan esperanzadora para la reafirmación del nieto del Cid en su frágil reino navarro. ¿Para qué recurrir a unos hipotéticos y nebulosos “relatos en que se instrumentaría la exaltación de Ruy Díaz” en días de García Ramírez empleando “sistemáticamente... el seudónimo Mio Cid” a fin de confirmar, con el sello de “este modismo onomástico”, “lo exclusivo de una herencia” (1993, pág, 196) que no fueran el Mio Cid, la gesta que podemos aún leer gracias al copista burgalés del s. XIV? ¿Qué valor podía tener en 1200 (tiempo en el que se quiere datar la gesta) para la dinastía navarra, amenazada en la integridad de su reducido reino por las campañas de Alfonso VIII, el resucitar en un Mio Cid políticamente desfasado la función celebrativa de la vieja alianza dinástica entre la descendencia navarra de “mio Cid” y la del “buen” emperador Alfonso VII con que la gesta se remata?

64 Los supuestos datos internos con que Montaner (1993), apoyándose en testimonios procedentes de diversos autores (Russell, 1952; Fletcher, 1976; Hook, 1980; Ubieto, 1973, pág. 67; Gómez de Valenzuela, 1980, pág. 140; Smith, 1983, pág. 358; Riquer, 1983b, págs. 16, 116 y 425; García de Cortázar, 1973, págs. 441-444), pretende “atestiguar” una fecha de composición incompatible con los mediados del s. XII (vv. 24 y 1956; 1508-09; 1587; 2375; 210, 3546 y 895), me parecen todos irrelevantes. Como es notorio para cualquier lexicógrafo o historiador de instituciones y costumbres (sobre todo si ha alcanzado a vivir para hacer segunda edición corregida de su obra), la primera datación documentada de una palabra, de un objeto o de un uso no puede creerse que coincida con la fecha de su “invención” o primera presencia en un ámbito social. Si el primer “sello” de una carta regia conservada es de diciembre de 1146 (Alfonso VII) y el de un noble, de 1153, si “las coberturas de los caballos... en la Península Ibérica no están documentadas hasta 1186”, si la primera noticia de un “gonele” nos la da la gesta de Raoul de Cambrai, si entre los francos como don Jerónimo se tiene noticia de que portaban escudos de armas con figuras animadas o inanimadas entre 1130-1140, si los términos “fijodalgo”, “rico omne”, “señor natural” aparecen en fueros y donaciones durante la “segunda mitad” del s. XII, nada impide que el “juglar” del Mio Cid conociera ya esas palabras en 1144; todo lo contrario, lo hace extremamente probable. Lo mismo cabe decir de la voz “frontera”. Requiere, en cambio, explicación una observación de carácter inverso: el desconocimiento que el poeta tiene de los “maravedís”, esto es, de la moneda emitida en cecas almorávides, resulta muy sorprendente en torno a 1144 (Mateu y Llopis, 1947; en un estudio importante, cuyo olvido por la crítica censura, con razón, Faulhaber, 1976-77, pág. 97, n. 51).

65 Sobre el único argumento de Ubieto que tras la crítica de Lapesa pudiera quedar en pie, la no mención de Cetina en la descripción de los términos de la diócesis de Sigüenza y Tarazona en 1136-1138 (límites confirmados en 1144-1145), véase Catalán, 1995, n. 121.

ÍNDICE DEL CAPÍTULO I: TEMA I: LA ÉPICA EN LENGUA VULGAR AL SUR DE LOS PIRINEOS. TESTIMONIOS DEL SIGLO XIII

* 1. LA ÉPICA ESPAÑOLA. NUEVA DOCUMENTACIÓN Y NUEVA EVALUACIÓN (I)
* 2. EL TESTIMONIO ALFONSÍ. TEMAS CAROLINGIOS DE LA ÉPICA HISPANA
* 3. EL TESTIMONIO ALFONSÍ. TEMAS ESPAÑOLES DE LA ÉPICA HISPANA
*
4. EVALUACIÓN DEL TESTIMONIO ALFONSÍ
* 5. HUELLAS DE LA ÉPICA EN LOS DOS GRANDES HISTORIADORES LATINOS DE LA PRIMERA MITAD DEL S. XIII: EL ARZOBISPO DON RODRIGO Y DON LUCAS.
* 6. EL TESTIMONIO DE FRAY JUAN GIL DE ZAMORA: VERSIONES VARIAS DE UNA MISMA GESTA EN EL S. XIII
* 7. OTROS TESTIMONIOS DEL S. XIII. LOS POEMAS EN ROMANCE DEL MESTER DE CLERECÍA Y UNA CRÓNICA LOCAL
* 8. EVALUACIÓN DE LOS TESTIMONIOS DEL S. XIII COMPLEMENTARIOS DEL TESTIMONIO ALFONSÍ.
* 9. LAS COPIAS POÉTICAS TARDO-MEDIEVALES DE CANTARES DE GESTA A LA LUZ DE LOS TESTIMONIOS INDIRECTOS DEL S. XIII SOBRE LA EPOPEYA.

CAPÍTULO II: TEMA II: TESTIMONIOS DE LA POESÍA ÉPICA AL SUR DE LOS PIRINEOS ANTERIORES AL SIGLO XIII

* 10 II TESTIMONIOS DE LA POESÍA ÉPICA AL SUR DE LOS PIRINEOS ANTERIORES AL SIGLO XIII
* 11 2. LA HISTORIOGRAFÍA EN LATÍN EN EL ÚLTIMO CUARTO DEL SIGLO XII Y LA ÉPICA ORAL: LA HISTORIA DE CASTILLA EN LA CHRONICA NAIARENSIS.

*
12 3. ¿ALCANZÓ LA HISTORIOGRAFÍA ÁRABE DE LA PRIMERA MITAD DEL S. XII A CONOCER UN CANTO ÉPICO CASTELLANO?
*
13 4. LA ÉPICA CASTELLANA Y LA ÉPICA FRANCA EN LA ESPAÑA DE ALFONSO VII
* 14 5. LA PRESENCIA AL SUR DE LOS PIRINEOS DE LAS GESTAS FRANCESAS A MEDIADOS DEL S. XII Y LA TRADICIÓN ÉPICA DEL MEDIODÍA EUROPEO
*
15 6. LA GESTA DEI PER FRANCOS EN COMPOSTELA: EL IACOBUS.
*
16 7. LA ÉPICA CAROLINGIA AL SUR DE LOS PIRINEOS A PRINCIPIOS DEL S. XII

* 17 8. LA ÉPICA CAROLINGIA AL SUR DE LOS PIRINEOS EN EL S. XI.
*
18 9. EVALUACIÓN SUMARIA DE LOS TESTIMONIOS DE LOS SIGLOS XI Y XII.

CAPÍTULO III: TEMA III: LOS TESTIMONIOS POST-ALFONSÍES DE LA CONTINUIDAD DE LA EPOPEYA

* 19  III LOS TESTIMONIOS POST-ALFONSÍES DE LA CONTINUIDAD DE LA EPOPEYA
* 20 2. LA CRÓNICA DE CASTILLA SE HACE CIDIANA: LAS “ENFANCES” DE RODRIGO
*
21 3. LA CRÓNICA FRAGMENTARIA Y LAS LEYENDAS CAROLINGIAS.
* 22 4. LA OBRA HISTORIAL DEL CONDE DON PEDRO DE BARCELOS Y LA EPOPEYA

* 23 5. LA HISTORIOGRAFÍA POSTERIOR A 1344 Y LA SOBREVIVENCIA DE LOS CANTARES DE GESTA.
*
24  6. EVALUACIÓN SUMARIA DE LOS TESTIMONIOS TARDO-MEDIEVALES ACERCA DE LA LONGEVIDAD DE LA POESÍA ÉPICA

CAPÍTULO IV: TEMA IV: LA ÉPICA MEDIEVAL ESPAÑOLA Y ROMÁNICA. LA HERENCIA DE UNA ORALIDAD PRIMITIVA

* 25 1. ÉPICA DE ORÍGENES ORALES Y ÉPICA CULTA
* 26
2.LOS MODELOS CONTEMPORÁNEOS DE POESÍA NARRATIVA ORAL Y LA ÉPICA MEDIEVAL
* 27 3. EL MODO DRAMÁTICO DE LA NARRACIÓN ÉPICA
* 28 4. EL MOLDE PROSÓDICO Y LA GENERACIÓN DEL DISCURSO ÉPICO
* 29 5. LO FORMULARIO ÉPICO Y LA CREACIÓN ORAL
* 30 6. CREACIÓN Y REFUNDICIÓN
* 31 7. LA ETAPA ÁGRAFA DE LA PRODUCCIÓN ÉPICA. RAÍCES DEL GÉNERO.
* 32 8. LA ESCUELA ÉPICA ESPAÑOLA

* 33 9. CARACTERES DE LA ÉPICA ESPAÑOLA. LA VERSIFICACIÓN.
* 34 10. CARACTERES DE LA ÉPICA ESPAÑOLA. TEMAS Y CONTENIDOS IDEOLÓGICOS
* 35 11. LA INTEGRACIÓN DE LA TEMÁTICA CAROLINGIA EN LA TRADICIÓN ÉPICA ESPAÑOLA

CAPÍTULO V: TEMA V: EL MIO CID

* 36 1. EL MANUSCRITO DE VIVAR Y LA GESTA
* 37 2. EL MIO CID, GESTA CABEZA DE SERIE

* 38 3. EL POETA DEL “MIO CID” ANTE LAS CONVENCIONES FORMALES DEL GÉNERO
* 39 4. EL POETA DEL “MIO CID” ANTE LAS CONVENCIONES TEMÁTICAS DEL GÉNERO

* 40 5. EL POETA DEL “MIO CID” ANTE LA MEMORIA DE LAS GESTAS HISTÓRICAS DE RODRIGO
* 41 6. LA “PASIÓN” COMO FUERZA REESTRUCTURADORA DE LA HISTORIA. INTENCIONALIDAD POLÍTICA DEL CANTO ÉPICO
* 42 7. ¿DESDE CUÁNDO SE CANTÓ EL MIO CID?

CAPÍTULO VI: TEMA VI. FORMACIÓN Y DESARROLLO DEL CICLO CIDIANO

* 43 1. LA CREACIÓN DEL PERSONAJE LITERARIO. EL MIO CID Y LAS PARTICIONES DEL REY DON FERNANDO
* 44 2. LAS RECREACIONES JUGLARESCAS Y EL PASADO DE RODRIGO

Diseño gráfico:

La Garduña ilustrada

 

41.- 6. LA “PASIÓN” COMO FUERZA REESTRUCTURADORA DE LA HISTORIA. INTENCIONALIDAD POLÍTICA DEL CANTO ÉPICO.

41.- 6. LA “PASIÓN” COMO FUERZA REESTRUCTURADORA DE LA HISTORIA. INTENCIONALIDAD POLÍTICA DEL CANTO ÉPICO.

6. LA “PASIÓN” COMO FUERZA REESTRUCTURADORA DE LA HISTORIA. INTENCIONALIDAD POLÍTICA DEL CANTO ÉPICO.

------6.1. La fugacidad de la presencia de Diego Téllez en la gesta no supone que el episodio épico en que toma parte sea secundario. Todo lo contrario. Cuando Félez Muñoz encuentra y socorre a sus primas, abandonadas y maltratadas, emprende con ellas la huida, temeroso de que regresen los traidores, y recurre a los varones de San Esteban y en especial a Diego Téllez para dejarlas seguras y atendidas (vv. 2809-2823):

Todos tres señeros ------por los rrobredos de Corpes,
entre noch e día------ salieron de los montes;
a las aguas de Duero------ ellos arribados son.
A la Torre de don’ Urraca------ elle las dexó.
A Sant Estevan ------vino Félez Muñoz.
Falló a Diego Téllez, ------ el que de Albarfáñez f[o].
Quando él lo oyó, ------pesol’ de coraçón.
Priso bestias ------e vestidos de pro;
hyva rreçebir ------a don Elvira e doña Sol.
En Sant Estevan------ dentro las metió.
Los de Sant Estevan, ------ siempre mesurados son,
quando sabién esto, ------ pesóles de coraçón.
A llas fijas del Çid ------danles esfurç[i]ó[n].
Allí sovieron ellas ------fata que sanas son.

------Puesto que todo el motivo temático de la afrenta de Corpes es invención poética, no es la memoria histórica del poeta la que impone la presencia de Diego Téllez en la acción del poema, sino la decisión, libremente tomada, de “regalar” a este personaje histórico el papel de “buen samaritano”40. No es de creer que la oferta a una persona concreta de un papel tan noble fuera hecha “de gracia”; considero necesario suponer una vinculación muy directa del poeta con la familia del que fue tenente de Sepúlveda y que vivió en los días de Rodrigo de Vivar (Catalán 1985 y 1995).
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Hecha esta consideración, me parece evidente que el recuerdo de Diego Téllez es complementario de la predilección mostrada por el poeta respecto a San Esteban de Gormaz, “una buena çipdad” (v. 398), y por sus habitantes, a quienes el poeta no sólo dedica el elogio del v. 2820 (“siempre mesurados son”) sino otros varios (“varones de Sant Estevan, a guisa de muy pros...”, v. 2847; “Graçias, varones de Sant Estevan, que sodes coñoscedores...”, v. 2851), lugar al que también “regala” el poeta el colocar en él la acogida de las hijas del héroe en el momento más dramático de su vida de ficción. Ante las notables expresiones de elogio a que acabamos de aludir y en vista de otras razones que a continuación recordamos, Horrent (1966) se muestra convencido de que “si no era natural de San Esteban, el poeta del Cid se consideraba a sí mismo como tal” (fr., pág. 615; seguido por Martin, 1979, pág. 85); y lo mismo piensan Chalon (1976, pág. 126) y Rico (1993, pág. XIX).
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Ya Menéndez Pidal, desde sus primeros estudios (1908-1911, págs. 68-73) había llamado la atención sobre un hecho muy significativo: en los itinerarios de los personajes del Mio Cid sólo se describen con detalle y con innecesarias precisiones de topónimos, muchos de ellos insignificantes (pertenecientes a la microtoponimia sólo conocida por los habitantes de un pequeño territorio), dos comarcas vecinas, la de en torno a Medinaceli y la de en torno a San Esteban de Gormaz (observación que muchos críticos modernos soslayan, por no convenir con sus hipótesis, pero que Rico, 1993, pág. XIX, con toda razón califica de “incontrovertible”). Sin embargo, consideró que “Medina figura en la gesta del Cid sólo por el afecto especial del poeta; San Esteban por derecho propio” (pág. 73), dado que “el tema capital en que [el juglar] pensaba continuadamente al escribir su obra es, según observó Wolf [1831, pág. 240; recog. en 1859, pág. 46], el matrimonio de las hijas del Cid (vv. 282, 825, 1373-77, 1385-92, 1650, 1768, 1879, 2275, 2496), su afrenta y su venganza (3715-22)”; y que, por tanto “todo el interés se centra en el suceso que se desarrolla en el robledo de Corpes, cerca de San Esteban” (págs. 71-72). A mi modo de ver (Catalán, 1985 y 1995), la propia razón que llevó a Menéndez Pidal a preferir Medinaceli como patria del poeta es la que exige hacerlo natural de San Esteban, ya que en ese núcleo de topónimos en torno a la villa, no sólo convergen los itinerarios más diversos recorridos por los personajes en la ficción del poema, sino la acción principal inventada libremente por el poeta. Un último argumento confirmatorio de que el poeta se crió en San Esteban (Horrent, 1966, pág. 614, apoyándose en Menéndez Pidal, 1913, pág. 30, recog. 1963a, págs. 19-20) lo representa la alusión lacónica, como de todos conocida, a una leyenda local de los alrededores de San Esteban (“a ssiniestro dexan a Griza, que Alamos pobló, / allí son Caños do a Elpha ençerró; / a diestro dexan a Sant Estevan...”), vv. 2694-2696, que no sólo es hoy indescifrable (aunque Menéndez Pidal, 1958, recog. 1963a, págs 179-186, lograse iniciar un acercamiento a su sentido, ampliamente glosado por García Pérez, 1993), sino que probablemente lo sería para buena parte del auditorio contemporáneo de la gesta.
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El localismo geográfico del Mio Cid no se manifiesta únicamente, por tanto, en el despliegue de conocimientos sobre la microtoponimia de ciertas comarcas o en un innecesario crecimiento de las descripciones de ciertas jornadas de viaje, sino que determina la estructura misma de la gesta. Para nada importa cuántas veces nombra el poeta (y desde qué momento de la acción) a Valencia, cabeza del señorío histórico de Rodrigo Díaz 41, para que sea patente la desproporción con que se contemplan diferentes áreas del campo de acción del Cid histórico: Nada nos dice la historia latina del Campeador acerca de su actividad bélica como desterrado en los valles altos del Henares (reino de Toledo) y del Jalón (reino de Zaragoza), a la cual el poema dedica 446 versos (siendo muy posible que los sucesos en ellos narrados no respondan a ningún hecho real, según arriba dijimos); en cambio, las diferentes etapas en el establecimiento del dominio cidiano sobre Valencia (cuyos detalles tan bien conocemos por la Historia Roderici y por Ibn ءAlqama), se despachan de forma tan simplificada y esquematizada en la gesta poética que sólo ocupan 135 versos 42. Está claro que los primeros pasos en la “guerra guerreada” de la mesnada del exiliado interesan más, como tema, al poeta extremadano que la conquista del feudo levantino, al igual que el alcáyaz de Molina 43, fiel vasallo de mio Cid, es para él una figura digna de canto, mientras nada dice (ni sabe) de personajes de tanto relieve histórico como al-Qādir o Ibn Ŷaḥḥaf, a quienes el Rodrigo histórico vino a substituir en el señorío del reino de Valencia.
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Si, en el mapa mental del poeta, Valencia y la mar salada (por donde sale el sol) constituyen un lugar privilegiado en el cual el héroe puede obtener “aver e tierra e oro e onor”, no por ello dejan de hallarse situadas en una lejanía (“de Valencia misma, nada dice que necesitase una visión personal”, Horrent, 1966, pág. 611). Paralelamente, en el otro extremo geográfico, el reino todo de Alfonso VI, Castilla incluida (con exclusión de la frontera), figura también en la gesta, pese a las raíces burgalesas del héroe, como un espacio, amplio y profundo, aún más lejano que el Levante mediterráneo, pues sólo reclama la atención del poeta por su extensión y variedad, denotadoras de grandeza (vv, 2923-2926):

rrey es de Castiella----- e rrey es de León
e de las Asturias----- bien a san Çalvador,
fasta dentro de Sancti Yaguo----- de todo es señor
e llos condes gallizianos----- e él tienen por señor.

Cuando los enviados del Cid se alejan de la Extremadura castellana del alto Duero, aunque hallan una amable acogida en el rey y entre algunos de su entorno, sienten invariablemente, a la vez, el peso de un “grand bando” hostil al Campeador. Es obvio que el poeta no se siente cómodo en esas tierras, para él muy ajenas, a través de las cuales hace transitar a sus personajes sin que presten la más mínima atención al camino (Catalán 1985 y 1995). Con razón ha llegado a decir Molho (1977, pág. 245) que “la leyenda del Cid, tal como se plasma en el Cantar, es esencialmente una leyenda anticastellana nacida en tierras fronterizas”.
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La contraposición y hostilidad mutua entre los caballeros “estremadanos” y la nobleza castellana es un hecho social histórico generalmente ignorado, pero tan relevante como para haber sido considerado por la historiografía aristocrática factor esencial del desastre de Alfonso VIII en Alarcos (1195), debido a que el máximo representante de la nobleza castellana,

“don Diego, señor de Vizcaya, e los fijos dalgo non estavan pagados del rey, por que dixiera que tan buenos eran los cavalleros de las villas de Estremadura (e) como los fijos dalgo e tan bien encavalgantes e tan bien armados commo ellos, e por esto que dixo non le ayudaron en aquella lid commo devieran, ca non eran con el rey sus coraçones dellos, por que tovieron que les dixiera grand desonrra” (Crónica de Castilla) 44.

Ante testimonios tan claros de la pertenencia del poeta a la Extremadura castellana, como los que hemos venido recordando, cuesta trabajo entender que, de tarde en tarde, resurjan en la crítica los intentos de situar en Burgos, en el monasterio de Cardeña, la elaboración de la gesta; tal suposición responde únicamente al viejo prejuicio (basado en la autoridad de Bédier) de que el núcleo de cualquier leyenda épica hay que buscarlo en el culto monástico de las reliquias de un personaje histórico cuya memoria interesó revitalizar para atraer hacia el lugar sacro turistas-peregrinos 45.
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Con el carácter “estremadano”, fronterizo, de la gesta cidiana se relaciona también la importancia concedida al tema de las “parias” que pagan los moros “protegidos”, origen del enfrentamiento del “salido” de la tierra con el Conde de Barcelona y, después, base de su gran riqueza, pues, según el prudente moro de paz Abengalvón concede (vv. 1524-26):

maguer que mal le queramos, ----- non gelo podremos f[ar],
en paz o en guerra -----de lo nuestro abrá;
muchol’ tengo por torpe----- qui non conosçe la verdad.

