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Obras de Diego Catalán

68.- 2. GRANDES TRASIEGOS DE POBLACIÓN

68.- 2. GRANDES TRASIEGOS DE POBLACIÓN

2. GRANDES TRASIEGOS DE POBLACIÓN. III. LOS PUEBLOS INDOCTOS DEL NORTE

      Al ocurrir la invasión musulmana, multitud de españoles se refugiaron en las montañas del Norte. Alfonso I, hacia 745, devastó la cuenca del Duero y parte de la del Ebro (desde Porto hasta la Rioja), y llevó población cristiana de esos   territorios a su reino.

      Según la Crónica de Alfonso III (hacia 880), Alfonso I con­quistó 30 ciudades de la cuenca del Miño, de la del Duero y de la del alto Ebro, entre una línea norte Túy, Lugo, León, Amaya y Miranda de Ebro, y una línea sur Viseo, Salamanca, Ávila, Segovia y Osma; mató a los «árabes» que en ellas encontró y se llevo a los cristianos consigo «a la patria». Esta noticia tiene un complemento en la misma Crónica de Alfonso III, que continúa diciendo:

      «En este tiempo fueron pobladas Asturias, Primorias (su­doeste de Asturias), Liébana, Trasmiera, Sopuerta (en el lí­mite occidental de Vizcaya), Carranza, Bardulia o Castilla y la parte marítima de Galicia. En cambio, Álava, Vizcaya y Orduña fueron siempre poseídas por sus gentes, lo mismo que Pamplona, Deyo y la Berrueza» 5; y, finalmente, añade que Fruela I (757-768) pobló en Galicia hasta el Miño.

      Estos pasajes nos han llevado a todos, durante bastante tiempo, a aceptar la idea de que Alfonso I creó en la cuenca del Duero unos vastos «desiertos estratégicos», entre su rei­no y las tierras musulmanas densamente pobladas de la Transierra, al Sur de la Cordillera central 6. Pero, obviamente, los cristianos que Alfonso I llevó consigo al Norte no pudieron ser todos los habitantes de la vasta cuenca del Duero (que no habrían cabido en la franja peninsular al Norte de la Cordillera Cantábrica y al Occidente de los Montes de León); las guerras, aunque provoquen la destruc­ción de la organización política y la emigración de ciertos grupos dirigentes de la sociedad civil y religiosa, nunca dan lugar al abandono por parte de todos de la riqueza agro­pecuaria, base del sustento de la mayoría de los habitan­tes; Alfonso I destruiría murallas y torres de las ciudades que dejó abandonadas, pero es impensable que dejara esas ciudades con los territorios de ellas dependientes yermos 7. «Poblar» no puede significar tampoco, en el pasaje cita­do, ocupar unas tierras vacías de habitantes. Es imposible que en tiempo alguno los territorios que «pobló» Alfonso I enumerados por la Crónica de Alfonso III carecieran de gen­tes allí afincadas. «Poblar» significó, en la España cristiana posterior a la ruina del estado visigótico, crear una nueva organización político-administrativa a la que se somete a los allí de antemano residentes y a los advenedizos. En la to­ponimia del Norte abundan de manera chocante los luga­res denominados Pobla, Pola, Puebla, Povoa, Población, Poνοaçãο, Polaciones, Povoações: 14 ó más en Galicia, 13 en las Asturias de Oviedo, 14 en León, 4 en las Asturias de Santillana, 2 en el Norte de Palencia, 3 en la antigua Castilla vieja, y múltiples en Portugal. Son nuevos centros habita­dos, creados en tierras que no sufrieron despoblación nin­guna a causa de la invasión musulmana, pero que en las edades romana y visigótica habían carecido de ciudades o centros administrativos. Son, sí, consecuencia de la trans­formación política y demográfica del Norte cristiano que trajeron consigo los nuevos tiempos 8, pero no signo de que allí faltasen habitantes antiguos. Por tanto, si en Asturias y en Cantabria, tierras no despobladas por razón de las gue­rras fronterizas, se hicieron muchas «pueblas», debemos entender que los posteriores actos de «poblar» en las co­marcas en que Alfonso I había destruido las ciudades tam­poco significaron instalar habitantes donde no los había 9.

      Para entender de forma apropiada las afirmaciones de la Crónica de Alfonso III acerca de la despoblación de las comar­cas conquistadas y abandonadas por Alfonso I conviene re­cordar un documento del muy indocumentado siglo VIII so­bre la fundación, bajo el patrocinio del rey Fruela I, de un monasterio en San Miguel de Pedroso (al Sur de Belorado), sobre el río Tirón, nada menos que 50 kilómetros al Sur de esa Miranda de Ebro que acababa de dejar «yerma», según se nos dice, Alfonso I. Las 28 monjas (algunas, a juzgar par sus nombres, personas de calidad), que allí vienen entonces a residir, así como el rey Fruela (el poblador de Galicia hasta el Miño), consideran del todo normal el lugar elegido para su vida monástica y para que en él depositen las sagradas reliquias que consigo llevaron; obviamente, San Miguel de Pedroso no se hallaba en un desierto fronterizo 10.

