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Obras de Diego Catalán

41.- 6. LA “PASIÓN” COMO FUERZA REESTRUCTURADORA DE LA HISTORIA. INTENCIONALIDAD POLÍTICA DEL CANTO ÉPICO.

41.- 6. LA “PASIÓN” COMO FUERZA REESTRUCTURADORA DE LA HISTORIA. INTENCIONALIDAD POLÍTICA DEL CANTO ÉPICO.

6. LA “PASIÓN” COMO FUERZA REESTRUCTURADORA DE LA HISTORIA. INTENCIONALIDAD POLÍTICA DEL CANTO ÉPICO.

------6.1. La fugacidad de la presencia de Diego Téllez en la gesta no supone que el episodio épico en que toma parte sea secundario. Todo lo contrario. Cuando Félez Muñoz encuentra y socorre a sus primas, abandonadas y maltratadas, emprende con ellas la huida, temeroso de que regresen los traidores, y recurre a los varones de San Esteban y en especial a Diego Téllez para dejarlas seguras y atendidas (vv. 2809-2823):

Todos tres señeros ------por los rrobredos de Corpes,
entre noch e día------ salieron de los montes;
a las aguas de Duero------ ellos arribados son.
A la Torre de don’ Urraca------ elle las dexó.
A Sant Estevan ------vino Félez Muñoz.
Falló a Diego Téllez, ------ el que de Albarfáñez f[o].
Quando él lo oyó, ------pesol’ de coraçón.
Priso bestias ------e vestidos de pro;
hyva rreçebir ------a don Elvira e doña Sol.
En Sant Estevan------ dentro las metió.
Los de Sant Estevan, ------ siempre mesurados son,
quando sabién esto, ------ pesóles de coraçón.
A llas fijas del Çid ------danles esfurç[i]ó[n].
Allí sovieron ellas ------fata que sanas son.

------Puesto que todo el motivo temático de la afrenta de Corpes es invención poética, no es la memoria histórica del poeta la que impone la presencia de Diego Téllez en la acción del poema, sino la decisión, libremente tomada, de “regalar” a este personaje histórico el papel de “buen samaritano”40. No es de creer que la oferta a una persona concreta de un papel tan noble fuera hecha “de gracia”; considero necesario suponer una vinculación muy directa del poeta con la familia del que fue tenente de Sepúlveda y que vivió en los días de Rodrigo de Vivar (Catalán 1985 y 1995).
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Hecha esta consideración, me parece evidente que el recuerdo de Diego Téllez es complementario de la predilección mostrada por el poeta respecto a San Esteban de Gormaz, “una buena çipdad” (v. 398), y por sus habitantes, a quienes el poeta no sólo dedica el elogio del v. 2820 (“siempre mesurados son”) sino otros varios (“varones de Sant Estevan, a guisa de muy pros...”, v. 2847; “Graçias, varones de Sant Estevan, que sodes coñoscedores...”, v. 2851), lugar al que también “regala” el poeta el colocar en él la acogida de las hijas del héroe en el momento más dramático de su vida de ficción. Ante las notables expresiones de elogio a que acabamos de aludir y en vista de otras razones que a continuación recordamos, Horrent (1966) se muestra convencido de que “si no era natural de San Esteban, el poeta del Cid se consideraba a sí mismo como tal” (fr., pág. 615; seguido por Martin, 1979, pág. 85); y lo mismo piensan Chalon (1976, pág. 126) y Rico (1993, pág. XIX).
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Ya Menéndez Pidal, desde sus primeros estudios (1908-1911, págs. 68-73) había llamado la atención sobre un hecho muy significativo: en los itinerarios de los personajes del Mio Cid sólo se describen con detalle y con innecesarias precisiones de topónimos, muchos de ellos insignificantes (pertenecientes a la microtoponimia sólo conocida por los habitantes de un pequeño territorio), dos comarcas vecinas, la de en torno a Medinaceli y la de en torno a San Esteban de Gormaz (observación que muchos críticos modernos soslayan, por no convenir con sus hipótesis, pero que Rico, 1993, pág. XIX, con toda razón califica de “incontrovertible”). Sin embargo, consideró que “Medina figura en la gesta del Cid sólo por el afecto especial del poeta; San Esteban por derecho propio” (pág. 73), dado que “el tema capital en que [el juglar] pensaba continuadamente al escribir su obra es, según observó Wolf [1831, pág. 240; recog. en 1859, pág. 46], el matrimonio de las hijas del Cid (vv. 282, 825, 1373-77, 1385-92, 1650, 1768, 1879, 2275, 2496), su afrenta y su venganza (3715-22)”; y que, por tanto “todo el interés se centra en el suceso que se desarrolla en el robledo de Corpes, cerca de San Esteban” (págs. 71-72). A mi modo de ver (Catalán, 1985 y 1995), la propia razón que llevó a Menéndez Pidal a preferir Medinaceli como patria del poeta es la que exige hacerlo natural de San Esteban, ya que en ese núcleo de topónimos en torno a la villa, no sólo convergen los itinerarios más diversos recorridos por los personajes en la ficción del poema, sino la acción principal inventada libremente por el poeta. Un último argumento confirmatorio de que el poeta se crió en San Esteban (Horrent, 1966, pág. 614, apoyándose en Menéndez Pidal, 1913, pág. 30, recog. 1963a, págs. 19-20) lo representa la alusión lacónica, como de todos conocida, a una leyenda local de los alrededores de San Esteban (“a ssiniestro dexan a Griza, que Alamos pobló, / allí son Caños do a Elpha ençerró; / a diestro dexan a Sant Estevan...”), vv. 2694-2696, que no sólo es hoy indescifrable (aunque Menéndez Pidal, 1958, recog. 1963a, págs 179-186, lograse iniciar un acercamiento a su sentido, ampliamente glosado por García Pérez, 1993), sino que probablemente lo sería para buena parte del auditorio contemporáneo de la gesta.
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El localismo geográfico del Mio Cid no se manifiesta únicamente, por tanto, en el despliegue de conocimientos sobre la microtoponimia de ciertas comarcas o en un innecesario crecimiento de las descripciones de ciertas jornadas de viaje, sino que determina la estructura misma de la gesta. Para nada importa cuántas veces nombra el poeta (y desde qué momento de la acción) a Valencia, cabeza del señorío histórico de Rodrigo Díaz 41, para que sea patente la desproporción con que se contemplan diferentes áreas del campo de acción del Cid histórico: Nada nos dice la historia latina del Campeador acerca de su actividad bélica como desterrado en los valles altos del Henares (reino de Toledo) y del Jalón (reino de Zaragoza), a la cual el poema dedica 446 versos (siendo muy posible que los sucesos en ellos narrados no respondan a ningún hecho real, según arriba dijimos); en cambio, las diferentes etapas en el establecimiento del dominio cidiano sobre Valencia (cuyos detalles tan bien conocemos por la Historia Roderici y por Ibn ءAlqama), se despachan de forma tan simplificada y esquematizada en la gesta poética que sólo ocupan 135 versos 42. Está claro que los primeros pasos en la “guerra guerreada” de la mesnada del exiliado interesan más, como tema, al poeta extremadano que la conquista del feudo levantino, al igual que el alcáyaz de Molina 43, fiel vasallo de mio Cid, es para él una figura digna de canto, mientras nada dice (ni sabe) de personajes de tanto relieve histórico como al-Qādir o Ibn Ŷaḥḥaf, a quienes el Rodrigo histórico vino a substituir en el señorío del reino de Valencia.
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Si, en el mapa mental del poeta, Valencia y la mar salada (por donde sale el sol) constituyen un lugar privilegiado en el cual el héroe puede obtener “aver e tierra e oro e onor”, no por ello dejan de hallarse situadas en una lejanía (“de Valencia misma, nada dice que necesitase una visión personal”, Horrent, 1966, pág. 611). Paralelamente, en el otro extremo geográfico, el reino todo de Alfonso VI, Castilla incluida (con exclusión de la frontera), figura también en la gesta, pese a las raíces burgalesas del héroe, como un espacio, amplio y profundo, aún más lejano que el Levante mediterráneo, pues sólo reclama la atención del poeta por su extensión y variedad, denotadoras de grandeza (vv, 2923-2926):