El tema, ciertamente, no es anacrónico respecto a las acciones del Cid en Levante, pues, aunque el derrumbamiento en 1092 del sistema de “parias” (tras la conquista de al-Andalus por los lamtuníes) debió de provocar en el interior del reino castellano-leonés un fuerte síndrome de abstinencia de “aver monedado”, dada la “auroflebotomía” heredada de los tiempos inmediatamente anteriores, el sistema, pese a los esfuerzos de  Yūsuf ibn Tašufīn, se mantuvo vigente en todo el Levante (desde Denia hacia el Norte) mientras el Cid vivió (1099) 46. Sin embargo, una vez caído el Levante en poder almorávide (1102-1114), sólo renacieron las esperanzas cristianas de revivir aquella plenitud dineraria cuando, debido a la presión de los almohades (del Rey de los Montes Claros, como recuerda el Mio Cid, v. 1182), el imperio almorávide entra en crisis y se forman las nuevas Taifas (Córdoba, Valencia, Mértola, Murcia). Nos consta que en 1144 los nuevos reyezuelos andaluces intentaban ganarse la benevolencia de los cristianos depredadores volviendo a la vieja política del pago de parias “según nuestros padres dieron a vuestros padres” (lat.), como testimonia la Historia Adefonsi Imperatoris (eds. Sánchez Belda, 1950, pág. 149; Maya, 1990, pág. 240); y en el reestablecimiento de este sistema de beneficios compitieron, pronto, de nuevo, como en tiempos del Cid, los “francos” (catalanes o ultrapirenaicos), los navarros y los extremadanos.

------6.2. El conflicto entre el Cid (y sus compañeros de exilio) y el “grand bando” de ricos-hombres castellanos y leoneses, “desde Zamora hasta Pamplona”, capitaneado por el conde don García de Nájera, de que nos hablan tanto la gesta romance como la historia latina del héroe (§ 50), no es presentado en la epopeya como un conflicto “geográfico” o meramente interfamiliar, sino como un conflicto “clasista”, como una consecuencia de la radical oposición social e ideológica entre un infanzón de la baja nobleza (y los de su clase), cuyo único medio de vida es la guerra, y la alta nobleza de los ricos-hombres, con solares conocidos, cargados de “onores” y con gran predicamento en la corte (cfr. Cotrait, 1977, págs. 237-248 y Barbero, 1984). Todo lector de la gesta cidiana se ha sentido sorprendido por el papel central que en ella tienen el dinero y los objetos preciados: el escalonado triunfo del desterrado se va midiendo, paso a paso, por su adquisición de riquezas en la guerra (caballos, sillas, frenos, espadas, guarniciones) y su obtención de “aver monedado” a través de las “parias” que extrae de los moros y mediante otras transacciones (venta de lo apresado, rescates, etc.); esa riqueza “mueble” es lo que le permite atender a su mujer e hijas mientras él se halla expatriado, pagar a sus fieles vasallos, reclutar mercenarios y recobrar poco a poco, el “amor” de su rey (para una detallada exposición de cómo el Mio Cid enfatiza las ganancias del Cid, cfr. Martin, 1979, págs. 57-75, Duggan, 1989, y Catalán, 1995, págs. 121-124). Pero esta extraordinaria capacidad de enriquecimiento mediante la acción que el Campeador ha demostrado avivará el deseo de los infantes de Carrión de casarse con sus hijas “a su ondra e a nuestra pro” (como explican sin rebozo al propio rey, v. 1888), con lo que se inicia el conflicto subsiguiente, cuando los orgullosos hijos del conde don Gonzalo descubren que de la vida en frontera (v. 2320)

catamos la ganancia e la pérdida no

y que esas riquezas sólo se obtienen y mantienen con las manos puestas en la espada.
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En contraste con el dinero y objetos preciados que han hecho ricos al “salido” de la tierra y a sus vasallos, el poder de los ricos-hombres de la corte de Alfonso tiene una muy distinta base económica (Catalán, 1985 y, mejor, 1995, págs. 124-126): el solar (las tierras y villas poseídas en heredad). Así, cuando los infantes de Carrión deciden abandonar Valencia, llevándose a sus mujeres, ofrecen al Cid (vv. 2563-2564/5):

levar las hemos -----a nuestras tierras de Carrión;
meter las hemos en las villas ----que les diemos por arras e por onores

y el propio Cid se hace entonces eco del contraste entre un tipo y otro de economía, diciendo a sus yernos (vv. 2570-2571):

vos les diestes villas por arras -----en tierras de Carrión,
hyo quiero les dar axuvar -----tres mill marcos de [valor]

y además mulas, palafrenes, caballos, vestidos y espadas. Por ello, llegado el momento del juicio en las cortes de Toledo, a la demanda del ofendido (v. 3206):

¡Den me mis averes, ------quando myos yernos no son!

uno de los infantes se verá precisado a contestar, confesando la falta de liquidez (v. 3236b):

Averes monedados non tenemos nos,

por lo que el conde don Ramón, que actúa de juez, exigirá a los infantes que paguen en “apreçiadura” (mulas, palafrenes, espadas, guarniciones). Pero estos ricos-hombres de solares conocidos no tienen riqueza mueble bastante y, en vista de ello

emprestan les de lo ageno, que non les cumple lo so (v. 3248).

y hasta temen que para satisfacer la deuda contraída:

pagar le hemos de heredades en tierras de Carrión (v. 3223).

-------Con la presentación dramática de este conflicto social el poeta del Mio Cid pone bien de manifiesto que su “historia” de Rodrigo Díaz no tiene como finalidad satisfacer la curiosidad de las gentes acerca de la vida del Campeador o dar noticia sobre pormenores de su acción guerrera, sino, todo lo contrario, utilizar la prestigiosa personalidad del héroe para difundir, mediante la creación de un poderoso drama, un sistema de valores ético-políticos y proponer un nuevo orden más favorable a los intereses de los nuevos grupos sociales en alza. Ese nuevo orden se hacía en el s. XII necesario en virtud de la reestructuración económica, política, social y cultural que se había iniciado en la Península a partir de los años finales del reinado de Alfonso VI, cuando el cese de las “parias” andaluzas, una vez destruidos por los almorávides los reinos de Taifas, provoca en Castilla y Tierra de Campos una tensión social tan grave que da lugar al enfrentamiento generalizado de los “pardos” (caballeros ciudadanos o villanos) y de sus aliados los burgueses ruanos, con la aristocracia y los monjes terratenientes (Catalán, 1985; 1995). Aunque la agitación se extendió (1110-1116) desde los Montes de Oca hasta Zamora y el Esla, las consecuencias de esa crisis social fueron más perdurables en los límites orientales de Castilla y en la Extremadura castellana debido a la intervención navarro-aragonesa a favor de los “pardos”. El apoyo de los ricos-hombres, obispos, monjes y judíos a la reina doña Urraca hizo transitorio el triunfo de los “revolucionarios” en Tierra de Campos y en Burgos; pero Alfonso I recobró Nájera para Navarra (expulsando a los herederos del conde García Ordóñez), pobló Soria y se asentó firmemente en las tierras del alto Duero, desde Almazán a San Esteban de Gormaz, dominándolas hasta su muerte (1134). En esos agitados tiempos se producen cambios que justifican el reproche de Molho a la crítica (1977, pág. 245): “La España del Cid ha dado paso a la España de Mio Cid, de que nadie habla”47.
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Sólo teniendo presentes las tensiones que se manifiestan en ese periodo de gran agitación social comprenderemos la base histórica de la simpatía de los burgueses de Burgos hacia el infanzón de Vivar y la ironía con que el poeta trata a los judíos del castillo de la misma ciudad, el papel favorable al Cid de los señores francos (don Anrique y don Remond, yernos del rey, y don Beltrán) y la enemistad de los condes castellanos, así como la figura del hacendado caballero ciudadano Martín Antolínez, aparte del rencor que el poeta guarda a las familias que se agrupan bajo el liderazgo del conde don García, el “enemigo malo” de Rodrigo Díaz.
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En efecto, la exaltación del modelo de caballero que representa el infanzón de Vivar, expulsado del reino por la malevolencia de los poderosos ricos-hombres de Castilla y Tierra de Campos que rodean al rey, pero capaz, no ya de ganarse el pan, sino el oro y un señorío:

Antes fu minguado, ----- agora rico so,
que he aver e tierra----- e oro e onor,

no es para el poeta del Mio Cid objetivo suficiente; necesita, por añadidura, destruir la imagen de la aristocracia terrateniente. Por ello rompe con el modelo épico tradicional (hasta el punto de atraer el reproche de uno de los más apasionados defensores de su obra, Menéndez Pidal, 1913, pág. 71, recog. 1963a, pág. 43, juicio reiterado en pág. 209) y no concede a los “traidores” o enemigos, con que su héroe se enfrenta, grandeza heroica, trágica, sino que, apasionadamente, utiliza contra ellos todos los recursos de la invención literaria: no sólo, como el más redomado libelista político que podamos imaginar, les achaca crímenes que la documentación histórica nos obliga a rechazar como imposibles (maltrato por los infantes de Carrión de sus mujeres e intención de hacerlas morir 48) y los abruma con sentencias condenatorias que nunca padecieron (tras el juicio de Toledo y la ordalía de Carrión quedan por “malos e traidores”, una vez probada su “menos valía”) 49, sino que los descalifica y empequeñece hasta convertirlos en figuras cómicas, utilizando contra los orgullosos ricos hombres “de natura... de los condes mas limpios” el arma más eficaz de todas, el ridículo. En efecto, maestro en el arte de empequeñecer a los grandes 50, destruye sistemáticamente su imagen, ya sea mediante evaluaciones soltadas al paso: “largo de lengua, mas en lo ál no es tan pro” (sobre Asur González) o mediante contrastes físicos: “Asur Gonçález entrava por el palaçio / manto armiño e un brial rrastrando, / vermejo viene ca era almorçado”, ya sea aprovechando la voz de sus personajes: “eres fermoso mas mal varragán; / lengua sin manos ¿cuemo osas fablar?” (sobre Fernando), “antes almuerças que vayas a oraçion, / a los que das paz, fártaslos aderredor” (sobre Asur), “quando pris a Cabra, e a vos por la barba, / non y ovo rrapaz que non messó su pulgada” (sobre el conde don García) 51, ya sea en escenas cómicas 52 como la de la vergonzosa huida de los infantes al escaparse el león, con que comienza el último “cantar”. No son, pues, razones estrictamente literarias (como ha sostenido la crítica moderna) las que llevan al poeta de “mio Cid” a subvertir el modelo representado por la vida real de Rodrigo Díaz el Campeador transformándolo a su arbitrio, sino su pasión política, su deseo de proponer un modelo de sociedad distinto del que representan esos personajes cortesanos que brillaron en tiempos de Alfonso VI con extraordinario esplendor y en quien los ricos-hombres que en sus propios tiempos ocupan la cúpula de la aristocracia de Castilla y León tienen sus antecesores. La violencia con que en la fabula del Mio Cid y en el desarrollo de ella se asalta la memoria de ese conjunto de personajes históricos sólo se explica sabiendo que sus descendientes no han desaparecido del escenario de la historia. Baste recordar, como ejemplo máximamente representativo, que el hijo del conde García Ordóñez, García Garcíaz de Aza, gozó de tal predicamento junto a Alfonso VII y Sancho III que, muertos estos reyes, se le encomendaría la tutoría del rey niño Alfonso VIII.

 ------6.3. Estas consideraciones, acerca de cómo la pasión histórica (de la historia entonces vivida) resulta fundamental en la estructuración de los datos proporcionados por la memoria histórica de un pasado no muy lejano y en el tratamiento literario, genérico, de los mismos, apoyan la idea de que, pese a la omnipresencia del Campeador en la gesta, el “actante” a cuya transformación se asiste en ella es el “buen rey”. En efecto, a pesar del carácter “un tanto demiúrgico” de su figura 53, está claro que en el curso del poema evoluciona, presionado por el héroe, en el ejercicio de sus funciones regias, desde una incapacidad de actuar por encima de los que “an part en la cort”, merecedora del reproche de los burgueses de Burgos: ¡Dios, qué buen vasallo, si oviesse buen señor”54, hasta erigirse en un rey capaz de garantizar a la clase emergente de los infanzones un trato igual ante la justicia 55, negándose a propiciar la impunidad de que creían gozar para sí los ricos-hombres 56 y protegiendo decididamente al Cid y a los suyos de las asechanzas en el interior del reino de que ellos se preveían víctimas 57.
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El Mio Cid rompe los moldes épicos tradicionales, identificando la venganza (v. 3714) con el proceso judicial que se abre con la convocatoria de las cortes de Toledo para dar “derecho” al quejoso y que se cierra cuando el padre de los retados, Gonzalo Ansúrez, concede: “vençudo es el campo, quando esto se acabó” y ratifican los fieles “esto oímos nos” (vv. 3690-92), no a causa de una supuesta moderación que los nuevos tiempos exigieran a los dramas épicos, sino porque la implantación de un firme sistema de derecho, bajo la indiscutida autoridad regia, constituía, sin duda, una cuestión clave para el robustecimiento de las clases emergentes de infanzones y burgueses en la movible sociedad de la “España del Mio Cid”. La ley, su desarrollo, su práctica y su casuística, nunca fue tema secundario para el estamento nobiliario (considerado en todo su amplio espectro), tanto en lo relativo a sus relaciones con el rey como en la organización de las relaciones intraestamentales; por ello, los problemas legales fueron siempre tema vivo en la epopeya, género literario en que se reflejan (a la vez que en él se miran) los principios asumidos por esa amplia clase dominante, modélica. En el Mio Cid la novedad esencial consiste, no en la introducción de un proceso legal, ni en las instituciones y prácticas descritas (véase, por ejemplo, Pavlović / Walter, 1982), sino en la fe en que un juicio, en que se oye a las partes, es la forma mejor de garantizar la paz del reino.

Diego Catalán: "La épica española. Nueva documentación y nueva evaluación" (2001)

NOTAS

40 Como le llama Chalon (1967, pág. 235), sin parar a preguntarse por la razón que pudo mover al poeta a remover los huesos del personaje.

41 Si en el Segundo Cantar el topónimo “Valencia”, con 61 ocurrencias, se cita más que cualquier otro (Pellen, 1976a) ello no se debe a la exaltación de la hazañosa conquista de la ciudad. Lo que importa es que, como señor de ella, Rodrigo ha cumplido su plan de hacer de sus hijas un “buen partido”. El nombre tradicional dado a ese cantar, el de “las Bodas”, está bien elegido; en modo alguno se trata de un “Cantar de la conquista de Valencia” (como pretende Pellen).

42 Esta desproporción tan flagrante seguía sorprendiendo a Northup (1942), aunque ya Menéndez Pidal (1908-1911) la había puesto en relación con el “localismo” geográfico revelado por la gesta.

43 Avengalbón, alcáyaz de Molina, “amigo de paz”, “amigo natural”, “amigo sin falla” del Cid, es, ciertamente, en el poema “ejemplo” del moro andalusí que acepta, como realidad inevitable, la condición de vasallo de un señor cristiano bajo cuya protección ejerce sus propios derechos señoriales en el distrito del que es ءid, ‘alcáyaz, gobernador’, y como tal “ejemplo” reúne en sí características genéricas. Pero ello no obsta para que su nombre y, muy probablemente, su localización geo-histórica procedan, como parece, de la historia (Menéndez Pidal, 1944-46, págs. 1212-1213): del alcaide Ibn Galbūn, citado por Ibn al-Aṯīr (cuya biografía conocida reúne Huici, 1971).

44 Cito por el ms. P. (Para el contexto véase Prieto, 1991, cap. VII, § 10, págs. 306-310).

45 Los esfuerzos por revalidar en la epopeya española esta famosa explicación del nacimiento de los poemas épicos franceses avanzada en su día por Bédier (Russell, 1958; Lacarra Lanz, 1977; Smith, 1986) son un tomar el rábano por las hojas: el que, andados los tiempos, en fecha tardía, los monjes de Cardeña traten de aprovechar la histórica vinculación al monasterio, tanto de Rodrigo Díaz (que fue procurador del abad, según documento de 1073) como de Jimena (que llevó a él el cuerpo de su marido, muerto en Valencia), mostrando a turistas piadosos o curiosos no sólo el cuerpo incorrupto del Cid, sino la espada Tizona, el escaño en que se sentó Rodrigo en las Cortes de Toledo y la tumba de Babieca entre dos álamos, sólo son prueba de la difusión alcanzada por la ficción poética del Mio Cid. En palabras de Chalon (1976, págs. 45-46 y nn. 79-80), el abad don Sancho “es una creación del poeta: En 1081, fecha de la condena al exilio del Campeador, el abad que regía el convento de San Pedro de Cardeña no se llamaba don Sancho, sino don Sisebuto... Esta discordancia entre la poesía y la historia no puede ser atribuida a un error del copista: Sancho figura en la asonancia de una serie en a.o (vv. 243 y 246)... Después de su muerte [del abad don Sisebuto], la Iglesia... le concedió el honor supremo de la canonización... San Sisebuto, no cabe dudarlo, debió de seguir siendo famoso en los anales del monasterio de Cardeña. Que el Poema se equivoque a propósito del nombre del abad de San Pedro constituye un golpe decisivo a la vieja tesis según la cual había sido escrito en Cardeña para servir los intereses del monasterio. ¿Cómo imaginar que un monje de San Pedro —o un poeta pagado por los monjes— que dispondría de los archivos del convento haya podido cometer semejante confusión?” (fr.). En cuanto a la fechación en el s. XII, defendida por Barceló (1967-68) de la noticia del Libro de Memorias y aniversarios de Cardeña en que se alude a los de “Myo Çid Roy Diaz” y “donna Ximena muger de myo Çid”, está claro que es inaceptable. Se trata evidentemente de un texto romance tardío; según Smith (1983, pág. 72), sería de mediados del s. XIII.

46 Un buen resumen del origen, importancia y duración del sistema de parias hasta 1090 y de su prolongación en Levante hasta 1110 puede verse en Lacarra, 1965b, con precisiones de gran interés para comprender el poder económico alcanzado por el Cid histórico.

47 Mi interpretación de las conexiones ideológicas entre el Mio Cid y la revolución “burguesa” descrita por el Anónimo de Sahagún y por la Historia Compostellana (Catalán, 1985 y 1995) coincide, en líneas generales, con la de Molho (1977), glosada e ilustrada doctamente por Martin (1979, págs. 41-56), salvo en ciertos detalles que resultan ser de especial importancia para la lectura socio-política de la gesta: los judíos no pertenecen a la clase burguesa ni militan en su bando (Catalán, 1995, n. 70), de ahí que el poeta cidiano no los vea con la misma simpatía que a los burgueses de Burgos (sobre éstos, Catalán, 1995, n. 66). Uso el término “coincide” porque al redactar por primera vez mi estudio (para una conferencia dada en 1983) desconocía estas publicaciones; la “coincidencia” es natural al compartir con Molho y con Martin una concepción de cómo se construyen los relatos históricos y manejar una misma documentación medieval. Mi concepción de la ideología del poeta de Mio Cid concuerda quizá más con la de Molho (1977) que con la de Martin (1979) en cuanto que le considero más interesado en el estamento de los caballeros pardos “estremadanos”, de los infanzones, que en el de sus “aliados” ruanos o burgueses (pero cfr. a este respecto las págs. 77-81 de Martin).

48 “Majadas e desnudas ---a grande desonor / desenparadas las dexaron---- en el rrobredo de Corpes / a las bestias fieras -----e a las aves del mont” (vv. 2944-2946).

49 Creo convincente la réplica de Menéndez Pidal (1962) a Merêa (1960 y 1962) sobre el carácter judicial, de ordalía, que en el poema tiene el reto de Carrión (aún después de la contestación de Merêa, 1963). También se muestra convencido Chalon (1976, pág. 169), después de considerar detenidamente el pasaje de “los duelos judiciales de Carrión” (fr.). Es de notar que los vv. 3714-3715 en boca del Cid: “Grado al Rey del çielo mis fijas vengadas son, / agora las ayan quitas heredades de Carrión” expresan de forma terminante que, como resultado del duelo, las hijas del Cid obtendrán ‘libres, exentas’ las heredades de Carrión, esto es las villas que sus ex-maridos les dieron en su día “por arras e por onores” (cfr. vv. 2564/5 y 2570). “Honor” en términos morales y en términos económicos son dos caras de la misma realidad: de la venganza obtenida conforme a derecho. Naturalmente, el vencimiento de los infantes en duelo es una ficción sin base histórica, como reconoce Menéndez Pidal incluso en sus últimos escritos (1963a, págs. 116-118).