      En estos trasiegos de población a que hace referencia la Crónica de Alfonso III y cuyo carácter hemos matizado se extiende la práctica de denominar cada villa con el nom­bre del propietario «repoblador». Sabemos del obispo Odoario que, vuelto de su destierro entre musulmanes, «re­puebla», por orden de Alfonso I, toda Galicia de Lugo a Braga a partir del año 745 11. Por su parte, el noble Avezano (nombre romano, Avitianus, derivado de Avītus), sacado también de las tierras que fueron de los moros por las victorias de Pelayo y de Alfonso I, regresa a Lugo con sus dos hijos, Guntino (nombre godo) y Desterigo (híbrido del romano Dexter más el germánico rik 12) y «pueblan» las villas de Avezan Lugo, Gontín Lugo y Desteriz Orense. Se ha dicho que ante los invasores sólo huyeron los godos; que los romanos no tenían por qué huir 13. Esta afirmación peregrina desatiende los datos que la documentación his­tórica nos proporciona: según vemos, desde un principio aparecen mezclados, entre los fugitivos repobladores del Noroeste peninsular, los nombres romanos con los godos. Pero sí es cierto que esa repoblación llevada a cabo por Alfonso I es la causa de la máxima acumulación de topónimos germánicos en Braga y Galicia (la repoblación de Odoario justamente) donde se juntan casi las dos terceras partes (el 73’5%) de los nombres germánicos de toda Es­paña 14 (aunque, dada la densidad extraordinaria de luga­res habitados en Galicia, esa acumulación debería ser estu­diada en comparación con la de topónimos romanos).

      Por esos mismos tiempos, hacia 760, se funda la capital asturiana en un lugar de nombre bárbaro, nunca oído de romanos ni visigodos, Ovę́tao, Oviedo, a ocho kilómetros al Sur de la antigua Lucus Asturum (hoy lugar de Lugo). Esta nueva capital del reino se erige en centro de la cristiandad hispana cuando las ciudades de tradición inme­morial, Toletum, Hispalis y Cesaraugusta, incorporadas al mundo islámico, no podían dirigir los destinos de la roma­nidad hispánica.

      Un siglo después de las campañas de Alfonso I, los te­rritorios que él depredó para obligar a los musulmanes en ellos instalados a replegarse al Sur de la Cordillera Cantá­brica empiezan a ser incorporados al reino asturiano.

      El más viejo fuero de población o carta puebla hoy co­nocido, el destinado a Brania Ossaria, nos proporciona un perfecto ejemplo de cómo se realizaba la colonización. El conde Nuño Núñez (tatarabuelo de Fernán González) pue­bla en 824 esta braña, esto es un lugar habitado ya, pero sólo discontinuamente durante los veranos por pastores trashumantes, haciendo de ella lugar de población («facimus populatione»), para lo cual trae cinco de sus hombres y concede tierras (cuyos linderos señala) a todos los que quieran venir a ella «ad populandum», con el incentivo adicional de eximirles de ciertos tributos y prestaciones personales. Esta carta puebla es el prototipo de todas las posteriores: para atraer nuevos habitantes a un lugar defi­cientemente poblado o, rara vez, a un lugar nunca pobla­do antes, se les otorgan algunos privilegios y se les acota un término municipal 15.

      En el caso de las ciudades, la acción del «repoblador» incluye la reparación de sus defensas, ya que la restaura­ción de ellas podía atraer y de hecho atraía a menudo al poderoso enemigo musulmán, dando lugar a que Córdoba organizara una expedición contra ellas. El rey asturiano Ordoño I (850-866) «repopulavit» varias de las viejas ciudades destruidas más de cien años antes por Alfonso I: León (856), Túy, Astorga 16 y Amaya (ésta, en 860, por in­termedio del conde Rodrigo, según los Anales castellanos), las rodeó de muros con altas torres en sus puertas y las llenó de gentes, parte de las suyas propias, parte venidas de tierras mozárabes («civitates ab antiquis desertas muris circumdedit, portas in altitudinem possit, populo partim ex suis, partim ex Spania advenientibus implevit») 17.

      Después, el gran rey Alfonso III (866-909) puebla y forta­lece su reino cuanto más pudo. En las regiones del Oeste, hacia el Atlántico, llega más al Sur, hasta cerca de Lisboa; hacia el Este, sólo llega al Duero, y en el extremo oriental, se queda mucho más al Norte. Esto obedece a que el dominio musulmán se apoyaba en el Mediterráneo y siempre procu­ró mayor arraigo en las regiones más orientales de la Penín­sula. Así Alfonso III puebla en Portugal Braga, Viseo, Lamego (867-875) y otros muchos lugares hasta el Tajo; en tierra de León puebla Sublancia y Cea, los Campos Góticos (esto es, Toro), Zamora (893) y Simancas (899)18; ya en Castilla se queda más al Norte, ordenando al conde Diego Rodríguez que pueble a Burgos y Ubierna (884)19 y a Cardeña (899). Este Diego, «comes in Castella» de 873 a 890, favorece en los primeros años de su condado al monasterio de San Félix de Oca (Villafranca de Montesdoca)20, prueba de que la región de Oca estaba habitada antes de las pueblas de 884; y esta­ba también habitado Castrogeriz, que el conde Nuño Núñez tuvo que abandonar militarmente en 882 por no estar bas­tante fortificado («nun erat adhuc strenue munitum») para poder resistir en él al ejército cordobés venido por el valle del Ebro arriba, pero, una vez fortificado convenientemente, pudo resistir en el siguiente año de 883 una nueva invasión musulmana 21.