rrey es de Castiella----- e rrey es de León
e de las Asturias----- bien a san Çalvador,
fasta dentro de Sancti Yaguo----- de todo es señor
e llos condes gallizianos----- e él tienen por señor.

Cuando los enviados del Cid se alejan de la Extremadura castellana del alto Duero, aunque hallan una amable acogida en el rey y entre algunos de su entorno, sienten invariablemente, a la vez, el peso de un “grand bando” hostil al Campeador. Es obvio que el poeta no se siente cómodo en esas tierras, para él muy ajenas, a través de las cuales hace transitar a sus personajes sin que presten la más mínima atención al camino (Catalán 1985 y 1995). Con razón ha llegado a decir Molho (1977, pág. 245) que “la leyenda del Cid, tal como se plasma en el Cantar, es esencialmente una leyenda anticastellana nacida en tierras fronterizas”.
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La contraposición y hostilidad mutua entre los caballeros “estremadanos” y la nobleza castellana es un hecho social histórico generalmente ignorado, pero tan relevante como para haber sido considerado por la historiografía aristocrática factor esencial del desastre de Alfonso VIII en Alarcos (1195), debido a que el máximo representante de la nobleza castellana,

“don Diego, señor de Vizcaya, e los fijos dalgo non estavan pagados del rey, por que dixiera que tan buenos eran los cavalleros de las villas de Estremadura (e) como los fijos dalgo e tan bien encavalgantes e tan bien armados commo ellos, e por esto que dixo non le ayudaron en aquella lid commo devieran, ca non eran con el rey sus coraçones dellos, por que tovieron que les dixiera grand desonrra” (Crónica de Castilla) 44.

Ante testimonios tan claros de la pertenencia del poeta a la Extremadura castellana, como los que hemos venido recordando, cuesta trabajo entender que, de tarde en tarde, resurjan en la crítica los intentos de situar en Burgos, en el monasterio de Cardeña, la elaboración de la gesta; tal suposición responde únicamente al viejo prejuicio (basado en la autoridad de Bédier) de que el núcleo de cualquier leyenda épica hay que buscarlo en el culto monástico de las reliquias de un personaje histórico cuya memoria interesó revitalizar para atraer hacia el lugar sacro turistas-peregrinos 45.
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Con el carácter “estremadano”, fronterizo, de la gesta cidiana se relaciona también la importancia concedida al tema de las “parias” que pagan los moros “protegidos”, origen del enfrentamiento del “salido” de la tierra con el Conde de Barcelona y, después, base de su gran riqueza, pues, según el prudente moro de paz Abengalvón concede (vv. 1524-26):

maguer que mal le queramos, ----- non gelo podremos f[ar],
en paz o en guerra -----de lo nuestro abrá;
muchol’ tengo por torpe----- qui non conosçe la verdad.