50 Que no sólo practica con los ricos hombres de Tierra de Campos, en León, y de la Rioja, en Castilla, sino también con “francos”, como el Conde de Barcelona, o moros, como el rey Búcar. La más elaborada de todas las escenas en que se utiliza el humor parar degradar a un gran personaje es la del conde don Remond de Barcelona, a cuya comicidad colaboran, mano a mano, la ironía del narrador y la del propio personaje del Cid. Ha sido bien comentada por Montgomery (1962). Y, desde luego, visto el papel preponderante que en el “bando” cortesano hostil al Campeador tiene “el enemigo malo” de Rodrigo, el famoso conde de Nájera y Grañón Garci Ordóñez (apoyado por Alvar Díaz de Oca), el empeño de Puértolas (1976) y de sus epígonos por descubrir en el Mio Cid el tema de la hostilidad castellana hacia León (y hacia un rey de origen leonés) contra toda evidencia textual sólo es explicable como dependencia ideológica respecto al prejuicio moderno acerca de los orígenes castellanos del nacionalismo español.

51 Mio Cid, vv. 2173, 3374-3375, 3327-3328, 3384-3385, 3288-3289.

52 El recurso a la comicidad y a la ironía (en el relato del narrador o protagonizado por el Cid) fue destacado por Alonso (1941, págs. 90-91) y comentado, no siempre apreciativamente, por Menéndez Pidal (1963a, págs. 207-209) creyéndolo exclusivamente justificado por el deseo de dar a los oyentes un descanso en la sostenida tensión heroico-trágica. Siguió viéndolo así De Chasca (1967), págs. 101-103

53 Correa (1952, págs. 187-189). Cfr. Vàrvaro (1969, pág. 71).

54 Mio Cid, v. 20. Creo rechazable la lectura de este verso con un “sí” acentuado, equivalente a ‘así’, que propuso A. Alonso (1944).

55 “Con el que toviere derecho yo dessa parte me so” (v. 3147).

56 “Prenden so conssejo assí parientes commo son, / rruegan al rrey que los quite desta cort” (2988-2989).

57 Por temor a que los del bando de los condes revolviesen la corte en Toledo, el Cid se cubre con la cofia a fin de “que non le contalassen los pelos” y prende con el cordón su barba y, a la vez, manda ir a los suyos armados bajo los vestidos de gala. Asimismo, cuando los vasallos del Cid se dirigen hacia el solar de los infantes a Carrión, todos los parientes de los retados acuden “bien adobados” maquinando “que, si los pudiessen apartar a los del Campeador, / que los matassen en campo por desondra de su señor”, pero no se atreven a hacerlo por miedo al rey (vv. 3540-3544). No obstante, antes de la lid, don Alfonso cree necesario advertir a los infantes: “Estos tres cavalleros de mio Çid el Campeador / hyo los adux a salvo a tierras de Carrión, / aved vuestro derecho, tuerto non querades vos, / ca qui tuerto quisiere fazer, mal gelo vedaré yo” (vv. 3598-3601)

ÍNDICE DEL CAPÍTULO I: TEMA I: LA ÉPICA EN LENGUA VULGAR AL SUR DE LOS PIRINEOS. TESTIMONIOS DEL SIGLO XIII

* 1. LA ÉPICA ESPAÑOLA. NUEVA DOCUMENTACIÓN Y NUEVA EVALUACIÓN (I)
* 2. EL TESTIMONIO ALFONSÍ. TEMAS CAROLINGIOS DE LA ÉPICA HISPANA
* 3. EL TESTIMONIO ALFONSÍ. TEMAS ESPAÑOLES DE LA ÉPICA HISPANA
*
4. EVALUACIÓN DEL TESTIMONIO ALFONSÍ
* 5. HUELLAS DE LA ÉPICA EN LOS DOS GRANDES HISTORIADORES LATINOS DE LA PRIMERA MITAD DEL S. XIII: EL ARZOBISPO DON RODRIGO Y DON LUCAS.
* 6. EL TESTIMONIO DE FRAY JUAN GIL DE ZAMORA: VERSIONES VARIAS DE UNA MISMA GESTA EN EL S. XIII
* 7. OTROS TESTIMONIOS DEL S. XIII. LOS POEMAS EN ROMANCE DEL MESTER DE CLERECÍA Y UNA CRÓNICA LOCAL
* 8. EVALUACIÓN DE LOS TESTIMONIOS DEL S. XIII COMPLEMENTARIOS DEL TESTIMONIO ALFONSÍ.
* 9. LAS COPIAS POÉTICAS TARDO-MEDIEVALES DE CANTARES DE GESTA A LA LUZ DE LOS TESTIMONIOS INDIRECTOS DEL S. XIII SOBRE LA EPOPEYA.

CAPÍTULO II: TEMA II: TESTIMONIOS DE LA POESÍA ÉPICA AL SUR DE LOS PIRINEOS ANTERIORES AL SIGLO XIII

* 10 II TESTIMONIOS DE LA POESÍA ÉPICA AL SUR DE LOS PIRINEOS ANTERIORES AL SIGLO XIII
* 11 2. LA HISTORIOGRAFÍA EN LATÍN EN EL ÚLTIMO CUARTO DEL SIGLO XII Y LA ÉPICA ORAL: LA HISTORIA DE CASTILLA EN LA CHRONICA NAIARENSIS.

*
12 3. ¿ALCANZÓ LA HISTORIOGRAFÍA ÁRABE DE LA PRIMERA MITAD DEL S. XII A CONOCER UN CANTO ÉPICO CASTELLANO?
*
13 4. LA ÉPICA CASTELLANA Y LA ÉPICA FRANCA EN LA ESPAÑA DE ALFONSO VII
* 14 5. LA PRESENCIA AL SUR DE LOS PIRINEOS DE LAS GESTAS FRANCESAS A MEDIADOS DEL S. XII Y LA TRADICIÓN ÉPICA DEL MEDIODÍA EUROPEO
*
15 6. LA GESTA DEI PER FRANCOS EN COMPOSTELA: EL IACOBUS.
*
16 7. LA ÉPICA CAROLINGIA AL SUR DE LOS PIRINEOS A PRINCIPIOS DEL S. XII

* 17 8. LA ÉPICA CAROLINGIA AL SUR DE LOS PIRINEOS EN EL S. XI.
*
18 9. EVALUACIÓN SUMARIA DE LOS TESTIMONIOS DE LOS SIGLOS XI Y XII.

CAPÍTULO III: TEMA III: LOS TESTIMONIOS POST-ALFONSÍES DE LA CONTINUIDAD DE LA EPOPEYA

* 19  III LOS TESTIMONIOS POST-ALFONSÍES DE LA CONTINUIDAD DE LA EPOPEYA
* 20 2. LA CRÓNICA DE CASTILLA SE HACE CIDIANA: LAS “ENFANCES” DE RODRIGO
*
21 3. LA CRÓNICA FRAGMENTARIA Y LAS LEYENDAS CAROLINGIAS.
* 22 4. LA OBRA HISTORIAL DEL CONDE DON PEDRO DE BARCELOS Y LA EPOPEYA

* 23 5. LA HISTORIOGRAFÍA POSTERIOR A 1344 Y LA SOBREVIVENCIA DE LOS CANTARES DE GESTA.
*
24  6. EVALUACIÓN SUMARIA DE LOS TESTIMONIOS TARDO-MEDIEVALES ACERCA DE LA LONGEVIDAD DE LA POESÍA ÉPICA

CAPÍTULO IV: TEMA IV: LA ÉPICA MEDIEVAL ESPAÑOLA Y ROMÁNICA. LA HERENCIA DE UNA ORALIDAD PRIMITIVA

* 25 1. ÉPICA DE ORÍGENES ORALES Y ÉPICA CULTA
* 26
2.LOS MODELOS CONTEMPORÁNEOS DE POESÍA NARRATIVA ORAL Y LA ÉPICA MEDIEVAL
* 27 3. EL MODO DRAMÁTICO DE LA NARRACIÓN ÉPICA
* 28 4. EL MOLDE PROSÓDICO Y LA GENERACIÓN DEL DISCURSO ÉPICO
* 29 5. LO FORMULARIO ÉPICO Y LA CREACIÓN ORAL
* 30 6. CREACIÓN Y REFUNDICIÓN
* 31 7. LA ETAPA ÁGRAFA DE LA PRODUCCIÓN ÉPICA. RAÍCES DEL GÉNERO.
* 32 8. LA ESCUELA ÉPICA ESPAÑOLA

* 33 9. CARACTERES DE LA ÉPICA ESPAÑOLA. LA VERSIFICACIÓN.
* 34 10. CARACTERES DE LA ÉPICA ESPAÑOLA. TEMAS Y CONTENIDOS IDEOLÓGICOS
* 35 11. LA INTEGRACIÓN DE LA TEMÁTICA CAROLINGIA EN LA TRADICIÓN ÉPICA ESPAÑOLA

CAPÍTULO V: TEMA V: EL MIO CID

* 36 1. EL MANUSCRITO DE VIVAR Y LA GESTA
* 37 2. EL MIO CID, GESTA CABEZA DE SERIE

* 38 3. EL POETA DEL “MIO CID” ANTE LAS CONVENCIONES FORMALES DEL GÉNERO
* 39 4. EL POETA DEL “MIO CID” ANTE LAS CONVENCIONES TEMÁTICAS DEL GÉNERO

* 40 5. EL POETA DEL “MIO CID” ANTE LA MEMORIA DE LAS GESTAS HISTÓRICAS DE RODRIGO
* 41 6. LA “PASIÓN” COMO FUERZA REESTRUCTURADORA DE LA HISTORIA. INTENCIONALIDAD POLÍTICA DEL CANTO ÉPICO
* 42 7. ¿DESDE CUÁNDO SE CANTÓ EL MIO CID?

CAPÍTULO VI: TEMA VI. FORMACIÓN Y DESARROLLO DEL CICLO CIDIANO

* 43 1. LA CREACIÓN DEL PERSONAJE LITERARIO. EL MIO CID Y LAS PARTICIONES DEL REY DON FERNANDO
* 44 2. LAS RECREACIONES JUGLARESCAS Y EL PASADO DE RODRIGO

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La Garduña ilustrada

40.-5. EL POETA DEL “MIO CID” ANTE LA MEMORIA DE LAS GESTAS HISTÓRICAS DE RODRIGO


5. EL POETA DEL “MIO CID” ANTE LA MEMORIA DE LAS GESTAS HISTÓRICAS DE RODRIGO

------5.1. El Mio Cid trata de las vicisitudes vitales de Rodrigo Díaz, el Campeador, un caballero de la baja nobleza (un infanzón) natural del pequeño lugar de Vivar (junto a Burgos), desde que por primera vez es desterrado de Castilla por Alfonso VI  (en 1081), hasta que, con la derrota de los almorávides en Bairén y la conquista de Murviedro, consigue asegurar su señorío feudal sobre el reino moro de Valencia y acomete la reforma de la catedral, instaurando en ella como obispo al cluniacense transpirenaico Jerónimo de Périgord (en 1098). No hay duda de que el poeta somete sus conocimientos históricos a una organización literaria en busca de unos determinados efectos: “En el Poema del Cid lo histórico tiene como misión y sentido servir de sostén a lo poético (a lo epicomítico)”, conforme resume bien Castro (1960, pág. 45). Nadie lo ha negado o dejado de observar. Pero Menéndez Pidal, desde sus primeros estudios cidianos y con más énfasis según completaba sus conocimientos sobre algunos personajes secundarios y ampliaba la base teórica de su aproximación a la epopeya, llamó muy especialmente la atención de la crítica acerca de la extraordinaria “historicidad” de la gesta (en contraste con la progresiva novelización que luego sufrió en refundiciones posteriores); según sus apreciaciones, el “verismo” o “realismo” del relato poético está cimentado en un conocimiento exacto, aunque teñido de localismo, de personajes y pormenores de la vida real del héroe. Ello se debería a que la epopeya cidiana nos ha llegado en una versión muy vieja y a que, en sus orígenes, todo canto épico es “historia cantada”. Estas afirmaciones, que han servido de punto de partida a una polémica, siempre renovada desde los días en que Spitzer (1948) y Menéndez Pidal (1949a) cruzaron cortésmente sus lanzas, requieren una reformulación a la luz de una concepción diversa de la función de los cantares de gesta al tiempo de su creación. Es cierto, y no debe de disminuirse polémicamente el peso de esas observaciones, que, como Menéndez Pidal ha notado, el poema de Mio Cid, tal cual nos es conocido, conserva (mejor o peor recordados, más o menos adaptados a la fabula literaria) abundantísimos “datos” que corroboran o complementan hechos que sabemos son ciertos; que recuerda, además, con extraña exactitud, la primitiva frontera entre moros (reinos de Toledo y de Zaragoza) y cristianos (Extremadura castellana) en la zona próxima a San Esteban de Gormaz, antes de que la conquista del reino toledano por Alfonso VI  (1085) la alterase, así como la diferente relación que con el reino de al-Qādir y el de los Ibn Hud mantenía en aquellos precisos tiempos el rey Alfonso (ya que el reino toledano estaba bajo su protectorado y no el de Zaragoza); que la nómina de personajes relacionados con Rodrigo y de personajes hostiles a Rodrigo proporcionada por el poema es un impresionante recuerdo histórico que ningún documento escrito coetáneo guardó ni pudo guardar... Pero esta acendrada memoria de un entramado de hostilidades banderizas entre clanes, de situaciones geo-históricas locales y de múltiples hechos relacionados con la vida del Campeador, si bien exige para el trabajo de creación poética una proximidad temporal a la “España del Cid” (a cuya reconstrucción tanto contribuyó el propio Menéndez Pidal), en nada se opone a que la fabula del Mio Cid sea íntegramente invención literaria (según defienden, desde puntos de vista diversos, múltiples críticos de Menéndez Pidal). Por otra parte, la consideración de esa fabula como narración literaria, no presupone (frente a lo que muchos de esos críticos piensan, desde Spitzer, 1948, hasta hoy) que la construcción carezca de propósitos históricos o, si se prefiere, políticos. Como toda historia, la cantada en el Mio Cid pretende presentarnos el modelo de un pasado reconstruido (dialécticamente restaurado) para uso del presente. No cabe, a mi ver, mayor “historicidad” en un texto.
------
En términos prácticos, la reevaluación (o desvaloración, si se quiere) de la “historicidad” del Mio Cid supone, tomémoslo como ejemplo, considerar que, en principio, la ruta del destierro seguida por el Cid y su mesnada desde que abandona Castilla hasta que ataca las tierras de Huesa y Montalbán pueda ser toda ella tan “poética” como la del viaje de doña Ximena cuando el rey permite que se traslade a Valencia o la que con destino a Carrión se interrumpe, con el maltrato y abandono de las hijas del Cid por sus maridos, en el robledal de Corpes. En efecto, si bien el poeta sabe que Rodrigo estuvo en Barcelona antes de que la rivalidad por el dominio del Levante le llevara a combatir con el Conde de Barcelona y a hacerlo prisionero en el pinar de Tévar (según revelan los vv. 962-963), la sucesión de hechos que cuenta, todos ellos con precisas indicaciones geográficas, desde el momento que cruza la Sierra de Miedes hasta la prisión del Conde, no permiten (ni temporal ni espacialmente) tan sustancial desvío en el itinerario del desterrado 31. En la historia, parece muy probable (como piensa Chalon, 1976, págs. 170-175) que si (conforme cuenta sumariamente la Historia Roderici, § 12), Rodrigo, al ser desterrado, se exilió primero en Barcelona y sólo después entró al servicio de al-Muqtadir († octubre 1081) y de al-Mustaءin, reyes sucesivos de Zaragoza, el desterrado no tuviera que ganarse su primer pan en tierra de moros pasando por las proximidades de San Esteban de Gormaz y sorprendiendo, con argucias de caudillo fronterizo, a los moros de Castejón de Henares (en el reino de Toledo) y a los de Alcocer sobre Jalón (en el reino de Zaragoza). A mi parecer, el conjunto de episodios bélicos mediante los cuales el “salido de la tierra” muestra en la gesta cómo puede vivir una hueste sobre terreno enemigo acudiendo a un “arte” de la guerra en que el ingenio y la prudencia son imprescindible complemento del valor (Gargano, 1986), no fueron concebidos para dar “noticia” de unas correrías históricas del Campeador y, no hay por qué concederles credibilidad como información puntual (pese a lo creído por Alfonso X, que las cuenta y glosa con especial cuidado, y a los intentos de Menéndez Pidal de armonizar el testimonio poético con el de la Historia latina 32); son, meramente, reflejo “verista” de un modo de hacer la guerra 33, que, no necesitaba de fuentes eruditas ni para que los caballeros de la Extremadura vivieran efectivamente de él, ni para que un poeta de la misma área lo describiera utilizando al Cid como paradigma 34. Caso algo diferente es el de la prisión y liberación del Conde de Barcelona Berenguer Ramón (y no Ramón Berenguer, que dice el poema) en el pinar de Tévar, hecho famoso del que el Mio Cid guarda memoria en forma complementaria a lo que cuentan, del lado cidiano, la Historia Roderici 35 y, con el natural distanciamiento, Ibn ءAlqama 36. La localización en Tévar de la prisión del Conde de Barcelona creo que debe tenerse por cierta una vez que tenemos documentación medieval que sitúa el topónimo en las proximidades de los molinos de Ràfels, en términos de Montroig de Tastavins (Menéndez Pidal, 1969a, págs. 757-758), ya que esos molinos y las condiciones del terreno justifican la elección por Rodrigo Díaz de ese lugar como campamento en su guerra depredadora por tierras moras en las montañas al norte de Morella. Aunque el cantor cidiano confunde (¿a sabiendas?) en una realidad única las dos prisiones históricas del Conde por el Cid (en 1082, durante su primer destierro y en 1090, durante el segundo), tiene memoria fiel de algunos pormenores históricos y del ambiente del enfrentamiento de 1090 (cfr. Menéndez Pidal, 1969a, págs. 376-388); aun así, su reconstrucción no deja de ser, ante todo, un cierre especialmente bien conseguido del primer Cantar, gracias a la elaboración que realiza de la escena del convite (un hecho que sabemos que es histórico 37), escena cómica magistral, en el curso de la cual el narrador y su héroe compiten en  la tarea de humillar al orgulloso y desconfiado conde barcelonés (Montgomery, 1962) mediante la ironía y el empleo, a su costa, de un juego de palabras (basado en la polisemia de “franco”: ‘francés’, ‘libre’, ‘generoso’), escena en que la superioridad moral del “salido” de la tierra, caudillo de una hueste de “malcalçados” sobre el orgulloso conde franco, resulta manifiesta 38.
------
Una utilización similar por parte del poeta de sus conocimientos acerca de personajes allegados al Campeador (o que, por alguna razón, hubo interés en mostrarlos vinculados a él) y de personajes que fueron enemigos suyos (o pudieron serle hostiles en la corte de Alfonso VI) hace posible la presencia en el Mio Cid de unas dramatis personae que nos sorprenden, de una parte, por su pertenencia a los tiempos de Rodrigo, siendo como en su mayoría son desconocidos para la historia escrita de esos tiempos (Menéndez Pidal, 1963a, págs. 113-116) 39, de otra, por su notable caracterización en tanto actores en el drama ficticio representado (Alonso, 1941). Su “exactitud” (al corresponderse con personajes de los tiempos historiados en el poema) no pudo el poeta haberla conseguido mediante trabajosas investigaciones de archivo, revolviendo oscuros documentos monacales o catedralicios referentes a derechos de propiedad, transacciones, etc., con la finalidad de autorizar mediante la utilización de unos nombres históricos las invenciones de la fabula ideada, pues, al ser sólo de él conocidos por los años en que escribía, mal podían funcionar como testigos garantes de la credibilidad del texto producido. En vista de que una tal hipótesis, aunque haya sido presentada (Smith, 1983) como si respondiera a las exigencias de la ciencia positiva, no es digna de consideración seria (Montgomery, 1983b), sólo cabe pensar, con Menéndez Pidal (1963a, pág. 115) que la memoria del poeta alcanzó a recordar la existencia, vinculaciones familiares y alianzas de esa red de personajes de la alta y baja nobleza debido a su relativa cercanía al tiempo de lo referido. En una sociedad estamental y en que el modelo de familia cognática es en el estamento nobiliario predominante, nada puede sorprender que la memoria de esas relaciones y los nombres de múltiples personajes interrelacionados se conserve durante bastantes decenios. Pero, aunque “la gran mayoría de los treinta y dos [o treinta y tres] personajes cristianos del Poema de Mio Cid están documentados históricamente”, debe notarse (con Chalon, 1976, pág. 80) que ello en nada impide que, “sobre el fondo de los elementos históricos, el poeta borde a su gusto, exagere intencional o intencionalmente el papel de ciertos protagonistas”, o que, por otra parte, nos sea preciso “desechar como insostenible, en el plano histórico, la hipótesis de la presencia en el entorno del Campeador, en los momentos en que el Cantar los hace actuar, de algunos otros personajes” (fr.). Es más, por conveniencias de la fabula, el poeta puede conceder al sobrino más conocido de Rodrigo, Alvar Háñez “Minaya” el papel de deuteragonista, sacándolo (según ya dijimos) de su contexto vital histórico, o crear, como contramodelo del rico-hombre cortesano, “lengua sin manos”, que se supone es el infante de Carrión Fernan González, la figura de Pero Vermuóz, manos sin lengua (“Pero Mudo”, ‘Pedro Tartamudo’), recordando a cierto caballero castellano que ya en 1069 era potestad y que, por lo tanto, no responde bien, por su edad, al papel poético que se le asigna; si bien don Jerónimo pudo ser un obispo transpirenaico con ideas y vocación guerrera a lo cruzado, no es posible aceptar, desde luego, que pidiese las “primeras heridas” en la batalla del Cuarte (1094), ya que sólo llegó a Valencia en 1097; etc. Con Chalon (1976, pág. 145) debemos concluir que “el examen del conjunto del poema nos muestra que a su autor no le perturba mezclar la ficción poética y el realismo histórico, ni atribuir a personajes reales acciones ficticias o anacrónicas” (fr.).
------
Esta conclusión resulta especialmente importante al encontrarla verificada en la escena que protagoniza Diego Téllez, “el que de Alvarfáñez f[o]”. La historicidad (tardíamente descubierta por Menéndez Pidal, 1929, pág. 596) de este personaje y el hecho de que la documentación histórica haga muy digna de crédito su vinculación vasallática respecto a Alvar Háñez (puesto que en 1086 gobernaba Sepúlveda, ciudad en cuyo poblamiento, diez años atrás, 1076, había tenido parte muy importante Alvar Háñez) sólo admiraron a Menéndez Pidal en vista de la insignificancia para la acción poética que su presencia en el v. 2814 del Mio Cid tenía y consideró que “indudablemente Diego Téllez es un resto de veracidad involuntaria, propia de un relato actual o casi” (Menéndez Pidal, 1963a, pág. 113), por lo que exclama: “¡hasta tal punto esta poesía se muestra fraguada toda ella sobre la realidad histórica vivida en el siglo XI!” (Menéndez Pidal, 1947a, pág. 559). Pero lo realmente sorprendente es que, súbitamente, aparezca en la narración un personaje histórico, no impuesto por la fabula (ya que no es una de las dramatis personae del poema), para protagonizar una acción de la que, obviamente, no fue actor en la realidad de la historia, puesto que las hijas del Cid no fueron dejadas por los infantes de Carrión en la espesura del robledal de Corpes para que acabaran con ellas las fieras del bosque.
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Creo que la fortuita aparición de Diego Téllez en la narración tiene mucha mayor importancia que la que se le ha concedido, ya que los propósitos del autor de un canto épico sólo resultan manifiestos cuando una modificación de la historia no está justificada por el modelo genérico o cuando la alteración del modelo genérico no está determinada por la presión del referido histórico (Catalán, 1985 y 1995).