      La debilitación del poder de Córdoba ocurrida en tiem­po de Alfonso III permitió a sus hijos desplazar la sede principal del reino asturiano a la meseta. García prefirió morar en Zamora, a orillas del Duero; y, casado con una castellana, dedicó en su breve reinado especial atención al fortalecimiento de las tierras del alto Duero, vía de acceso de los ejércitos cordobeses hacia la Tierra de Campos. Hizo que en 912 Nuño Núñez, Conde de Castilla Vieja, poblara Roa, Gonzalo Téllez Conde de Cerezo (entre La Bureba y Oca), Osma, y Gonzalo Fernández Conde de Burgos, Clunia (Coruña del Conde), Aza y San Esteban de Gormaz 22.

      Un siglo, o dos o tres, después de que Alfonso I «bellando cepit» y subsiguientemente desmanteló las ciudades de la cuenca del Duero, van reapareciendo todas con sus vie­jos nombres, sin que fuera preciso que al ser «pobladas» tuvieran que ser fundadas o reedificadas de nuevo. De las once ciudades episcopales entre ellas incluidas, Lugo, Túy, Braga, Viseo, Atorga, Salamanca, Amaya, Oca, Osma, Se­govia y Ávila, todas, salvo Amaya, que quedaría reducida a un pequeño municipio, recobraron su dignidad episcopal; sólo dejó de existir Oca. De los otros diecinueve lugares conquistados y abandonados, Porto, Chaves, Ledesma, Za­mora, León, Simancas, Saldaña, Sepúlveda, Arganza (la de Soria), Clunia (o Coruña del Conde), Mave, Velegia Alaben­se, Miranda (de Ebro), Revenga (al Este de Miranda), Car­bonera, Abeiga, Cenicero, Alesanco, Briones, sólo han des­aparecido Velegia 23, Revenga (pero su recuerdo perdura en un «vado de Revenga») y Abida; todos los otros subsisten, y, en su mayoría, conservaron una vida urbana ininterrum­pida. Además, en esas comarcas que se supone desertizadas, iremos progresivamente documentando, conforme los documentos de los primeros siglos posteriores a la invasión musulmana van haciéndose menos escasos, otros numero­sos centros urbanos que conservan sus nombres prerroma­nos o romanos: Coyança (Valencia de don Juan), Cea, Ca­rrión, Monzón, «Virovesca» (> Briviesca), «Segisamon» (> Sasamón), «Rauda» (> Roa), «Wormatiu» (> Gormaz), «Cau­ca» (> Coca), «Valeranica» (> Berlanga), Tricio, Nájera, «Lucronium» (> Logroño) ... e innumerables más 24.

      Las villas que a fines del siglo IX y comienzos del siglo X van recibiendo su «charta populationis» eran, antes de ser «pobladas», lugares bien conocidos y sin duda habitados. Como ha argumentado para Portugal Orlando Ribeiro, cuando los documentos hacen referencia a un «desertus et incultus locus», ello debe entenderse como una expresión retórica aplicada a un territorio sin señor, esto es, libre de una organización administrativa, pues la población rural, pese a todas las guerras, ruinas y cambios de dominadores, continúa siempre atada al suelo que trabaja 25. Los pastores y labriegos huyen de sus casas mientras los ejércitos depre­dadores destruyen y saquean, pero enseguida vuelven obs­tinadamente a su vida diaria de trabajo. Las ciudades y villas más castigadas quedan sin autoridades, sin vida urbana, ocupadas parcialmente por la maleza...; pero también por ocupantes procedentes del entorno rural que acuden a vivir entre sus ruinas a base de pequeños cultivos y de animales domésticos. Cuando regresan, tiempo después, las autorida­des administrativas emigradas o vienen a substituirlas otras diferentes, se producen repartos de las heredades, bien adu­ciendo viejos títulos y límites de propiedad o bien ignorán­dolos, según los casos y conveniencias 26.

      Es indudable que los lugares «poblados» entre la Cordi­llera Cantábrica y Montes de León y el Duero en esos si­glos de actividad repobladora no estaban deshabitados totalmente; pero es indudable también, según los textos históricos nos informan, que recibían gentes venidas de fuera. De ello nos da fe la toponimia.

      En la parte de Portugal continúa la abundancia de nom­bres personales germánicos, y es de suponer que romá­nicos también, aunque éstos no se han estudiado. En las tierras leonesas del Norte del Duero y en las castella­nas abundan los gentilicios modernos identificatorios de colectividades que emigraban conjuntamente para fundar pueblos nuevos. Por orden de mayor abundancia y difusión los emigrantes eran: gallegos 27 (Galicia era ya la fábrica de hombres, la «officina gentium», de siempre), castellanos 28 (de la Castilla Vieja primitiva, al Norte del Ebro 29), váscones 30, mozárabes 31, asturianos 32 y bercianos 33.