El tema, ciertamente, no es anacrónico respecto a las acciones del Cid en Levante, pues, aunque el derrumbamiento en 1092 del sistema de “parias” (tras la conquista de al-Andalus por los lamtuníes) debió de provocar en el interior del reino castellano-leonés un fuerte síndrome de abstinencia de “aver monedado”, dada la “auroflebotomía” heredada de los tiempos inmediatamente anteriores, el sistema, pese a los esfuerzos de  Yūsuf ibn Tašufīn, se mantuvo vigente en todo el Levante (desde Denia hacia el Norte) mientras el Cid vivió (1099) 46. Sin embargo, una vez caído el Levante en poder almorávide (1102-1114), sólo renacieron las esperanzas cristianas de revivir aquella plenitud dineraria cuando, debido a la presión de los almohades (del Rey de los Montes Claros, como recuerda el Mio Cid, v. 1182), el imperio almorávide entra en crisis y se forman las nuevas Taifas (Córdoba, Valencia, Mértola, Murcia). Nos consta que en 1144 los nuevos reyezuelos andaluces intentaban ganarse la benevolencia de los cristianos depredadores volviendo a la vieja política del pago de parias “según nuestros padres dieron a vuestros padres” (lat.), como testimonia la Historia Adefonsi Imperatoris (eds. Sánchez Belda, 1950, pág. 149; Maya, 1990, pág. 240); y en el reestablecimiento de este sistema de beneficios compitieron, pronto, de nuevo, como en tiempos del Cid, los “francos” (catalanes o ultrapirenaicos), los navarros y los extremadanos.

------6.2. El conflicto entre el Cid (y sus compañeros de exilio) y el “grand bando” de ricos-hombres castellanos y leoneses, “desde Zamora hasta Pamplona”, capitaneado por el conde don García de Nájera, de que nos hablan tanto la gesta romance como la historia latina del héroe (§ 50), no es presentado en la epopeya como un conflicto “geográfico” o meramente interfamiliar, sino como un conflicto “clasista”, como una consecuencia de la radical oposición social e ideológica entre un infanzón de la baja nobleza (y los de su clase), cuyo único medio de vida es la guerra, y la alta nobleza de los ricos-hombres, con solares conocidos, cargados de “onores” y con gran predicamento en la corte (cfr. Cotrait, 1977, págs. 237-248 y Barbero, 1984). Todo lector de la gesta cidiana se ha sentido sorprendido por el papel central que en ella tienen el dinero y los objetos preciados: el escalonado triunfo del desterrado se va midiendo, paso a paso, por su adquisición de riquezas en la guerra (caballos, sillas, frenos, espadas, guarniciones) y su obtención de “aver monedado” a través de las “parias” que extrae de los moros y mediante otras transacciones (venta de lo apresado, rescates, etc.); esa riqueza “mueble” es lo que le permite atender a su mujer e hijas mientras él se halla expatriado, pagar a sus fieles vasallos, reclutar mercenarios y recobrar poco a poco, el “amor” de su rey (para una detallada exposición de cómo el Mio Cid enfatiza las ganancias del Cid, cfr. Martin, 1979, págs. 57-75, Duggan, 1989, y Catalán, 1995, págs. 121-124). Pero esta extraordinaria capacidad de enriquecimiento mediante la acción que el Campeador ha demostrado avivará el deseo de los infantes de Carrión de casarse con sus hijas “a su ondra e a nuestra pro” (como explican sin rebozo al propio rey, v. 1888), con lo que se inicia el conflicto subsiguiente, cuando los orgullosos hijos del conde don Gonzalo descubren que de la vida en frontera (v. 2320)

catamos la ganancia e la pérdida no

y que esas riquezas sólo se obtienen y mantienen con las manos puestas en la espada.
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En contraste con el dinero y objetos preciados que han hecho ricos al “salido” de la tierra y a sus vasallos, el poder de los ricos-hombres de la corte de Alfonso tiene una muy distinta base económica (Catalán, 1985 y, mejor, 1995, págs. 124-126): el solar (las tierras y villas poseídas en heredad). Así, cuando los infantes de Carrión deciden abandonar Valencia, llevándose a sus mujeres, ofrecen al Cid (vv. 2563-2564/5):

levar las hemos -----a nuestras tierras de Carrión;
meter las hemos en las villas ----que les diemos por arras e por onores

y el propio Cid se hace entonces eco del contraste entre un tipo y otro de economía, diciendo a sus yernos (vv. 2570-2571):

vos les diestes villas por arras -----en tierras de Carrión,
hyo quiero les dar axuvar -----tres mill marcos de [valor]

y además mulas, palafrenes, caballos, vestidos y espadas. Por ello, llegado el momento del juicio en las cortes de Toledo, a la demanda del ofendido (v. 3206):

¡Den me mis averes, ------quando myos yernos no son!

uno de los infantes se verá precisado a contestar, confesando la falta de liquidez (v. 3236b):

Averes monedados non tenemos nos,

por lo que el conde don Ramón, que actúa de juez, exigirá a los infantes que paguen en “apreçiadura” (mulas, palafrenes, espadas, guarniciones). Pero estos ricos-hombres de solares conocidos no tienen riqueza mueble bastante y, en vista de ello

emprestan les de lo ageno, que non les cumple lo so (v. 3248).

y hasta temen que para satisfacer la deuda contraída:

pagar le hemos de heredades en tierras de Carrión (v. 3223).