Diego Catalán: "La épica española. Nueva documentación y nueva evaluación" (2001)

 

NOTAS

31 El recordar este hecho situándolo fuera de la cadena temporal y espacial de sucesos que ha ido creando desde la salida de Vivar no supone, a mi parecer, que lo coloque necesariamente antes de que se produzca el destierro (como Chalon, 1976, pág. 176, con lógica de historiador, deduce).

32 En 1947a (4ª ed.) y 1969 (7ª ed.), las últimas ediciones extensas de la España del Cid que incorporan novedades y revisiones del autor, aún supone Menéndez Pidal que “esta incursión que cuenta el Poema (425-509)... es probablemente un confuso recuerdo de la misma cabalgada que causó el destierro” (1969a, pág. 275, n. 3). Acéptanlo Horrent (1964b, págs. 462-463) y Chalon (1976, págs. 170-171).

33 Mostrar la validez de una lectura “literaria” del episodio de Castejón es el propósito de uno de los artículos cidianos de Horrent (1963).

34 Creo que es ésta también la creencia de Montaner (1993, págs. 433-436), aunque la acumulación indiscriminada de referencias a opiniones inarmonizables de multitud de críticos oscurezca su juicio crítico. Pensar, como Smith (1975), que para idear los ardides que permiten al Cid poético tomar Castejón y Alcocer le fue necesario al autor del Mio Cid consultar el Bellum Iugurthinum, o algún manual de composición literaria y retórica usado en una escuela monacal o catedralicia que contuviera pasajes de Salustio, y el Strategamata de Frontinus, o extractos de él en una colección de pasajes de interés militar o incorporados a un desconocido manual de retórica, me parece tan absurdo como suponer a Rodrigo Díaz preparando sus campañas contra al-Haŷib de Lérida leyendo en la Farsalia la campaña de César contra Petreo y Afrasio. Véase la moderada, pero aplastante, exposición de Baldwin (1984) sobre las tácticas de engaño y emboscada en Oriente y Occidente y su llamada de atención a la nueva crítica (también Chalon, 1978 y 1984, págs. 258-262). No menos ridículo, a la vista de la documentación recordada por Baldwin, resulta el empeño de Ubieto (1973) de demostrar (¡hasta con gráficos!) que la táctica guerrera del Cid poético fue inventada por los cristianos en la batalla de Alarcos (1195) y que semejante argumentación impide fechar el poema antes de esa fecha (págs. 56-63).

35 Con Chalon (1976, pág. 178), y frente a las suposiciones de Kienast (1939, pág. 64, n. 2), Menéndez Pidal (1964-1969, pág. 382, n. 2) y Montaner (1993, pág. 26) considero casuales las semejanzas en algún detalle entre la Historia Roderici y el Mio Cid; ni exigen la lectura del texto historiográfico latino por el autor del texto poético romance, ni el recurso a un supuesto “cantar” noticiero previo (ni latino, ni romance). Cuando un texto medieval depende de otro texto las huellas son patentes, “textuales”, no se copian vagas reminiscencias, ni se recurre ocasionalmente a un detalle informativo suelto. También argumenta en esta dirección Rico (1993, pág. XXVII), sintiéndose autorizado para “negar con rotundidad que el juglar hubiera manejado la Historia Roderici”.

36 Gracias a Ibn ءAlqama (que conocemos en pasaje utilizado por Alfonso X en su Estoria de España) sabemos que, si los moros auxiliares del Cid tuvieron un destacado papel en su estratagema para vencer al Conde de Barcelona (PCG, págs. 563b31-564a14), los francos también contaban con fuerzas aliadas moras, sean del rey de Zaragoza al-Mustaءın, sean del Rey de Lérida, Tortosa y Denia al-Haŷib, a cuya cuenta combatían (PCG, pág. 562a46-b13). Comprobamos así que el Mio Cid no inventó la presencia de moros (v. 988) entre las gentes del conde (como sugiere, indirectamente, Chalon, 1976, pág. 176, n. 137 bis).

37 La Historia Roderici se preocupa en detallar que, aunque Rodrigo se negó a recibir en su tienda al orgulloso Conde, “ordenó prestamente que se les diese [a los presos] vituallas en abundancia” (lat.).

38 Al fusionar la prisión en Tévar, cuando ya el Cid es un potentado, con la de 1082, en los primeros años difíciles de exilio a sueldo del Rey de Zaragoza, el poeta se atiene a su concepción de la mesnada cidiana, constituida por unos hombres que aún viven “en tierra de moros prendiendo e ganando / e dormiendo los dias e las noches trasnochando” (Chalon, 1976, págs. 180-181).

39 Nadie ha podido mostrar que el poeta recurriese a informaciones sobre la vida de Rodrigo Díaz y sus relaciones con otros personajes coetáneos previamente recogidas en escrito. Basta para llegar a esta conclusión negativa la vaguedad con que Montaner (1993, págs. 11-12) alude a que el “conjunto de fuentes biográficas a disposición de un poeta que trabajaba hacia 1200 pudo ser relativamente amplio”, sin poder espigar de las “autoridades” críticas que invoca ni una sola prueba de dependencia informativa respecto a las biografías cidianas entonces existentes.

ÍNDICE DEL CAPÍTULO I: TEMA I: LA ÉPICA EN LENGUA VULGAR AL SUR DE LOS PIRINEOS. TESTIMONIOS DEL SIGLO XIII

* 1. LA ÉPICA ESPAÑOLA. NUEVA DOCUMENTACIÓN Y NUEVA EVALUACIÓN (I)
* 2. EL TESTIMONIO ALFONSÍ. TEMAS CAROLINGIOS DE LA ÉPICA HISPANA
* 3. EL TESTIMONIO ALFONSÍ. TEMAS ESPAÑOLES DE LA ÉPICA HISPANA
*
4. EVALUACIÓN DEL TESTIMONIO ALFONSÍ
* 5. HUELLAS DE LA ÉPICA EN LOS DOS GRANDES HISTORIADORES LATINOS DE LA PRIMERA MITAD DEL S. XIII: EL ARZOBISPO DON RODRIGO Y DON LUCAS.
* 6. EL TESTIMONIO DE FRAY JUAN GIL DE ZAMORA: VERSIONES VARIAS DE UNA MISMA GESTA EN EL S. XIII
* 7. OTROS TESTIMONIOS DEL S. XIII. LOS POEMAS EN ROMANCE DEL MESTER DE CLERECÍA Y UNA CRÓNICA LOCAL
* 8. EVALUACIÓN DE LOS TESTIMONIOS DEL S. XIII COMPLEMENTARIOS DEL TESTIMONIO ALFONSÍ.
* 9. LAS COPIAS POÉTICAS TARDO-MEDIEVALES DE CANTARES DE GESTA A LA LUZ DE LOS TESTIMONIOS INDIRECTOS DEL S. XIII SOBRE LA EPOPEYA.

CAPÍTULO II: TEMA II: TESTIMONIOS DE LA POESÍA ÉPICA AL SUR DE LOS PIRINEOS ANTERIORES AL SIGLO XIII

* 10 II TESTIMONIOS DE LA POESÍA ÉPICA AL SUR DE LOS PIRINEOS ANTERIORES AL SIGLO XIII
* 11 2. LA HISTORIOGRAFÍA EN LATÍN EN EL ÚLTIMO CUARTO DEL SIGLO XII Y LA ÉPICA ORAL: LA HISTORIA DE CASTILLA EN LA CHRONICA NAIARENSIS.

*
12 3. ¿ALCANZÓ LA HISTORIOGRAFÍA ÁRABE DE LA PRIMERA MITAD DEL S. XII A CONOCER UN CANTO ÉPICO CASTELLANO?
*
13 4. LA ÉPICA CASTELLANA Y LA ÉPICA FRANCA EN LA ESPAÑA DE ALFONSO VII
* 14 5. LA PRESENCIA AL SUR DE LOS PIRINEOS DE LAS GESTAS FRANCESAS A MEDIADOS DEL S. XII Y LA TRADICIÓN ÉPICA DEL MEDIODÍA EUROPEO
*
15 6. LA GESTA DEI PER FRANCOS EN COMPOSTELA: EL IACOBUS.
*
16 7. LA ÉPICA CAROLINGIA AL SUR DE LOS PIRINEOS A PRINCIPIOS DEL S. XII

* 17 8. LA ÉPICA CAROLINGIA AL SUR DE LOS PIRINEOS EN EL S. XI.
*
18 9. EVALUACIÓN SUMARIA DE LOS TESTIMONIOS DE LOS SIGLOS XI Y XII.

CAPÍTULO III: TEMA III: LOS TESTIMONIOS POST-ALFONSÍES DE LA CONTINUIDAD DE LA EPOPEYA

* 19  III LOS TESTIMONIOS POST-ALFONSÍES DE LA CONTINUIDAD DE LA EPOPEYA
* 20 2. LA CRÓNICA DE CASTILLA SE HACE CIDIANA: LAS “ENFANCES” DE RODRIGO
*
21 3. LA CRÓNICA FRAGMENTARIA Y LAS LEYENDAS CAROLINGIAS.
* 22 4. LA OBRA HISTORIAL DEL CONDE DON PEDRO DE BARCELOS Y LA EPOPEYA

* 23 5. LA HISTORIOGRAFÍA POSTERIOR A 1344 Y LA SOBREVIVENCIA DE LOS CANTARES DE GESTA.
*
24  6. EVALUACIÓN SUMARIA DE LOS TESTIMONIOS TARDO-MEDIEVALES ACERCA DE LA LONGEVIDAD DE LA POESÍA ÉPICA

CAPÍTULO IV: TEMA IV: LA ÉPICA MEDIEVAL ESPAÑOLA Y ROMÁNICA. LA HERENCIA DE UNA ORALIDAD PRIMITIVA

* 25 1. ÉPICA DE ORÍGENES ORALES Y ÉPICA CULTA
* 26
2.LOS MODELOS CONTEMPORÁNEOS DE POESÍA NARRATIVA ORAL Y LA ÉPICA MEDIEVAL
* 27 3. EL MODO DRAMÁTICO DE LA NARRACIÓN ÉPICA
* 28 4. EL MOLDE PROSÓDICO Y LA GENERACIÓN DEL DISCURSO ÉPICO
* 29 5. LO FORMULARIO ÉPICO Y LA CREACIÓN ORAL
* 30 6. CREACIÓN Y REFUNDICIÓN
* 31 7. LA ETAPA ÁGRAFA DE LA PRODUCCIÓN ÉPICA. RAÍCES DEL GÉNERO.
* 32 8. LA ESCUELA ÉPICA ESPAÑOLA

* 33 9. CARACTERES DE LA ÉPICA ESPAÑOLA. LA VERSIFICACIÓN.
* 34 10. CARACTERES DE LA ÉPICA ESPAÑOLA. TEMAS Y CONTENIDOS IDEOLÓGICOS
* 35 11. LA INTEGRACIÓN DE LA TEMÁTICA CAROLINGIA EN LA TRADICIÓN ÉPICA ESPAÑOLA

CAPÍTULO V: TEMA V: EL MIO CID

* 36 1. EL MANUSCRITO DE VIVAR Y LA GESTA
* 37 2. EL MIO CID, GESTA CABEZA DE SERIE

* 38 3. EL POETA DEL “MIO CID” ANTE LAS CONVENCIONES FORMALES DEL GÉNERO
* 39 4. EL POETA DEL “MIO CID” ANTE LAS CONVENCIONES TEMÁTICAS DEL GÉNERO

* 40 5. EL POETA DEL “MIO CID” ANTE LA MEMORIA DE LAS GESTAS HISTÓRICAS DE RODRIGO
* 41 6. LA “PASIÓN” COMO FUERZA REESTRUCTURADORA DE LA HISTORIA. INTENCIONALIDAD POLÍTICA DEL CANTO ÉPICO
* 42 7. ¿DESDE CUÁNDO SE CANTÓ EL MIO CID?

CAPÍTULO VI: TEMA VI. FORMACIÓN Y DESARROLLO DEL CICLO CIDIANO

* 43 1. LA CREACIÓN DEL PERSONAJE LITERARIO. EL MIO CID Y LAS PARTICIONES DEL REY DON FERNANDO
* 44 2. LAS RECREACIONES JUGLARESCAS Y EL PASADO DE RODRIGO

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La Garduña ilustrada

39.- 4. EL POETA DEL “MIO CID” ANTE LAS CONVENCIONES TEMÁTICAS DEL GÉNERO.


4. EL POETA DEL “MIO CID” ANTE LAS CONVENCIONES TEMÁTICAS DEL GÉNERO.

------4.1. No es preciso, siquiera, leer atentamente la historia narrada en el manuscrito de Vivar para que (de un primer golpe de vista, Berganza, 1719, pág. 399, o comparando estadísticamente con ayuda de ordenadores la frecuencia de cada vocablo, Pellen, 1976a), destaque el hecho de que hay en él un personaje que supera con mucho en número de apariciones a todos los demás 25 y a quien el poeta se complace en designar mediante el título honorífico de “Mio Cid” (‘mi señor’ en árabe) 26. Otras veces le nombra utilizando, de forma más o menos completa, su nombre “Rodrigo (o Ruy) Díaz de Bivar”, aunque, más frecuentemente, prefiere hacerlo mediante el epíteto antonomástico “(el) Campeador” 27. Todas estas denominaciones pueden combinarse entre sí (“mio Çid don Rodrigo”, “mio Çid Ruy Díaz”, “Roy Díaz el Çid de Bivar Campeador”, etc.), algo natural, que no tiene por qué ser censurado como muestra de una “abastardada onomástica miocidiana” (según hace Martin, 1993, pág. 196, en beneficio de una tesis ideológica). En fin, con notable frecuencia acude para nombrarle al empleo de variados epítetos celebrativos: “Campeador leal”, “Campeador contado”, “Roy Díaz el lidiador contado”, “caboso Campeador”, “el caboso”, “Mio Çid Ruy Díaz el que en buen ora cinxo espada”, “el que en buen ora cinxo espada”, “Mio Çid Ruy Díaz el que en buen ora fue nado” (en estilo directo: “Campeador, en ora buena fuestes nado”), “Mio Çid el que Valencia gañó”, “Mio Çid el de la luenga barba” (en estilo directo: “Çid, barba tan complida”), “la barba ve[l]lida”, etc. (analizados por De Chasca, 1967, págs. 173-185). Todos estos datos no hacen sino manifestar indirectamente que el autor del Mio Cid, de acuerdo con una de las posibilidades que le ofrecía el género utilizado (aunque no la única), concibió su obra haciendo girar toda la narración en torno a un personaje al cual considera modélico.
------
La elección del infanzón de Vivar Rodrigo Díaz como héroe de un canto épico resulta notable por la “modernidad” (en comparación con los grandes héroes de la épica medieval) del individuo histórico cantado, toda vez que había muerto poco antes de que finalizara el siglo XI, en 1099; pero no es sorprendente, pues, cuando el poema que conocemos fue compuesto, Rodrigo era ya un personaje de contornos casi míticos. Basta para probárnoslo la historiografía árabe contemporánea, que había recogido, sin asomos de ironía, la orgullosa autovaloración cidiana “un Rodrigo perdió esta Península; pero otro Rodrigo la liberará” (arab., Ibn Bassām); “yo apremiaré a cuantos señores son en al-Andalus, de guisa que todos serán míos; el rey Rodrigo no fue de linaje de reyes, pero rey fue y reinó, así reinaré yo, y seré el segundo rey Rodrigo” (Ibn ءAlqama), y que lo exalta, aunque enemigo, como “un milagro de los grandes milagros del Señor” (arab., Ibn Bassam). Nos lo comprueba también, a su manera, el hecho excepcional de que en una época en que las obras históricas no generales son extremadamente raras, se dediquen a su persona dos obras latinas (el Carmen Campidoctoris y la Historia Roderici). También resulta significativo que estas fuentes contemporáneas cristianas o árabes registren ya el epíteto Campeador (latinizado en Campidoctor, Campiductor) como designación, por todos utilizada, para nombrar a ese personaje extraordinario (Chalon, 1976, págs. 13-16). En cambio, sí creo muy notable en el Mio Cid el hecho de que el héroe elegido, cuando es sacado en escena, no es un joven que en el curso de la acción va a ganar o refrendar su derecho a ser considerado uno de los selectos o “pares” o el mejor entre ellos, sino un hombre ya maduro, que, como pater familias, centra sus preocupaciones en asegurar el bienestar de su mujer e hijas y de los miembros de su casa (sobrinos, vasallos y damas acompañantes de su mujer), e, incluso, la de los allegadizos y moros amigos dispuestos a vivir a su sombra. Esa decisión de presentar al Campeador como un “padre” cuyo principal objetivo es el futuro bienestar de su familia (“Plega a Dios e a Santa María / que aun con mis manos case estas mis fijas / ... / e vos, mugier ondrada, de my seades servida” vv. 282-284) y la utilización del deshonroso desenlace del primer casamiento como el centro del drama cantado reducen la figura del héroe a dimensiones humanas y cohartan de forma tal la mitificación del arquetipo, que incluso la escena tópica del león (vv. 2296-2302), en que el Rey de la Naturaleza se humilla ante el Héroe en reconocimiento de señorío, viene a ser presentada como un episodio posible en la realidad cotidiana. “El Campeador de Mio Cid es un personaje muy real, tan real que se hace hombre verdadero... Al erguir su alta estatura moral, el arte del juglar acierta a no destacar al héroe de la común humanidad. Su ideal literario es el realismo humano... Su realismo es tan íntimo que, aun cuando imagina escenas no reales, intenta convencer a su público de la autenticidad real de ellas” (Horrent, 1956, pág. 155). “En una primera lectura, el poema parece carente de aliento épico, cerrado en un círculo limitado de intereses familiares... Pero hay que decirlo pronto... la selección de los temas biográficos y la consiguiente renuncia a la exaltación religiosa y nacionalista en favor de aspectos más íntimos, no es casual, sino que concuerda con la íntima predisposición del poeta y con su visión de la vida” (it., Vàrvaro, 1969, págs. 66-67).