      Los emigrantes mozárabes vienen casi todos de la región de Toledo. Lugares llamados Toldanos en León y Zamora (hoy despoblados), Toldaos en Lugo (8). De Madrid provie­nen los fundadores de Madridanos en Zamora. De Coria los de Coreses en Zamora. En Palencia existió una villa de Cor­dobeses. En otros casos no se especifica la procedencia: Mozárvez y Huerta de Mozarvitos en Salamanca, Mozarves en Palencia 34.

      Estos topónimos gentilicios en su gran mayoría deben de pertenecer a las pueblas del siglo IX. Nos lo comprueban algunos documentos entre los rarísimos que de ese siglo se conservan, y otros inmediatamente posteriores.

      Una sentencia de 878 en un pleito sobre heredades de Astorga se refiere a la puebla del rey Ordoño I (a partir de 856): «Quando populus de Bergido cum illorum comite Gaton exierunt pro Astorica populare 35»; ello nos eviden­cia que los lugares llamados Bercianos en León y muy pro­bablemente también los de Zamora son muestras de la muy activa participación que las gentes del Bierzo tuvieron en la restauración del Occidente leonés. A las pueblas de Or­doño I corresponden también los lugares Gallegos y Galleguillos de León, mencionados respectivamente en documen­tos de 976 y 916, la Villa Castellana, citada en documento de 976, los dos Castellanos, de León y Palencia, que figu­ran en documentos de 1069 y 1074, los Toletanos-Toldanos, documentados en 916 y 991 y los Toldaos de Lugo 36.

      En la segunda mitad del siglo IX, Alfonso III puebla la región de Zamora, y de ese tiempo deben de proceder los lugares llamados Gallegos, Castellanos, Asturianos (éste docu­mentado ya en 977), Navianos, Caurienses o Corenses (este último citado en 987). En los años 883-885 Alfonso III fortifica Castrogeriz y manda poblar Burgos y Ubierna. De entonces data el Castellanos de Castro, llamado Castellanos in alhoze de Castro (esto es, del alfoz de Castrogeriz) en docu­mento de 1085, y lo mismo el Castellanos de Bureba, docu­mentado en 1011 37. A diferencia de lo ocurrido en la lla­nura leonesa, a las tierras del que luego constituiría el gran condado castellano no vinieron gentes de territorios leja­nos: no hay gentilicios referentes a gallegos, a asturianos, a bercianos, ni tampoco a mozárabes. Aparte de los repo­bladores procedentes de la Castilla Vieja, sólo formaron comunidades en la región burgalesa y en Álava (parte del condado castellano) los repobladores váscones: Un Báscones sobre el río Flumencello - Omecillo en Álava es menciona­do en 949 38; otro Váscones mencionado en el Fuero de Palenzuela 39 de 1074, es hoy existente; Basconcillos, quizá el de Muñó, se documenta en 1070 40; Bascuñuelos, en Villarcayo, es Basconiolos en 1045 41; Basquiñuelas, en Álava, es Basconguelas (con grafía -ng- con valor de ñ) en documento de 1025 y Vascuñuelas en documento de 1257 42. Conocemos los nombres de los vecinos de Villabáscones sobre el Arlanzón (que existió cerca de Burgos) en 950 y 956 43 y muchos son extraños a los usados en los demás documentos de Casti­lla: Galvarra 44, Soliz, Gazo, Laztago, Galopenzar, Alhardia; otros llevan nombres muy usados en Navarra y Aragón, pero que en Castilla sólo se empiezan a introducir después del casamiento de Alfonso III con una infanta vascona, Jimena, hacia 869, y del bautizo de su hijo primogénito, García, nombre váscono desusado antes en Occidente: tres «Scemeno Scemones» (Xemeno Xemenones), tres García, tres Fortún, varios Galindo y un «Enneco». Vemos, gracias a este testimonio, que los emigrantes váscones a Castilla procedían de Navarra y de Aragón (y no de Guipúzcoa o Vizcaya)45.

      Estas gentes pobladoras, de lengua dispar, que acuden a disfrutar de los repartos de tierras y de los privilegios con­cedidos a quienes se asienten en los territorios incorpora­dos al reino, debieron, en general, de acomodarse con el tiempo a los hábitos lingüísticos comarcales, aunque, nece­sariamente, influyeran en favor de una mayor homogeneización lingüística, según muestra la desaparición en la meseta de la extrema variedad dialectal subsistente hasta hoy en Asturias; en territorio castellano, el bilingüismo de los enclaves váscones no debió de perdurar por varias ge­neraciones.

