248.- 3. VILLALÓN, MEJÍA Y VENEGAS

22 de julio de 2012 - 14:51 - I.- HISTORIA DE LA LENGUA ESPAÑOLA DE RAMÓN MENÉNDEZ PIDAL

3. VILLALÓN, MEJÍA Y VENEGAS. VII. DOCTRINA HUMANÍSTICA SOBRE LA LENGUA VULGAR

Durante el decenio en torno a 1540 esa equiparación de la lengua materna a las lenguas clásicas viene a ser como una idea temática que insistentemente se repite y se alega por los mejores representantes de la prosa en este periodo.

Cristóbal de Villalón en su Scholástico (hacia 1538)_¹⁸ la formula de modo muy completo: «La lengua que Dios y la naturaleza nos han dado no nos deve ser menos apazible ni menos estimada que la latina, griega y hebrea, a las quales creo no fuesse nuestra lengua algo inferior si nosotros la ensalçássemos y guardássemos y puliéssemos con aquella elegancia y ornamento que los griegos y los otros hazen en la suya. Harto enemigo es de sí quien estima más la lengua del otro que la suya propria».

Por su parte, el sevillano Pedro Mejía se decide a escribir su Silva de varia lección (Sevilla, 1542) pensando que, «Pues la lengua castellana no tiene, si bien se considera, por qué reconozca ventaja a otra ninguna, no sé por qué no osaremos en ella tomar las invenciones que en las otras y tractar materias grandes, como los italianos y otras naciones lo hazen en las suyas... Yo, preciándome tanto de la lengua que aprendí de mis padres como de la que me mostraron mis preceptores, quise dar estas vigilias a los que no entienden los libros latinos»_¹⁹. Se reñía una contienda muy agria; los partidarios de la lengua universal opondrán, todavía en tiempo de los Luises de Granada y de León, fuerte resistencia al empleo de la lengua vulgar en las materias más nobles; pero Pedro Mejía obtiene una victoria importante con su Silva, y no sólo en España, ya que fue muy leída y traducida en el extranjero.

También el toledano Alejo Venegas en su Agonía del tránsito de la muerte (Toledo, 1543) reprende el desprecio de la lengua propia; pero una singularidad le hace sobresalir entre estos émulos del latín, y es el afán que manifiesta por el uso más extenso y vigoroso del idioma vulgar, tanto en el sentido de su tradicionalidad como en el del neologismo. Errando en la misma utopía que Nebrija, desearía una absoluta fijación semántica del vocabulario: así como en el código de las Partidas fija Alfonso X el significado de algunos términos importantes para el legislador, debieran estar todos los vocablos «registrados por ley»; de no ser así, quiere que el hablante ascienda al valor fundamental de los vocablos mediante la etimología, pues «algunos, aunque parece al vulgo ser claros, hallarán que tienen más en lo interior que lo que muestran de fuera». No importa que las etimologías que aduce Venegas sean en gran parte el colmo de la arbitrariedad (ahito, del latín fastidito), basta ese deseo de penetrar el sentido originario de la palabra para favorecer la precisión en el uso. Después, en busca siempre de la mayor propiedad, quiere ensanchar el empleo del idioma en dos sentidos opuestos, ambos extraños al común hablar de las gentes que Boscán y Garcilaso señalaban como guía. De un lado emplea muchos latinismos o helenismos técnicos, que luego declara en capítulo aparte _²⁰: eclypse, asphalte, superstitión, escrúpulo, areopagitas, hippódromo, y muchos más que satisfacen necesidades del escritor. Por el lado opuesto, aunque de pasada, Venegas en Las diferencias de libros que hay en el universo (Toledo, 1540) llama la atención del hablante hacia otros tecnicismos, los populares, también ajenos al uso común. La doble deficiencia del lenguaje, por poseer muchos menos vocablos que las ideas de que ha de tratar, y por no ser capaz el hablante de conocer todo el vocabulario existente, le sirve para decir a los que pretenden entender fácilmente el sentido en que emplea sus palabras la Sagrada Escritura: «aún no sabemos cómo se llaman todos los instrumentos del carpintero y el texedor, ni sabemos cómo se llaman las partes que componen un telar o una carreta y queremos saber con qué vocablos se explican los profundos misterios del cielo!»^₂₁. No parece sino que aquí Alejo Venegas, en 1540, redacta el brillante lema de un atlas lingüístico o de una disquisición Wörter und Sache. Él habla como un estudioso del idioma, no como un artífice del estilo.

Diego Catalán: Historia de la Lengua Española de Ramón Menéndez Pidal (2005)

NOTAS

18 Ed. 1911, p. 16. Véase A. Castro, El pensamiento de Cervantes, 1925, p. 197, y W. Atkinson, «Hernán Pérez de Oliva», en la Rev. Hisp., LXXI, 1927, p. 436.

19 Para estos y otros autores, véase el estudio de M. Romera-Navarro, «La defensa de la lengua española en el siglo XVI», en el Bull. Hisp., XXXI, 1929, pp. 204-255. Una antología de textos reúne J. Pastor, Las apologías de la lengua castellana en el siglo de oro, 1929.

20 Al final de la Agonía, 1543: «Breve declaración de las sentencias y vocablos obscuros que en el libro del tránsito de la muerte se hallan, escripta por el mismo author Alexio Venegas». Esto falta en la ed. primera, Toledo, 1537. Véase ed. moderna en la «NBAE», XVI, pp. 288, 289. Ambrosio de Morales alaba cómo Venegas escribe de filosofía «con harta elegancia i pureza en el lenguage, si no es donde se la estorvan los vocablos estraños con que se han por fuerça de decir las cosas que trata», Discurso al frente de las obras de Francisco Cervantes de Salazar 1546 (v. reimpresión de la 2ª ed., 1585, en la de «BAE», LXV, p. 382).

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