------4.2. La unidad poemática no la proporciona, simplemente, el héroe, y no se manifiesta únicamente en una particular visión de la vida, sobre la que hemos de insistir, sino que abarca la estructura toda que, conforme a las exigencias del género, tiene la gesta (o gestas) de Mio Cid. A diferencia de los grandes poemas del “mester de clerecía”, los cantares épicos no se organizan “biográficamente”, no consisten en una sucesión de episodios de la vida ejemplar del personaje modélico sin otra articulación que la temporal, sino que desarrollan de forma dramática un conflicto ético-político que surge en un momento dado y que exige solución. Es debido a esta concepción dramática, el que la acción de Mio Cid empiece in medias res, con una escena 28 en que Rodrigo, a quien el rey Alfonso ha retirado su “amor”, confiscado sus propiedades y condenado al exilio, obtiene el apoyo fiel de sus sobrinos y “criazón” cuando se apresta a partir hacia tierra de moros para ausentarse del reino antes de que se acabe el breve plazo que el rey le ha concedido para hacerlo 29; y, también, el que termine (con el v. 3725) celebrativamente (De Chasca, 1967, pág. 307):

A todos alcança ondra por el que en buen ora nació 30

------Como este verso final pone bien de relieve, el drama de Mio Cid, de acuerdo con lo que era norma común del género épico, se centra todo él en un conflicto de “honra” (Salinas, 1945). Nada más natural, pues la “honra”, el status y estima alcanzados por una persona a causa de su origen, posesiones y riqueza, poder, protección regia, lazos familiares y virtudes propias, constituía la base de todo el sistema ético-político de relaciones vasalláticas. El conflicto solía consistir en una tensión, más o menos accidental, entre dos o más obligaciones o derechos universalmente admitidos en el código de conducta que gobernaba las interrelaciones en el estamento nobiliario, y en el desencadenamiento de un proceso de acciones y reacciones provocadas por la ruptura del “amor” o la “amistad” y su substitución por la “ira” y la “venganza” entre grupos familiares o clanes, entre miembros de una misma familia, o entre el señor y su vasallo.
------
En el Mio Cid estos dos viejos motores de la acción épica, “honor” y “venganza” se hallan, indudablemente, presentes y contribuyen a la cohesión literaria del texto. Hasta el v. 2494 y siguientes una graduada pero siempre progresiva escala nos va conduciendo desde la miserable situación en que Rodrigo sale de Castilla y deja a su mujer e hijas refugiadas en el monasterio de Cardeña

El Çid a doña Ximena yva la abraçar;
doña Ximena la manol’ va besar,
[l]lorando de los ojos, que non sabe que se far;
e él a las niñas tornó las a catar:
—A Dios vos acomiendo, fijas, e a la mugier al Padre Spirital,
agora nos partimos, ¡Dios sabe el ajuntar!—
[L]lorando de los ojos, que non viestes atal,
así s’ parten unos d’otros como la uña de la carne

(vv. 368-375),

hasta que, sacándolas de esa miseria, como recuerda doña Ximena al reencontrarse con su marido:

—Sacada me avedes de muchas vergüenças malas

(v. 1596),

las hace señoras de un gran feudo:

—Vos [la mi] mugier, ------querida e ondrada,
e amas mis fijas, my coraçón e mi alma,
entrad comigo en Valencia la casa,
en esta heredad que vos yo he ganada

(vv. 1604-1607),

y, tras ello, viendo cumplidos los votos que había hecho en Cardeña (vv. 282 y ss.):

Plega a Dios e a Santa María
que con mis manos case estas mis fijas
e vos, mugier ondrada, de m´y seades servida,

puede proclamar exultantemente (vv. 2494-2496):

Antes fu minguado, agora rrico so,
que he aver e tierra e oro e onor,
e son myos yernos ynfantes de Carrión;

es pues la historia de cómo un honrado vasallo, injustamente privado de sus honores por la “ira” regia, alcanza un status envidiable, muy superior al recibido por herencia (“El verdadero tema del Cantar es la ascensión social de su héroe”, ha podido sentenciar, con toda razón, Cotrait, 1977, págs. 246-248).
------
Pero esa situación tan honrosa tiene una base de barro, ya que, para conseguir recobrar el “amor” del buen rey don Alfonso el Cid ha tenido que olvidarse de una parte de aquellos votos hechos en Cardeña, esto es que los casamientos de las hijas los hiciese con sus manos, por elección propia, de buen padre, y no, como han sido hechos, por obediencia al rey y actuando el rey en substitución suya, según antes de celebrarse las bodas ha tenido buen cuidado de explicar a su familia (vv. 2196-2204):

—Mugier doña Ximena, grado al Criador,
a vos digo, mis fijas, don Elvira e doña Sol,
deste vuestro casamiento creçremos en onor,
mas bien sabet verdad que non lo levanté yo:
pedidas vos ha e rrogadas el myo señor Alfons,
atán firme mientre e de todo coraçón
que yo nulla cosa nol sope dezir de no,
metivos en sus manos, fijas, amas a dos,
bien me lo creades que él vos casa, ca non yo.

Pronto las consecuencias de haber renunciado, por “fidelidad” al rey, a su obligación de pater familias llevarán, de un paso en otro, a la afrenta del robledal de Corpes, donde la deshonra que sus yernos hacen caer sobre el Cid exige el imprescindible recurso a la venganza (vv. 2832-2833 y 2892-2894):

—¡Par aquesta barba, -----que nadi non messó,
non la lograrán----- los yfantes de Carrión!
. . . . . . . . . . . . ----- . . . . . . .
Plega al Criador, -----que en el çielo está,
que vos vea mejor casadas----- d’aquí en adelant,
de myos yernos de Carrión -----Dios me faga vengar.

------La importancia de la venganza es tal que su desarrollo ocupa 898 versos, casi la cuarta parte de la extensión total de la obra.
------
Pero, en el Mio Cid, estos dos conceptos tradicionales, “honra” y “venganza”, han sufrido tal renovación que apenas si reconocemos su filiación respecto a los modelos épicos anteriores. La “honra”, según se va a encargar de ir poniendo de manifiesto el comportamiento de los personajes, no se posee, propiamente, por venir de los linajes de más alta y limpia sangre ni por tener “gran parte” en la corte regia, como creen los enemigos de Rodrigo, ni se identifica con altos títulos feudales, sino que se adquiere, con el brazo y mano que mueven la espada, a través de acciones y con las virtudes del individuo mismo (Correa, 1952). La “venganza” no se consigue mediante la muerte o el derramamiento de la sangre del ofensor, sino recurriendo a una acción legal, por derecho y en juicio (Menéndez Pidal, 1910, págs. 114-115; 1963a, pág. 215). Esta ruptura con las exigencias éticas de una tradición épica que se ensañaba en el castigo de los traidores se combina con la adscripción al héroe de unas virtudes básicas ajenas al tipo heroico de los tiempos primitivos: la “fidelidad” al rey, más allá de lo que preceptuaban los deberes vasalláticos, y la “mesura” (Menéndez Pidal, 1913, págs. 70-71, recog. 1963a, págs. 44-45 y desarrollado en págs. 213-215, seguido por prácticamente toda la crítica, cfr. Montaner, 1993, págs. 15-16). Es en esta transmutación de la concepción ética y política del modelo de héroe propuesto donde este tardío canto heroico del occidente europeo muestra su mayor capacidad renovadora del género, la modernidad subversiva de su creación.

------4.3. Si, según vimos, el mero cómputo de ocurrencias de los nombres propios Roy Diaz el Cid de Bivar Campeador en el poema podría bastar para denunciar en él la existencia de un héroe protagonista de todo el relato, la frecuencia con que aparecen (Pellen, 1976a) los nombres Minaya (en 3ª posición tras Cid y Campeador: 114 ocurrencias) Alvar(o) (en 6ª posición: 83) Fáñez (en 9ª posición: 70) nos asegura que el personaje llamado Alvar Háñez y conocido por el tratamiento de “mi Anaya”  (esto es `mi hermano’ en vasco) ocupa en la obra un papel de deuteragonista. Y, en efecto, don Álvaro figura en el Mio Cid como compañero inseparable de don Rodrigo desde que asume la representación de todos los de la criazón del Cid antes de partir al destierro y le promete:

*—Convusco iremos, Cid, por yermos e por poblados
e non vos fallesçeremos en quanto seamos bivos e sanos...

etc,

hasta los días de disfrute de las delicias de Valencia (vv. 1237-1238):

Myo Cid don Rodrigo------ en Valençia está folgando,
con él Mynaya Albar Ffáñez ------que no’s le parte de so braço.

La presencia como deuteragonista de Minaya en el Mio Cid responde, sin duda, a la aplicación por el poeta de un motivo estructural de gran arraigo en la epopeya, la de la pareja tío-materno / sobrino (Vàrvaro, 1971); pero el motivo formulario no explica que la elección, entre los sobrinos históricos de Rodrigo, viniera a recaer sobre Alvar Háñez, capitán famoso al servicio de Alfonso VI y de su hija la reina doña Urraca, quien sabemos no acompañó continuadamente a su tío en el destierro como el Mio Cid nos cuenta. Esta apropiación, por parte de un personaje histórico, de un papel poético no confirmado por los hechos documentados nos advierte que la técnica recreadora del pasado utilizada por el poeta requiere un examen atento. Volveré sobre ello.

Diego Catalán: "La épica española. Nueva documentación y nueva evaluación" (2001)

NOTAS

25 Según cálculos de Pellen (1976a, pág. 78), sumadas las frecuencias de Cid, Campeador, Ruy, Dias, Vivar superan la de todos los nombres propios juntos con frecuencia superior a 10.

26 Que, con “(el) Cid”, llega a un total de 441 ocurrencias.

27 “Rodrigo”, “Ruy (o Rodrigo) Díaz”, “Ruy Díaz de Bivar”, suman 51 ocurrencias; “(el) Campeador” 184.

28 El poema no empezaba en el primer verso que el manuscrito de Vivar, falto de su primera hoja, nos conserva; nos lo aseguran (frente a Pardo, 1972; Garci-Gómez, 1977, págs. XVI y 177; Girón, 1998) el pronombre “los” del v. 2, referente a los “palacios” de Vivar, y las prosificaciones: la de Alfonso X en la Estoria de España (reflejada en la Versión amplificada y en la Versión crítica), basada en el mismo texto poético, y la de la Crónica de Castilla, basada en el Mio Cid refundido. Pensar, como defiende Girón, que ese “los” podría “enviar a un referente que se encuentra fuera del enunciado”, esto es en la “realidad” del escenario en que actúa el Cid, debido a que recoge una “deixis ad oculos” de una performance juglaresca, exige el aceptar, sin  previa demostración, que el Mio Cid del manuscrito de Vivar es una transcripción de una improvisación oral (y no una copia manuscrita del s. XIV avanzado heredero de una cadena de textos escritos, como todo parece indicar) y que el “actor” del texto en el acto de la “representación” desprecia la cohesión gramatical del texto (algo que no se ve en otras partes del poema); es decir, exige un acto de fe en el “oralismo” y un despego por la lógica en que se viene basando la multisecular práctica de la crítica textual, fe que, naturalmente, no podemos compartir los no creyentes ni conversos. La comparación con otros textos del Mio Cid, cuya existencia nos consta (empezando por el conocido por Alfonso X que era muy hermano del de Vivar), nos asegura no sólo de la presencia del antecedente “palacios”, sino también, de la existencia, antes de la escena en que el Cid deja atrás sus “palacios” yermos de Vivar, de otra escena en que dialoga con Minaya y demás fieles vasallos que se ofrecen a acompañarle en su destierro.

29 La edición crítica de Menéndez Pidal (1908-1911, vol II, págs. 1022-1024) ha confundido a muchos lectores al anotar el comienzo de la gesta con unos capítulos de la Estoria de España de Alfonso X en que los historiadores empalman hábilmente el relato de la Historia Roderici, referente a la ida del Cid a Sevilla (para cobrar las parias), a la batalla de Cabra (en que el Cid vence a Garci Ordóñez, Lope Sánchez, Diego Pérez y otros auxiliares del rey de Granada) y a la acción de Rodrigo contra los moros de Toledo (que suscitó las acusaciones de los “mestureros” y la ira del rey), con el relato épico del destierro, de conformidad con la técnica compilatoria característica de las obras historiales alfonsíes, en general, y de la Estoria de España, en particular. La reconstrucción de 35 versos, asonantados en ó, a partir de pasajes cronísticos basados en la Historia Roderici, realizada por Von Richthofen (1981, págs. 23-27) es una monstruosidad filológica. Pensar, como hace Smith (1972, 1976, págs. 1-2), que para construir la escena inicial de su cantar de gesta “el autor del PMC tradujo similarmente el texto de la Historia añadiéndole unas pocas adiciones poéticas, siendo su probable medio el uso de la prosa”, supone atri buir al poeta el trabajo erudito y las intenciones historiográficas de un Alfonso X o de un Menéndez Pidal y pone de manifiesto un desconocimiento total de cómo hacían historia los historiadores letrados del s. XIII (Catalán, 1995, n. 102).

30 Lo que sigue en el ms. de Vivar, líneas 3726-3733, no pertenece ya a la gesta, ni forma, propiamente, parte del texto poético, ya que comienza con un renglón no versificado: “passado es deste sieglo el día de cinquaesma”, y con una jaculatoria no menos ajena a la laisse anterior: “De Christus aya perdón / assí ffagamos nos todos iustos e peccadores” (los vv. 3726-3727 que reconstruye Menéndez Pidal no me parecen aceptables, ni los últimamente propuestos por Montaner, 1993). Ya Russell (1958, págs. 98-103) rechazó su pertenencia al texto del poema, y con el acuerdan Michael (1978, págs. 309-310) y Orduna (1985, pág. 66 y 1989, pág. 10).

ÍNDICE DEL CAPÍTULO I: TEMA I: LA ÉPICA EN LENGUA VULGAR AL SUR DE LOS PIRINEOS. TESTIMONIOS DEL SIGLO XIII

* 1. LA ÉPICA ESPAÑOLA. NUEVA DOCUMENTACIÓN Y NUEVA EVALUACIÓN (I)
* 2. EL TESTIMONIO ALFONSÍ. TEMAS CAROLINGIOS DE LA ÉPICA HISPANA
* 3. EL TESTIMONIO ALFONSÍ. TEMAS ESPAÑOLES DE LA ÉPICA HISPANA
*
4. EVALUACIÓN DEL TESTIMONIO ALFONSÍ
* 5. HUELLAS DE LA ÉPICA EN LOS DOS GRANDES HISTORIADORES LATINOS DE LA PRIMERA MITAD DEL S. XIII: EL ARZOBISPO DON RODRIGO Y DON LUCAS.
* 6. EL TESTIMONIO DE FRAY JUAN GIL DE ZAMORA: VERSIONES VARIAS DE UNA MISMA GESTA EN EL S. XIII
* 7. OTROS TESTIMONIOS DEL S. XIII. LOS POEMAS EN ROMANCE DEL MESTER DE CLERECÍA Y UNA CRÓNICA LOCAL
* 8. EVALUACIÓN DE LOS TESTIMONIOS DEL S. XIII COMPLEMENTARIOS DEL TESTIMONIO ALFONSÍ.
* 9. LAS COPIAS POÉTICAS TARDO-MEDIEVALES DE CANTARES DE GESTA A LA LUZ DE LOS TESTIMONIOS INDIRECTOS DEL S. XIII SOBRE LA EPOPEYA.

CAPÍTULO II: TEMA II: TESTIMONIOS DE LA POESÍA ÉPICA AL SUR DE LOS PIRINEOS ANTERIORES AL SIGLO XIII

* 10 II TESTIMONIOS DE LA POESÍA ÉPICA AL SUR DE LOS PIRINEOS ANTERIORES AL SIGLO XIII
* 11 2. LA HISTORIOGRAFÍA EN LATÍN EN EL ÚLTIMO CUARTO DEL SIGLO XII Y LA ÉPICA ORAL: LA HISTORIA DE CASTILLA EN LA CHRONICA NAIARENSIS.

*
12 3. ¿ALCANZÓ LA HISTORIOGRAFÍA ÁRABE DE LA PRIMERA MITAD DEL S. XII A CONOCER UN CANTO ÉPICO CASTELLANO?
*
13 4. LA ÉPICA CASTELLANA Y LA ÉPICA FRANCA EN LA ESPAÑA DE ALFONSO VII
* 14 5. LA PRESENCIA AL SUR DE LOS PIRINEOS DE LAS GESTAS FRANCESAS A MEDIADOS DEL S. XII Y LA TRADICIÓN ÉPICA DEL MEDIODÍA EUROPEO
*
15 6. LA GESTA DEI PER FRANCOS EN COMPOSTELA: EL IACOBUS.
*
16 7. LA ÉPICA CAROLINGIA AL SUR DE LOS PIRINEOS A PRINCIPIOS DEL S. XII

* 17 8. LA ÉPICA CAROLINGIA AL SUR DE LOS PIRINEOS EN EL S. XI.
*
18 9. EVALUACIÓN SUMARIA DE LOS TESTIMONIOS DE LOS SIGLOS XI Y XII.

CAPÍTULO III: TEMA III: LOS TESTIMONIOS POST-ALFONSÍES DE LA CONTINUIDAD DE LA EPOPEYA

* 19  III LOS TESTIMONIOS POST-ALFONSÍES DE LA CONTINUIDAD DE LA EPOPEYA
* 20 2. LA CRÓNICA DE CASTILLA SE HACE CIDIANA: LAS “ENFANCES” DE RODRIGO
*
21 3. LA CRÓNICA FRAGMENTARIA Y LAS LEYENDAS CAROLINGIAS.
* 22 4. LA OBRA HISTORIAL DEL CONDE DON PEDRO DE BARCELOS Y LA EPOPEYA

* 23 5. LA HISTORIOGRAFÍA POSTERIOR A 1344 Y LA SOBREVIVENCIA DE LOS CANTARES DE GESTA.
*
24  6. EVALUACIÓN SUMARIA DE LOS TESTIMONIOS TARDO-MEDIEVALES ACERCA DE LA LONGEVIDAD DE LA POESÍA ÉPICA

CAPÍTULO IV: TEMA IV: LA ÉPICA MEDIEVAL ESPAÑOLA Y ROMÁNICA. LA HERENCIA DE UNA ORALIDAD PRIMITIVA

* 25 1. ÉPICA DE ORÍGENES ORALES Y ÉPICA CULTA
* 26
2.LOS MODELOS CONTEMPORÁNEOS DE POESÍA NARRATIVA ORAL Y LA ÉPICA MEDIEVAL
* 27 3. EL MODO DRAMÁTICO DE LA NARRACIÓN ÉPICA
* 28 4. EL MOLDE PROSÓDICO Y LA GENERACIÓN DEL DISCURSO ÉPICO
* 29 5. LO FORMULARIO ÉPICO Y LA CREACIÓN ORAL
* 30 6. CREACIÓN Y REFUNDICIÓN
* 31 7. LA ETAPA ÁGRAFA DE LA PRODUCCIÓN ÉPICA. RAÍCES DEL GÉNERO.
* 32 8. LA ESCUELA ÉPICA ESPAÑOLA

* 33 9. CARACTERES DE LA ÉPICA ESPAÑOLA. LA VERSIFICACIÓN.
* 34 10. CARACTERES DE LA ÉPICA ESPAÑOLA. TEMAS Y CONTENIDOS IDEOLÓGICOS
* 35 11. LA INTEGRACIÓN DE LA TEMÁTICA CAROLINGIA EN LA TRADICIÓN ÉPICA ESPAÑOLA

CAPÍTULO V: TEMA V: EL MIO CID

* 36 1. EL MANUSCRITO DE VIVAR Y LA GESTA
* 37 2. EL MIO CID, GESTA CABEZA DE SERIE

* 38 3. EL POETA DEL “MIO CID” ANTE LAS CONVENCIONES FORMALES DEL GÉNERO
* 39 4. EL POETA DEL “MIO CID” ANTE LAS CONVENCIONES TEMÁTICAS DEL GÉNERO

* 40 5. EL POETA DEL “MIO CID” ANTE LA MEMORIA DE LAS GESTAS HISTÓRICAS DE RODRIGO
* 41 6. LA “PASIÓN” COMO FUERZA REESTRUCTURADORA DE LA HISTORIA. INTENCIONALIDAD POLÍTICA DEL CANTO ÉPICO
* 42 7. ¿DESDE CUÁNDO SE CANTÓ EL MIO CID?