-------Con la presentación dramática de este conflicto social el poeta del Mio Cid pone bien de manifiesto que su “historia” de Rodrigo Díaz no tiene como finalidad satisfacer la curiosidad de las gentes acerca de la vida del Campeador o dar noticia sobre pormenores de su acción guerrera, sino, todo lo contrario, utilizar la prestigiosa personalidad del héroe para difundir, mediante la creación de un poderoso drama, un sistema de valores ético-políticos y proponer un nuevo orden más favorable a los intereses de los nuevos grupos sociales en alza. Ese nuevo orden se hacía en el s. XII necesario en virtud de la reestructuración económica, política, social y cultural que se había iniciado en la Península a partir de los años finales del reinado de Alfonso VI, cuando el cese de las “parias” andaluzas, una vez destruidos por los almorávides los reinos de Taifas, provoca en Castilla y Tierra de Campos una tensión social tan grave que da lugar al enfrentamiento generalizado de los “pardos” (caballeros ciudadanos o villanos) y de sus aliados los burgueses ruanos, con la aristocracia y los monjes terratenientes (Catalán, 1985; 1995). Aunque la agitación se extendió (1110-1116) desde los Montes de Oca hasta Zamora y el Esla, las consecuencias de esa crisis social fueron más perdurables en los límites orientales de Castilla y en la Extremadura castellana debido a la intervención navarro-aragonesa a favor de los “pardos”. El apoyo de los ricos-hombres, obispos, monjes y judíos a la reina doña Urraca hizo transitorio el triunfo de los “revolucionarios” en Tierra de Campos y en Burgos; pero Alfonso I recobró Nájera para Navarra (expulsando a los herederos del conde García Ordóñez), pobló Soria y se asentó firmemente en las tierras del alto Duero, desde Almazán a San Esteban de Gormaz, dominándolas hasta su muerte (1134). En esos agitados tiempos se producen cambios que justifican el reproche de Molho a la crítica (1977, pág. 245): “La España del Cid ha dado paso a la España de Mio Cid, de que nadie habla”47.
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Sólo teniendo presentes las tensiones que se manifiestan en ese periodo de gran agitación social comprenderemos la base histórica de la simpatía de los burgueses de Burgos hacia el infanzón de Vivar y la ironía con que el poeta trata a los judíos del castillo de la misma ciudad, el papel favorable al Cid de los señores francos (don Anrique y don Remond, yernos del rey, y don Beltrán) y la enemistad de los condes castellanos, así como la figura del hacendado caballero ciudadano Martín Antolínez, aparte del rencor que el poeta guarda a las familias que se agrupan bajo el liderazgo del conde don García, el “enemigo malo” de Rodrigo Díaz.
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En efecto, la exaltación del modelo de caballero que representa el infanzón de Vivar, expulsado del reino por la malevolencia de los poderosos ricos-hombres de Castilla y Tierra de Campos que rodean al rey, pero capaz, no ya de ganarse el pan, sino el oro y un señorío:

Antes fu minguado, ----- agora rico so,
que he aver e tierra----- e oro e onor,

no es para el poeta del Mio Cid objetivo suficiente; necesita, por añadidura, destruir la imagen de la aristocracia terrateniente. Por ello rompe con el modelo épico tradicional (hasta el punto de atraer el reproche de uno de los más apasionados defensores de su obra, Menéndez Pidal, 1913, pág. 71, recog. 1963a, pág. 43, juicio reiterado en pág. 209) y no concede a los “traidores” o enemigos, con que su héroe se enfrenta, grandeza heroica, trágica, sino que, apasionadamente, utiliza contra ellos todos los recursos de la invención literaria: no sólo, como el más redomado libelista político que podamos imaginar, les achaca crímenes que la documentación histórica nos obliga a rechazar como imposibles (maltrato por los infantes de Carrión de sus mujeres e intención de hacerlas morir 48) y los abruma con sentencias condenatorias que nunca padecieron (tras el juicio de Toledo y la ordalía de Carrión quedan por “malos e traidores”, una vez probada su “menos valía”) 49, sino que los descalifica y empequeñece hasta convertirlos en figuras cómicas, utilizando contra los orgullosos ricos hombres “de natura... de los condes mas limpios” el arma más eficaz de todas, el ridículo. En efecto, maestro en el arte de empequeñecer a los grandes 50, destruye sistemáticamente su imagen, ya sea mediante evaluaciones soltadas al paso: “largo de lengua, mas en lo ál no es tan pro” (sobre Asur González) o mediante contrastes físicos: “Asur Gonçález entrava por el palaçio / manto armiño e un brial rrastrando, / vermejo viene ca era almorçado”, ya sea aprovechando la voz de sus personajes: “eres fermoso mas mal varragán; / lengua sin manos ¿cuemo osas fablar?” (sobre Fernando), “antes almuerças que vayas a oraçion, / a los que das paz, fártaslos aderredor” (sobre Asur), “quando pris a Cabra, e a vos por la barba, / non y ovo rrapaz que non messó su pulgada” (sobre el conde don García) 51, ya sea en escenas cómicas 52 como la de la vergonzosa huida de los infantes al escaparse el león, con que comienza el último “cantar”. No son, pues, razones estrictamente literarias (como ha sostenido la crítica moderna) las que llevan al poeta de “mio Cid” a subvertir el modelo representado por la vida real de Rodrigo Díaz el Campeador transformándolo a su arbitrio, sino su pasión política, su deseo de proponer un modelo de sociedad distinto del que representan esos personajes cortesanos que brillaron en tiempos de Alfonso VI con extraordinario esplendor y en quien los ricos-hombres que en sus propios tiempos ocupan la cúpula de la aristocracia de Castilla y León tienen sus antecesores. La violencia con que en la fabula del Mio Cid y en el desarrollo de ella se asalta la memoria de ese conjunto de personajes históricos sólo se explica sabiendo que sus descendientes no han desaparecido del escenario de la historia. Baste recordar, como ejemplo máximamente representativo, que el hijo del conde García Ordóñez, García Garcíaz de Aza, gozó de tal predicamento junto a Alfonso VII y Sancho III que, muertos estos reyes, se le encomendaría la tutoría del rey niño Alfonso VIII.