      En contraste con esta potencia expansiva y colonizadora del Oeste, el Levante no muestra ninguna actividad com­parable. En las comarcas pirenaicas no hay movimientos expansivos de población de Norte a Sur, sino sólo retrai­miento de Sur a Norte. En la Cataluña vella se advierte cierta acumulación de topónimos formados con nombres germánicos de persona, aunque mucho menor que en el Occidente: en la provincia de Gerona hay unos 20, y en Barcelona 5 (en Asturias más de 40 46, en Coruña más de 350). Es que en general los emigrantes no afluyen hacia la nueva Marca, sino al Norte de los Pirineos, a la Septimania, notablemente despoblada debido a las anteriores incursiones árabes. En 816 los documentos carolingios nos hablan de «hispani» refugiados en Carcasona, en Narbona y en el Rosellón. Los del Rosellón fueron los más, hasta el punto de que ellos impusieron allí su lengua de la Ta­rraconense a la población indígena. Por esto el catalán hoy hablado en el Rosellón, como lengua importada en masa y de golpe, linda con los dialectos languedocianos en un haz de límites fonéticos, coincidentes todos en una misma línea fronteriza, al revés de los dialectos de desarrollo se­dentario cuyos diversos rasgos fonéticos no coinciden en ex­tensión unos con otros, teniendo cada uno un límite dife­rente 47. La acción reconquistadora tuvo así que ejercerse en el Oriente peninsular desde el reino franco. Carlomagno, interesado en formar en Hispania una Marca o fronte­ra contra los árabes, es quien conquista Gerona (785) y Barcelona (801) y quien trata de alejarles de los pasos del Pirineo occidental. La más temprana actividad coloni­zadora de gallegos, asturianos, castellanos y váscones es la que funda la hegemonía lingüística del leonés y el caste­llano en estos oscuros siglos en que el reino navarro y los aragoneses y tarraconenses aún no muestran fuerza ningu­na expansiva, permaneciendo arrinconados en los valles pirenaicos.

Diego Catalán: Historia de la Lengua Española de Ramón Menéndez Pidal (2005)

NOTAS

5  Crónica de Alfonso III, edic. Z. García Villada, pp. 116 y 69.

6  Cfr. Menéndez Pidal, Orígenes del esp., p. 462 (ed. 1950; p. 441). El principal defensor moderno de una despoblación efecti­va y total es Sánchez Albornoz (España un enigma, II, 1956, pp. 23-28); pero los argumentos que emplea sólo pueden apoyar un con­vencimiento ya preexistente. Yo, en los Docs, lingüísticos. Castilla (1919), me dejé alguna vez llevar (pp. 312 y 335) a la idea de la escasez de la población primitiva en el caso de la reconquista de Segovia y de Sigüenza; pero, respecto a la región leonesa, aunque conceda influjo a los inmigrantes, supongo en Orígenes (1926; 1950) que la base lingüística la constituye el dialecto indígena leonés (§ 945) y relaciono el latín popular leonés con el uso visigótico y merovingio (§ 952) que ocurrió en una Francia no despoblada.

7  Menéndez Pidal, «Dos problemas iniciales», en Enc. Ling. Hispánica, I (1960), pp. XXIX-XXXI.

8  Lo mismo que en las regiones hoy españolas del antiguo reino astur-leonés ocurre en las portuguesas, donde Povoa, Povoação, Povoações son topónimos repetidísimos. Pero estos derivados de populare no son exclusivos del reino de Asturias; se hallan también en Aragón (donde también son más abundantes en el Norte) y en Cataluña. Frente a esta abundancia, observamos que en Francia y en Italia no hay prácticamente equivalentes de Pue­bla, Pobla, Pola, Povoa. Se trata de la más llamativa peculiaridad hispánica en la toponimia de origen románico, surgida especial­mente como resultado de los primeros siglos de reorganización de la Hispania cristiana tras la invasión musulmana.

Menéndez Pidal, «Dos problemas iniciales» (1960), pp. XXXI-XXXII.

10  Menéndez Pidal, «Dos problemas iniciales» (1960), p. XXXIII. La fecha, para mayor garantía, figura en el documento escrita con palabras y no con números romanos. El intento de retrasar la fundación a tiempos de Fruela II (cfr. Serrano, Cart. de S. Millán, 1930, p. XXI, y fray J. Pérez de Urbel, Historia del Conda­do de Castilla,  1945, pp. 94-95, n. 5 y 1036) no está justificado.

11  Esp. Sagr., XL, 354 y 365. A Marco, sobrino suyo, le entrega una villa a que llamaron Villamarce Lugo; otras villas da a Macedonio y a Sendo (nótese, el primero nombre greco-romano y el segundo germánico, cfr. Sindo, Förstemann, Altdeutsch. Namen., I, 1900, col. 1340), que de los repobladores reciben el nombre de Villa Macedoni (Macedo Lugo, Macedo varios en Galicia y Portugal, Maceda también), Villa Sendoni (Sendón Coruña). La expresión «ex Africa» entiéndase igual a «de partibus Hispaniae» (Esp. Sagr., XL, pp. 353 y 102 b), esto es, «de tierra de moros», documentos de los años 745, 760. Véase J.J. Nunes, «O elemento germânico no onomástico portugués», en Homenaje Menéndez Pidal, II, 1925, p. 577. Sobre la autenticidad de los documentos de Odoario, véase Sánchez Albor­noz en Anuario de Historia del Derecho Español, II, 1925.