CAPÍTULO VI: TEMA VI. FORMACIÓN Y DESARROLLO DEL CICLO CIDIANO

* 43 1. LA CREACIÓN DEL PERSONAJE LITERARIO. EL MIO CID Y LAS PARTICIONES DEL REY DON FERNANDO
* 44 2. LAS RECREACIONES JUGLARESCAS Y EL PASADO DE RODRIGO

Diseño gráfico:

La Garduña ilustrada

 Imagen de portada: Fragmento manuscrito del Libro del caballero Zifar

38.-3. EL POETA DEL “MIO CID” ANTE LAS CONVENCIONES FORMALES DEL GÉNERO.


3. EL POETA DEL “MIO CID” ANTE LAS CONVENCIONES FORMALES DEL GÉNERO.

------La prosodia del Mio Cid es, evidentemente, heredada de la tradición épica española precedente. Ni se explica como imitación de modelos contemporáneos o inmediatamente anteriores franceses, ni como innovación del autor. De sus antecesores en el cultivo de los cantares de gesta tomó su autor el verso rítmico de estructura bimembre, anisosilábico y asonantado, la equiparación de finales agudos con llanos acabados en -e, las series asonantadas de extensión variable, la utilización de los cambios de asonante como marcas de cambios temáticos o de la modalidad del relato, la gran autonomía sintáctica de cada verso, la interrelación entre la colocación de la cesura y los límites de las expresiones formulaicas, la utilización de las formas verbales del imperfecto, junto al presente y el pretérito, para presentar animadamente las acciones narradas, así como, probablemente, la técnica en el uso del epíteto, las fórmulas de implicar a los oyentes en lo narrado, el recurso ocasional a la reiteración de una escena con cambio en el asonante (“series gemelas”) para subrayar momentos dramáticamente llamativos de la intriga (aunque también es posible que este juego escénico fuera novedad de reciente importación, puesto que, dada su índole, no tenemos posibilidad de documentarlo en otros textos épicos castellanos), etc.
------
El cantor de Rodrigo Díaz de Vivar manejó esa poética tradicional con maestría, no con el automatismo e inmatización con el que, según Lord, recurren al “léxico” y “gramática” poéticas los rapsodas repentistas serbocroatas, ni guiado por el propósito de ganar tiempo para improvisar el verso siguiente, como sostiene Michael (1961) recurriendo a un dogma del más extremo oralismo con la fe del neófito. Por ejemplo, lejos de acudir en cada ocasión prosódicamente similar a la misma variante de una fórmula o de emplear la misma fórmula cada vez que en la cadena secuencial surge el mismo motivo (según invariablemente hacen los cantores del “modelo sudeslavo”), el poeta hispano no economiza variantes, según mostraron ya De Chasca (1955), fijándose en el uso matizado de los epítetos y de las expresiones de la acción de levantarse en pie, y Horrent (1956, pág. 201), respecto al motivo de las barbas cidianas que tiene una sutilidad simbólica bien ajena al uso del motivo en la épica francesa, y según confirmaron después Deyermond y Chaplin (1972), respecto a ciertos motivos de carácter folklórico, y Chaplin (1976), sobre el tratamiento de las batallas; hasta en los elementos más formularios, como puedan ser los epítetos, el empleo se rige, matiza y varía por razones contextuales y artísticas evidentes (Hamilton, 1962; De Chasca, 1970). En cuanto a los versos introductorios de discurso directo, el Mío Cid contrasta con el Roland al recurrir a menudo, en vez de a verbos dicendi, a fórmulas variadas representativas de gestos (Alonso, 1969). Lo así creado no es un “cuento” esencialmente simple más o menos expandido (como el de los rapsodas serbocroatas o los rapsodas que a fines de la Edad Media española compusieron los romances “juglarescos” pseudo-carolingios), ni una narración construida a base de ir adicionando sucesivamente motivos sueltos (como sugiere Webber, 1973), sino una rica y variada construcción dramática.
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Esta maestría no incluye, sin embargo a mi parecer, como a veces se ha supuesto, el manejo artístico consciente de unos artificiosos mecanismos de acentuación interna contrarios a la prosodia de la lengua (Pellen, 1985-1986), ni el recurso a la rima interna (De Chasca, 1967, cap. XI), ni el juego fónico de la aliteración (Webber, 1983 y, sobre todo, 1986b). En cuanto al sistema acentual no hay, desde luego, prueba alguna a favor de la aceptabilidad de un esquema que exigiría acentuaciones (atrás, cap. III, § 9) tan insólitas como “á las tiéndas”, “él Campeadór”, etc.; en cuanto a la rima interna, la propia variedad de alternativas con que se ha pretendido ilustrar (casos de pareados, de series de más de dos, de alternancia, de cinco hemistiquios con juegos de rimas, etc.) habla en favor de que todo ello se explica por la casualidad o, en algún caso, por tendencias inconscientes a la reiteración fónica naturales en cualquier tipo de discurso (así lo estima también Adams, 1980a); en fin, mis oídos hispanos me impiden percibir las aliteraciones propuestas por oídos formados en una tradición lingüística anglo-sajona (donde efectivamente las aliteraciones han sido  rasgo fónico relevante en la factura de versos).
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Por otra parte, es preciso subrayar que la no aplicabilidad del “modelo sudeslavo” a la épica medieval hispana (y a la románica) se manifiesta no sólo en el modo de empleo de fórmulas y motivos tradicionales, sino en los porcentajes de formulismo medidos según las reglas de la escuela “oralista” (véase un resumen de los diversos cómputos en Chaplin, 1976). Pero tanto la maestría poética del “juglar”, como la relativamente escasa recurrencia de elementos del discurso o de la narración observadas no exigen negarle al Mio Cid conocido (como piensa Chaplin, 1976, pág. 18) oralidad, ya que los mismos rasgos se observan en el romancero tradicional hispánico, cuya continuidad oral (al menos durante seis siglos) es innegable. Lo único que prueban las diferencias notadas es la no universalidad del modelo Parry-Lord, la inaplicabilidad del repentismo creativo de los rapsodas serbo-cróatas del s. XX a géneros poéticos narrativos que no son ni nunca fueron “cuentos cantados” (como ya vio Menéndez Pidal, 1965-66) y la importancia de la “memoria” en la elaboración y transmisión poética en los periodos de predominio de los textos orales (como dubitativamente insinúa Faulhaber, 1976-77, págs. 96-97) y no por decadencia de prácticas repentistas (como sostiene el oralismo ortodoxo).
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A la estructura formal heredada de prácticas expositivas vinculadas al espectáculo juglaresco pertenece la división del poema en “cantares” o “gestas”, que en el Mio Cid aparece marcada mediante los versos anuncio de comienzo y de finalización del segundo de los tres cantares que lo constituyen, el llamado de “Las Bodas”. La división responde a la necesidad de repartir la “representación” entre varias sesiones o jornadas; esto es, pone de manifiesto que la propia arquitectura de la narración está articulada en función de la ejecución de la gesta por el juglar que la canta.

Diego Catalán: "La épica española. Nueva documentación y nueva evaluación" (2001)

ÍNDICE DEL CAPÍTULO I: TEMA I: LA ÉPICA EN LENGUA VULGAR AL SUR DE LOS PIRINEOS. TESTIMONIOS DEL SIGLO XIII

* 1. LA ÉPICA ESPAÑOLA. NUEVA DOCUMENTACIÓN Y NUEVA EVALUACIÓN (I)
* 2. EL TESTIMONIO ALFONSÍ. TEMAS CAROLINGIOS DE LA ÉPICA HISPANA
* 3. EL TESTIMONIO ALFONSÍ. TEMAS ESPAÑOLES DE LA ÉPICA HISPANA
*
4. EVALUACIÓN DEL TESTIMONIO ALFONSÍ
* 5. HUELLAS DE LA ÉPICA EN LOS DOS GRANDES HISTORIADORES LATINOS DE LA PRIMERA MITAD DEL S. XIII: EL ARZOBISPO DON RODRIGO Y DON LUCAS.
* 6. EL TESTIMONIO DE FRAY JUAN GIL DE ZAMORA: VERSIONES VARIAS DE UNA MISMA GESTA EN EL S. XIII
* 7. OTROS TESTIMONIOS DEL S. XIII. LOS POEMAS EN ROMANCE DEL MESTER DE CLERECÍA Y UNA CRÓNICA LOCAL
* 8. EVALUACIÓN DE LOS TESTIMONIOS DEL S. XIII COMPLEMENTARIOS DEL TESTIMONIO ALFONSÍ.
* 9. LAS COPIAS POÉTICAS TARDO-MEDIEVALES DE CANTARES DE GESTA A LA LUZ DE LOS TESTIMONIOS INDIRECTOS DEL S. XIII SOBRE LA EPOPEYA.

CAPÍTULO II: TEMA II: TESTIMONIOS DE LA POESÍA ÉPICA AL SUR DE LOS PIRINEOS ANTERIORES AL SIGLO XIII

* 10 II TESTIMONIOS DE LA POESÍA ÉPICA AL SUR DE LOS PIRINEOS ANTERIORES AL SIGLO XIII
* 11 2. LA HISTORIOGRAFÍA EN LATÍN EN EL ÚLTIMO CUARTO DEL SIGLO XII Y LA ÉPICA ORAL: LA HISTORIA DE CASTILLA EN LA CHRONICA NAIARENSIS.

*
12 3. ¿ALCANZÓ LA HISTORIOGRAFÍA ÁRABE DE LA PRIMERA MITAD DEL S. XII A CONOCER UN CANTO ÉPICO CASTELLANO?
*
13 4. LA ÉPICA CASTELLANA Y LA ÉPICA FRANCA EN LA ESPAÑA DE ALFONSO VII
* 14 5. LA PRESENCIA AL SUR DE LOS PIRINEOS DE LAS GESTAS FRANCESAS A MEDIADOS DEL S. XII Y LA TRADICIÓN ÉPICA DEL MEDIODÍA EUROPEO
*
15 6. LA GESTA DEI PER FRANCOS EN COMPOSTELA: EL IACOBUS.
*
16 7. LA ÉPICA CAROLINGIA AL SUR DE LOS PIRINEOS A PRINCIPIOS DEL S. XII

* 17 8. LA ÉPICA CAROLINGIA AL SUR DE LOS PIRINEOS EN EL S. XI.
*
18 9. EVALUACIÓN SUMARIA DE LOS TESTIMONIOS DE LOS SIGLOS XI Y XII.

CAPÍTULO III: TEMA III: LOS TESTIMONIOS POST-ALFONSÍES DE LA CONTINUIDAD DE LA EPOPEYA

* 19  III LOS TESTIMONIOS POST-ALFONSÍES DE LA CONTINUIDAD DE LA EPOPEYA
* 20 2. LA CRÓNICA DE CASTILLA SE HACE CIDIANA: LAS “ENFANCES” DE RODRIGO
*
21 3. LA CRÓNICA FRAGMENTARIA Y LAS LEYENDAS CAROLINGIAS.
* 22 4. LA OBRA HISTORIAL DEL CONDE DON PEDRO DE BARCELOS Y LA EPOPEYA

* 23 5. LA HISTORIOGRAFÍA POSTERIOR A 1344 Y LA SOBREVIVENCIA DE LOS CANTARES DE GESTA.
*
24  6. EVALUACIÓN SUMARIA DE LOS TESTIMONIOS TARDO-MEDIEVALES ACERCA DE LA LONGEVIDAD DE LA POESÍA ÉPICA

CAPÍTULO IV: TEMA IV: LA ÉPICA MEDIEVAL ESPAÑOLA Y ROMÁNICA. LA HERENCIA DE UNA ORALIDAD PRIMITIVA

* 25 1. ÉPICA DE ORÍGENES ORALES Y ÉPICA CULTA
* 26
2.LOS MODELOS CONTEMPORÁNEOS DE POESÍA NARRATIVA ORAL Y LA ÉPICA MEDIEVAL
* 27 3. EL MODO DRAMÁTICO DE LA NARRACIÓN ÉPICA
* 28 4. EL MOLDE PROSÓDICO Y LA GENERACIÓN DEL DISCURSO ÉPICO
* 29 5. LO FORMULARIO ÉPICO Y LA CREACIÓN ORAL
* 30 6. CREACIÓN Y REFUNDICIÓN
* 31 7. LA ETAPA ÁGRAFA DE LA PRODUCCIÓN ÉPICA. RAÍCES DEL GÉNERO.
* 32 8. LA ESCUELA ÉPICA ESPAÑOLA

* 33 9. CARACTERES DE LA ÉPICA ESPAÑOLA. LA VERSIFICACIÓN.
* 34 10. CARACTERES DE LA ÉPICA ESPAÑOLA. TEMAS Y CONTENIDOS IDEOLÓGICOS
* 35 11. LA INTEGRACIÓN DE LA TEMÁTICA CAROLINGIA EN LA TRADICIÓN ÉPICA ESPAÑOLA

CAPÍTULO V: TEMA V: EL MIO CID

* 36 1. EL MANUSCRITO DE VIVAR Y LA GESTA
* 37 2. EL MIO CID, GESTA CABEZA DE SERIE

* 38 3. EL POETA DEL “MIO CID” ANTE LAS CONVENCIONES FORMALES DEL GÉNERO
* 39 4. EL POETA DEL “MIO CID” ANTE LAS CONVENCIONES TEMÁTICAS DEL GÉNERO

* 40 5. EL POETA DEL “MIO CID” ANTE LA MEMORIA DE LAS GESTAS HISTÓRICAS DE RODRIGO
* 41 6. LA “PASIÓN” COMO FUERZA REESTRUCTURADORA DE LA HISTORIA. INTENCIONALIDAD POLÍTICA DEL CANTO ÉPICO
* 42 7. ¿DESDE CUÁNDO SE CANTÓ EL MIO CID?

CAPÍTULO VI: TEMA VI. FORMACIÓN Y DESARROLLO DEL CICLO CIDIANO

* 43 1. LA CREACIÓN DEL PERSONAJE LITERARIO. EL MIO CID Y LAS PARTICIONES DEL REY DON FERNANDO
* 44 2. LAS RECREACIONES JUGLARESCAS Y EL PASADO DE RODRIGO

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Imagen de portada: Fragmento del facsimil del manuscrito Chanson de Roland (1100), conservado en Saint-Gall.

37.-2. EL MIO CID, GESTA CABEZA DE SERIE



2. EL MIO CID, GESTA CABEZA DE SERIE.

------Como más adelante comentaremos, el Mio Cid conservado en el manuscrito de Vivar y prosificado por Alfonso X es un texto que (de forma paralela a lo ocurrido con otros poemas épicos, tanto franceses como españoles) llegó a ser objeto de refundiciones. No es pues, imposible que el poema por nosotros conocido en forma poética fuera ya, a su vez, reelaboración de otro anterior. Sin embargo, la gran antigüedad de este texto poético (ya que no de la copia y resúmenes en que se conserva) hicieron pensar a Menéndez Pidal, en sus primeros estudios de la obra, que, en cuanto texto literario (abstraidos los cambios lingüísticos y errores de copia atribuibles a Per Abbat y otros amanuenses), teníamos en nuestras manos un poema cabeza de serie, esto es, la primera versión del mismo (Menéndez Pidal, 1908-1911, págs. 27-28) y que la copia del s. XIV remontaba muy directamente al original perdido de mediados del s. XII. Sólo tardíamente en su larga vida como investigador activo Menéndez Pidal cambió sus apreciaciones sobre este particular 17 y argumentó (1961a) en favor de que el Mio Cid conservado fuera el resultado de una refundición. Aunque muchos críticos se dejaron impresionar por las razones alegadas (o por el peso de la “autoridad” del maestro), creo que sus nuevas ideas tuvieron como base fundamental un razonamiento circular: puesto que el Mio Cid es un poema, no ya “verista”, sino que recuerda exactamente multitud de personajes y detalles secundarios históricos de que sólo un coetáneo podía tener noticia, ese poeta coetáneo “no puede ser el que falsee totalmente lo esencial” (1961a ; pág. 116 de reed. en 1963a), esto es, el motivo central poético, el abandono en tierras de San Esteban de Gormaz de las hijas del Cid por los infantes de Carrrión. Los demás argumentos pidalinos en favor de la sucesiva colaboración de dos poetas emanan de éste 18. La conclusión que hay que sacar de la preocupante contradicción observada creo que es exactamente inversa (según ya había visto Spitzer, 1948, pág. 106-107): puesto que el poeta falsea totalmente lo esencial, el concepto de “historia” que maneja no coincide en absoluto con el que tiene Menéndez Pidal. Como luego veremos, el cantor de Mio Cid utiliza los personajes y hechos históricos en beneficio de su ideario personal y de la fabula histórica en la cual lo expresa y no, viceversa, construye un relato para presentar “hechos”, “noticias”, de que está informado.
------
La defensa de la existencia en el Mio Cid de “dos poemas” en uno solo no es exclusiva de un Menéndez Pidal en sus 85-95 años de edad (y de los críticos que le siguieron expertum credentes). Desde antiguo había habido estudiosos (Hills, 1929; Singleton, 1951-52) que observaron un contraste entre la parte primera y la parte final de la gesta cidiana, tanto en la temática, como en el estilo 19, como en la prosodia, y que, rechazando la división tripartita en “cantares” que el propio texto señala, supusieron la yuxtaposición en él de una gesta en la cual se narran minuciosamente, con realismo verista, las hazañas del desterrado y otra de construcción novelesca en torno a la afrenta de Corpes. El evidente contraste en el empleo de las series asonánticas entre la primera parte y la final constituiría la prueba formal de la falta de unidad del poema. Esta pretendida yuxtaposición de dos gestas ha merecido el rechazo de cuantos han analizado la obra como una construcción literaria, ya que la “epopeya del guerrero exiliado” y la “epopeya familiar” se hallan perfectamente integradas en el poema a través de la presencia del tema de las hijas del Cid a lo largo de toda la obra; pero la nueva y sutil hipótesis (introducida tardíamente por Menéndez Pidal), no ya de la yuxtaposición, sino de la superposición de poemas mediante la acción refundidora, permitió encajar la vieja idea de los “dos poemas” en una visión más actualizada de la “vida” semi-oral, semi-escrita, de la epopeya medieval. De ahí que incluso jueguen con ella “endo-críticos” (es decir, críticos que consideran innecesaria para la consideración literaria la “filología”) como Garcí-Gómez (1975; 1977) o lingüistas computacionales como Pellen (1980-83), obsesivamente anti-pidalinos, para justificar la “inflexión” temática que perciben en la gesta (en un punto por lo demás difícil de precisar) y el contraste en la longitud, asonancias más utilizadas y variación asonántica que ofrecen las series o laisses. Pero la suposición, por parte de esos autores, de que con anterioridad a la “gesta” del Mio Cid conservada existiera un “cantar” inacabado o truncado sobre el *Destierro del Cid y conquista de Valencia supone (al igual que la de cuantos hoy recurren a la presunción de unos cantos “noticieros” cidianos perdidos para explicar que el Mio Cid conservado mantenga memoria de personajes y circunstancias históricas imposibles de reconstruir en la fecha tardía que quieren asignar al poema 20) la invención de un género épico celebrativo de sucesos de la Reconquista totalmente indocumentado 21 (y, seguramente, inexistente). Si despojamos al Mio Cid de la trama básicamente ficticia referente a los dos casamientos de las hijas del infanzón de Vivar “nos quedamos sin fabula, sin drama, sin poema épico..., e incluso sin historia, esto es, sin interpretación política de los hechos” (Catalán, 1985 y 1995, pág. 140). En fin, mientras no se aporten pruebas más convincentes, no parece necesario suponer narraciones poéticas en lengua vulgar sobre los hechos del Cid anteriores al Mio Cid 22.
------
Mi negativa a seguir la opinión de quienes inventan la existencia de un texto poético distinto del conocido como punto de partida de la tradición cidiana, con el propósito de desembarazarse del testimonio del Poema de Almería (sobre el que adelante trataremos) o para justificar la mezcla en la gesta de una memoria fiel del pasado e invenciones patentes, no quiere decir que el Mio Cid encabece también el género épico español en su conjunto 23. Tanto en su prosodia, como en la estructuración de la fabula, el Mio Cid es una obra de madurez de un género con una larga tradición previa 24. Ya en 1947-48, Entwistle resumía, con toda razón: “El Cid es, indudablemente, el más importante monumento de la Edad Media española y puede muy bien haber sido el mejor de todos los cantares de gesta. Por el mero hecho de haber sobrevivido en verso, ha tenido la máxima influencia sobre la literatura española posterior, mientras otros cantares de gesta sólo influyen transformados en crónicas, baladas o dramas. Por ello el Cid ha ganado un cierto tipo de prioridad sobre las restantes obras de los juglares. Con todo, es comúnmente admitido, que el arte maduro del autor implica una larga elaboración previa en otras obras y que pertenece al apogeo, no al amanecer, de un estilo” (ingl., pág. 113).