 ------6.3. Estas consideraciones, acerca de cómo la pasión histórica (de la historia entonces vivida) resulta fundamental en la estructuración de los datos proporcionados por la memoria histórica de un pasado no muy lejano y en el tratamiento literario, genérico, de los mismos, apoyan la idea de que, pese a la omnipresencia del Campeador en la gesta, el “actante” a cuya transformación se asiste en ella es el “buen rey”. En efecto, a pesar del carácter “un tanto demiúrgico” de su figura 53, está claro que en el curso del poema evoluciona, presionado por el héroe, en el ejercicio de sus funciones regias, desde una incapacidad de actuar por encima de los que “an part en la cort”, merecedora del reproche de los burgueses de Burgos: ¡Dios, qué buen vasallo, si oviesse buen señor”54, hasta erigirse en un rey capaz de garantizar a la clase emergente de los infanzones un trato igual ante la justicia 55, negándose a propiciar la impunidad de que creían gozar para sí los ricos-hombres 56 y protegiendo decididamente al Cid y a los suyos de las asechanzas en el interior del reino de que ellos se preveían víctimas 57.
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El Mio Cid rompe los moldes épicos tradicionales, identificando la venganza (v. 3714) con el proceso judicial que se abre con la convocatoria de las cortes de Toledo para dar “derecho” al quejoso y que se cierra cuando el padre de los retados, Gonzalo Ansúrez, concede: “vençudo es el campo, quando esto se acabó” y ratifican los fieles “esto oímos nos” (vv. 3690-92), no a causa de una supuesta moderación que los nuevos tiempos exigieran a los dramas épicos, sino porque la implantación de un firme sistema de derecho, bajo la indiscutida autoridad regia, constituía, sin duda, una cuestión clave para el robustecimiento de las clases emergentes de infanzones y burgueses en la movible sociedad de la “España del Mio Cid”. La ley, su desarrollo, su práctica y su casuística, nunca fue tema secundario para el estamento nobiliario (considerado en todo su amplio espectro), tanto en lo relativo a sus relaciones con el rey como en la organización de las relaciones intraestamentales; por ello, los problemas legales fueron siempre tema vivo en la epopeya, género literario en que se reflejan (a la vez que en él se miran) los principios asumidos por esa amplia clase dominante, modélica. En el Mio Cid la novedad esencial consiste, no en la introducción de un proceso legal, ni en las instituciones y prácticas descritas (véase, por ejemplo, Pavlović / Walter, 1982), sino en la fe en que un juicio, en que se oye a las partes, es la forma mejor de garantizar la paz del reino.

Diego Catalán: "La épica española. Nueva documentación y nueva evaluación" (2001)

NOTAS

40 Como le llama Chalon (1967, pág. 235), sin parar a preguntarse por la razón que pudo mover al poeta a remover los huesos del personaje.

41 Si en el Segundo Cantar el topónimo “Valencia”, con 61 ocurrencias, se cita más que cualquier otro (Pellen, 1976a) ello no se debe a la exaltación de la hazañosa conquista de la ciudad. Lo que importa es que, como señor de ella, Rodrigo ha cumplido su plan de hacer de sus hijas un “buen partido”. El nombre tradicional dado a ese cantar, el de “las Bodas”, está bien elegido; en modo alguno se trata de un “Cantar de la conquista de Valencia” (como pretende Pellen).

42 Esta desproporción tan flagrante seguía sorprendiendo a Northup (1942), aunque ya Menéndez Pidal (1908-1911) la había puesto en relación con el “localismo” geográfico revelado por la gesta.

43 Avengalbón, alcáyaz de Molina, “amigo de paz”, “amigo natural”, “amigo sin falla” del Cid, es, ciertamente, en el poema “ejemplo” del moro andalusí que acepta, como realidad inevitable, la condición de vasallo de un señor cristiano bajo cuya protección ejerce sus propios derechos señoriales en el distrito del que es ءid, ‘alcáyaz, gobernador’, y como tal “ejemplo” reúne en sí características genéricas. Pero ello no obsta para que su nombre y, muy probablemente, su localización geo-histórica procedan, como parece, de la historia (Menéndez Pidal, 1944-46, págs. 1212-1213): del alcaide Ibn Galbūn, citado por Ibn al-Aṯīr (cuya biografía conocida reúne Huici, 1971).