12  Así sugiere Meyer-Lübke, Rom. Namenstudien, II, 1917, p. 55 (en Sitzungsber. Akad.  Wien, CLXXXIV).

13  E. Gamillscheg, en RFE, XIX, 1932, p. 137. Igual en Romania Germ.

14 De los 2.400 topónimos germanos estudiados por Sachs, el 73,5 % se amontonan en Galicia y Braga (Entre Douro e Minho). Me atengo a la enumeración de Sachs, en cuyo trabajo, como todos los de este género por cuidados que sean, puede decirse aquello de que «ni son todos los que están (habría que excluir Santianes, p. 86, y Álvaro, p. 27; Trastamar, p. 97: véase aquí atrás, Parte IIa, cap. III, § 10 y Parte Ia, cap. I, § 2) ni están todos los que son (añádase Maurila: véase aquí atrás Parte IIIa, cap. I, § 4, y Sendo).

15  Menéndez Pidal, «Dos problemas iniciales», en Enc. Ling. Hisp., I (1960), pp. XXXIV-XXXV.

16  Astorga tenía obispo en 842, 850, etc. (Esp. Sagr., XVI, p. 10); pero estos obispos podían residir habitualmente en la corte, lejos de su sede, si ésta no era lugar seguro.

17  Crón. de Alfonso III, ed. García Villada, 1918, pp. 127 y 80. Las fechas de 856 y de 860 las dan los Anales castellanos.

18  Según Sampiro, ed. Pérez de Urbel, pp. 276, 281 y 305.

19  Anales compostelanos y Cronicón burgense y Cartul. de San Millán, p.  12. Los Anales castellanos primeros y los segundos dan la fecha 882.

20  Cart. de San Millán, pp. 10, 12, 17. Para la fecha, Pérez de Urbel, Hist, del Condado de Cast,  1945, I, pp. 234-236 y 1063-1066.

21  Epítome ovetense de 883 (mal llamado Crónica albeldense), en Esp. Sagr., XIII, pp. 457 y 460. Castrogeriz sólo recibirá fuero del Con­de Garci Fernández en 974 (Muñoz, Colección de Fueros, 1857, p. 37).

22  Menéndez Pidal, Docs, lingüísticos. Castilla,  1919, p. 5.

23  Velegia tenía obispo, Álvaro, según el Epítome ovetense (lla­mado Crónica Albeldense) hacia 880 (Esp. Sagr. XXVI, pp. 45-48); pero no figura entre las sedes episcopales que enumera Simonet, Hist. de los mozárabes, pp. 808 ss.

24  Menéndez Pidal, «Dos problemas iniciales» (1960), pp. XXXII-XXXIII.

25  O. Ribeiro, en el tomo dedicado a Portugal en M. de Terán, Geografía de España y Portugal, V, 1955, pp. 79-91.

26  Cfr. P. David, Études hist, sur la Galice et le Port.  (1947), pp. 171-172.

27  Gallegos,  Galleguillos,  Valdegallegos,  en León; múltiples en Portugal. Es de notar que hay también topónimos Gallegos, Galegos en Asturias (4), Lugo (6) y Coruña (1); el occidente asturiano y el oriente lucense eran zonas poco pobladas que recibirían emigrantes de la Gallecia Bracarense en los primeros siglos del rei­no asturiano.

28  Castellanos, Castellanitos, Castellans, Castelhanos, son pueblos que no sólo se dan en Portugal, Galicia, León y Zamora, sino en Valladolid, Palencia e incluso Burgos. También hay Meneses en los Campos Góticos y Menezes (3) en Portugal, sin duda de poblado­res procedentes del Valle de Mena, al Norte de la Castilla primi­tiva; el topónimo Coruñeses en Valladolid procederá de gentes de Coruña del Conde (la antigua Clunia) en tierras meridionales del gran condado de Castilla.

29  Lindante al Oeste con Campoo (Reinosa), al Sur con la Bureba (Briviesca, Pancorbo), al Este con Álava y al Norte con las Asturias de Santillana, Soba, Mena y Vizcaya. Era región des­provista de centros urbanos (que quedan más al Sur); sin duda superpoblada.

30  Pueblos llamados Báscones (con el acento antiguo correcto) hay en Burgos (4), en Soria (1), en Palencia (3), Bascuñuelos, Bascuñana; Villabáscones (2) en Burgos. También hay Báscones en Asturias (2), Bascois en Orense, Bascós en Lugo, Vascões en Viana, Bascoy en Coruña, Bascoas en Lugo, Vasconcellos en Braga. Al lado de éstos, sólo hay un Vizcaínos en Salas de los Infantes (Burgos). Los váscones del reino de Pamplona sólo aparecen en la toponimia con su nombre de posterior difusión (Naharros, Narros, Narrillos, Nafarros) en tierras de más tardía repoblación (Soria, Segovia, Ávila, Salamanca, Lisboa, Beja).

31  Véase n. 34.

32  Los topónimos Asturianos, Astureses, Esturãos (ant. Asturanos, Asturaos), no rebasan los territorios occidentales: Zamora, Orense, Vila Real y Braga. Se singularizan, a su lado, los colonos de Navia que dan nombre a dos topónimos Navianos en León y Zamora.

33  Emigrantes del Bierzo, tras las Montañas de León, dieron nombre a varios Bercianos en León (2) y Zamora (3) sin exten­derse más lejos.