Diego Catalán: "La épica española. Nueva documentación y nueva evaluación" (2001)



NOTAS

17 Sobre cuándo empezó a elaborar la idea del doble autor, véase Catalán (1992b, págs. 31-32).

18 Juicio análogo al mío, en Vàrvaro (1969, págs. 60-61).

19 Las observaciones sobre una desigual distribución de sinónimos hechas por Hills (1929) fueron sometidas a rigurosa crítica por Corbató (1941), quien llegó a la conclusión contraria de que “el vocabulario del poema tiende a confirmar la opinión de unidad de autor”.

20 La concepción de estos cantos, que, a pesar de la negativa de sus defensores a reconocerlo, desciende directamente de las *cantinelas inventadas por los románticos, varía de crítico a crítico; pero unos y otros se apoyan en ella aprovechando la popularidad de las ideas de los “oralistas”, que creen en la transmisión de tradiciones temáticas difusas. Caso extremo es el de los “romances” o “baladas” primitivos supuestos por Wright (1990) extrapolando el testimonio del romancero tardo-medieval. La total inexistencia de fundamentos positivos para todas estas suposiciones hace imposible (y creo que innecesaria) su discusión.

21 Desde luego, no encuentro apoyo positivo alguno que justifique las fantasías, más que teorías, de Richthofen (1968, pág. 443) cuando propone para “la mayor parte del Cantar Segundo” una “entidad independiente”, y sugiere que sea “acaso lo más antiguo del poema”, o cuando sitúa la composición de “el Primer Cantar y la parte del Segundo hasta la conquista de Valencia” en vida del Cid.

22 Tanto Vàrvaro (1969), como Rico (1985), aunque se cubran las espaldas admitiendo la posibilidad de “tradiciones de vario origen y en parte al menos ya versificadas” (it.) o “de varios estadios a lo largo del siglo XII”, están, en el fondo, convencidos de lo mismo: “No puedo excluir la posibilidad de que el poema haya nacido así, esto es, variado de precisión extrema y de anacronismo legendario, desde el principio, desde cuando el poeta de San Esteban o de Medinaceli... dejó en él huella firme de su personalidad y lo plegó a los cánones de la convención épica” (it., pág. 65); “Personalmente, me atrevo a insistir en la sospecha de que no habría excesivas divergencias entre la versión conocida y la que circulaba hacia 1148” (pág. 206). Las concesiones a que aludimos dependen, sin duda, del peso de los argumentos de Horrent (1964a), quien, como reconoce Vàrvaro (n. 34), más que de “refundiciones” debería haber hablado de “retoques” menores en la evolución del Mio Cid durante la segunda mitad del s. XII. De forma más nítida expresa su convencimiento Rico en 1993: “Para ese año [1148], en efecto, el Poema de Almería nos exige suponer la existencia de un cantar sobre Ruy Díaz ninguno de cuyos ingredientes presumibles difiere significativamente del que conocemos... Una elemental economía explicativa... nos recomienda, por ende, entender que se trata de una versión primitiva del Cantar conservado” (pág. XXXVI), “Naturalmente, tanto antes como después de 1148, la ejecución pública supondría multitud de modificaciones de detalle y frecuentes remozamientos lingüísticos; pero el núcleo fundamental del Cantar debió de perdurar con notable firmeza igual en el siglo XII que en el siguiente” (pág. XXXVII).

23 Según ha sostenido Smith (cfr. 1977a, pág. 12) y, tras él, sus epígonos.

24 A la misma conclusión llega Pellen (1985-1986, Secc. 2ª) al estudiar la métrica cidiana y, más allá de ella, el arte del poeta. Oponiéndose al carácter “experimental” que Smith (1979, págs. 33 y 56) atribuye al verso cidiano, constata: “la técnica del verso revela una gran maestría de recursos en el modelo, y en los modelos sintácticos, sintagmáticos, simbólicos compatibles con ese modelo”; “por su maestría técnica, por su habilidad en la articulación de temas muy heterogéneos... la gesta es una obra de la madurez, no una tentativa de (gran) comienzo” (fr., pág. 60); “tras el texto actual, tanto en su longitud misma, en su trama, como en el detalle de sus motivos, de sus estructuras, se perciben reflejos, sobrevivencias, préstamos, imitaciones, que remiten a una historia quizá multisecular tanto extranjera como española” (fr., pág. 62).

ÍNDICE DEL CAPÍTULO I: TEMA I: LA ÉPICA EN LENGUA VULGAR AL SUR DE LOS PIRINEOS. TESTIMONIOS DEL SIGLO XIII

* 1. LA ÉPICA ESPAÑOLA. NUEVA DOCUMENTACIÓN Y NUEVA EVALUACIÓN (I)
* 2. EL TESTIMONIO ALFONSÍ. TEMAS CAROLINGIOS DE LA ÉPICA HISPANA
* 3. EL TESTIMONIO ALFONSÍ. TEMAS ESPAÑOLES DE LA ÉPICA HISPANA
*
4. EVALUACIÓN DEL TESTIMONIO ALFONSÍ
* 5. HUELLAS DE LA ÉPICA EN LOS DOS GRANDES HISTORIADORES LATINOS DE LA PRIMERA MITAD DEL S. XIII: EL ARZOBISPO DON RODRIGO Y DON LUCAS.
* 6. EL TESTIMONIO DE FRAY JUAN GIL DE ZAMORA: VERSIONES VARIAS DE UNA MISMA GESTA EN EL S. XIII
* 7. OTROS TESTIMONIOS DEL S. XIII. LOS POEMAS EN ROMANCE DEL MESTER DE CLERECÍA Y UNA CRÓNICA LOCAL
* 8. EVALUACIÓN DE LOS TESTIMONIOS DEL S. XIII COMPLEMENTARIOS DEL TESTIMONIO ALFONSÍ.
* 9. LAS COPIAS POÉTICAS TARDO-MEDIEVALES DE CANTARES DE GESTA A LA LUZ DE LOS TESTIMONIOS INDIRECTOS DEL S. XIII SOBRE LA EPOPEYA.

CAPÍTULO II: TEMA II: TESTIMONIOS DE LA POESÍA ÉPICA AL SUR DE LOS PIRINEOS ANTERIORES AL SIGLO XIII

* 10 II TESTIMONIOS DE LA POESÍA ÉPICA AL SUR DE LOS PIRINEOS ANTERIORES AL SIGLO XIII
* 11 2. LA HISTORIOGRAFÍA EN LATÍN EN EL ÚLTIMO CUARTO DEL SIGLO XII Y LA ÉPICA ORAL: LA HISTORIA DE CASTILLA EN LA CHRONICA NAIARENSIS.

*
12 3. ¿ALCANZÓ LA HISTORIOGRAFÍA ÁRABE DE LA PRIMERA MITAD DEL S. XII A CONOCER UN CANTO ÉPICO CASTELLANO?
*
13 4. LA ÉPICA CASTELLANA Y LA ÉPICA FRANCA EN LA ESPAÑA DE ALFONSO VII
* 14 5. LA PRESENCIA AL SUR DE LOS PIRINEOS DE LAS GESTAS FRANCESAS A MEDIADOS DEL S. XII Y LA TRADICIÓN ÉPICA DEL MEDIODÍA EUROPEO
*
15 6. LA GESTA DEI PER FRANCOS EN COMPOSTELA: EL IACOBUS.
*
16 7. LA ÉPICA CAROLINGIA AL SUR DE LOS PIRINEOS A PRINCIPIOS DEL S. XII

* 17 8. LA ÉPICA CAROLINGIA AL SUR DE LOS PIRINEOS EN EL S. XI.
*
18 9. EVALUACIÓN SUMARIA DE LOS TESTIMONIOS DE LOS SIGLOS XI Y XII.

CAPÍTULO III: TEMA III: LOS TESTIMONIOS POST-ALFONSÍES DE LA CONTINUIDAD DE LA EPOPEYA

* 19  III LOS TESTIMONIOS POST-ALFONSÍES DE LA CONTINUIDAD DE LA EPOPEYA
* 20 2. LA CRÓNICA DE CASTILLA SE HACE CIDIANA: LAS “ENFANCES” DE RODRIGO
*
21 3. LA CRÓNICA FRAGMENTARIA Y LAS LEYENDAS CAROLINGIAS.
* 22 4. LA OBRA HISTORIAL DEL CONDE DON PEDRO DE BARCELOS Y LA EPOPEYA

* 23 5. LA HISTORIOGRAFÍA POSTERIOR A 1344 Y LA SOBREVIVENCIA DE LOS CANTARES DE GESTA.
*
24  6. EVALUACIÓN SUMARIA DE LOS TESTIMONIOS TARDO-MEDIEVALES ACERCA DE LA LONGEVIDAD DE LA POESÍA ÉPICA

CAPÍTULO IV: TEMA IV: LA ÉPICA MEDIEVAL ESPAÑOLA Y ROMÁNICA. LA HERENCIA DE UNA ORALIDAD PRIMITIVA

* 25 1. ÉPICA DE ORÍGENES ORALES Y ÉPICA CULTA
* 26
2.LOS MODELOS CONTEMPORÁNEOS DE POESÍA NARRATIVA ORAL Y LA ÉPICA MEDIEVAL
* 27 3. EL MODO DRAMÁTICO DE LA NARRACIÓN ÉPICA
* 28 4. EL MOLDE PROSÓDICO Y LA GENERACIÓN DEL DISCURSO ÉPICO
* 29 5. LO FORMULARIO ÉPICO Y LA CREACIÓN ORAL
* 30 6. CREACIÓN Y REFUNDICIÓN
* 31 7. LA ETAPA ÁGRAFA DE LA PRODUCCIÓN ÉPICA. RAÍCES DEL GÉNERO.
* 32 8. LA ESCUELA ÉPICA ESPAÑOLA

* 33 9. CARACTERES DE LA ÉPICA ESPAÑOLA. LA VERSIFICACIÓN.
* 34 10. CARACTERES DE LA ÉPICA ESPAÑOLA. TEMAS Y CONTENIDOS IDEOLÓGICOS
* 35 11. LA INTEGRACIÓN DE LA TEMÁTICA CAROLINGIA EN LA TRADICIÓN ÉPICA ESPAÑOLA

CAPÍTULO V: TEMA V: EL MIO CID

* 36 1. EL MANUSCRITO DE VIVAR Y LA GESTA
* 37 2. EL MIO CID, GESTA CABEZA DE SERIE

* 38 3. EL POETA DEL “MIO CID” ANTE LAS CONVENCIONES FORMALES DEL GÉNERO
* 39 4. EL POETA DEL “MIO CID” ANTE LAS CONVENCIONES TEMÁTICAS DEL GÉNERO

* 40 5. EL POETA DEL “MIO CID” ANTE LA MEMORIA DE LAS GESTAS HISTÓRICAS DE RODRIGO
* 41 6. LA “PASIÓN” COMO FUERZA REESTRUCTURADORA DE LA HISTORIA. INTENCIONALIDAD POLÍTICA DEL CANTO ÉPICO
* 42 7. ¿DESDE CUÁNDO SE CANTÓ EL MIO CID?

CAPÍTULO VI: TEMA VI. FORMACIÓN Y DESARROLLO DEL CICLO CIDIANO

* 43 1. LA CREACIÓN DEL PERSONAJE LITERARIO. EL MIO CID Y LAS PARTICIONES DEL REY DON FERNANDO
* 44 2. LAS RECREACIONES JUGLARESCAS Y EL PASADO DE RODRIGO

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36.-1. EL MANUSCRITO DE VIVAR Y LA GESTA

V EL MIO CID


1. EL MANUSCRITO DE VIVAR Y LA GESTA.

 

------1.1. Gracias a la devoción local de los habitantes del pueblecito burgalés de Vivar a su famoso coterráneo Rodrigo Díaz (como acertadamente nota Geary 1983-84, pág. 185) se ha conservado hasta tiempos modernos el único manuscrito en forma poética casi completo que hoy conocemos de la épica medieval española, y no porque un público de lectores medievales de literatura determinara que sólo el Mio Cid y no los restantes poemas tenía valor literario (como especula Smith, 1977b). Sin duda, el hecho es puramente casual, aunque el haber sido el Cid el héroe nacional hispano por excelencia no deje de haber influido indirectamente en ello.

------El manuscrito de Vivar lleva un explicit que (antes de ser adicionado por otra mano del s. XIV con una fórmula juglaresca con propósitos recaudatorios 1) decía

 

“Quien escrivió este libro dél’ Dios para´yso amén/ Per Abbat le escrivió en el mes de mayo / en era de mill e .C.C. ( ) XLV. años”

 

La fórmula empleada hace imposible considerar estas palabras una firma de autor; se trata de un típico explicit de amanuense (según, una vez más, ha demostrado Schaffer, 1988-89 en un estudio exhaustivo de la cuestión) 2. Sin embargo, el año consignado en el explicit, equivalente al 1207 de Cristo, no corresponde al tiempo de la letra del manuscrito, que es del s. XIV 3. Si no aceptamos el supuesto de que en la transmisión de la fecha hubo alguien que eliminó una C (debido a que en el espacio blanco que hemos señalado entre paréntesis no hay huellas de ella) 4, la explicación más sencilla sería (Horrent, 1964b, págs. 275-282; 1973, págs. 197-207) la de que el último amanuense del s. XIV hubiera copiado la subscripción de un proto-texto escrito en 1207 y hubiera dudado al trascribir la fecha, por estar acostumbrado a fechas con tres CCC. La fecha de mayo de 1207 sería así el terminus ad quem, ya que no la de composición del Mio Cid (Montaner, 1993, pág. 688). Siendo el nombre de  “Per Abbat” muy común (Menéndez Pidal, 1908-1911, reprod. 1944-1946, I, págs. 17-18 y n. 3), no podemos utilizarlo (Michael, 1991) para localizar, no ya la composición del poema 5, sino ni siquiera su “escritura” en pergamino (tanto si fue el copista del supuesto manuscrito de 1207, lo cual es bastante probable, o si le asignamos la tarea de copia del manuscrito conservado, como pensó Menéndez Pidal).

 

------1.2. Este manuscrito de Vivar del s. XIV no es un lujoso códice “de biblioteca”; pero no por ello resulta identificable 6 con un “manuscrito de juglar” (como lo clasifican Riquer, 1959b, pág. 77 y Duggan, 1982, pág. 39); más bien parece haber sido escrito por encargo del propio concejo que lo conservó desde el s. XIV hasta el s. XIX 7. Frente a lo que inicialmente sospechaba Lord (1960, pág. 127) y trataron de desarrollar algunos epígonos del (o conversos al) “oralismo” (Harvey, 1963; Deyermond, 1965; Aguirre, 1968), los principales defectos que presenta el texto del manuscrito conservado, en tanto representante de la obra poética, no proceden de errores del dictado de un juglar a un escriba, sino de la tradición escrita, de la transmisión de copia a copia, como reconoció más tarde Deyermond (1969, págs. 199), hablando de una doble causa para los errores 8, y reafirma Vàrvaro (1969, n. 28), con base en lo puesto en evidencia por Menéndez Pidal (1908-1911, I, pág. 28-33). Ello es lógico, dado lo tardío del códice conservado. Sólo admitiendo la existencia de un texto escrito en fecha bastante más antigua que el manuscrito de Vivar (o de una serie de textos) puede explicarse la mixtura evidente que en él se observa de rasgos lingüísticos heredados y de rasgos lingüísticos superpuestos 9.

------Según ocurre con cualquier texto llegado a nosotros en una copia, el Mio Cid del manuscrito de Vivar no es un documento fiable en cuanto ejemplo de la lengua del tiempo en que se compuso el poema: sólo lo que en él resalta por “arcaico” es atribuible al estado original del texto, pues cualquier “novedad” puede, en principio, considerarse debida al proceso de transmisión de copia a copia; de ahí la inutilidad de los argumentos de base lingüística fundados en la observación del manuscrito del s. XIV para sustentar una datación de la composición del poema “posterior a” determinada fecha 10. También es, por otra parte, tarea imposible (dada la limitadísima ayuda que proporciona la prosodia 11) intentar la reconstrucción del texto primigenio en lo referente a su lengua. A través de la crítica interna sólo cabe hacer contadas observaciones, las cuales, eso sí, bastan para poder afirmar que el Mio Cid, al pasar de copia en copia, fue despojado de algunos importantes rasgos lingüísticos. Es altamente probable (Menéndez Pidal, 1944-1946, pág. 1197; Lapesa, 1985, pág. 31) que en el prototipo mismo tenido ante sí por el copista de Vivar, allí donde él escribió lorar, legar, leña, lamar, corneia, oios, mugier, fiias, ynoios, etc., constara *plorar, *plegar, *plena, *clamar, *cornella, *ollos, *muller, *fillas, *inollos, etc. o sus equivalentes *corneyla, *oylos, *muyler, etc., en vista de la existencia en el manuscrito conservado de la grafía plorando, en el v. 18, y de las ultracorrecciones Guiera (vv. 1160, 1165, 1727) y Castellón (v. 1329) por “Cullera” y “Castellón”, topónimos levantinos; también en el prototipo se emplearían muy posiblemente las grafías i o g para escribir lo que él transcribió con una ch: *eiados, *conduio, *nog, etc., dada la pervivencia de esa grafía arcaica con indistinción de las africadas sordas y sonoras en el antropónimo de origen vasco Oiarra, “Ocharra” (vv. 3394, 3417, 3422). En los finales de verso, el prototipo no sólo diría Trinidade (v. 2370), alaudare (v. 335), sino también Bivare, altare, male, vane, perderade o perderave, Carrione, Campeadore, sone, entrode o entrove, naçiode o naçiove, etc. puesto que en él se da la equivalencia asonántica á = á.e, ó = ó.e, í = í.e y se produce la lección errónea entrava en una serie en ó.e, y puesto que otros poemas épicos y romances viejos escriben las -e, -de y -ve “paragógicas”12. Otras características de la lengua empleada en el Mio Cid que la copia oculta (y no sabemos si ocultaba o no el antígrafo) son la no diptongación en ue de la ŏ latina (font o fuont, mort o muort, alon o aluon, poden o puoden, Osca o Uosca, dolo o duolo etc.); el empleo de *fo o *fuo, no fue (v. 2075...); los patronímicos *Vermudóz o *Vermuóz y no Vermúez (vv. 1894, 1907, 1919, 1991, etc.), *Simenones o *(E)ximenones y no Siménez (vv. 3394, 3417, 3422) y *Assuórez o Assórez y no Assúrez (v. 3008).

------A través de estos rasgos reconstruidos y de los que, procedentes del prototipo, sobreviven en la copia, se ha intentado situar lingüísticamente el texto original en la geografía peninsular. Aunque la mayor parte de aquellos rasgos que algunos críticos (Ubieto, 1957 y 1973; Pellen, 1976b) tildaron de no castellanos tienen títulos suficientes para ser considerados propios del “castellano” utilizado en la Extremadura castellana y la Transierra (según muestra la réplica contundente de Lapesa, 1980, reed. 1985, págs. 11-31; también Menéndez Pidal, 1960, recog. 1963a), creo que, si poseyéramos el antígrafo del que se sacó la copia de Vivar, la lengua del Mio Cid nos sorprendería por su lejanía respecto a los patrones burgaleses del castellano, toda vez que, a lo que parece, ese prototipo conservaba con bastante fidelidad los rasgos lingüísticos de un arquetipo “extremadano”, cuya existencia más adelante defenderé.

------Aunque las “reliquias” de las características lingüísticas originales transmitidas de copia en copia hasta el manuscrito de Vivar y las restauraciones sugeridas por la prosodia y por las ultracorrecciones no bastan para formarnos una imagen clara ni siquiera de la lengua del antígrafo en que se basa la copia del s. XIV conservada, el estudio de la lengua de esta copia nos asegura, al menos, que el poema tuvo ya forma escrita en un tiempo en que el romance mantenía rasgos más arcaicos que los conservados en los primeros grandes poemas de clerecía de entre 1230 y 1260 (Menéndez Pidal, 1944-46, págs. 1116-1167). El empleo de -óz en el patronímico de Vermudo (que según muestra Lapesa, 1985, págs. 22-24, “pudo existir hasta mediado el siglo XII, difícilmente después”) es fácil que perviviera en la gesta por vía oral (dado su frecuente empleo en la asonancia) y lo mismo ocurre con los usos sintácticos en que el poema se muestra más arcaizante que Berceo; pero el modelo de apócope presente en la copia de Vivar, inusitado en la lengua del s. XIV, no es de creer que llegara a ella por ese camino, sino como herencia del prototipo escrito; y, dentro de ese modelo, sólo por fidelidad al que servía de modelo se explica el mantenimiento de formas como toveldo ‘tove-t(e)-lo’ y nimbla ‘ni-m(e)-la’ (Menéndez Pidal, 1908-1911, reprod. 1944-1946, I, págs. 32-33), que, junto a la grafía -i- por [cˇ] en Oiarra, arriba citada, hacen muy probable la existencia del texto escrito de 1207 que hemos supuesto.