44 Cito por el ms. P. (Para el contexto véase Prieto, 1991, cap. VII, § 10, págs. 306-310).

45 Los esfuerzos por revalidar en la epopeya española esta famosa explicación del nacimiento de los poemas épicos franceses avanzada en su día por Bédier (Russell, 1958; Lacarra Lanz, 1977; Smith, 1986) son un tomar el rábano por las hojas: el que, andados los tiempos, en fecha tardía, los monjes de Cardeña traten de aprovechar la histórica vinculación al monasterio, tanto de Rodrigo Díaz (que fue procurador del abad, según documento de 1073) como de Jimena (que llevó a él el cuerpo de su marido, muerto en Valencia), mostrando a turistas piadosos o curiosos no sólo el cuerpo incorrupto del Cid, sino la espada Tizona, el escaño en que se sentó Rodrigo en las Cortes de Toledo y la tumba de Babieca entre dos álamos, sólo son prueba de la difusión alcanzada por la ficción poética del Mio Cid. En palabras de Chalon (1976, págs. 45-46 y nn. 79-80), el abad don Sancho “es una creación del poeta: En 1081, fecha de la condena al exilio del Campeador, el abad que regía el convento de San Pedro de Cardeña no se llamaba don Sancho, sino don Sisebuto... Esta discordancia entre la poesía y la historia no puede ser atribuida a un error del copista: Sancho figura en la asonancia de una serie en a.o (vv. 243 y 246)... Después de su muerte [del abad don Sisebuto], la Iglesia... le concedió el honor supremo de la canonización... San Sisebuto, no cabe dudarlo, debió de seguir siendo famoso en los anales del monasterio de Cardeña. Que el Poema se equivoque a propósito del nombre del abad de San Pedro constituye un golpe decisivo a la vieja tesis según la cual había sido escrito en Cardeña para servir los intereses del monasterio. ¿Cómo imaginar que un monje de San Pedro —o un poeta pagado por los monjes— que dispondría de los archivos del convento haya podido cometer semejante confusión?” (fr.). En cuanto a la fechación en el s. XII, defendida por Barceló (1967-68) de la noticia del Libro de Memorias y aniversarios de Cardeña en que se alude a los de “Myo Çid Roy Diaz” y “donna Ximena muger de myo Çid”, está claro que es inaceptable. Se trata evidentemente de un texto romance tardío; según Smith (1983, pág. 72), sería de mediados del s. XIII.

46 Un buen resumen del origen, importancia y duración del sistema de parias hasta 1090 y de su prolongación en Levante hasta 1110 puede verse en Lacarra, 1965b, con precisiones de gran interés para comprender el poder económico alcanzado por el Cid histórico.

47 Mi interpretación de las conexiones ideológicas entre el Mio Cid y la revolución “burguesa” descrita por el Anónimo de Sahagún y por la Historia Compostellana (Catalán, 1985 y 1995) coincide, en líneas generales, con la de Molho (1977), glosada e ilustrada doctamente por Martin (1979, págs. 41-56), salvo en ciertos detalles que resultan ser de especial importancia para la lectura socio-política de la gesta: los judíos no pertenecen a la clase burguesa ni militan en su bando (Catalán, 1995, n. 70), de ahí que el poeta cidiano no los vea con la misma simpatía que a los burgueses de Burgos (sobre éstos, Catalán, 1995, n. 66). Uso el término “coincide” porque al redactar por primera vez mi estudio (para una conferencia dada en 1983) desconocía estas publicaciones; la “coincidencia” es natural al compartir con Molho y con Martin una concepción de cómo se construyen los relatos históricos y manejar una misma documentación medieval. Mi concepción de la ideología del poeta de Mio Cid concuerda quizá más con la de Molho (1977) que con la de Martin (1979) en cuanto que le considero más interesado en el estamento de los caballeros pardos “estremadanos”, de los infanzones, que en el de sus “aliados” ruanos o burgueses (pero cfr. a este respecto las págs. 77-81 de Martin).

48 “Majadas e desnudas ---a grande desonor / desenparadas las dexaron---- en el rrobredo de Corpes / a las bestias fieras -----e a las aves del mont” (vv. 2944-2946).

49 Creo convincente la réplica de Menéndez Pidal (1962) a Merêa (1960 y 1962) sobre el carácter judicial, de ordalía, que en el poema tiene el reto de Carrión (aún después de la contestación de Merêa, 1963). También se muestra convencido Chalon (1976, pág. 169), después de considerar detenidamente el pasaje de “los duelos judiciales de Carrión” (fr.). Es de notar que los vv. 3714-3715 en boca del Cid: “Grado al Rey del çielo mis fijas vengadas son, / agora las ayan quitas heredades de Carrión” expresan de forma terminante que, como resultado del duelo, las hijas del Cid obtendrán ‘libres, exentas’ las heredades de Carrión, esto es las villas que sus ex-maridos les dieron en su día “por arras e por onores” (cfr. vv. 2564/5 y 2570). “Honor” en términos morales y en términos económicos son dos caras de la misma realidad: de la venganza obtenida conforme a derecho. Naturalmente, el vencimiento de los infantes en duelo es una ficción sin base histórica, como reconoce Menéndez Pidal incluso en sus últimos escritos (1963a, págs. 116-118).