34  Menéndez Pidal, «Dos problemas previos» (1960), pp. XLII-XLIV. En apoyo de la razón de ser de estos lugares Toldanos re­cuérdese que las murallas de Zamora fueron costeadas por un rico mozárabe de Toledo y que los constructores de ellas fueron toledanos.

35  Esp. Sagr, XVI, p. 425.

36  Para todas estas fechas, véase Orígenes del esp., § 92, y el Fuero de Palenzuela de 1074 (en Muñoz, Colecc. de fueros, 1847, p. 274).

37  García Serrano, Cart. de Burgos, III (1936), pp. 66 y 68 y J. del Álamo, Colecc. dipl. de Oña (1950), p. 13, respectivamente.

38  García Serrano, Cart, de San Millán (1930), p. 56, comp. 218.

39  López Mata, Geogr. del Condado de Cast.,  1957, p. 129, n. 2.

40  García Serrano, Becerro got. de Cardeña (1910), p. 217.

41  Del Álamo, Colecc. dipl. de Oña (1950), p. 57.

42  García Serrano, Cart. de San Millán (1930), p. 105, y F. Baráibar, «Toponimia Alavesa», Ateneo, jun.  1910, p. 8.

43  García Serrano, Becerro got. de Cardeña (1910), does. XLII, p. 50, y XLIV, p. 67.

44  En Navarra existe un pueblecito llamado Galbarra.

45  Menéndez Pidal, «Dos problemas iniciales» (1960), pp. XL-XLVI.

46  Excluyo los 15 Santianes que Sachs incluye indebidamente.

47 Véase adelante, cap. IX, § 8. H. Morf sentó bien que el ca­talán en Galia ofrece la apariencia de un cuerpo extraño; lo con­firma B. Schädel. Véase la «Synthetische Hauptkarte» que publi­ca K. Salow, Sprachgeographische Untersuchungen über den ötslischen Teil des Katalanisch-languedokischen Grenzgebietes, 1912; en esa car­ta, los 12 límites representados van todos en una línea unidos. A. Griera, aunque señala 72 criterios diferenciales entre catalán y languedociano, saca conclusión contraria a lo que ese hecho indica (véase A. Alonso, en RFE, XIII, 1926, p. 38). No se ex­cluye que ya desde antes del siglo IX hubiese emigración de la Tarraconense al Rosellón como sospecha P. Aebischer (en el Butll. Dial. Cat., XIX, 1932, pp. 17-18) fundado en la familia Perperna, a quien debe su nombre el fundus Perpinianus > Perpiñán.

CAPÍTULOS ANTERIORES:

PARTE PRIMERA: DE IBERIA A HISPANIA
A. EL SOLAR Y SUS PRIMITIVOS POBLADORES

CAPÍTULO I. LA VOZ LEJANA DE LOS PUEBLOS SIN NOMBRE.

1.- 1.  LOS PRIMITIVOS POBLADORES Y SUS LENGUAS

2.- 2. INDICIOS DE UNA CIERTA UNIDAD LINGÜÍSTICA MEDITERRÁNEA

3.- 3. PUEBLOS HISPÁNICOS SIN NOMBRE; PIRENAICOS Y CAMÍTICOS

CAPÍTULO II. PUEBLOS PRERROMANOS, PREINDOEUROPEOS E INDOEUROPEOS

4.- 1. FUERZA EXPANSIVA DE LOS PUEBLOS DE CULTURA IBÉRICA

5.- 2. NAVEGACIÓN DE FENICIOS Y DE GRIEGOS EN ESPAÑA

6.- 3. LOS ÍBEROS Y LA IBERIZACIÓN DE ESPAÑA, PROVENZA Y AQUITANIA

7.- 4. FRATERNIDAD ÍBERO-LÍBICA

*   8.- 5. LOS LÍGURES O AMBRONES

*   9.- 6. LOS ILIRIOS

*   10.- 7. LOS CELTAS

*   11.- 8. «NOS CELTIS GENITOS ET EX IBERIS» (MARCIAL)

12.- 9. PERSISTENCIA DE LAS LENGUAS IN­DÍGENAS EN LA PROVINCIA ROMANA DE HISPANIA

B. LAS HUELLAS DE LAS LENGUAS PRERROMANAS EN LA LENGUA ROMANCE

CAPÍTULO III. RESTOS DE LAS LENGUAS PRIMITIVAS EN EL ESPAÑOL

13.- 1. VOCABLOS DE LAS LENGUAS PRERRO­MANAS

14.- 2. SUFIJOS PRERROMANOS EN EL ESPAÑOL

15.- 3. LAS LENGUAS DE SUBSTRATO EN LA FONÉTICA ESPAÑOLA

16.- 4. RESUMEN DE LOS INFLUJOS DEL SUBSTRATO

PARTE SEGUNDA: LA HISPANIA  LATINA
A. LA COLONIZACIÓN ROMANA Y LA ROMANIZACIÓN

CAPÍTULO I. HISPANIA PROVINCIA ROMANA

* 17.- 1. CARTAGO Y ROMA. LA PROVINCIA ROMANA DE HISPANIA Y SU EXPANSIÓN DESDE EL ESTE AL OESTE

18.- 2. LA ROMANIZACIÓN

19.- 3. ESPAÑA Y LA PROVINCIALIZACIÓN DEL IMPERIO

20.- 4. PREDOMINIO DEL ORIENTE. EL CRISTIANISMO

CAPÍTULO II. EL NUEVO LATÍN

21.- 1. ¿LATÍN VULGAR?