 

------1.3. La imposibilidad de recobrar el texto del poema en su lengua original 13 no supone que toda reconstrucción crítica textual deba abandonarse. Aunque sin esperanza de remontar al estado primigenio de la obra, podemos y debemos depurar críticamente el texto conservado en la copia de Vivar, tratando, al menos, de acercarnos a su prototipo (¿la copia previa de 1207?)14. En esa labor no debe nunca olvidarse que el manuscrito de Vivar no es el único testimonio ni el más antiguo que poseemos respecto al poema de Mio Cid. Anterior a él es, indudablemente (frente a las dudas expresadas por Horrent, 1973, pág. 209 y n. 45, quien desconoce los avances realizados en la historia de la historiografía), la prosificación incorporada a la Estoria de España de Alfonso X de c. 1270 y a su refundición crítica de 1282-1284. La tarea crítica de colacionar el texto de Vivar con la tradición historiográfica fue realizada, en su día, por Menéndez Pidal (1898a y 1908-1911), creyendo que en el “Cantar del Destierro” el texto de la Versión amplificada de 1289 derivaba de una Refundición del Mio Cid (y no del mismo Mio Cid que la Versión crítica). Es cierto que, en algunos casos, consideró variantes épicas lo que un mejor conocimiento de la historiografía permite reclasificar como adaptaciones del relato al nuevo género (Catalán, 1963a ó 1992a, cap. IV, § 3 y n. 114); pero la validez y necesidad filológica de la labor ha sido convincentemente defendida por la crítica textual reciente (véase Armistead, 1989; Catalán, 1963a ó 1992a, cap. IV, n. 112; en términos generales ha sido planteada también la cuestión por Dyer, 1979-80 y 1989 y aceptada, como editor, por Montaner, 1993, págs. 80-83 y 85). Otra cosa es el uso que de este testimonio pueda hacerse, ya que es preciso conocer bien las técnicas prosificatorias, amplificatorias y de resumen de la Estoria de España (y de cada una de las versiones en que se nos conserva) para no incurrir en interpretaciones erróneas.

------Por otra parte, el hecho de que admitamos una tradición escrita con anterioridad al manuscrito de Vivar 15 no excluye la existencia anterior y también posiblemente simultánea de ejecuciones orales y de la transmisión del texto de memoria en memoria que el género al cual pertenece el poema y la presencia en él de los rasgos estructurales propios del arte juglaresco nos hacen suponer. De hecho, el modo “natural” de vivir y difundirse el texto épico del Mio Cid tuvo que ser, en sus primeros tiempos (e incluso, quizá, en días de Alfonso X), la voz de los juglares en actos repetidos de canto; sólo más tarde debió acudirse a la “lectura” oral pública 16.

Diego Catalán: "La épica española. Nueva documentación y nueva evaluación" (2001)

NOTAS

 

1 “El rromanz es leydo,

datnos del vino;

si non tenedes dineros,

echad a[l]lá unos peño(l)s,

que bien vos lo darán sobr’e[l]los”

 

2 Y según los expertos de todos los tiempos han reconocido: Sánchez (1779), Bello (1881), Menéndez Pidal (1908-1911, págs. 12-18), Horrent (1964a y 1973, págs. 199-200), Vàrvaro (1969, pág. 59, n. 27), Rico (1985, págs. 207-208 y n. 19). Nada sustancial respalda el supuesto contrario de Smith (1983); el sistemático reexamen del significado de escrivir en el explicit de códices de los siglos XIII y XIV, realizado por Schaffer (1988-89) y Michael (1991), prueba que no es otra cosa que ‘poner materialmente por escrito’ y que para ‘componer’ se utilizaban otros verbos (distinguiendo en su uso, con notable precisión, varios matices en el modo de crear el texto o razón).

 

3 Más bien de tiempos de Alfonso XI (1312-1350) que anterior y, probablemente, de mediados del siglo, no de principios (Orduna, 1989, págs. 6-7).

 

4 Ya Menéndez Pidal (1898b, pág. 113 y 1908-1911, reprod. 1944-1946, pág. 18) notó que en ese blanco no había huellas de una tercera C. No obstante, siguió considerando como explicación preferible la de la desaparición de una C, según habían propuesto otros críticos que le precedieron en el examen del explicit. Montaner (1993, págs. 687-688), tras un examen con recursos técnicos modernos del códice, da razones para negar que se hubiera raspado algo en ese amplio hueco en blanco.


5
Como creyeron antiguamente algunos desconocedores de la onomástica medieval y frente a las desbordantes fantasías modernas de Smith (1983, pág. 67), sobre las que ironizan Rico (1985, pág. 208, n. 19) y Schaffer (1988-89, págs. 144-147).

 

6 A pesar de su evidente utilización ante el público (véase n. 1).

 

7 En la conservación, a lo largo de los siglos, de estos “versos bárbaros notables” (como en 1601 los calificaba fray Prudencio de Sandoval) fue un hecho importante la frecuencia con que en ellos figuraba la voz “Bivar” y la presencia del “Rio d’Ovirna” en el discurso de Asur González, cuando menosprecia al Cid recordándole las maquilas que llevaba de los molinos de ese río. Podemos afirmarlo en vista de que en la última hoja del códice una mano del s. XIV transcribió aisladamente los versos del insulto en que aparecía el topónimo (Menéndez Pidal, 1908-1911, pág. 3). Ello prueba que ya en el s. XIV el códice se hallaba en Vivar, y es posible que ese fuese su destino originario. Esta suposición no contradice el hecho, casi seguro, de que se copiara de un manuscrito existente en otro lugar, pues no es de creer que sea sustitución de un códice local anterior deteriorado. Orduna (1989), teniendo en cuenta el hecho de que el manuscrito de Vivar, aparte de haber sido corregido por varios amanuenses en el propio s. XIV, pasó por la mano de un lector-amanuense que utilizó su última hoja para ensayar la escritura del párrafo inicial de un romanceamiento de la Altercatio Hadriani Augusti et Epicteti Philosophi y de otros que copiaron oraciones (Menéndez Pidal, 1908-1911, págs. 2-10), sugiere que la copia perteneciera a un taller historiográfico del s. XIV, lo cual no me parece una inducción muy lógica; la alternativa propuesta por Michael (1991, pág. 205), de que el códice se copiara en Cardeña, es más aceptable, si bien completamente gratuita. Lo único seguro es que cuando se escribió el segundo párrafo en la hoja final (el del Río de Ovirna) el códice estaba ya en Vivar. Sólo es, por tanto, una incógnita dónde se escribió el primer párrafo (el de la Altercatio), si es que no son debidos a la misma mano.

 

8 El doble origen de los errores ha sido aceptado por Walsh (1990-91, n. 5), atribuyendo al dictado de memoria los casos en que Menéndez Pidal descubre o cree descubrir un desorden en los versos del manuscrito. En varios de ellos no me parece la mejor explicación del texto conservado.

 

9 Los hábitos de copia en los tiempos en que se manuscribió el códice de Vivar hacían posible la sistemática sustitución de ciertas formas (consideradas arcaicas o aberrantes) y, a la vez, la reproducción mecánica, en otros casos, de peculiaridades del original copiado.

 

10 Como el de Pattison (1967), que, por otra parte, se apoyaba en datos y observaciones muy frágiles, según mostró Lapesa (1980), de cuya crítica intenta vanamente defenderse Pattison (1985-86).

 

11 Sólo las series asonánticas permiten correcciones seguras; el ritmo del verso bimembre no ofrece reglas tan claras (según ya hemos visto, cap. IV, § 9) como para fundar en él reconstrucciones. Por ello, resulta peligroso intentar enmendar el manuscrito único para acomodarlo a una teoría personal acerca de la medida silábica de los versos anisosílabos del poema, según hace Chiarini (1970, págs. 32-45), aunque, por mi parte, considere aceptables (sin necesidad de creer en su teoría métrica) algunas de las correcciones por él propuestas.

 

12 Los tres estadios cronológicos en el empleo de la -e paragógica que pretende distinguir Horrent (1973, págs. 227-231) no se confirman con los datos positivos de -e paragógica conservados en textos épicos y romancísticos. Como ya observó Menéndez Pidal (1964-69, págs. 1183-1184), autoenmendándose, si bien el entraua del ms. de Vivar parece lectura errónea de un *entroue existente en el original que copiaba, la forma primigenia conservaría la d etimológica de -au(i)t: *entrode (como ocurre en la copia del s. XIII del Roncesvalles). Montaner (1993, pág. 318) cree que el carácter “tardío” de la -e paragógica con -v- antihiática anula la explicación del -ava como mala lectura de -ove; pero entre el prototipo de 1207, al que parece remontar la copia de Vivar, y este manuscrito es posible que existieran otros actos de transmisión manuscrita. Tampoco es segura la universalidad de una pronunciación poética arcaica con conservación de la -d etimológica a comienzos del s. XIII.

 

13 El recurso a la comparación externa, esto es, con documentación afín, exigiría determinar de antemano dónde, cuándo y dentro de qué tradiciones lingüísticas impuestas por el género se escribió la obra, lo cual es, claro está, más que difícil. Es, sin embargo, una tarea que, en su día, trató de realizar Menéndez Pidal al ofrecer al público, junto a una edición “paleográfica” impecable (1898b, reprod. 1908-1911, 1944-1946, págs. 909-1016 y 1961b, en este último caso acompañada del facsímil fotográfico, cfr. Montaner, 1993, pág. 84), una edición “crítica” (1908-1911, repr. 1944-1946, págs. 1022-1164) basada en su respuesta a esos interrogantes. Naturalmente, esta doble edición permitió a Menéndez Pidal aplicar en la elaboración de su texto crítico hipótesis correctoras, que, de haber optado por reunir en una ambas ediciones (según harán editores posteriores), no habría ensayado. Por otra parte, es preciso notar que, contra lo que la crítica moderna suele afirmar, Menéndez Pidal fue, para su época, un gran defensor de la necesidad de aplicar un “criterio conservador al hablar de los recursos enmendatorios de que disponemos” y que reaccionó contra excesos anteriores (1908-1911, reprod. 1944-1946, págs. 32-33). Así y todo, es evidente, que cualquier estudio serio del Mio Cid debe tomar como punto de partida su edición “paleográfica” y utilizar la “crítica” tan sólo como un conjunto de anotaciones imprescindibles, y no substituir el texto conservado por este texto pidalino, o cualquier otro similar posterior en el tiempo.

 

14 Conforme vienen intentando hacer, con variado éxito, críticos de formación filológica como Menéndez Pidal (1908-1911) y Horrent (1964a, 1973, 1978, 1982). Las ediciones de bolsillo de Michael (1975, 1976) y Smith (1972, 1976, 1985), al tratar de combinar en un solo texto la fidelidad paleográfica al manuscrito de Vivar y una presentación en forma de edición más o menos crítica, pecan de no cumplir ni con los preceptos de la una ni de la otra; no pasan de ser ediciones del manuscrito único conservado “normalizadas” para el uso de un público de lectores universitarios, en las que no se aborda la corrección de lo patentemente erróneo en el texto de Vivar. Aunque en algunos importantes detalles pueda hacerse a la de Montaner (1993) una crítica similar, en conjunto responde mejor que las anteriores a los paradigmas de una edición crítica bien fundamentada.

 

15 Según la conclusión a que llegó Menéndez Pidal en su inicial etapa de filólogo firmemente asentado en el positivismo: “En suma, el códice de Per Abbat se deriva, por una serie no interrumpida de copias, del original escrito hacia el año 1140. Los arcaísmos de lenguaje nos hacen creer que esas copias fueron pocas, quizá únicamente la dos anteriores a la de Per Abbat que se suponen arriba, y estas dos serían bastante antiguas o por lo menos bastante fieles” (1908-1911, reprod. 1944-1946, págs. 32-33). Son, hoy por hoy, incompletas las comparaciones del texto de Vivar, de mediados del s. XIV, con el que (o los que) alcanzaron a conocer c. 1270 y en 1282-83 los “estoriadores” alfonsíes y, en época incierta, el redactor de la Estoria caradignense del Cid (en el tránsito del s. XIII a s. XIV, o antes). Creo, sin embargo, posible afirmar que tanto el texto alfonsí como el caradignense se conexionaban por vía escrita y no oral con el prototipo de la tradición manuscrita del códice poético conservado. Me baso para afirmarlo en la existencia en el manuscrito al que tuvo acceso Alfonso X de la lectura errónea Teruel por Terrer, en Mio Cid, vv. 571, 585, según muestran los mss. de la Versión amplificada, de la Versión mixta y de la Versión crítica (cfr. PCG, pág. 526b19-20 y n.), y, por otra parte, de las deformaciones sufridas por el topónimo Cullera que se hallan tanto en la Versión crítica como en la “Interpolación cidiana” de la Versión mixta y de la Crónica de Castilla (cfr. PCG, pág. 598a26-27), las cuales reflejan la misma ultracorrección fonética que el Gujera de los vv. 1160, 1165, 1727 del Mio Cid arriba comentado.

 

16 Que parece indicar la adición de los versos petitorios (citados en la n. 1) al explicit del manuscrito.

ÍNDICE DEL CAPÍTULO I: TEMA I: LA ÉPICA EN LENGUA VULGAR AL SUR DE LOS PIRINEOS. TESTIMONIOS DEL SIGLO XIII

* 1. LA ÉPICA ESPAÑOLA. NUEVA DOCUMENTACIÓN Y NUEVA EVALUACIÓN (I)
* 2. EL TESTIMONIO ALFONSÍ. TEMAS CAROLINGIOS DE LA ÉPICA HISPANA
* 3. EL TESTIMONIO ALFONSÍ. TEMAS ESPAÑOLES DE LA ÉPICA HISPANA
*
4. EVALUACIÓN DEL TESTIMONIO ALFONSÍ
* 5. HUELLAS DE LA ÉPICA EN LOS DOS GRANDES HISTORIADORES LATINOS DE LA PRIMERA MITAD DEL S. XIII: EL ARZOBISPO DON RODRIGO Y DON LUCAS.
* 6. EL TESTIMONIO DE FRAY JUAN GIL DE ZAMORA: VERSIONES VARIAS DE UNA MISMA GESTA EN EL S. XIII
* 7. OTROS TESTIMONIOS DEL S. XIII. LOS POEMAS EN ROMANCE DEL MESTER DE CLERECÍA Y UNA CRÓNICA LOCAL
* 8. EVALUACIÓN DE LOS TESTIMONIOS DEL S. XIII COMPLEMENTARIOS DEL TESTIMONIO ALFONSÍ.
* 9. LAS COPIAS POÉTICAS TARDO-MEDIEVALES DE CANTARES DE GESTA A LA LUZ DE LOS TESTIMONIOS INDIRECTOS DEL S. XIII SOBRE LA EPOPEYA.

CAPÍTULO II: TEMA II: TESTIMONIOS DE LA POESÍA ÉPICA AL SUR DE LOS PIRINEOS ANTERIORES AL SIGLO XIII

* 10 II TESTIMONIOS DE LA POESÍA ÉPICA AL SUR DE LOS PIRINEOS ANTERIORES AL SIGLO XIII
* 11 2. LA HISTORIOGRAFÍA EN LATÍN EN EL ÚLTIMO CUARTO DEL SIGLO XII Y LA ÉPICA ORAL: LA HISTORIA DE CASTILLA EN LA CHRONICA NAIARENSIS.

*
12 3. ¿ALCANZÓ LA HISTORIOGRAFÍA ÁRABE DE LA PRIMERA MITAD DEL S. XII A CONOCER UN CANTO ÉPICO CASTELLANO?
*
13 4. LA ÉPICA CASTELLANA Y LA ÉPICA FRANCA EN LA ESPAÑA DE ALFONSO VII
* 14 5. LA PRESENCIA AL SUR DE LOS PIRINEOS DE LAS GESTAS FRANCESAS A MEDIADOS DEL S. XII Y LA TRADICIÓN ÉPICA DEL MEDIODÍA EUROPEO
*
15 6. LA GESTA DEI PER FRANCOS EN COMPOSTELA: EL IACOBUS.
*
16 7. LA ÉPICA CAROLINGIA AL SUR DE LOS PIRINEOS A PRINCIPIOS DEL S. XII

* 17 8. LA ÉPICA CAROLINGIA AL SUR DE LOS PIRINEOS EN EL S. XI.
*
18 9. EVALUACIÓN SUMARIA DE LOS TESTIMONIOS DE LOS SIGLOS XI Y XII.

CAPÍTULO III: TEMA III: LOS TESTIMONIOS POST-ALFONSÍES DE LA CONTINUIDAD DE LA EPOPEYA

* 19  III LOS TESTIMONIOS POST-ALFONSÍES DE LA CONTINUIDAD DE LA EPOPEYA
* 20 2. LA CRÓNICA DE CASTILLA SE HACE CIDIANA: LAS “ENFANCES” DE RODRIGO
*
21 3. LA CRÓNICA FRAGMENTARIA Y LAS LEYENDAS CAROLINGIAS.
* 22 4. LA OBRA HISTORIAL DEL CONDE DON PEDRO DE BARCELOS Y LA EPOPEYA

* 23 5. LA HISTORIOGRAFÍA POSTERIOR A 1344 Y LA SOBREVIVENCIA DE LOS CANTARES DE GESTA.
*
24  6. EVALUACIÓN SUMARIA DE LOS TESTIMONIOS TARDO-MEDIEVALES ACERCA DE LA LONGEVIDAD DE LA POESÍA ÉPICA

CAPÍTULO IV: TEMA IV: LA ÉPICA MEDIEVAL ESPAÑOLA Y ROMÁNICA. LA HERENCIA DE UNA ORALIDAD PRIMITIVA

* 25 1. ÉPICA DE ORÍGENES ORALES Y ÉPICA CULTA
* 26
2.LOS MODELOS CONTEMPORÁNEOS DE POESÍA NARRATIVA ORAL Y LA ÉPICA MEDIEVAL
* 27 3. EL MODO DRAMÁTICO DE LA NARRACIÓN ÉPICA
* 28 4. EL MOLDE PROSÓDICO Y LA GENERACIÓN DEL DISCURSO ÉPICO
* 29 5. LO FORMULARIO ÉPICO Y LA CREACIÓN ORAL
* 30 6. CREACIÓN Y REFUNDICIÓN
* 31 7. LA ETAPA ÁGRAFA DE LA PRODUCCIÓN ÉPICA. RAÍCES DEL GÉNERO.
* 32 8. LA ESCUELA ÉPICA ESPAÑOLA

* 33 9. CARACTERES DE LA ÉPICA ESPAÑOLA. LA VERSIFICACIÓN.
* 34 10. CARACTERES DE LA ÉPICA ESPAÑOLA. TEMAS Y CONTENIDOS IDEOLÓGICOS
* 35 11. LA INTEGRACIÓN DE LA TEMÁTICA CAROLINGIA EN LA TRADICIÓN ÉPICA ESPAÑOLA

CAPÍTULO V: TEMA V: EL MIO CID

* 36 1. EL MANUSCRITO DE VIVAR Y LA GESTA
* 37 2. EL MIO CID, GESTA CABEZA DE SERIE

* 38 3. EL POETA DEL “MIO CID” ANTE LAS CONVENCIONES FORMALES DEL GÉNERO
* 39 4. EL POETA DEL “MIO CID” ANTE LAS CONVENCIONES TEMÁTICAS DEL GÉNERO

* 40 5. EL POETA DEL “MIO CID” ANTE LA MEMORIA DE LAS GESTAS HISTÓRICAS DE RODRIGO
* 41 6. LA “PASIÓN” COMO FUERZA REESTRUCTURADORA DE LA HISTORIA. INTENCIONALIDAD POLÍTICA DEL CANTO ÉPICO
* 42 7. ¿DESDE CUÁNDO SE CANTÓ EL MIO CID?

CAPÍTULO VI: TEMA VI. FORMACIÓN Y DESARROLLO DEL CICLO CIDIANO

* 43 1. LA CREACIÓN DEL PERSONAJE LITERARIO. EL MIO CID Y LAS PARTICIONES DEL REY DON FERNANDO
* 44 2. LAS RECREACIONES JUGLARESCAS Y EL PASADO DE RODRIGO

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