50 Que no sólo practica con los ricos hombres de Tierra de Campos, en León, y de la Rioja, en Castilla, sino también con “francos”, como el Conde de Barcelona, o moros, como el rey Búcar. La más elaborada de todas las escenas en que se utiliza el humor parar degradar a un gran personaje es la del conde don Remond de Barcelona, a cuya comicidad colaboran, mano a mano, la ironía del narrador y la del propio personaje del Cid. Ha sido bien comentada por Montgomery (1962). Y, desde luego, visto el papel preponderante que en el “bando” cortesano hostil al Campeador tiene “el enemigo malo” de Rodrigo, el famoso conde de Nájera y Grañón Garci Ordóñez (apoyado por Alvar Díaz de Oca), el empeño de Puértolas (1976) y de sus epígonos por descubrir en el Mio Cid el tema de la hostilidad castellana hacia León (y hacia un rey de origen leonés) contra toda evidencia textual sólo es explicable como dependencia ideológica respecto al prejuicio moderno acerca de los orígenes castellanos del nacionalismo español.

51 Mio Cid, vv. 2173, 3374-3375, 3327-3328, 3384-3385, 3288-3289.

52 El recurso a la comicidad y a la ironía (en el relato del narrador o protagonizado por el Cid) fue destacado por Alonso (1941, págs. 90-91) y comentado, no siempre apreciativamente, por Menéndez Pidal (1963a, págs. 207-209) creyéndolo exclusivamente justificado por el deseo de dar a los oyentes un descanso en la sostenida tensión heroico-trágica. Siguió viéndolo así De Chasca (1967), págs. 101-103

53 Correa (1952, págs. 187-189). Cfr. Vàrvaro (1969, pág. 71).

54 Mio Cid, v. 20. Creo rechazable la lectura de este verso con un “sí” acentuado, equivalente a ‘así’, que propuso A. Alonso (1944).

55 “Con el que toviere derecho yo dessa parte me so” (v. 3147).

56 “Prenden so conssejo assí parientes commo son, / rruegan al rrey que los quite desta cort” (2988-2989).

57 Por temor a que los del bando de los condes revolviesen la corte en Toledo, el Cid se cubre con la cofia a fin de “que non le contalassen los pelos” y prende con el cordón su barba y, a la vez, manda ir a los suyos armados bajo los vestidos de gala. Asimismo, cuando los vasallos del Cid se dirigen hacia el solar de los infantes a Carrión, todos los parientes de los retados acuden “bien adobados” maquinando “que, si los pudiessen apartar a los del Campeador, / que los matassen en campo por desondra de su señor”, pero no se atreven a hacerlo por miedo al rey (vv. 3540-3544). No obstante, antes de la lid, don Alfonso cree necesario advertir a los infantes: “Estos tres cavalleros de mio Çid el Campeador / hyo los adux a salvo a tierras de Carrión, / aved vuestro derecho, tuerto non querades vos, / ca qui tuerto quisiere fazer, mal gelo vedaré yo” (vv. 3598-3601)

ÍNDICE DEL CAPÍTULO I: TEMA I: LA ÉPICA EN LENGUA VULGAR AL SUR DE LOS PIRINEOS. TESTIMONIOS DEL SIGLO XIII

* 1. LA ÉPICA ESPAÑOLA. NUEVA DOCUMENTACIÓN Y NUEVA EVALUACIÓN (I)
* 2. EL TESTIMONIO ALFONSÍ. TEMAS CAROLINGIOS DE LA ÉPICA HISPANA
* 3. EL TESTIMONIO ALFONSÍ. TEMAS ESPAÑOLES DE LA ÉPICA HISPANA
*
4. EVALUACIÓN DEL TESTIMONIO ALFONSÍ
* 5. HUELLAS DE LA ÉPICA EN LOS DOS GRANDES HISTORIADORES LATINOS DE LA PRIMERA MITAD DEL S. XIII: EL ARZOBISPO DON RODRIGO Y DON LUCAS.
* 6. EL TESTIMONIO DE FRAY JUAN GIL DE ZAMORA: VERSIONES VARIAS DE UNA MISMA GESTA EN EL S. XIII
* 7. OTROS TESTIMONIOS DEL S. XIII. LOS POEMAS EN ROMANCE DEL MESTER DE CLERECÍA Y UNA CRÓNICA LOCAL
* 8. EVALUACIÓN DE LOS TESTIMONIOS DEL S. XIII COMPLEMENTARIOS DEL TESTIMONIO ALFONSÍ.
* 9. LAS COPIAS POÉTICAS TARDO-MEDIEVALES DE CANTARES DE GESTA A LA LUZ DE LOS TESTIMONIOS INDIRECTOS DEL S. XIII SOBRE LA EPOPEYA.

CAPÍTULO II: TEMA II: TESTIMONIOS DE LA POESÍA ÉPICA AL SUR DE LOS PIRINEOS ANTERIORES AL SIGLO XIII

* 10 II TESTIMONIOS DE LA POESÍA ÉPICA AL SUR DE LOS PIRINEOS ANTERIORES AL SIGLO XIII
* 11 2. LA HISTORIOGRAFÍA EN LATÍN EN EL ÚLTIMO CUARTO DEL SIGLO XII Y LA ÉPICA ORAL: LA HISTORIA DE CASTILLA EN LA CHRONICA NAIARENSIS.