22.- 2. EL LATÍN NUEVO

23.- 3. INFLUJO DEL CRISTIANISMO

24.- 4. NEOLOGISMOS DEL VOCABULARIO DOCTO

25.- 5. NEOLOGISMOS DE ESTILÍSTICA COLEC­TIVA

26.- 6. ACEPCIONES NUEVAS

27.- 7. FRASEOLOGÍA

28.- 8. MÓVILES DEL NEOLOGISMO GRAMA­TICAL

29.- 9. CAMBIOS EN LA FLEXIÓN Y SINTAXIS DEL NOMBRE

30.- 10. CAMBIOS EN LA FLEXIÓN Y SIN­TAXIS DEL VERBO

31.- 11. PREPOSICIONES Y ADVERBIOS

32.- 12. COLOCACIÓN DE LAS PALABRAS

*   33.- 13. EVOLUCIÓN DEL SISTEMA VOCÁLICO

34.- 14. EVOLUCIÓN DEL SISTEMA CONSO­NÁNTICO

*   35.- 15. OTRAS SIMPLIFICACIONES FONÉTICAS

*   36.- 16. LARGA LUCHA ENTRE INNOVACIÓN Y PURISMO

*   37.- 17. LAS INSCRIPCIONES

B. EL LATÍN DE HISPANIA

CAPÍTULO III. ESPAÑA EN LA ROMANIA

*   38.- 1. LA ROMANIA

*   39.- 2. CAUSAS DEL DIALECTALISMO RO­MÁNICO

*   40.- 3. ROMANIA OCCIDENTAL, ROMANIA MERIDIONAL

*   41.- 4. TRES ZONAS DE COLONIZACIÓN DE ESPAÑA

*   42.- 5. ESPAÑA Y LA ITALIA MERIDIONAL

*   43.- 6. ARCAÍSMO PURISTA DEL LATÍN DE ESPAÑA

*   44.- 7. RELACIONES ENTRE EL LATÍN HISPA­NO Y EL DE LA ROMANIA MERIDIONAL: VOCABULARIO Y FORMACIÓN DE PALABRAS

45.- 8. FONÉTICA DIALECTAL EN EL LATÍN DEL SUR DE ITALIA Y DE LA HISPANIA CITERIOR

*   46.- 9. UNIDAD Y DIVERSIDAD EN EL LA­TÍN DE HISPANIA

*   47.- 10. TOPONIMIA CRISTIANA

PARTE TERCERA: HACIA LA NACIONALIZACIÓN LINGÜÍSTICA DE HISPANIA
A. DESMEMBRACIÓN DE LA ROMANIA. ÉPOCAS VISIGÓTICA Y ARÁBIGA

CAPÍTULO I. EL REINO TOLOSANO Y EL TOLEDANO

*   48.- 1. DISOLUCIÓN Y RUINA DEL IMPERIO DE OCCIDENTE. CRISIS DE ROMANIDAD

*   49.- 2. NACIONALIZACIÓN DEL REINO VISI­GODO

*   50.- 3. REINO VISIGODO TOLEDANO

*   51.- 4. ONOMÁSTICA GERMÁNICA

*   52.- 5. CAUSAS DE LA FRAGMENTACIÓN ROMÁNICA

*   53.- 6. LA LENGUA COMÚN QUE NO SE ESCRIBE

*   54.- 7. CENTROS DIRECTIVOS DE LA HISPANIA VISIGÓTICA

*   55.- 8. LENGUA CORTESANA VISIGODA

*   56.- 9. EL MAPA LINGÜÍSTICO DEL REINO GODO

*   57.- 10. ORÓSPEDA, CANTABRIA Y VASCONIA

*   58.- 11. NACIONALIZACIÓN LITERARIA. SAN ISIDORO

*   59.- 12. LA ESCUELA ISIDORIANA

CAPÍTULO II.  AL-ANDALUS. EL ÁRABE Y LA ALJAMÍA

*   60.- 1. LA ARABIZACIÓN DE HISPANIA

*   61.- 2. LOS MOZÁRABES EN SU ÉPOCA HE­ROICA

*   62.- 3. MUSULMANES DE HABLA ROMANCE

*   63.- 4. LA ALJAMÍA O LENGUA ROMANCE HABLADA EN AL-ANDALUS

*   64.- 5. TOPONIMIA ÁRABE

*   65.- 6. TOPONIMIA MOZÁRABE

*   66.- 7. TOPONIMIA LATINA EN BOCA ÁRABE

CAPÍTULO III. LOS PUEBLOS INDOCTOS DEL NORTE

*   67.- 1. UNA NUEVA BASE PARA LA NUE­VA ROMANIDAD HISPANA

Diseño gráfico:
 
La Garduña Ilustrada

Imagen: letra D, alfabeto anglosajón, siglo VIII-IX

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