*
12 3. ¿ALCANZÓ LA HISTORIOGRAFÍA ÁRABE DE LA PRIMERA MITAD DEL S. XII A CONOCER UN CANTO ÉPICO CASTELLANO?
*
13 4. LA ÉPICA CASTELLANA Y LA ÉPICA FRANCA EN LA ESPAÑA DE ALFONSO VII
* 14 5. LA PRESENCIA AL SUR DE LOS PIRINEOS DE LAS GESTAS FRANCESAS A MEDIADOS DEL S. XII Y LA TRADICIÓN ÉPICA DEL MEDIODÍA EUROPEO
*
15 6. LA GESTA DEI PER FRANCOS EN COMPOSTELA: EL IACOBUS.
*
16 7. LA ÉPICA CAROLINGIA AL SUR DE LOS PIRINEOS A PRINCIPIOS DEL S. XII

* 17 8. LA ÉPICA CAROLINGIA AL SUR DE LOS PIRINEOS EN EL S. XI.
*
18 9. EVALUACIÓN SUMARIA DE LOS TESTIMONIOS DE LOS SIGLOS XI Y XII.

CAPÍTULO III: TEMA III: LOS TESTIMONIOS POST-ALFONSÍES DE LA CONTINUIDAD DE LA EPOPEYA

* 19  III LOS TESTIMONIOS POST-ALFONSÍES DE LA CONTINUIDAD DE LA EPOPEYA
* 20 2. LA CRÓNICA DE CASTILLA SE HACE CIDIANA: LAS “ENFANCES” DE RODRIGO
*
21 3. LA CRÓNICA FRAGMENTARIA Y LAS LEYENDAS CAROLINGIAS.
* 22 4. LA OBRA HISTORIAL DEL CONDE DON PEDRO DE BARCELOS Y LA EPOPEYA

* 23 5. LA HISTORIOGRAFÍA POSTERIOR A 1344 Y LA SOBREVIVENCIA DE LOS CANTARES DE GESTA.
*
24  6. EVALUACIÓN SUMARIA DE LOS TESTIMONIOS TARDO-MEDIEVALES ACERCA DE LA LONGEVIDAD DE LA POESÍA ÉPICA

CAPÍTULO IV: TEMA IV: LA ÉPICA MEDIEVAL ESPAÑOLA Y ROMÁNICA. LA HERENCIA DE UNA ORALIDAD PRIMITIVA

* 25 1. ÉPICA DE ORÍGENES ORALES Y ÉPICA CULTA
* 26
2.LOS MODELOS CONTEMPORÁNEOS DE POESÍA NARRATIVA ORAL Y LA ÉPICA MEDIEVAL
* 27 3. EL MODO DRAMÁTICO DE LA NARRACIÓN ÉPICA
* 28 4. EL MOLDE PROSÓDICO Y LA GENERACIÓN DEL DISCURSO ÉPICO
* 29 5. LO FORMULARIO ÉPICO Y LA CREACIÓN ORAL
* 30 6. CREACIÓN Y REFUNDICIÓN
* 31 7. LA ETAPA ÁGRAFA DE LA PRODUCCIÓN ÉPICA. RAÍCES DEL GÉNERO.
* 32 8. LA ESCUELA ÉPICA ESPAÑOLA

* 33 9. CARACTERES DE LA ÉPICA ESPAÑOLA. LA VERSIFICACIÓN.
* 34 10. CARACTERES DE LA ÉPICA ESPAÑOLA. TEMAS Y CONTENIDOS IDEOLÓGICOS
* 35 11. LA INTEGRACIÓN DE LA TEMÁTICA CAROLINGIA EN LA TRADICIÓN ÉPICA ESPAÑOLA

CAPÍTULO V: TEMA V: EL MIO CID

* 36 1. EL MANUSCRITO DE VIVAR Y LA GESTA
* 37 2. EL MIO CID, GESTA CABEZA DE SERIE

* 38 3. EL POETA DEL “MIO CID” ANTE LAS CONVENCIONES FORMALES DEL GÉNERO
* 39 4. EL POETA DEL “MIO CID” ANTE LAS CONVENCIONES TEMÁTICAS DEL GÉNERO

* 40 5. EL POETA DEL “MIO CID” ANTE LA MEMORIA DE LAS GESTAS HISTÓRICAS DE RODRIGO
* 41 6. LA “PASIÓN” COMO FUERZA REESTRUCTURADORA DE LA HISTORIA. INTENCIONALIDAD POLÍTICA DEL CANTO ÉPICO
* 42 7. ¿DESDE CUÁNDO SE CANTÓ EL MIO CID?

CAPÍTULO VI: TEMA VI. FORMACIÓN Y DESARROLLO DEL CICLO CIDIANO

* 43 1. LA CREACIÓN DEL PERSONAJE LITERARIO. EL MIO CID Y LAS PARTICIONES DEL REY DON FERNANDO
* 44 2. LAS RECREACIONES JUGLARESCAS Y EL PASADO DE RODRIGO

Diseño gráfico:

La Garduña ilustrada

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